Philipp. 3,17-21; 4,1-3
Mt 9,18-26
Basado en el sermón del Padre Basilio Méramo
Dos milagros: resucita la hija de Jairo, un príncipe de la sinagoga. Y la
hemorroísa, enferma desde hacía mucho tiempo, quien no osaba acercarse a N.S.
de frente, y se decía a sí misma con solo tocar la orla de su manto, queda
sana. Vemos, entonces, que había gente que recurría a N.S., gente incluso de la
sinagoga, como Jairo.
Este milagro de la resurrección de la hija de Jairo, junto con el milagro
del hijo de la viuda de Naim, la resurrección de Lázaro, y su propia
resurrección, dan testimonio de su divinidad, pues ¿quién puede dar la vida
sino Dios?
Jesús, entonces, no era un simple enviado de Dios, como lo fueron los
profetas, alguno de los cuales también resucitaron muertos, pero no lo hicieron
por poder propio, sino que Dios actuó a través de ellos. Mas Jesús es el
Mesías, y resucitaba muertos en nombre propio. Él es el enviado de Dios con
poder divino, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo Encarnado.
Ésta es nuestra fe. Pleno dominio sobre la muerte. Aquí se centra nuestra fe.
De esto se desprende una gran disputa, pues se puede creer en alguien o en
algo de muchas formas. Ahora, con respecto a Jesús, solo hay una forma
verdadera de creer, y ésta es, que Él es Dios en persona aquí en la tierra. No
es una persona humana. Es una persona divina. Tiene naturaleza humana, pero
también tiene naturaleza divina. Cuestan entenderlo. Debemos tener esta verdad
bien clara en nuestras mentes.
Jesús es el Verbo Encarnado de la Santísima Trinidad. Si no creemos en
estos dos dogmas, no somos católicos. Creer en Dios no basta. El demonio cree
en Dios. Los paganos creen en Dios, y sin embargo, siguen siendo paganos, y hoy
más que nunca. Los paganos no son necesariamente ateos.
Hoy la fe prácticamente no existe. ¿Quién pudiera tener la fe de la
hemorroísa? N.S. le dice, tu fe te ha salvado. Y se marchó sana. La importancia
de la fe. Hoy se cae en la estupidez de pensar que con un poquito de fe podemos
ir andando. ¡Cuidado! Hemos recibido la fe para hacerla crecer. Hay gente que
por no hacerla crecer cae en la superstición.
Cuántos hoy se dicen católicos cuando en realidad ya no lo son. Es el gran
drama de hoy. No tienen la fe católica. Creen tenerla, pero no la tienen. Tanto
la jerarquía de la Ig. Conciliar, como los fieles. La jerarquía ha claudicado
en la fe.
Esto es un drama apocalíptico. No podría haberse dado en otro período de la
historia, sino en la etapa final y culminante de la Parusía. Así lo dice San
Pablo en la su carta a los Filipenses. Nos dice, no seamos como aquellos “cuyo
dios es el vientre… y su pensamiento [está] puesto en lo terreno.” Nuestras
cosas, en cambio, están en el cielo… “estamos aguardando al Señor Jesucristo,”
es decir, la manifestación del Señor, la Parusía, quien nos dará un cuerpo
glorioso como el de El, para salir de cualquier duda.
Es, sin dudas, la Epístola a los Filipenses una Epístola apocalíptica. Ésta
es la garantía que el Señor nos da precisamente para que no seamos carnales, o
terrenales, y para que no estemos en contra de la cruz de Cristo. Vemos cómo
San Pablo tiene vivo ese ardiente deseo de santidad opuesto al mundo, a lo
terreno, al vientre, y la relación profunda que tiene con la Parusía.
Los sacerdotes hoy reniegan de esto (incultos, indoctos, anti
apocalípticos). Caen en la sanción, se vuelven terrenales, del vientre,
dedicados a las cosas de este mundo y no a las cosas del cielo y de Dios. Se
vuelven en contra la cruz de Cristo. La Parusía no es algo que está fuera de
los cánones de la santificación diaria de los católicos.
Por eso San Pablo regaña a esas dos mujeres que tenían algunas diferencias,
Evodia y Sintique, y les dice, déjense de tonterías, estupideces, peleítas,
rencillas, con todo lo que tenemos por delante. Les dice que piensen en esa
promesa de cómo seremos glorificados en el cuerpo.
Vemos así cómo la fe es la base de todo que hoy está completamente
desfigurada. La gente cree en cualquier cosa menos en la fe pura y verdadera.
Es un escándalo cuando se dice que no se cree en la Trinidad y no se defiende
esta verdad. Bergoglio hace poco negó la divinidad de N.S. Es un pecado contra
la fe el no defender estas verdades. Los que deberían defender la fe no dicen
nada.
El pecado en contra de la verdad es un pecado contra el Espíritu Santo. Y
esto lo denunció clarísimamente la Hermana Lucía de Fátima (la verdadera, antes
de 1948). Así en la Fraternidad, hoy completamente desviada de la verdad
tratando de llegar a un acuerdo con el error. Así en la Iglesia, a donde tantos
concurren creyendo que es la Iglesia fundada por N.S. y no lo es, donde ha
habido un desvío. Todo esto sería difícil de creer si no hubiera sido anunciado
por N.S.
O admitimos, o reventamos. Estamos en tiempos apocalípticos. La gran
apostasía. Sin embargo, la Santa Madre Iglesia, con su liturgia, y sus
lecciones, nos dicen las cosas verdaderas, claro está, si sabemos leer bien.
Nuestro Dios no es cualquier Dios. No basta creer en Dios. Nuestro Dios es Uno
y Trino. Y el Verbo Encarnado. Y todo lo que nos enseña la Santa Iglesia
Católica. Que no tiene nada que ver con lo que enseña lo que hoy se llama
Iglesia Católica y que es nada más ni nada menos que una nueva iglesia, una
nueva religión.
Hay mucha gente engañada. Nada podemos hacer. Por algo N.S. dijo, cunado yo
vuelva, ¿encontraré fe en la tierra? Y si los tiempos no fueran abreviados,
¿quién se salvaría? Esto se está realizando al pie de la letra. De ahí al
heroísmo de mantenerse en la fe pura tal como ha sido transmitida desde los
Apóstoles y dejada de ser transmitida a partir de V2. Pseudo-profetas y
anticristos. Esto no tiene solución humana. La única solución es la
misericordiosa Parusía o retorno de N.S.J.
Por eso, hay predicar con énfasis y conocimiento de causa de estos tiempos.
No hay ningún obispo tradicionalista que cumpla que su sacrosanto deber. Esto
demuestra el estado de orfandad en el que nos encontramos.
No nos olvidemos de lo que nos exhorta San Pablo: nuestros deseos en las
cosas celestiales; no en el vientre, no en las cosas terrenales, no en la
materia, en la economía, bienestar, para que no nos hagamos enemigos de la cruz
de Cristo. Tampoco nos olvidemos que estamos esperando a N.S.J. quien nos promete
un cuerpo glorioso, como el de El.
Ésta es la gran promesa de la primera resurrección, distinta de la segunda
resurrección. Es la promesa del arrebato de los que queden vivos y asciendan al
cielo junto a los resucitados en la primera resurrección, cuando venga N.S.
Algunos quedarán como viadores para procrear. Sean judíos convertidos, o
católicos convertidos, ya que estos habían apostatado en su gran mayoría. Los
que hayan esperado a N.S. en la fe y se hayan mantenido obtendrán la recompensa
prometida por N.S.