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“Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo” (San Lucas 1: 28)
“¡Bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de Tu vientre!” (San Lucas 1: 42).
“… y en el Nombre de Jesús se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra” (Filipenses 2: 10).
Y la Santa Iglesia ordenó que se añadiera…
“Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”
Y ahí tenemos el “Ave María” … una oración que nos vino del Cielo. De hecho, tenemos dos oraciones que nos regaló la Santísima Trinidad:
El “Padre Nuestro” que el propio Dios Hijo nos enseñó a rezar, y, que, con su fuerza y solidez infinitas, traspasa el Corazón del Padre y le hace derramar sobre nosotros bendiciones que cubren todas las áreas de nuestra vida física, espiritual, moral, intelectual…
Y la otra es el “Ave María” de la que manan todos los efluvios de la dulzura celestial y llena el alma de todo aquél que devotamente pronuncia sus divinas palabras…
Y de la firmeza y solidez del Padre Nuestro, de la dulzura y la hermosura del Ave María y de la excelsitud de gloria que encierra la Doxología, la Santísima Virgen compuso una devoción que nos regaló y que “vino para quedarse” (porque ha perdurado a través de los siglos) a la que ha añadido bendición tras bendición con el paso del tiempo y con la cual – como “gargantilla de Su Cuello” – “nos ha arrebatado el corazón” (Cantares 4: 9 del original).
Voy a dejar que sean las almas escogidas y los Santos los que hablen hoy acerca de esta preciosísima devoción mariana, y que sean ellos quienes nos cuenten sus propios testimonios:
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Palabras de Lucía de Fátima al Padre Fuentes en 1957 (relatadas por él mismo):
Respecto al Santo Rosario, Sor Lucía dijo: “Mire Padre, la Santísima Virgen, en estos últimos tiempos en los que vivimos, ha dado una nueva eficacia al rezo del Rosario, hasta tal punto, que no hay problema, ni cuestión por difícil que sea, tanto temporal o sobre todo espiritual, en la vida personal de cada uno de nosotros, de nuestras familias, de las familias del mundo, o de las comunidades religiosas, o incluso de la vida de los pueblos y de las naciones, que no pueda ser resuelto por el Rosario. No hay problema, le digo, ni asunto por difícil que sea, que nosotros no podamos resolverlo con el rezo del Santo Rosario. Con el Santo Rosario nos salvaremos. Nos santificaremos. Consolaremos a Nuestro Señor y obtendremos la salvación de muchas almas.”
Palabras de San Luis María Grignon de Montfort a los pecadores:
A ustedes, pobres pecadores, uno más pecador todavía, les ofrece la rosa enrojecida con la sangre de Jesucristo, a fin de que florezcan y se salven. Los impíos y pecadores empedernidos gritan a diario: “Coronémonos de rosas” [Sab 2, 8]. Cantemos también nosotros: “Coronémonos con las rosas del Santo Rosario”… Créanme que recibirán la corona que no se marchitará jamás [I San Pedro 5, 4], si se mantienen fieles en rezarlo devotamente hasta la muerte, no obstante la enormidad de sus pecados. Aunque estuvieran ya al borde del abismo, aunque fueran herejes tan endurecidos y obstinados como demonios, se convertirán tarde o temprano y se salvarán, siempre que, lo repito – noten bien las palabras y términos de mi consejo – recen devotamente, todos los días hasta la muerte el Santo Rosario con el fin de conocer la verdad y alcanzar la contrición y perdón de los pecados. En esta obra hallarán muchas historias de pecadores convertidos por la eficacia del Rosario. ¡Léanlas y medítenlas!
Además, leamos lo que dicen algunos Santos y personajes ilustres que nos ayudarán a comprender la eficacia, importancia y amor que debemos tenerle al Rosario de la Santísima Virgen.
Estos relatos nos entusiasmarán a rezar el Rosario y a enseñar a otros a rezarlo.
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1. San Francisco de Sales (†1621)
El Santo más amable que ha existido, el que convirtió al catolicismo a más de 70.000 herejes protestantes, dedicaba cada día una hora a rezar su Rosario. Y esto, por más de cuarenta años. Y decía: “Rezar mi Rosario es mi más dulce ocupación y una verdadera alegría, porque sé que mientras rezo estoy hablando con la más amable y generosa de las Madres”.
2. Santa Margarita María de Alacoque
La Santa a la cual se le apareció el Sagrado Corazón en 1675, rezaba cada día de rodillas el Rosario entero (los 15 misterios). Y dice que un día vio a la Santísima Virgen con el rostro muy serio, porque ella estaba rezando muy distraída las Avemarías y que en adelante se propuso rezarlo con más atención.
3. San Felipe Neri
Atravesaba las calles de Roma siempre alegre y sonriente, llevando en su mano su camándula y rezando su Rosario. Y cuando se dirigía a visitar a algún enfermo, iba recitando por él su Rosario por el camino y decía: “Las Avemarías son joyas con las cuales yo logro comprar almas para el Cielo”.
(Nota: La palabra camándula se refiere a un rosario que tiene 33 granos, uno por cada año que vivió Jesús. Fue el padre Miguel de Camaldoli (una villa de Italia cerca de Florencia) quien lo diseñó en 1516. Camándula viene del nombre de esa villa).
4. San Camilo de Lelis
Gran apóstol de los enfermos y fundador de los Padres Camilos, nunca se retiraba a descansar por la noche sin haber rezado el Santo Rosario.
5. Santa Bernardita Soubirous
La jovencita que tuvo el honor de que la Santísima Virgen se le apareciera 18 veces en Lourdes, en 1858, era una niña pobre e ignorante, pero muy santa. Ella decía: “Yo no hice estudios y soy muy ignorante, pero sé rezar mi Rosario y con él logro comunicarme con Nuestro Señor y con la Santísima Virgen”. Desde muy niña lo rezó siempre y mientras rezaba su Rosario, se le apareció por primera vez la Santísima Virgen. Después, siendo ya religiosa, las monjitas la veían pasar largos ratos de rodillas, rezando el Rosario y se sentían orgullosas de arrodillarse junto a ella y acompañarla en tan bella oración. Bernardita les decía: “Ah, si supieran lo buena y generosa que es Nuestra Señora. Amémosla mucho. Recémosle con cariño su Rosario y pongámonos bajo su protección y veremos qué grandes ventajas conseguimos con ello”.
6. San Juan de Dios y San Francisco Javier
Aunque ocupadísimos en muchas labores en favor de los demás, jamás se acostaban sin haber rezado antes el Santo Rosario.
7. Santa Luisa de Marillac
Fundadora de las Hermanas Vicentinas, deseaba que sus religiosas llevaran su camándula bien visible, a la vista de todos. Y su fervor al rezar el Rosario era tal que las hermanas procuraban estar cerca de ella mientras lo rezaba. Pronunciaba cuidadosamente las palabras del Padrenuestro y del Avemaría, como saboreándolas y gustando sus dulzuras espirituales.
8. San Juan de la Cruz
El gran místico carmelita rezaba cada día el Rosario de rodillas con especial fervor.
9. Santa Teresa de Jesús (†1580)
Durante el proceso de su beatificación, una religiosa atestiguó bajo juramento: “Acostumbraba esta santa mujer rezar el Rosario desde muy niña; lo rezó hasta los últimos días de su vida. Y como testigo y persona presente, puedo asegurar que, aunque sufriera muy graves enfermedades y tuviera muchísimas ocupaciones, jamás dejaba un día sin rezar el Rosario. Y muchas veces tuvo que rezarlo hacia las 12 de la noche o la una de la madrugada, pero jamás se iba a dormir sin haberlo rezado antes”.
10. San José de Calasanz, el gran educador
Se cuenta en su biografía: “Desde muy niño aprendió a rezar el Rosario, y fue tanto lo que se aficionó a él, que nunca durante 92 años de vida dejó pasar un solo día sin rezarlo, aunque sus ocupaciones fueran muchas y su cansancio muy grande.
Sentíase feliz cuando veía a sus alumnos arrodillados ante la imagen de Nuestra Señora rezándole el Rosario y daba caramelos y otros regalitos a los niños que iban a rezarle el Rosario a la Virgen.
Repartía muchísimas camándulas entre la gente y varias veces lo vieron elevarse en éxtasis mientras rezaba esta oración.
Una de sus frases antes de morir fue ésta: “Conviene que recemos mucho el Rosario porque el meditar en la Vida, Pasión y Glorificación de Jesús nos hace un gran bien.”
11. San Félix de Cantalicio
Empezaba el rezo del Rosario, pero luego tenía que interrumpirlo porque quedaba en éxtasis, arrebatado en la contemplación de los Misterios.
12. San Ignacio de Loyola
Fundador de los Jesuitas, rezaba el Rosario completo todos los días. Y aún en horas de descanso, muchas veces tenía entre sus manos la camándula. Cuando se le presentaba un problema muy difícil de resolver, rezaba un Rosario a Nuestra Señora para que lo ayudara a superar aquella situación. En los Reglamentos de la Compañía de Jesús dejó muy recomendado el rezo del Santo Rosario.
13. San Francisco Javier
En sus viajes como misionero del Asia, llevaba colgado al cuello su Rosario con más orgullo, que el que sentía un mundano al llevar la más grande condecoración de su país. Lo rezaba entero todos los días y a los que se iban convirtiendo al cristianismo les recomendaba con toda el alma que no lo dejaran nunca de rezar. Con el rezo del Santo Rosario obtenía del Cielo muchos milagros, y, a veces, cuando desde lejanos pueblos le pedían que fuera a orar por un enfermo y él no podía ir, les enviaba su camándula. Y varias veces sucedió que, al tocar al enfermo con el Rosario de aquel Santo, recobraban milagrosamente su salud.
14. San Francisco de Borja
Dice su biógrafo, el P. Nieremberg: “Varias veces, mientras rezaba el Rosario, estallaba en llanto. Mientras estaba rezando, iba meditando en los Misterios y pensaba en una de estas tres cosas: Primero, ¿Qué fue lo que el Señor hizo por nosotros en este Misterio? Segundo, ¿Cómo he correspondido yo a esto que el Señor ha hecho por mí? Y tercero, ¿Qué gracia quiero pedir en esta decena?»
15. San Pedro Claver
El apóstol de los negros en Cartagena, reunía por las tardes al mayor número de esclavos que lograba hacer venir y rezaba con ellos el Rosario. Para premiar a los que venían a rezarlo y atraer a otros a que asistieran a este rezo que él tanto estimaba, les regalaba estampas, medallas, frutas y camándulas. En los 40 años que estuvo trabajando entre los esclavos, dicen que repartió unos 280.000 Rosarios o camándulas. Prácticamente ninguno de los negros que él bautizaba se quedaba sin recibir de sus manos un Rosario como obsequio, acompañado de la recomendación de rezarlo lo más frecuentemente posible.
16. San Alonso Rodríguez
Este hombre, que se hizo Santo haciendo de portero en un colegio de Mallorca durante 40 años y que fue el que hizo ir a América a San Pedro Claver, cuentan sus biógrafos que de tanto pasar por entre sus manos las cuentas del Rosario, se le formaron callos en los dedos. Él mismo contaba que los más extraordinarios favores que consiguió de la Madre de Dios los obtuvo mientras le rezaba el Santo Rosario. Cuando San Pedro Claver fue a despedirse de él para venirse a América, San Alonso le dijo: “Sea muy devoto de la Santísima Virgen. Récele cada día su Santo Rosario. No se le olvide que Ella ha recibido poder para remediar nuestros males y que obtiene de su Hijo Jesucristo todo lo que le pide para nosotros, y que Dios le dio la llave de todos sus tesoros para que sea la repartidora en favor nuestro”.
17. San Juan Eudes
Llevaba siempre una camándula pendiente de su cintura para acordarse más frecuentemente de rezar a la Madre de Dios, a la cual le gustaba llamar: “Nuestra Señora Toda Bondadosa”. Muy frecuentemente besaba una medalla de la Santísima Virgen que llevaba prendida en su camándula. Le gustaba repetir: “Dios te salve María, Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Templo del Espíritu Santo”. A sus religiosos les recomendaba: “Rezarle a Ella y hacer que otros también le recen mucho y con fervor”.
18. Santa Eufrasia de Pelletier
Fundadora de las religiosas del Buen Pastor. De vez en cuando, al ver que alguna novicia pasaba por el corredor, la llamaba a que la acompañara a rezar el Rosario. Y aquellas novicias se entusiasmaban al ver que la Santa saboreaba con grande amor las palabras del Ave María. La feliz novicia que rezaba una vez el Rosario con Santa Eufrasia, ya nunca podía olvidar aquellos minutos de paraíso al experimentar cómo saben rezar las personas enamoradas de Dios y de la Madre Santísima.
19. San Juan Berchmans
El joven religioso, al morir, quiso tener entre sus manos sus más preciados tesoros: el Crucifijo, la Santa Regla y el Santo Rosario. Y decía: “Con estas tres llaves lograremos abrir las puertas del Paraíso”. Y al igual que San Estanislao de Koska, otro joven jesuita como él, y gran devoto del Rosario, murió con la alegría de la presencia amorosa de la Madre de Dios.
20. Santa Rosa de Lima
Llevaba siempre colgado en el brazo su rosario y le gustaba rezarlo en compañía de otras personas. A sus amigas les decía: “Con el Rosario se obtienen todos los favores que necesitamos y al rezarlo, estamos practicando el mejor modo de oración”.
21. San Martín de Porres
Llevaba también siempre colgado del cuello su Rosario y, como a San Alfonso, le salieron callos en los dedos de tanto pasar por ellos las cuentas de su camándula.
22. San Pablo de la Cruz
Estando moribundo y agotadísimo, seguía rezando su Rosario. El enfermero le dijo: “Padre, está demasiado agotado y le falta la respiración. Es mejor que ya no rece más el Rosario para no fatigarse”, a lo cual el Santo respondió: “Cuando ya no pueda rezarlo con los labios, lo seguiré rezando con el corazón”.
23. San Gabriel de la Dolorosa
El joven devotísimo de la Santísima Virgen, aún en los delirios de la altísima fiebre en su última enfermedad, seguía rezando el Rosario y pedía a los que lo asistían que lo acompañaran en su rezo.
24. Santa Gemma Galgani
Ella dice: “Desde niña, cada tarde, cuando salía de la escuela, llegaba a mi casa, me encerraba en mi habitación y ahí, de rodillas, rezaba el Rosario entero a mi Buena Mamá, la Virgen María”. Ya mayor, en 1900, reunía al mayor número de personas que podía y con ellas rezaba el Santo Rosario. Organizaba procesiones rezándolo y llevaba grupos de muchachos y muchachas a las ermitas de la Virgen para cantarle, llevarle flores y rezarle el Rosario.
25. San Benito Cottolengo
El que fundó en Turín el Hospital para Incurables, en el que no se pedía limosna a nadie, pero donde nunca faltó nada porque la Divina Providencia siempre intervino milagrosa y admirablemente, organizó en su hospital el Rosario Perpetuo. Dividió a sus discípulos y enfermos en numerosos grupos que se iban turnando ante el altar de la Virgen, día y noche, rezando el Santo Rosario, de tal manera que a todas horas había personas rezándolo. Los favores que se obtuvieron fueron admirables.
26. San Carlos Borromeo
El gran Arzobispo de Milán, rezaba todos los días con especial devoción su Rosario y decía a los Sacerdotes: “Les pido que en la confesión recomienden mucho el rezo del Santo Rosario”.
27. San Antonio María Claret
Popular apóstol y gran predicador, dijo: “Siendo jovencito me encontré un libro que hablaba de lo importante que es el rezo del Rosario y enseñaba cómo hay que rezarlo. La lectura de este libro me hizo mucho bien y el maestro de escuela, viendo que me gustaba rezarlo, me ponía a dirigir el rezo del Rosario en la clase. Cuando ya fui mayor, en la fábrica de mi padre, rezaba con mis obreros cada día el Rosario. Con mi hermanita nos íbamos a veces a visitar una imagen de la Santísima Virgen y allí yo sentía un gozo infinito rezándole el Rosario”.
Una vez llegado al sacerdocio se convirtió en el apóstol del Santo Rosario. En todas partes lo recomendaba y lo hacía rezar. Como misionero popular, cuando se iba de un pueblo la gente salía a acompañarlo hasta el límite con el otro pueblo y hacían el viaje cantando y rezando el Rosario. En el sitio donde empezaba el pueblo siguiente lo estaban esperando los vecinos de allá y con ellos hacía el recorrido que le faltaba, rezando el Rosario y cantando himnos religiosos. Y él repetía gozoso: “Las mejores conquistas de almas que he logrado, las he conseguido por medio del rezo devoto del Santo Rosario”.
En los años 1851 y 1852 repartió 20.669 rosarios o camándulas. Ya podemos imaginar cuántos repartiría a lo largo de su vida de misionero y apóstol. Pero no los repartía sin más ni más. “Los regalo, pero antes les enseño cómo deben rezarlo. Y les recomiendo que lo recen frecuentemente y con devoción”.
Al Rosario lo llamaba: “Mina Prodigiosa donde encontramos toda clase de Tesoros. Jardín Florido en el cual conseguimos las flores de las Virtudes. Libro abierto donde aprendemos a ser Santos”.
A los padres de familia les recordaba: “¡Qué ejemplo maravilloso para vuestros hijos, que os vean junto al altar de Nuestra Señora, rezándole el Rosario!”
A los sacerdotes: “Que en cada parroquia se rece cada día el Rosario”.
Poco antes de morir, todavía escribía en 1869: “Lo que más quiero inculcar, oportuna o inoportunamente, es que la gente rece el Santo Rosario. Quiero que éste sea un tema muy frecuente en mis conversaciones”.
Él mismo cuenta en su autobiografía, que en la madrugada del 9 de Octubre de 1857 oyó que la Santísima Virgen le decía: “Antonio, tú tienes que ser el propagador del Rosario en estos tiempos” (p. 220) y que el 6 de Diciembre de 1862 le dijo la Virgen María, que él debía dedicarse a propagar el Santo Rosario con el mismo fervor que se dedicaron a propagarlo otros grandes misioneros como Alano de la Rupe. Y que luego oyó que Jesucristo le decía: “Sí, Antonio, haz lo que te dice Mi Madre”.
Dos veces la Madre Celestial le ordenó también escribir acerca del Rosario y él publicó unos folletos que hicieron muchísimo bien. Y en sus cartas pastorales como Arzobispo, y en sus sermones como misionero popular, hablaba bellísimamente acerca de esta devoción tan querida por la Madre del Cielo.
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Reynaldo
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Fue primero publicado en:
https://radiocristiandad.org/2015/12/30/reynaldo-cambia-algo-el-hecho-de-que-yo-rece-o-no-rece-el-rosario/