jueves, 24 de diciembre de 2020

Santa Navidad – 2020-12-25 – Padre Edgar Díaz

La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo


Hoy festejamos el misterio inconmensurable del Nacimiento de la Encarnación del Verbo de Dios, que, junto con el Misterio de la Trinidad, primer gran misterio, forman los dos pilares fundamentales de nuestra religión católica.

¿Cómo es que un Dios se encarna – es decir, se hace carne? No se convierte en carne, sino que asume carne, es decir, asume la naturaleza humana, y se une a ella hipostáticamente, o mejor, personalmente. La unión con la naturaleza humana es en la Persona Divina de Nuestro Señor Jesucristo.

Hipóstasis es el sustrato del ser. Todo tiene hipóstasis – un ser mineral, vegetal, animal, humano, y angelical; pero no todo ser tiene persona – solo el ser humano y el ser angelical. No toda hipóstasis subsiste en una naturaleza intelectual; mientras que toda persona es hipóstasis subsistiendo en una naturaleza intelectual o racional como lo es la del hombre o la del ángel.

No podría haber Encarnación sin Trinidad. Solo el Verbo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se encarnó. Santo Tomás de Aquino se pregunta: ¿Podría haberse encarnado toda la Trinidad? ¿Podría haberse encarnado en una sola humanidad u hombre? Entonces habría tres Personas. O, ¿podría haberse encarnado la Trinidad en tres humanidades u hombres distintos? Es muy difícil explicar esto, pero es posible. 

No pasó así, pues, convenía que se encarnara solo la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo de Dios, y Santo Tomás da las razones de esto. Convenía que se encarnara el Verbo de Dios por ser la Imagen y la Palabra del Padre, y así, encarnándose el Hijo, subir la naturaleza humana al Cielo.

El hereje Wojtila en Redemptor Hominis dice que la razón de la encarnación es para que todo hombre sea divino, diciendo, además, que toda la humanidad quedó divinizada gracias a la Encarnación. Esto es una herejía muy sutil. Agregó Wojtila que con la Encarnación se revelaba a cada hombre gnósticamente la divinidad. Esto es gnosticismo puro, venido de la cábala judaica idólatra.

Fue conveniente, entonces, que solo la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo de Dios, se encarnara, para que de esta manera hubiera una comunicación del ser que fuera la suprema. Todo lo que “es” es una participación del ser: desde el más pequeño de los seres, un átomo, por así decir, pasando por los minerales, vegetales, y animales, hasta el hombre y el ángel, tienen participación en el ser.

Ahora bien, cada “ser” tiene un grado de participación del ser, que es jerárquico: del simple ser inorgánico al ser orgánico, y vegetal, animal, el ser humano, y el ser angélico. Hay una jerarquía en la participación del ser creado, sin la cual las cosas no subsistirían, y no serían substancias, ni naturalezas, ni esencias reales. Esto no es nada más que la creación presentada en toda su gama jerárquica del ser creado.

Hay otro “ser” que se participa única y exclusivamente a los “capax Dei”, es decir, a los capaces de Dios por ser inteligentes y libres, como los hombres y los ángeles, no ya a los animales, ni menos a lo que está por debajo, por no ser “capax Dei”. Aquella naturaleza que es persona porque es inteligente y por consiguiente capaz de recibir a Dios en la participación de su naturaleza divina que se llama “Gracia” recibe entonces el orden sobrenatural creado sobre el orden natural de la naturaleza humana y angélica. Se trata, entonces, de un grado de participación mayor en la divinidad.

Faltaba aún algo más íntimo en el que se juntara o uniera lo creado en la divinidad. Es lo que acontece con la naturaleza humana, que posee, todo lo material que hay debajo de ella, como así también, lo que tienen los ángeles por encima de ella, es decir, voluntad e inteligencia, lo cual no es patrimonio de los animales, ni de los vegetales, ni minerales. 

Entonces se dio una comunicación del ser – no participativa en el ser – sino el mismo ser del Verbo Divino Eterno que asume la naturaleza humana hipostáticamente – es decir, unión en la persona, en la Persona Divina del Verbo – y no hay unión más íntima ni posible ni mayor que ésta. Y se realiza en Cristo, en el Verbo Encarnado. Es el culmen de la unión entre lo divino y lo humano, entre lo divino y lo creado.

Ésta es la verdad que brilla, luce y resplandece en el Pesebre de Belén y que adoramos hoy en un Niño recién nacido. El sacerdote debe elevarse en contemplación de esta verdad profundísima de la divinidad, que es lo único que lo puede mantener. Porque el sacerdote debe ser preservado en la contemplación divina – como un cáliz – para poder a su vez elevar a los fieles en esa contemplación de la realidad divinidad y de los misterios de Dios. 

La falta de contemplación de las verdades divinas resultó en el vaciamiento de la Iglesia, obra predominantemente del judaísmo instigado por Satanás. El demonio existe; y los judíos también existen. Por eso, la culpa del vaciamiento es nuestra.

Es necesario volver a contemplar esa verdad y misterio de la unión hipostática y personal de lo divino y lo creado, lo humano. De ahí surgió precisamente le envidia de los ángeles malditos que cayeron. No soportaron que la divinidad se fuera a unir en una naturaleza humana inferior a la naturaleza angélica de ellos. Por eso Satanás dijo: “Non serviam”.

Y se produjo la gran catástrofe de la apostasía en los cielos, y sus consecuencias, en el mundo material: la necesidad de Dios de preservar al hombre en un paraíso; el desconcierto en el mundo animal debido a la ferocidad de las bestias salvajes; los abrojos y espinas en el mundo vegetal. Todo esto surgió a partir del Non serviam. 

Desorden material causado por el desorden espiritual, ya que los ángeles rigen este mundo, porque ese era el orden jerárquico que Dios les había dado. Por eso Satanás es el Príncipe de este mundo, y pudo decir a Jesús: “te daré todo esto si me adoras”, porque le pertenece en cuanto administrador. No es el dueño absoluto de este mundo, pero sí el gobernador.

Tres ordenes de unión de lo divino con lo creado: el orden de la creación, el orden sobrenatural de la gracia, y de manera insuperable el orden hipostático del Verbo Encarnado. Así vemos cómo se resume y cómo lo que sale de Dios se une en Dios. Éstas son las verdades que hay que contemplar y meditar para no caer en la idolatría.

Si no adoramos al Niño Dios como Dios cometemos idolatría. Podríamos pensar que es tan solo un profeta, pero si no lo adoramos como a una Persona Divina, cometemos idolatría. Entonces, la adoración es debida a la Divinidad, a pesar de que veamos a un Niño normal, recién nacido, pero es el Señor del Universo: es Dios. Esto volvió loco a los griegos y a los mismos judíos. Y sigue volviendo loco a media humanidad, si no tiene fe. Hay que tener fe para poder creer en esto. Quien no la tenga, que la pida; y no ponga obstáculos.

En conclusión, los dos misterios, de la Trinidad, y el de la Encarnación son los dos misterios fundamentales. Sin la Trinidad no hubiera habido Encarnación, y no estaríamos celebrando la Navidad.

Asociado a este Misterio de la Encarnación, está la Virgen, como Madre de Dios. De ahí el privilegio y la exclusividad de la Maternidad Divina, la Madre de Dios.

He aquí la síntesis de todo el despliegue de las verdades eternas y divinas que como católicos profesamos y debemos profesar. Amén.

¿Cuál es el plan actual de la Providencia? Instaurarlo todo en Cristo. Pero para eso, es necesario que venga una vez más, en la Parusía. Amén.