San Juan Bautista en Prisión - Guercino |
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Quedó en el tintero del Domingo pasado el tema del fin del tiempo de los gentiles como señal de la venida de Nuestro Señor Jesucristo: “Jerusalén será pisoteada por gentiles hasta que el tiempo de los gentiles sea cumplido” (San Lucas XXI, 24).
El 28 de Noviembre, antes de la apertura de las conversaciones nucleares en Viena, el portavoz principal y general de brigada del ejército iraní dijo:
“La destrucción del régimen que ocupa hoy Jerusalén (Israel-Sionismo) es el mayor objetivo que tenemos ante nosotros, y el mayor objetivo por el que estamos luchando. No retrocederemos en este ideal ni un milímetro… Si decimos que el falso régimen sionista (Israel) debe desaparecer, y seguramente desaparecerá, si Dios quiere, el mundo islámico celebrará ese día”.
En las mentes de los gentiles aún persiste el plan de tomar Jerusalén. El tiempo de los gentiles no ha llegado todavía a su fin. Éste vendrá con la conversión de Israel.
Estamos entonces, todavía, a la expectativa de estos dos importantes hitos en la humanidad, a saber, que Jerusalén deje de ser pisoteada (el fin de los gentiles), y la conversión de Israel. Ambos eventos son como las dos caras de una misma moneda.
San Pablo habla de la conversión de Israel en la Epístola a los Romanos. Explica que vendrá un tiempo en el que volverá a ser injertado en el propio olivo:
“Porque si tú (los gentiles) fuiste cortado de lo que por naturaleza era oleastro (un olivo silvestre), y contra naturaleza injertado en el olivo bueno, ¿cuánto más ellos, que son las ramas naturales, serán injertados en el propio olivo?” (Romanos XI, 24).
Mientras tanto ese tiempo llegue los cristianos de origen gentil no debemos jactarnos por nuestra vocación y elección a pertenecer al Cristianismo, ni despreciar a Israel caído, sino más bien alegrarnos por su gloriosa futura conversión.
Éste es un misterio: si los gentiles pudieron llegar a ser hijos de Dios por el Bautismo gracias a la incredulidad de Israel, ahora la incredulidad de los gentiles servirá para que las ramas naturales vuelvan a ser injertadas en el propio olivo.
La incredulidad de los gentiles ha llegado al punto de arrastrar a la mayoría a la reprobación, y con mayor motivo que la que llevó al pueblo de Israel por rechazar de plano a Nuestro Señor Jesucristo, en su primera venida.
Esta incredulidad viene descrita por las Escrituras en estos términos: “Primero debe venir la apostasía…” (2 Tesalonicenses II, 3); y, “el Hijo del hombre, cuando vuelva, ¿hallará por ventura la fe sobre la tierra?” (San Lucas XVIII, 8).
¿Hallará la fe sobre la tierra? Este impresionante anuncio que hace Cristo obliga a una detenida meditación, no obstante haber prometido su asistencia a la Iglesia hasta la consumación del siglo.
Estamos, sin duda alguna, asistiendo a un acontecimiento sin precedentes en la historia de la humanidad. El fin de los gentiles resulta ser una tremenda falta de fe en Jesucristo, de la mayoría. Misterio de iniquidad. Nuestro Señor muchas veces lo señaló, principalmente, en su gran discurso escatológico.
Lo sabíamos a partir de la parábola de la cizaña (cf. San Mateo XIII, 24ss), que subraya la idea de la convivencia entre el mal y el bien, y la completa separación recién cuando llegue el fin de los tiempos, es decir, cuando Él vuelva.
Lo sabíamos también a partir de la parábola de la levadura (cf. San Mateo XIII, 33ss), en la que se enseña que, así como la levadura va fermentando gradualmente la harina, así la fe tendría que haber compenetrado no solamente todo el ser de cada cristiano, sino también el de toda la humanidad. En este sentido, según San Juan Crisóstomo, los cristianos deberíamos haber cambiado al mundo entero.
Pero Santo Tomás de Aquino, sirviéndose de una observación de San Hilario, afirma todo lo contrario: “aunque todas las naciones hayan sido llamadas al Evangelio, no se puede decir que Jesucristo haya… fermentado toda la masa”. Más resalta la corrupción que la maravillosa doctrina y las buenas costumbres del cristianismo.
Por eso, si hacemos caso a la connotación negativa que el término “levadura” también tiene, como observa Fillion, podemos concluir, a partir de algunos pasajes, que la corrupción farisaica de la doctrina y las buenas costumbres es lo que predomina hoy en el cristianismo (cf. San Lucas XVI, 6 y 12; 1 Corintios V, 6ss; Gálatas V, 9).
Más aún, Cornelio a Lapide expresa similar idea sobre la levadura entendida como malicia, y significando místicamente el vicio y la astucia.
Añade, además, que la levadura de los fariseos mataba a las almas y que Cristo mandaba a los suyos a cuidarse de estos, no en cuanto enseñaban la Ley, sino en cuanto la viciaban con sus vanas tradiciones.
Lo sabíamos, finalmente, a partir de la parábola de la red arrojada en el mar (cf. San Mateo XIII, 47), que recoge peces de todas clases, lo que muestra la existencia de buenos y malos dentro de la Iglesia, hasta el día en que los ángeles hagan la separación.
Esta dura realidad sobre la fe en la tierra en los últimos días había sido anticipada por Dios. Hace aproximadamente 2000 años San Pablo describió impresionantemente la sociedad de los últimos tiempos:
“Has de saber –le dijo a Timoteo—que en los últimos días sobrevendrán tiempo difíciles. Porque los hombres serán amadores de sí mismos y del dinero, jactanciosos, soberbios, maldicientes, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, inhumanos, desleales, calumniadores, incontinentes, despiadados, enemigos de todo lo bueno, traidores, temerarios, hinchados, amadores de los placeres más que de Dios” … (2 Timoteo III, 1-4).
Y continúa San Pablo:
“Tendrán ciertamente apariencia de piedad… A ésos apártalos de ti. Porque son los que se infiltran en las casas… y siempre están aprendiendo y nunca serán capaces de llegar al conocimiento de la verdad… porque resisten la verdad; hombres de entendimiento corrompido, réprobos en la fe. No adelantarán nada, porque su insensatez será notoria a todos…” (2 Timoteo III, 5-9).
Así como lo describió San Pablo a Timoteo, así lo encontrará Jesús cuando venga.
Y el tiempo de los gentiles llegará a su fin: “Porque cercano está el día; se ha acercado el día de Dios, el día de las tinieblas, que será el tiempo de los gentiles” (Ezequiel XXX, 3);
Y el fin de los gentiles significará la impresionante conversión de Israel: “Volverán los ojos hacia Aquel a quien traspasaron” (San Juan XIX, 37); idea anunciada también en esta profecía: “Y derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén el espíritu de gracia y de oración, y pondrán sus ojos en Mí, a quien traspasaron, y llorarán al que hirieron como se llora a un hijo único, y harán duelo por Él como se hace por un primogénito” (Zacarías XII, 10).
Todo esto antes del advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo a reinar sobre la tierra, y los gentiles que queden se unirán a Israel convertido: “Seguía yo mirando… y he aquí que vino sobre las nubes del cielo Uno parecido a un hijo de hombre… y (se) le fue dado el señorío, la gloria y el reino, y todos los pueblos y naciones y lenguas le sirvieron… su reino nunca será destruido” (Daniel VII, 13-14);
Cuando venga en su segunda venida: “Ved, viene con las nubes, y le verán todos los ojos, y aún los que le traspasaron; y harán luto por Él todas las tribus de la tierra. Sí, así sea” (Apocalipsis I, 7).
Y gentiles e Israel estarán juntos: “Así como… el hierro mezclado con el barro… no se pegarán unos con otros… (pero) Dios… suscitará un reino que nunca será destruido…” (Daniel II, 43-45);
Aunque parezca contradictorio, Dios se servirá de la falta de fe en Jesucristo para beneficio del pueblo de Israel. Así como en la primera venida Israel se escandalizó, así en su segunda venida, los gentiles, también se escandalizarán de Nuestro Señor. Por eso, no hallará fe en la tierra.
Por eso, el Evangelio de hoy dice “bienaventurado aquel que no se escandalizare en mí” (San Mateo XI, 6), o, dicho de otra manera, bienaventurado quien cree en Jesucristo, y aún conserve algo de fe en la tierra, cuando venga en su segunda venida.
En la lacónica embajada del Bautista se ve reflejada la incertidumbre de la Iglesia hoy. Porque debemos recodar que Nuestro Señor nos previno que no nos dejemos engañar “porque vendrán muchos en mi nombre y dirán: ‘Yo soy (el Cristo); ya llegó el tiempo’. No le sigáis” (San Lucas XXI, 8). Hay diablos fuera y dentro de la misma Iglesia.
Muchos herejes vendrán en nombre de Jesús; y a los efectos de protegernos de ellos, San Pablo le escribió a Timoteo que recordara que “… las disputas de palabras … de nada sirven, sino para la perdición” (2 Timoteo II, 14).
Añadiendo: “empeñarse en presentarse ante Dios como hombre probado, como obrero que no se avergüenza (de su conducta), y que con rectitud dispensa la palabra de la verdad” (2 Timoteo II, 15). La palabra de la verdad con rectitud, es decir, sin malinterpretaciones.
Anota sabiamente Fillion que el espíritu humano es tan fácil de extraviar, que basta enseñar un error, para que en seguida halle adherentes. El seguir insistiendo en disputas banales cuya demostración es evidente es haber llegado a la obstinación en el error, lo cual es pecado. Así, el hombre de Dios resulta derrotado cuando profiere palabras en una manera que no es querida por Dios.
Por eso, Nuestro Señor nos enseñó a distinguir: “Esto os servirá de testimonio” (San Lucas XXI, 13): “Os prenderán… os perseguirán… os entregarán… por causa de mi nombre” (San Lucas XXI, 12). Ésta es la prueba de un verdadero hombre de Dios.
La persecución será entonces, para los mismos discípulos, un testimonio o prueba de la verdad de los anuncios de Jesús, y una afirmación de que quien esté perseguido por dar esos anuncios de Jesús es un verdadero hombre de Dios.
Por eso, “¿Qué habéis ido a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?” E insiste: “¿Qué habéis ido a ver? ¿A un hombre vestido muellemente?” (San Mateo XI, 7-8).
Pues bien, hay que creer y confiar, no en un “veleta” ni en un “bien vestido”, sino en la firmeza en la fe y la doctrina, en las sanas costumbres y las sabias decisiones, en el desembarazo del error y la mentira. Un hombre curtido en el desierto…
Éste es de quien se puede confiar; a éste se le puede seguir; éste nos señalará sin error la rectitud de la Palabra de Dios.
Y si se escandalizaron de Cristo, con mayor razón se escandalizarán de éste, un nada en comparación, un nada más pecado, pues éste dirá verdades que no querrán escuchar, y por eso lo pisotearán.
Y si se escandalizaron de Cristo, y si se escandalizarán de éste, será porque no habrán todavía visto un escándalo mayor, cual es, el que proviene del propio interior, de la mirada introspectiva, y de ver la podredumbre de la que está conformado. ¡Ésta es la más triste realidad que pueda haber!
Nuestro Señor vino en Navidad y nos trajo la Salvación, la gran esperanza para toda la humanidad, para reformar esa triste realidad.
Después de habernos enseñado que seamos condescendientes con nuestro prójimo, nos dio además mayor esperanza al prometernos regresar para gobernar a las naciones y los pueblos todos del universo. Es Nuestro Señor Jesucristo que viene...
Esa verdad es repetida, una, dos y tres veces en la Epístola de hoy… incluso con textos del profeta Isaías…
Lo prometido no es solamente para Israel, sino también para los que no son circuncidados: “Pues todo cuanto está escrito, para nuestra enseñanza fue escrito, a fin de que por la paciencia y por la consolación de las Escrituras estemos firmes en la esperanza. Que el Dios de la paciencia y de la consolación os dé un unánime sentir en Cristo Jesús” (Romanos XV, 4-5).
También los gentiles deben glorificar a Dios por su misericordia: “Por esto te alabaré, Señor, entre las gentes y cantaré a tu nombre” (Romanos XV, 9).
“Y otra vez dice: ‘Regocijaos, gentes, con su pueblo’” (Romanos XV, 10).
“Y en otra parte: ‘Alabad al Señor todas las gentes y ensalzadle los pueblos todos’” (Romanos XV, 11).
Porque brotará de nuevo el vástago de Jesé, el que se levanta a gobernar a las naciones… “Aparecerá la raíz de Jesé y el que se levanta para mandar a las naciones; en Él esperan las gentes” (Romanos XV, 12, citando al profeta Isaías). En Él están nuestras esperanzas…
El Reino de Dios en la tierra, será un solo rebaño, incluido Israel convertido, bajo un solo Pastor. Ésta es la bienaventuranza que nos espera, de la que nos hablan hoy las Escrituras. De lo contrario, la Navidad quedaría inconclusa.
“Que el Dios de la esperanza os llene de cumplida alegría y paz en la fe, para que abundéis en esperanza, por la virtud del Espíritu Santo” (Romanos XV, 13).
¡Glorificar a Dios!
¡Que las Escrituras sean para nuestro bien y nuestra consolación y gozo en la esperanza puesta en la flor de Jesé que está a punto de venir a gobernar a las naciones todas!
¡Que la Santa Navidad nos recuerde, no solo el Nacimiento, sino también la grande y bienaventurada esperanza de Cristo Rey, volviendo con todo su divino poder y su gloria y su majestad a Reinar sobre la tierra!
Amén.
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