Ángeles marcando a los siervos de Dios con el sello del Dios vivo |
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Durante la semana setenta de Daniel, Dios se dedicará a confirmar el pacto con muchos: “Él confirmará el pacto con muchos durante una semana” (Daniel IX, 27).
A Lapide dice que, así como Dios cuando estaba por castigar por medio del ángel a los primogénitos de los Egipcios, ordenó marcar las casas de los hebreos, a fin de que el ángel pasara de largo y no los lastimara … (cf. Éxodo XII, 7);
Así como antes de castigar a Jerusalén y a los judíos Dios ordenó que fueran signados los justos con la letra Tau a fin de que no fueran castigados junto con los culpables … (cf. Ezequiel IX, 4);
De la misma manera, se ordenará sellar a los justos antes de la aparición del anticristo a fin de no ser afectados por los castigos comunes con los que Dios infligirá a todo el mundo.
No les hagáis daño… A “…Cuatro ángeles que estaban de pie en los cuatro ángulos de la tierra y detenían los cuatro vientos de la tierra… (se les) dijo: ‘No hagáis daño … hasta que hayamos sellado a los siervos de nuestro Dios en sus frentes’” (Apocalipsis VII, 1-3).
Dios confirmará a muchos con este signo de pertenencia y protección. No será protección del mal físico, ni de apostasía espiritual, sino de las influencias de los demonios y malos espíritus bajo el reinado del anticristo.
Straubinger señala que todos los exégetas reconocen que el sello es señal de elección y salvación ante los tremendos males sobrehumanos que están por estallar en el mundo.
Por eso, se detiene la narración de los siete sellos, al final del quinto, y se procede a sellar a los siervos de Dios, antes de continuar con los castigos restantes, los cuales tienen carácter diabólico. El sello es también indicio, en cuanto es protección, de que el reinado del anticristo, tan lleno de horrores sobrehumanos, está a punto de comenzar.
Ante la maldad satánica se necesita de una ayuda especial. Con esta ayuda, aún el siervo de Dios más débil no tendría por qué temer al más poderoso de los enemigos.
De todos modos, hay que dejar bien en claro que en sí mismo el sello de Dios no protegerá contra los males físicos ni contra la apostasía espiritual.
Y Cristo nos advierte esto: “Surgirán falsos cristos y falsos profetas, y harán cosas estupendas y prodigios, hasta el punto de desviar, si fuera posible, aún a los elegidos” (San Mateo XXIV, 24). Y nos exige perseverancia inquebrantable: “Muchos vendrán en mi Nombre y dirán: ‘Yo soy (el Cristo)’ y a muchos engañarán” (San Marcos XIII, 6).
Si los elegidos soportan con paciencia las pruebas de tipo físico-naturales y moral-espiritual, entonces Él los preservará de las pruebas sobrehumanas de origen diabólico que sobrevendrán en todo el mundo, como promete: “Por cuanto has guardado la palabra de la paciencia mía, Yo también te guardaré de la hora de la prueba, esa hora que ha de venir sobre todo el orbe, para probar a los que habitan sobre la tierra” (Apocalipsis III, 10).
Es obvio que los siervos de Dios a los que se refiere San Juan, marcados con el sello del Dios vivo, serán aquellos que tendrán que soportar la Gran Tribulación del anticristo, tribulación cual no la ha habido nunca. Será un caso único en la historia de la Iglesia.
La visión que tuvo San Juan le permitió ver a estos siervos de Dios marcados con el sello del Dios vivo, primero como “militantes en la tierra” (cf. Apocalipsis VII, 1-8), y, luego, como “triunfantes en el cielo” (cf. Apocalipsis VII, 9-17).
En cuanto a los militantes en la tierra solo menciona a los cristianos que provienen de las tribus de Israel. Y da un número preciso: 144.000.
Pero en cuanto los ve como ya triunfantes en cielo, no menciona a estos 144.000, sino a la generalidad, provenientes de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas (cf. Apocalipsis VII, 9).
Algunos exégetas están en contra de identificar estos dos grupos.
Según ellos, en un caso tenemos un número definido, en el otro no; en un caso se especifica el origen, las tribus de Israel, en el otro no, solo una masa ingente de naciones y pueblos; en un caso el último “Ay” todavía tiene que venir, en el otro ya está superado y dejado atrás.
Pero Charles sostiene que estas objeciones no tienen peso, ya que la visión de la gran multitud es una visión anticipada.
Ambos grupos están vistos en circunstancias diferentes. El grupo de los que tienen su origen en las tribus de Israel representan a la Iglesia militante, previamente al momento crucial de la Gran Tribulación. El otro grupo, el de la gran multitud, es la Iglesia triunfante que acaba de pasar por la Gran Tribulación, precisamente. Por consiguiente, desde este punto de vista, los dos grupos son idénticos, bajo distintas circunstancias de tiempo y espacio.
Hay otras objeciones. Pero pierden de inmediato cualquier fuerza que podrían tener cuando son consideradas a la luz del peligro que estos siervos van a enfrentar y de la protección que Dios les va a brindar.
El peligro esencial relacionado con la “Gran Tribulación” es su carácter demoníaco. El único objeto del sello de Dios es preservar a los siervos contra los demonios.
Inevitablemente se sigue que el sello debe coextenderse con el peligro (extenderse o cubrir de la misma manera que el otro). La protección de Dios debe ser proporcionada al peligro. El sello deberá tener el mismo alcance que el peligro, los mismos límites de espacio y tiempo.
Si la gran multitud que viene de la gran tribulación y que lavaron sus vestidos, y los blanquearon en la sangre del Cordero (cf. Apocalipsis IX, 9.14) están delante del trono de Dios y le adoran día y noche en su templo (cf. Apocalipsis IX, 15) gracias a la protección de Dios, entonces esta gran multitud es la comunidad cristiana entera, que sufrió la Gran Tribulación, compuesta tanto por cristianos provenientes de las tribus de Israel, como por cristianos provenientes del gentilismo, ya que la gracia necesaria para preservar a sus siervos de la influencia demoníaca no podría haber sido concedida a los siervos cristianos provenientes de las tribus de Israel y, a la vez, no concedida a los siervos cristianos provenientes de la gentilidad, en una obra de importancia tan universal como el Apocalipsis.
Así Dios, en la semana setenta, confirmará el pacto con muchos, a través de su sello.
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En el Antiguo Testamento Job fue sellado por un ángel con una marca de protección divina en su lucha contra Satanás (cf. Job IV, 4.10; Job XXVII, 1-5), a quien más le interesa perder el alma que matar el cuerpo.
Nuestra lucha es en el terreno espiritual. Por eso, a Job sus amigos le dijeron: “Al necio le mata la cólera” (Job V, 2), para que se guardara de enfadarse. Y la razón viene esgrimida en el Evangelio de hoy: “Todo aquel que se encoleriza contra su hermano, merece la condenación” (San Mateo V, 22).
Para penetrar bien el sentido de las palabras de Jesús es menester saber que había entre los judíos tres tribunales o niveles de jurisdicción, a los cuales se llevaban todas las causas.
El primero era un juzgado inferior, compuesto por solo tres jueces, en el cual solo se juzgaban las faltas poco considerables, y se castigaba con penas ligeras.
El segundo se llamaba el tribunal de juicio, establecido en todas las ciudades importantes, compuesto por veinte y tres jueces, el cual juzgaba de las causas criminales y podía condenar a muerte.
El tercero era el tribunal de consejo o simplemente el gran consejo llamado sanhedrín, o asamblea, establecido solamente en Jerusalén, compuesto de setenta y dos personas de las más distinguidas de la nación. A este tribunal soberano se llevaban las causas mayores, y como último recurso, condenando a los criminales a las penas más rigurosas.
Queriendo, pues, Jesús dar a entender cuán grave pecado es el odio contra el prójimo, y cuán severamente es castigado por Dios, se sirve de las diferentes condenas que estos tres tipos de tribunales dictaminaban en contra de los mayores crímenes.
La ley de Moisés prohibía el homicidio. Pero solo condena la acción; no especifica la mala voluntad previa que lleva a cometer semejante crimen. Así, los doctores, escribas y fariseos, haciendo caso omiso del espíritu de la ley, limitaban este precepto a la sola prohibición del homicidio.
Es por eso por lo que Jesús aclara el verdadero sentido de la ley. El odio (sentimiento profundo e intenso de repulsa), las injurias (lesión causada por una acción o una expresión), y las calumnias (acusación o imputación falsa) son consideradas por Dios como formas de homicidio y dignas, por lo tanto, de máximo castigo.
Siendo necesario ser más específicos aún, la cólera (o ira, o enojo, o enfado; sentimiento de indignación; o apetito de venganza) que se concibe y se mantiene en el alma, es un crimen grave, puesto que ofende a una persona a quien se debe amar como a uno mismo; una persona a la que se está obligado a querer como un hermano, porque proviene del mismo Creador que nos creó a todos.
Jesús da a entender que los arrebatos de ira, las palabras ofensivas e injuriosas, el tratar a un hombre de tonto o estúpido, el despreciarle, el llamarle loco e insensato, llegando incluso a odiarlo; todos estos pecados, aunque menos graves que el homicidio consumado, merecen una pena igual a la del homicidio.
Por lo tanto, es muy importante sofocar desde su inicio todo enojo y resentimiento. Sea cual sea la injuria que se nos haya hecho, debemos perdonarla y reconciliarnos con nuestros enemigos.
Dios espera impacientemente nuestra reconciliación con el hermano; lo más prontamente posible le debemos dar una justa satisfacción; más le complace a Dios nuestra reconciliación que nuestro sacrificio.
Es por eso por lo que cuando asistimos a Misa, o cuando nos ponemos en presencia de Dios para orar, debemos primero reconciliarnos con nuestro hermano. Si no sacrificamos nuestro resentimiento, no puede agradarle a Dios nuestra ofrenda.
Basta el mínimo motivo de ofensa, aún sin intención; basta que alguien esté incomodado, aunque sea sin razón, Dios quiere que no omitamos nada para endulzarle, y para curarle la llaga que se le ha abierto en su corazón.
A Job le aconsejaron bien, para que no cayera en el enojo, que mata el alma; porque más quiere Satanás matar el alma que el cuerpo. En esta lucha solo se sale invicto gracias a la protección de Dios, pero debemos hacernos merecedores de esta protección.
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Acaba de ser publicada una ley en el estado de Florida, en los Estados Unidos, por la cual la vacunación se ha hecho obligatoria. Observemos la crueldad de esta ley.
Si alguno objetara en contra de esta ley por motivos de salud, religión, o consciencia será sujeto de aislamiento o cuarentena. Es decir, esto podría entenderse como un atentado en contra de la libertad.
Y si el aislamiento o la cuarentena no fueran materialmente posibles, entonces las autoridades podrían aplicar cualquier método necesario para vacunar o tratar al individuo. ¿Cualquier método necesario? ¿Será, tal vez, la fuerza?
El mundo está siendo revolucionado de una manera espantosa. Cualquiera de nosotros podría encontrarse en una situación semejante a la que se describe en esta ley. ¿Quién podrá mantenerse en pie? ¿Quién podrá mantenerse inocente?
El Apocalipsis nos adelanta que “si alguno ha de ir al cautiverio, irá al cautiverio; si alguno ha de morir a espada, a espada morirá. En esto está la paciencia y la fe de los santos” (Apocalipsis XIII, 10).
El sello de Dios es para asegurar a los siervos de Dios contra los ataques de los poderes demoníacos que se manifiestan abiertamente: “Y tocó la trompeta el quinto ángel… una estrella… abrió el pozo del abismo… salieron langostas sobre la tierra; y les fue dado poder, semejante al poder que tienen los escorpiones… Y se les mandó que no dañasen la hierba de la tierra, ni verdura alguna, ni árbol alguno, sino solamente a los hombres que no tuviesen el sello de Dios en la frente” (Apocalipsis IX, 1-4).
La hueste satánica está a punto de emprender su lucha final por el dominio del mundo. En el pasado, sus esfuerzos se habían limitado principalmente a ataques contra el ser espiritual del hombre y, por lo tanto, habían estado ocultos, invisibles y misteriosos.
Pero ahora, al final de los tiempos, deben salir de su misterioso trasfondo y hacer la guerra abierta contra Dios y sus siervos. Lo que está en juego es la posesión de la tierra y del género humano.
El misterio oculto de la maldad, la fuente secreta de todo horror, crimen, fracaso y pecado está a punto de revelarse. El anticristo va a manifestarse. Él es un hombre poderoso con el poder del diablo y va a aparecer armado con poderes de los cuales nos será imposible defendernos.
Ante tal enemigo, los fieles se sentirán totalmente derrotados. Podemos tolerar el odio, la ira, la violencia que proviene de nuestros hermanos; pero ante poderoso enemigo espiritual y sus secuaces a punto de manifestarse con poderes diabólicos sobre el alma y el cuerpo, no nos atreveremos a enfrentarlos.
Y así, en las vísperas de la epifanía de Satanás, Dios sellará a Sus siervos en sus frentes para mostrar que son Suyos; que son posesión propia, y que ningún espíritu maligno podrá hacerles daño.
La bondad oculta de Dios será por fin manifiesta exteriormente en sus siervos, y el nombre divino que fue escrito en secreto por el Espíritu de Dios en sus corazones, será grabado abiertamente sobre sus frentes por el mismo sello del Dios vivo.
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Si la salvación del mundo comenzó por medio de María, por medio de Ella, deberá alcanzar su plenitud.
Le pedimos humildemente que nos obtenga de Dios las gracias necesarias para no sucumbir en tan peligrosos tiempos. Nos encomendamos a su protección. Amén.
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Me he servido del libro “Año Cristiano” del padre Juan Croisset, de la Biblia de Monseñor Juan Straubinger, y del libro “A Critical and Exegetical Commentary on the Revelation of Saint John” de Robert Henry Charles.
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Extracto del texto de la Ley del Estado de Florida
1097 4. Ordering an individual to be examined, tested,
1098 vaccinated, treated, isolated, or quarantined for communicable
1099 diseases that have significant morbidity or mortality and
1100 present a severe danger to public health. Individuals who are
1101 unable or unwilling to be examined, tested, vaccinated, or
1102 treated for reasons of health, religion, or conscience may be
1103 subjected to isolation or quarantine.
1104 a. Examination, testing, vaccination, or treatment may be
1105 performed by any qualified person authorized by the State Health
1106 Officer.
1107 b. If the individual poses a danger to the public health,
1108 the State Health Officer may subject the individual to isolation
1109 or quarantine. If there is no practical method to isolate or
1110 quarantine the individual, the State Health Officer may use any
1111 means necessary to vaccinate or treat the individual.
https://www.flsenate.gov/Session/Bill/2021/2006