domingo, 22 de diciembre de 2019

Cuarto Domingo de Adviento - 2019-12-22


1 Cor. 4, 1-5
Luc. 3, 1-6

La Navidad de N.S. nos recuerda su primera venida. Como dos caras de una misma moneda, su primera venida tiene una conexión intrínseca con su segunda venida.


La Epístola de hoy nos dice: no juzgar. Ni siquiera San Pablo se juzgaba a sí mismo; ni le importaba lo que los demás pensaran de él, pues el único que juzga es Dios. La misma Epístola nos dice que para juzgar hay que esperar hasta que venga el Señor. Es decir, nos recuerda su segunda venida.

La óptica de la Exégesis ha distorsionado el significado de esta Epístola. Raramente se la clasifica como apocalíptica. Sin embargo, es de suma importancia considerar este texto dentro del contexto de la segunda venida de N.S. pues estamos cada vez más cerca de ella, prueba de esto es que el mundo se encuentra en una situación de declive total.

No juzgar no quiere decir que no debemos juzgar. Por el contrario, es necesario discernir, saber qué cosa es del Espíritu de Dios y qué no. Lo que San Pablo manda es no juzgar la conciencia de otra persona ni tratar de averiguar lo que hay en la conciencia de otra persona. Simplemente, no podemos saber lo que hay en la conciencia de otra persona porque es algo oculto. El juzgar la conciencia de otra persona se denomina juicio temerario.

Solo Dios puede saber lo que hay en las conciencias; por eso, debemos esperar a que el Señor venga para iluminar lo que está oculto y manifestar los secretos del corazón. Cada uno será juzgado según verdad en el Juicio Final.

El Juicio Final tiene un compás, así como todo juicio. Tiene un comienzo, un medio y un fin. Si llamamos juicio final a la última y definitiva sentencia del juez, no significa que el juicio sea esa última sentencia final, sino que el juicio culmina en esa última sentencia final. Por lo tanto, el juicio ha comenzado antes. Por lo tanto, se puede decir con precisión que el Juicio Final de Dios ha ya comenzado.

Para entender esto de la mejor manera, es necesario tener presente que la palabra “juicio” no solo significa “juzgar” sino también “reinar”. El Juicio Final pues ha ya comenzado en este sentido de reinar. El Rey concentra todos los poderes del gobierno: ejecutivo, legislativo y judicial. Rey que no juzga no reina ni gobierna. La división tripartita de los poderes (que tenemos en los gobiernos democráticos) es una estupidez. En la concepción primigenia de gobierno, y también en la concepción exegética, juzgar es reinar.

Con la Parusía comienza la gran etapa del juicio de las naciones o de los gentiles. Aquí tendrá lugar la primera resurrección, la de los justos. Después, los que queden vivos, serán transformados, y finalmente todos arrebatados. “No todos moriremos, pero todos seremos transformados”, dice San Pablo a los Corintios (1 Cor 15,51). Y a los Tesalonicenses les explica: “Cuando venga el Señor, al toque de la trompeta, resucitarán los justos, los que han muerto en Cristo” (1 Tes 4,16). Habla de la primera resurrección. Algunos sostienen que la primera resurrección es la conversión espiritual. Pero esto es puro alegorismo, sin fundamento teológico. Luego sucederán la segunda resurrección, el Juicio Final, y la Resurrección Universal.

Con respecto al arrebato se debe decir que esta doctrina hay que conocerla muy bien para poder predicarla, de lo contrario uno corre el riesgo de decir cualquier cosa. Es muy necesario para este tema conocer el soporte doctrinal de la Iglesia.

Los arrebatados, junto con los resucitados de la primera resurrección, irán a encontrar a N.S. en los cielos. Quedarán en la tierra los viadores, tanto los provenientes del judaísmo, como de la gentilidad. Todo esto con respecto a la segunda venida de N.S. de la cual nos habla claramente la Epístola de hoy.

En el Evangelio de este cuarto domingo de Adviento vuelve a aparecer la figura de San Juan Bautista. Hoy aparece como recapitulando todo, preparando las vías hacia N.S., predicando el arrepentimiento, y la ascesis que nos pide la moral natural. La moral sobrenatural tiene un soporte natural, así como la gracia supone la naturaleza. Las virtudes sobrenaturales suponen las virtudes naturales. Por eso, el gran precursor predicaba la moral natural, para que fuera de soporte a la que iba a manifestar N.S. Así, por ejemplo, ya no solamente amar al amigo, sino también, amar aún al enemigo.

Recibir de Dios una virtud sobrenatural y no tener la virtud moral natural desarrollada por la ascesis es como colgar un cuadro sin el muro. Por eso, a veces, es tan difícil crecer en las virtudes sobrenaturales. San Juan Bautista es precursor de N.S. en cuanto predicó a la gente esta base tan esencial que sin ella la vida sobrenatural apenas sería posible. Por este motivo se lo llamó mártir de la moral natural.

Pero no solamente fue mártir de la moral natural, sino también por haber manifestado la divinidad de Cristo. De ahí que él predicaba la moral natural, diciéndoles a las gentes, Éste es…

En este último domingo de Adviento, tiempo en el que nos dedicamos a prepararnos para recibir al N.S., tanto en Navidad, como en la Parusía, aprendamos bien la siguiente lección, para bien prepararnos.

En el orden natural, no rebajar la inteligencia, y menos aún, menos cuando esa inteligencia es iluminada por la fe y movida por la voluntad. No tener la inteligencia por aliada del demonio. Usar mal de la inteligencia y de la libertad es un gran problema. El espíritu anti-intelectualista, anti-inteligencia, que se desarrolló después de la Edad Media genera una devoción chata que culmina en el protestantismo.

Una moral sin doctrina es una moral vacía. El padre Castellani rechinaba contra todo ese moralismo (o moralina como la llamaba él) que viene del nominalismo, del voluntarismo, y del gnosticismo, como sucede con el libro la Imitación de Cristo, del Kempis. Solo aquel que es capaz de interpretarlo como se debe de interpretar, juzgándolo por su parte buena e interpretándolo correctamente, sacándolo de su contexto voluntarista, nominalista y gnóstico podría leerlo sin que le haga daño.

La verdadera devoción, o verdadera piedad, es pietas cum doctrina. La devoción moderna, una pietas sin doctrina, es falsa, conduce a la herejía, como pasó con el protestantismo. Ni doctrina sin piedad, religión, o espiritualidad, ni espiritualidad sin doctrina. Así como no hay hombre sin cuerpo y alma; el hombre no es ni pura alma, ni puro cuerpo; es cuerpo y alma. Así se balancean y se armonizan las cosas.

Además, para prepararnos, según nos lo indica hoy San Juan el Bautista, hay que predicar el arrepentimiento y el deber de estado. Así como las mujeres se santifican criando a hijos, que para criarlos primero hay que parirlos, así un obispo se santifica defendiendo y argumentando en teología. Si no lo hace, pues nunca será un buen obispo. Hoy no hay sacerdotes formados. Y cualquiera de ellos se cree con autoridad como para establecer las cosas. Serán piadosos, pero sin doctrina, incluso los obispos. Dan vergüenza. No hacen los que hoy San Pablo les dice en la Epístola: “cuidemos de que se nos mire como ministros de Jesucristo y dispensadores de los misterios de Dios”.

Que en la Navidad nos unamos en torno a la Verdad Encarnada que es el Niño Dios. Si no sabemos algo, callemos. No hacer juicios temerarios, y menos aún, ignorantes. Porque la ignorancia es atrevida. Necesitamos un clero docto. Con luz teológica, sobrenatural. Eso no se hace en un día. La decadencia que vivimos no es de ahora. Viene desde hace siglos.

Unidos en la Verdad Encarnada y preparándonos así, sin olvidar, que el Juicio viene cuando venga el Señor, y Él sí conoce toda la verdad. Así podremos festejar la Navidad con esa profecía apocalíptica de su segunda venida que son las dos caras de una misma moneda que no podemos separar ni ignorar y que cada uno debe ponderarla en su verdadero hecho histórico, ya pasado el uno, y profético, el otro, aunque no sepa el día y la hora.

Cada vez nuestro tiempo se vuelve más apocalíptico. Signo de esto es el hecho de que la confusión es cada vez más grande. Y los pobres fieles no saben qué hacer ni a quién creerle. Por eso, la verdad cruda y dura debe ser dicha. Allá cada uno. Y Dios con su gracia ayudará. Pero no será por no decir las cosas como son, por no atreverse a decir todo por querer quedar bien con el establishment, con la Iglesia oficial, con la jerarquía. Estar sin compromisos hoy es el martirio, la excomunión y el abandono. Es el desierto de la Iglesia que se purifica. El pequeño rebaño fiel, disperso por el mundo y prácticamente sin pastores.

Que la Santísima Virgen María nos acrisole al pie de la cruz, que, como Ella, con toda su firmeza, así se mantuvo.