miércoles, 16 de febrero de 2022

Ahora sé que Dios es lo primero en tu vida ... Reynaldo

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“Ahora sé que Dios es lo primero en tu vida …” (Traducción de Génesis 22:12, de una versión inglesa de la Biblia).

Era un martes por la noche, y aunque estaba muy cansado, aquel joven no podía ir a la cama sin escribirle una carta a su novia. El domingo la había visto por última vez, pero esa visita no había sido suficiente para él. Aunque le había dicho mil veces que la amaba, tenía deseos de decírselo mil veces más.

Tomó, pues, una hoja de papel y comenzó a escribir y a declararle su amor y a manifestarle lo que sería capaz de hacer por ella….

Por ti —escribía— estoy dispuesto a enfrentarme a cualquier peligro, a subir las montañas más empinadas y a atravesar a nado los ríos más caudalosos, a despedazar fieras voraces con mis manos… Para probarte mi amor, amada mía, no pondría reparos a la hora de hacer cualquier sacrificio por costoso que fuera… ¿qué podría significar quemarme en las llamas de una hoguera, o atravesar una selva peligrosa, si de ello depende que pueda verte y estar siquiera un instante contigo?…

Y así siguió escribiendo… y escribiendo…

Y terminó la primera cuartilla y vino la segunda… y luego la tercera… y así perdió la noción del tiempo y del espacio en aquel loco y cuasi-demencial frenesí…

Finalmente, pasadas las doce de la noche de aquel martes y después de llenar diez cuartillas con toda aquella retahíla de frases fervorosas y protestas de amor, firmó la carta y agregó una post-data después de la firma que rezaba así:

P.D. Ya es miércoles, pero te veré el domingo por la tarde, si no llueve.

-oOo-

Queridos lectores, ¡no os riais, porque así mismo somos nosotros en nuestra relación con Dios! ¡Cuántas veces le decimos que Lo amamos! ¡Cuántos propósitos hacemos después de cada comunión! ¡Cuántas resoluciones tomamos en los retiros! Y después, ¡qué mezquinos somos en lo que Le damos!

Bien dice el antiguo refrán que “OBRAS SON AMORES Y NO BUENAS RAZONES”. Por eso dijo Jesús que “no todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino aquél que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos” (San Mateo 7:21). Y dijo, además: “El que tiene Mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama” (San Juan 14:21).

Un versículo de la Escritura que me habló en cierta circunstancia de mi vida fue el de Isaías 44:6 donde se lee lo siguiente: “Así dice Yahvé, el Rey de Israel, y Su Redentor, Yahvé de los ejércitos: Yo soy el Primero y el Último, y fuera de Mí no hay dios alguno”.

En aquella ocasión leí: “Así dice Yahvé, el Rey de Israel, y Su Redentor, Yahvé de los ejércitos: Yo soy el Primero…” Y ahí me detuve… el Señor estaba diciéndome: “Yo soy tu Rey, tu Redentor y YO SOY EL PRIMERO…, todo lo demás es secundario. En esa circunstancia ponme a Mí en el primer lugar”.

Desde ese día, en la vigilia de cada noche, siempre rezo ese versículo con convicción y con fe.

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Y en nuestra columna de hoy, vamos a analizar un pasaje de la vida de Abraham donde el Patriarca le demostró a Dios quién era el primero para él… Abraham amaba a su hijo, había esperado su nacimiento durante veinticinco años… pero A DIOS LO AMABA MUCHÍSIMO MÁS….

La Escritura nos cuenta este episodio tan trascendental:

“Después de esto probó Dios a Abraham, y le dijo: ‘¡Abraham!’. ‘Heme aquí’, contestó éste. Díjole entonces: ‘Toma a tu hijo único, a quien amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécele allí en holocausto sobre uno de los montes que Yo te mostraré’.

“Levantóse, pues, Abraham muy de mañana, aparejó su asno y tomó consigo dos de sus criados y a Isaac, su hijo; y después de partir leña para el holocausto se puso en camino para ir al lugar que Dios le había indicado. Cuando al tercer día Abraham alzó los ojos y vio el lugar desde lejos, dijo a sus mozos: ‘Quedaos aquí con el asno; yo y el niño iremos hasta allá para adorar, y después volveremos a vosotros’. Tomó, pues, Abraham la leña para el holocausto, la cargó sobre Isaac, su hijo, y tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y caminaron los dos juntos.

Y se dirigió Isaac a Abraham, su padre, diciendo: ‘Padre mío’; el cual respondió: ‘Heme aquí, hijo mío’. Y dijo (Isaac): ‘He aquí el fuego y la leña, mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?’ Contestó Abraham: ‘Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío’. Y siguieron caminando los dos juntos.

Llegado al lugar que Dios le había indicado, erigió Abraham allí el altar, y dispuso la leña, después ató a Isaac su hijo, y le puso sobre el altar, encima de la leña. Y alargando su mano tomó Abraham el cuchillo para degollar a su hijo, cuando he aquí que el Ángel de Yahvé le llamó desde el cielo, diciendo: ‘¡Abraham, Abraham!’ Él respondió: ‘Heme aquí’. Dijo entonces (el Ángel): ¡No extiendas tu mano contra el niño, ni le hagas nada!; pues ahora conozco que eres temeroso de Dios [ahora sé que Dios es lo primero en tu vida], ya que no has rehusado darme tu hijo, tu único’.

Y alzó Abraham los ojos y miró, y vio detrás suyo un carnero, enredado por los cuernos en un zarzal. Fue Abraham y tomó el carnero, y le ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Y dio Abraham a aquel lugar el nombre de ‘Yahvé ve’ por donde se dice hoy en día: ‘En el monte de Yahvé se verá’” (Génesis 22:1-14, Traducción de Straubinger).

En una oportunidad, alguien me preguntó: “¿Qué es lo que Dios quiere que yo le ofrezca?”. Y recuerdo que mi respuesta inmediata fue: “Precisamente lo que tú no tienes deseos de ofrecerle”.

En el Libro del Profeta Miqueas, esa misma pregunta la pone el profeta en boca de Israel y dice en el capítulo 6, versículos 6 al 8:

“¿Con qué me presentaré ante Yahvé, y me postraré delante del Dios excelso? ¿Me presentaré acaso ante Él con holocaustos, con becerros primales? [No, Israelito, eso es muy fácil. No te presentes con eso porque Él quiere más].

“¿Le agradan a Yahvé los miles de carneros, y las miríadas de ríos de aceite? [Sí, claro que Le agradan… Él los crió. Pero Le agradan más otras cosas.]

“¿Daré acaso a mi primogénito por mi prevaricación, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? [¡¡¡NI SE TE OCURRA!!!]

Versículo 8: “Él te ha hecho conocer lo que es bueno y lo que te pide Yahvé: practicar la justicia, y amar la misericordia, y andar humildemente en la presencia de Yahvé”.

¿Te das cuenta? Eso es lo que quiere Dios de ti —que vivas una vida de justicia, misericordia y humildad. ¡Menudo trabajillo que nos ha dado Dios! JUSTICIA, MISERICORDIA Y HUMILDAD. Creo que es el resumen veterotestamentario del Sermón del Monte.

Pues bien, la experiencia espiritual de Abraham se caracterizó por cuatro grandes momentos en los que el Santo Patriarca tuvo que tomar decisiones muy drásticas y renunciar a lo que, desde el punto de vista humano, le resultaba más costoso y difícil —en otras palabras, decisiones del tipo de “si alguno ama padre o madre más que a Mí, no es digno de Mí”, o “el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de Mí”, o “llevad Mi yugo sobre vosotros…”, etc. Todos esos versículos que nuestro ego, nuestro amor propio y el enemigo de nuestras almas quisieran arrancar de nuestras Biblias para que no nos señalen con su dedo acusador cada vez que pasamos por ellos.

¡Cuatro grandes momentos donde Yahvé le pidió una renuncia!

1º.- Cuando tuvo que abandonar su país y su familia porque Dios le dijo: “Deja tu tierra y tu parentela” (Génesis 12:1, que halla su paralelismo en Mateo 10:34-39 y en II Corintios 6:14-18).

2º.- Cuando tuvo que dejar a su sobrino Lot, quien por naturaleza le resultaba muy querido (Génesis 13:1-18), pero le estaba sirviendo de piedra de tropiezo a pesar de ser creyente. (Sí, a veces los propios creyentes servimos de “roca de escándalo para otros”. Por citar un ejemplo… podemos mirar ¡¡¡hacia las siete colinas!!!).

3º.- Cuando tuvo que abandonar “su propio plan”, que, aunque errado, había arrojado como fruto un hijo suyo —Ismael. Y tuvo que abandonar ese plan y dejar marchar a Ismael porque ese plan (inventado por Sara y secundado por él) no era la expresión genuina de la voluntad de Dios. Así, pues, tuvo que dejar ir a Ismael, que también era un hijo suyo.

4º.- Y por último, Abraham estuvo dispuesto a renunciar al sueño de toda su vida… a lo que había esperado ansiosamente durante veinticinco años, lo que había constituido el centro de sus pensamientos y el motivo de sus ilusiones: ISAAC, EL HIJO DE LA PROMESA.

Y es de eso que trata el pasaje que nos ocupa hoy.

“Después de esto probó Dios a Abraham, y le dijo: ‘¡Abraham!’. ‘Heme aquí’, contestó éste. Díjole entonces: ‘Toma a tu hijo único, a quien amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécele allí en holocausto sobre uno de los montes que Yo te mostraré’.

“Levantose, pues, Abraham muy de mañana, aparejó su asno y tomó consigo dos de sus criados y a Isaac, su hijo; y después de partir leña para el holocausto se puso en camino para ir al lugar que Dios le había indicado.

Dios no le dijo: “Toma a Isaac y sacrifícalo”. Eso habría sido suficiente. ¡No!, Dios quiso pormenorizar y ponerle las cosas bien detalladas: “Abraham, toma a ese hijo tuyo, al ÚNICO que tienes, a ése a quien tú amas” … ¡Santo Dios! Cada palabra de aquellas era un puñal que se clavaba en el corazón de aquel padre.

Y, ¿qué hizo? —Pues, no discutió, no preguntó nada, no alegó nada … Se levantó muy de mañana, preparó el asno y tomó consigo a dos criados, a su hijo, la leña y allá fue.

¿Cómo pudo hacer semejante cosa? —Porque por mucho que amara a Isaac, muchísimo más amaba a Dios. ¡Ahí está la clave del asunto!

Y entonces:

Llegado al lugar que Dios le había indicado, erigió Abraham allí el altar, y dispuso la leña, después ató a Isaac su hijo, y pusole sobre el altar, encima de la leña. Y alargando su mano tomó Abraham el cuchillo para degollar a su hijo …

Abraham estaba dispuesto a lo que fuera … Si Dios se lo había pedido, él lo haría, aunque después se muriera de dolor …

Pero, ¡qué sorpresa le aguardaba! En el momento crítico, un ángel le dijo: “Detén tu mano, porque AHORA SÉ QUE DIOS ES LO PRIMERO EN TU VIDA”.

Y ahí, se cumplió para él lo que dice el Salmo 30(29) —“cambiaste mi lamento en baile, desataste mi saco y me ceñiste de alegría” (“convertisti planctum meum in chorum mihi solvisti saccum meum et accinxisti me laetitia”).

Si leen el resto del capítulo 22 de Génesis, se darán cuenta de que más alegre que Abraham estaba el propio Yahvé … En ese momento lo colmó de promesas, de dones, tanto a él como a su descendencia.

UNA PALABRA FINAL:

En el versículo 2 leemos que Dios le dijo que realizara este sacrificio en el Monte Moriah.

En ese mismo monte —donde se hallaba la era de Ornán jebuseo— muchos siglos después, otro hombre de Dios, David, tuvo que ofrecer otro sacrificio, pero para reparar un enorme pecado que había cometido al censar al pueblo. Esa narración aparece en II Libro de Reyes 24 y en I Paralipómenos 21.

En el mismo Monte Moriah, dos sacrificios —uno como fruto de la generosidad de un hombre a quien nada le bastaba para demostrarle a Dios el amor que sentía por él, y otro sacrificio por el pecado de un hombre que amaba a Dios pero que lo había ofendido gravemente.

Y, ¿saben cuál que el lugar escogido por Dios para que Salomón construyera el primer templo dedicado a Su Nombre?

En II Paralipómenos 3:1-2, leemos:

“Empezó, pues, Salomón a edificar la Casa de Yahvé en Jerusalén, en EL MONTE MORIAH indicado anteriormente a su padre David, en el sitio donde David había hecho los preparativos, en la era de Ornán jebuseo”.

Y muchas veces, en mi oración mental, cuando reflexiono en estas Escrituras, pienso que nuestras vidas son como ese Monte Moriah —donde a veces le demostramos a Dios nuestro amor genuino y Le hacemos nuestras entregas generosas … pero en otras ocasiones, en ese mismo Monte Moriah tenemos que humillarnos hasta el polvo y decir como otrora dijera David: “He pecado gravemente. Perdóname ahora, Te ruego, la iniquidad de Tu siervo, pues he obrado muy insensatamente” (I Paralipómenos 21:8).

… Pídele a la Santísima Virgen ahora mismo que te tome de la mano y te lleve al Monte Moriah…. Y allí haz un altar, ata en él lo que menos desearías ofrecerle a Dios (pero que tú sabes que a Él Le agradaría) y ofrécelo…

“Atad víctimas con cuerdas a los cuernos del altar”… (Salmo 118).