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Todavía están nuestros ojos inundados con la luz de la visión que nos trajo ayer la Fiesta de Todos los Santos, cuando la Iglesia nos hace tornar la mirada a la mansión de otros santos que todavía no gozan de Dios: al Purgatorio, al lugar donde se purifican las almas con terribles tormentos.
Hay una armonía admirable y consoladora entre estas dos festividades. Los Santos nos ayudan a nosotros, y nosotros ayudamos a las almas del Purgatorio por ese intercambio maravilloso de la Comunión de los santos. Nuestras misas, comuniones, indulgencias, sufrimientos, todo puede servir a nuestros hermanos del Purgatorio que sufren, para aliviar su tormento.
El abad benedictino de Cluny, San Odilón, fue el primero que instituyó esta fiesta o Conmemoración de los Fieles difuntos.
Durante varios siglos, España tuvo el privilegio de que los sacerdotes celebrasen ese día tres misas, favor que Benedicto XV extendió a la Iglesia universal, durante la guerra europea de 1914. En virtud, pues, de este privilegio, todos los sacerdotes del mundo pueden celebrar hoy tres Misas, y los fieles harán bien en oírlas.
Tengan en cuenta, empero, los fieles que solo pueden comulgar una vez.
Padre Andrés Azcarate
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