sábado, 19 de diciembre de 2020

Dom IV Adv – Hasta que venga el Señor – San Lucas III, 1-6 – 1 Corintios IV, 1-3 – 2020-12-20 – Padre Edgar Díaz

San Juan Bautista predicando en el desierto
Anton Raphael Mengs


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Último domingo de Adviento; último domingo para prepararse para la Navidad de Nuestro Señor, que nos recuerda su primera venida, y, a la vez, nos anticipa su segunda venida. 

En la Epístola de hoy se nos dice de no “juzgar”, en el sentido de que no hay que juzgar la conciencia del prójimo, un juicio temerario. Pero sí podemos y debemos juzgar los signos de los tiempos para reconocer la segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo. La Epístola, y la liturgia, son insistentes en señalar la segunda venida de Cristo, y así será, hasta que venga.

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San Juan el Bautista exhortaba al “bautismo de arrepentimiento para la remisión de los pecados… Voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” (San Lucas III, 3-4). El arrepentimiento es necesario para que nuestra alma se disponga a recibir al Salvador. 

Con su bautismo San Juan señalaba además que el tiempo de Nuestro Señor había llegado. El Bautista obró con el espíritu y poder de Elías (cf. San Lucas I, 17), pero desgraciadamente para Israel, sus caminos no fueron enderezados. 

Éste fue el comienzo, la manifestación pública, si se quiere, de la Encarnación, y su desenlace ocurrirá en la segunda venida, que el gran acontecimiento de la Parusía. Para esto habrá que disponer al pueblo una vez más, solo que esta vez lo hará Elías en carne propia: “Ciertamente Elías vendrá y restaurará todo” (San Mateo XVII, 11), nos confirma Jesús.

Entre estos dos hechos se enmarca toda nuestra historia. La primera venida, sin la segunda, queda trunca, pues ésta es la plenificación del mesianismo de Cristo, que es, a su vez, el Reino en la tierra. Pero antes que eso suceda, habrá que pasar por el desierto. ¡Qué más desierto que el que vemos hoy! 

Así como nuestro Señor nació pobre y abandonado de los hombres, a cada buen cristiano le toca también su parte: y hoy esto significa festejar la Navidad en la intimidad de la soledad de Nuestro Señor en el Pesebre.

Solo y rodeado de algunos animales y de algunos pastorcillos, con María y José, un hecho muy significativo de su nacimiento fue el desinterés de su propio pueblo. Si así fue su primera venida, algo parecido será su segunda venida. Toda la jerarquía de la Sinagoga de entonces había apostatado. Toda la jerarquía de la Iglesia de hoy ha apostatado para dejarlo solo.

Roma perderá la fe, dijo La Salette. Y ya la perdió, pues Jesús no está más allí. Y el pequeño rebaño fiel que sigue al Cordero dondequiera que vaya se encuentra desamparado hasta que el Señor venga.

La penitencia

Dios lo ha dispuesto así, y debemos adorar su divina voluntad. En la soledad en la que nos encontramos tenemos necesidad de arrepentirnos y hacer penitencia para la remisión de nuestros pecados, como dijo el Bautista.

Santo Tomás de Aquino nos enseña que nuestra voluntad es muy débil. Por eso, busca con insistencia aferrarse a los bienes creados, y así se olvida de Dios.

Este olvido es un gran desprecio a Dios y es, por esto, un pecado. Y, a menos que el alma se dirija a Dios con un cambio en la voluntad, por medio del arrepentimiento, y el propósito de no volver a pecar más, el pecado no podrá ser perdonado.

Dios perdona, y al perdonar, nos devuelve la gracia, que hemos perdido. Nosotros también perdonamos, y devolvemos nuestra gracia a quien nos ha ofendido. Mas no por esto un enemigo cambiará su disposición perversa hacia nosotros, porque nuestra gracia es algo meramente externo, que no produce un cambio interno en quien la recibe. La gracia de Dios, por el contrario, sí produce un cambio interno, que convierte en bueno al que no lo era, trocándolo interiormente.

Si el Bautista predicó la penitencia, era porque es necesaria para que Dios pueda devolver su gracia. La penitencia consiste entonces en el necesario cambio de la mala disposición de nuestra voluntad, por la que nos separamos de Él al volvernos hacia las creaturas.

Mientras dure la voluntaria aversión a Dios, es imposible que Éste pueda devolver su gracia. Es lo que pasa todavía con los judíos, puesto que aún no han cambiado su voluntad con respecto a Jesucristo, a quien rechazaron y mataron, un gravísimo pecado mortal de todo el pueblo.

También es necesaria la penitencia para purificarse del pecado venial, que si bien, no nos separa totalmente de Dios, enfría nuestro amor a Él. El simple estado de caridad habitual no es suficiente para borrar el pecado venial puesto que ambos estados son compatibles. Se requiere, en consecuencia, por lo menos, alguna acción más contundente para suprimirlo: al menos, un deseo tal de Dios, que disponga nuestra alma a remover todo lo que nos aparte de Él.

Si el hacer penitencia no surge como consecuencia de una detenida reflexión que nos lleve a tomar conciencia de su necesidad para salvarnos, entonces Dios, que es un Padre bueno y quiere nuestra salvación más que nosotros mismos, nos impone la necesaria penitencia, nos guste o no.

Es por eso por lo que sirviéndose de los actos perversos del mundo – aunque libres – permite cosas tales como la imposición de llevar barbijo. Sin lugar a duda esto es una gran humillación para nuestra inteligencia, es decir, una penitencia impuesta, y, a la vez, una amonestación para darnos a entender, para quien quiera darse cuenta, que nuestra condición actual de sumisión al demonio es deplorable. El demonio, de hecho, nos manipula a través de lo irracional, la estupidez y la mentira. Éstas son las reglas de juego en el mundo hoy. 

Y no termina ahí: “En un solo día vendrán sus plagas: muerte y luto y hambre: y será abrasada en fuego” (Apocalipsis XVIII, 8). El estado de cosas seguirá avanzando de modo tal que habrá mucho dolor en los corazones de los que queden vivos. La siniestra intención del demonio es la eliminación sistemática de la población, que por el momento la está llevando a cabo a través de una vacuna; pero que más tarde, según la Palabra de Dios, será a través del fuego. Va a ser desgarrador ver a la gente desaparecer.

El Arrepentimiento de los Judíos

Y los judíos se arrepentirán. La segunda venida de Cristo está condicionada por este hecho. Así está revelado: “Le verán todos los ojos, aun los que le traspasaron; y harán luto (se arrepentirán) por Él todas las tribus de la tierra (de Israel)” (Apocalipsis I, 7). Este texto describe principalmente a Israel en estado de arrepentimiento. 

Así había sido predicho: “…los habitantes de Jerusalén…pondrán sus ojos en Mí, a quien traspasaron…y harán duelo amargo…” (Zacarías XII, 10).

Y en una referencia a la gracia actual que recibirán de parte de Dios: “Me retiraré a mi lugar hasta que ellos reconozcan su culpa y busquen mi rostro” (Oseas V, 15)

La predicación de Elías hará que los judíos cambien su voluntad: “He aquí que os enviaré al profeta Elías, antes que venga el día grande y tremendo de Dios. Él convertirá el corazón…” (Malaquías IV, 5-6)

Las palabras actuales de arrepentimiento que Israel dirá en aquel momento son las palabras que el mismo Jesús les señaló: “¡Jerusalén! ¡Jerusalén! Que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados… ya no me volveréis a ver, hasta que digáis: ‘¡Bendito el que viene en nombre del Señor!’” (San Mateo XXIII, 37-39).

Éste será el saludo oficial que el Mesías recibirá. Y dirán estas palabras dos días antes que Cristo vuelva, según el profeta Oseas: “Nos devolverá la vida después de dos días” (Oseas VI, 3), sabiendo que “para el Señor un día es como 1000 años” (2 Pedro III, 8). Es decir, les perdonará la vida después de 2000 años de haber matado a Jesús, signo evidente de que los últimos tiempos son estos.

En resumen, Dios abrirá los ojos de los judíos, y se arrepentirán y harán penitencia por el pecado nacional de haber rechazado y matado al Mesías. 

La Humillación de las Naciones

Y contemporáneamente al arrepentimiento de los judíos las naciones – es decir, el resto de la humanidad – serán humilladas. Este signo, aunque siempre fue entendido en sentido espiritual, lo repitió el Bautista en su momento, haciéndose eco de las palabras de Isaías: “Todo valle ha de rellenarse, y toda montaña y colina ha de rebajarse; los caminos tortuosos han de hacerse rectos, y los escabrosos, llanos” (San Lucas III, 5)

Según Straubinger, el sentido profético-histórico de estas palabras citadas de Isaías XL, 4 se refieren a las naciones gentiles que deberán ser humilladas antes del triunfo mesiánico.

Así también lo expresa Zacarías: “Estoy muy irritado contra las naciones que viven con sosiego; pues ellas…agravaron el mal (de mi pueblo)” (Zacarías I, 14-15).

Y también el profeta Ageo: “Dentro de poco, conmoveré el cielo y la tierra, el mar y los continentes. Conmoveré todas las naciones” (Ageo II, 7-8)

Y en otra parte: “Y trastornaré el trono de los reinos y destruiré el poder de los reinos de los gentiles, volcaré los carros y sus ocupantes, y caerán los caballos y los que en ellos cabalgan, los unos por la espada de los otros” (Ageo II, 22-23).

Al advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo precederá una gran crisis en el mundo, una especie de sacudimiento catastrófico entre las naciones. Esto ya está ocurriendo: de hecho, vemos una terrible lucha entre las facciones del mal, para ver quien dominará al mundo.

La realidad, empero, es que gane quien gane en esta lucha, el desenlace será siempre el mismo: caos, y más caos, hacia la eliminación sistemática de la humanidad, de la que ya hablamos, que desembocará en la venida del Anticristo, quien traerá la “paz” (aparente) que el mundo entero clamará, pero que terminará en la Gran Tribulación.

En Medio de la Oscuridad

A esto le seguirá otro signo terrible: la total oscuridad. Así como aconteció antes de su muerte en la cruz, su segunda venida será también precedida por una total oscuridad: “Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días el sol se oscurecerá, y la luna no dará más su fulgor, los astros caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre, y entonces se lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo con poder y gloria grande” (San Mateo XXIV, 29-30).

En medio de la oscuridad, el Hijo del Hombre aparecerá en el cielo, y todos se arrepentirán, y todos verán a Jesús. Y todo Israel será salvado al volver Cristo, según San Pablo, puesto que “el endurecimiento ha venido sobre una parte de Israel hasta que la plenitud de los gentiles haya entrado; y de esta manera todo Israel será salvo” (Romanos XI, 25-26). También nos dice esto hoy San Lucas, en el v. 6: “toda carne verá la salvación de Dios”.

Y al volver, comenzará el Reino de Dios en la tierra. Amén.

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En conclusión, el mensaje de San Juan el Bautista no es más que una anticipación de lo que se avecina en los últimos tiempos, que son estos; sirvió, en su momento, para preparar al pueblo judío para la venida de Nuestro Señor. Pero hasta que este pueblo no se arrepienta y se convierta a Jesús, Él no vendrá. De nuestra parte, solo podemos rezar y hacer penitencia por esa y nuestra conversión; es parte del objeto de nuestro apostolado de deseo: “Venga tu Reino”, Señor. Amén.


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