domingo, 17 de noviembre de 2019

Domingo XXIII - 2019-11-17



Philipp. 3,17-21; 4,1-3
Mt 9,18-26

Basado en el sermón del Padre Basilio Méramo

Dos milagros: resucita la hija de Jairo, un príncipe de la sinagoga. Y la hemorroísa, enferma desde hacía mucho tiempo, quien no osaba acercarse a N.S. de frente, y se decía a sí misma con solo tocar la orla de su manto, queda sana. Vemos, entonces, que había gente que recurría a N.S., gente incluso de la sinagoga, como Jairo.

Este milagro de la resurrección de la hija de Jairo, junto con el milagro del hijo de la viuda de Naim, la resurrección de Lázaro, y su propia resurrección, dan testimonio de su divinidad, pues ¿quién puede dar la vida sino Dios?

Jesús, entonces, no era un simple enviado de Dios, como lo fueron los profetas, alguno de los cuales también resucitaron muertos, pero no lo hicieron por poder propio, sino que Dios actuó a través de ellos. Mas Jesús es el Mesías, y resucitaba muertos en nombre propio. Él es el enviado de Dios con poder divino, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo Encarnado. Ésta es nuestra fe. Pleno dominio sobre la muerte. Aquí se centra nuestra fe.

De esto se desprende una gran disputa, pues se puede creer en alguien o en algo de muchas formas. Ahora, con respecto a Jesús, solo hay una forma verdadera de creer, y ésta es, que Él es Dios en persona aquí en la tierra. No es una persona humana. Es una persona divina. Tiene naturaleza humana, pero también tiene naturaleza divina. Cuestan entenderlo. Debemos tener esta verdad bien clara en nuestras mentes.

Jesús es el Verbo Encarnado de la Santísima Trinidad. Si no creemos en estos dos dogmas, no somos católicos. Creer en Dios no basta. El demonio cree en Dios. Los paganos creen en Dios, y sin embargo, siguen siendo paganos, y hoy más que nunca. Los paganos no son necesariamente ateos.

Hoy la fe prácticamente no existe. ¿Quién pudiera tener la fe de la hemorroísa? N.S. le dice, tu fe te ha salvado. Y se marchó sana. La importancia de la fe. Hoy se cae en la estupidez de pensar que con un poquito de fe podemos ir andando. ¡Cuidado! Hemos recibido la fe para hacerla crecer. Hay gente que por no hacerla crecer cae en la superstición.

Cuántos hoy se dicen católicos cuando en realidad ya no lo son. Es el gran drama de hoy. No tienen la fe católica. Creen tenerla, pero no la tienen. Tanto la jerarquía de la Ig. Conciliar, como los fieles. La jerarquía ha claudicado en la fe.

Esto es un drama apocalíptico. No podría haberse dado en otro período de la historia, sino en la etapa final y culminante de la Parusía. Así lo dice San Pablo en la su carta a los Filipenses. Nos dice, no seamos como aquellos “cuyo dios es el vientre… y su pensamiento [está] puesto en lo terreno.” Nuestras cosas, en cambio, están en el cielo… “estamos aguardando al Señor Jesucristo,” es decir, la manifestación del Señor, la Parusía, quien nos dará un cuerpo glorioso como el de El, para salir de cualquier duda.

Es, sin dudas, la Epístola a los Filipenses una Epístola apocalíptica. Ésta es la garantía que el Señor nos da precisamente para que no seamos carnales, o terrenales, y para que no estemos en contra de la cruz de Cristo. Vemos cómo San Pablo tiene vivo ese ardiente deseo de santidad opuesto al mundo, a lo terreno, al vientre, y la relación profunda que tiene con la Parusía.

Los sacerdotes hoy reniegan de esto (incultos, indoctos, anti apocalípticos). Caen en la sanción, se vuelven terrenales, del vientre, dedicados a las cosas de este mundo y no a las cosas del cielo y de Dios. Se vuelven en contra la cruz de Cristo. La Parusía no es algo que está fuera de los cánones de la santificación diaria de los católicos.

Por eso San Pablo regaña a esas dos mujeres que tenían algunas diferencias, Evodia y Sintique, y les dice, déjense de tonterías, estupideces, peleítas, rencillas, con todo lo que tenemos por delante. Les dice que piensen en esa promesa de cómo seremos glorificados en el cuerpo.

Vemos así cómo la fe es la base de todo que hoy está completamente desfigurada. La gente cree en cualquier cosa menos en la fe pura y verdadera. Es un escándalo cuando se dice que no se cree en la Trinidad y no se defiende esta verdad. Bergoglio hace poco negó la divinidad de N.S. Es un pecado contra la fe el no defender estas verdades. Los que deberían defender la fe no dicen nada.

El pecado en contra de la verdad es un pecado contra el Espíritu Santo. Y esto lo denunció clarísimamente la Hermana Lucía de Fátima (la verdadera, antes de 1948). Así en la Fraternidad, hoy completamente desviada de la verdad tratando de llegar a un acuerdo con el error. Así en la Iglesia, a donde tantos concurren creyendo que es la Iglesia fundada por N.S. y no lo es, donde ha habido un desvío. Todo esto sería difícil de creer si no hubiera sido anunciado por N.S.

O admitimos, o reventamos. Estamos en tiempos apocalípticos. La gran apostasía. Sin embargo, la Santa Madre Iglesia, con su liturgia, y sus lecciones, nos dicen las cosas verdaderas, claro está, si sabemos leer bien. Nuestro Dios no es cualquier Dios. No basta creer en Dios. Nuestro Dios es Uno y Trino. Y el Verbo Encarnado. Y todo lo que nos enseña la Santa Iglesia Católica. Que no tiene nada que ver con lo que enseña lo que hoy se llama Iglesia Católica y que es nada más ni nada menos que una nueva iglesia, una nueva religión.

Hay mucha gente engañada. Nada podemos hacer. Por algo N.S. dijo, cunado yo vuelva, ¿encontraré fe en la tierra? Y si los tiempos no fueran abreviados, ¿quién se salvaría? Esto se está realizando al pie de la letra. De ahí al heroísmo de mantenerse en la fe pura tal como ha sido transmitida desde los Apóstoles y dejada de ser transmitida a partir de V2. Pseudo-profetas y anticristos. Esto no tiene solución humana. La única solución es la misericordiosa Parusía o retorno de N.S.J.

Por eso, hay predicar con énfasis y conocimiento de causa de estos tiempos. No hay ningún obispo tradicionalista que cumpla que su sacrosanto deber. Esto demuestra el estado de orfandad en el que nos encontramos.

No nos olvidemos de lo que nos exhorta San Pablo: nuestros deseos en las cosas celestiales; no en el vientre, no en las cosas terrenales, no en la materia, en la economía, bienestar, para que no nos hagamos enemigos de la cruz de Cristo. Tampoco nos olvidemos que estamos esperando a N.S.J. quien nos promete un cuerpo glorioso, como el de El.

Ésta es la gran promesa de la primera resurrección, distinta de la segunda resurrección. Es la promesa del arrebato de los que queden vivos y asciendan al cielo junto a los resucitados en la primera resurrección, cuando venga N.S. Algunos quedarán como viadores para procrear. Sean judíos convertidos, o católicos convertidos, ya que estos habían apostatado en su gran mayoría. Los que hayan esperado a N.S. en la fe y se hayan mantenido obtendrán la recompensa prometida por N.S.