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“Yo soy Rey. Yo, para esto nací, y vine al mundo: para dar testimonio de la verdad; todo aquel que es amigo de la verdad, escucha mi voz” (San Juan XVIII, 37).
¡Qué encantador caminar por un bosque en la fresca mañana, cuando los rayos del sol comienzan a entrar a través de los árboles, y los pájaros deleitan con sus fascinantes píos, y, de vez en cuando, el graznido de un pato entre los matorrales… Da lugar para la reflexión…!
¿Qué significa caminar con Dios en un hermoso lugar? En su Epístola, Santiago recalca que nuestro hablar sea simple, así como Dios es simple: “¡Que vuestro sí sea sí y vuestro no sea no!” (Santiago V, 12). No engañar a Dios… ¡Ser directos con Dios!
Especialmente en estos tiempos, ser sinceros con Dios. No oscilar, no vacilar. También con los que nos rodean. El Señor conoce nuestros corazones y sabe quien es amigo de la verdad y quien no. ¡No vacilar en decir la verdad! ¡No tener miedo a proclamar la Gran Verdad que Cristo es Rey en la tierra!
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En el último domingo del mes de octubre la Iglesia celebra la Fiesta de Cristo Rey. El Papa Pío XI, en 1925, a través de la Encíclica Quas Primas, instituyó esta Fiesta como coronación litúrgica de todos los misterios de Nuestro Señor Jesucristo.
Ya casi finalizando el año litúrgico la Iglesia celebra toda la obra de la Redención de Nuestro Señor Jesucristo.
La Fiesta de Cristo Rey fue instituida, además, para contrarrestar herejías: el laicismo, el naturalismo, el modernismo, y todos los demás errores que procuran diluir la fe, los misterios de Dios, y su culto.
La Encíclica Quas Primas proclama a Nuestro Señor Jesucristo como Rey de todo el Universo, pero en cuanto Hombre verdadero. Como Hombre verdadero, Nuestro Señor Jesucristo es Rey, además de ser Rey del Universo por ser Dios.
Como Verbo Eterno que comunica en la Divinidad con el Padre y el Espíritu Santo, Nuestro Señor Jesucristo es Rey del Universo, ya que, junto al Padre y al Espíritu Santo, en la Santísima Trinidad, es el Creador del Universo.
Como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener con Él lo que es propio de la divinidad, y, por tanto, poseer también con el Padre, el mismo imperio Supremo y Absoluto sobre todas las criaturas.
En Quas Primas, Pío XI dice:
“…recordando al Concilio de Nicea, que proclamó y definió como Dogma de Fe la consubstancialidad del Hijo Unigénito con el Padre, e incluyó en el Credo las palabras: ‘Cuyo Reino no tendrá fin’”.
El Reino de Jesucristo en la tierra es entonces un Dogma de Fe.
El título de Rey le es bien aplicado porque está fundado en la Unión Hipostática, y en la obra de la Redención. Esto se deduce de la misma doctrina, por sentido teológico común.
Como Hombre verdadero es Rey por pleno derecho de nacimiento, por la Unión Hipostática. Y, además, por pleno derecho obtenido por haber llevado a cabo la Magnífica Obra de la Redención, derecho que llamamos “de Conquista”, ya que con su Santa Sangre lavó nuestros pecados.
En conclusión, el Título de Rey le corresponde, en sentido propio y estricto, porque viene de la Unión Hipostática, y de la Redención, y es Rey de Reyes de la tierra, y su imperio es universal, por ser Redentor Universal.
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¿Por qué es necesario hacer la distinción entre Rey como Dios, y Rey como Hombre verdadero? Sirve para dilucidar un gran problema de interpretación que hay en la Iglesia.
Decir que Cristo es Rey en cuanto Dios es decir que es Rey en el cielo. Nos imaginamos a Dios Padre sentado en su Trono de Rey, allá en las Alturas Celestiales, a Jesucristo sentado a su diestra, y esto está bien. Así lo dice el Credo.
Pero Nuestro Señor Jesucristo se hizo Hombre verdadero aquí en la tierra, no en le cielo, y como tal, es Rey, no en el cielo, sino en la tierra, donde se hizo Hombre, y, desde la tierra, es Rey también de todo el cosmos.
Lamentablemente en la Iglesia, heréticamente se excluye del verdadero concepto de la realeza de Nuestro Señor Jesucristo la gran verdad que le corresponde de ser Rey de un Reino Temporal en la tierra.
Por supuesto, la Encíclica Quas Primas asevera también que Jesucristo reina en los corazones, es decir, de una manera espiritual, aunque esta verdad sea solo en sentido metafórico.
Pero de ahí a mantener que su Reino es solo de orden espiritual es una herejía, que consiste precisamente en decir que Jesucristo es Rey solamente en el cielo y en los corazones, y no en la tierra. El verdadero alcance del concepto de la realeza de Nuestro Señor Jesucristo incluye además su Reinado Temporal en la tierra.
Nuestro Señor es Rey de un Reino aquí en la tierra con plena soberanía, con la triple potestad de legislar, gobernar, y juzgar. Tiene todos los poderes unificados, como debe ser, y los ejercerá un día.
Es verdad que a Poncio Pilato Nuestro Señor le dijo que su Reino no es de este mundo. Pero también es verdad que inmediatamente después le aclaró que no es de este mundo, “todavía”:
“Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis siervos combatirían a fin de que Yo no fuese entregado a los judíos. Mas, por ahora, mi reino no es de aquí” (San Juan XVIII, 36; según la Santa Biblia de Monseñor Straubinger).
Casi todas las traducciones tienen mal este importantísimo versículo. Nuestro Señor es bien claro: “por ahora”, “por el momento” no es de este mundo. “Aún no”, “todavía” no es de este mundo.
Mas es necesario aún hacer otra distinción. Y ésta es que su Reino no es todavía en el mundo en cuanto al ejercicio del poder. Por derecho, Nuestro Señor Jesucristo tiene absolutamente todo el poder de reinar sobre la tierra, solo que “todavía” no ejerce ese derecho.
Pero, ¿De qué sirve a un Rey tener el derecho sobre el Reino si no lo ejerce en su plenitud de hecho?
El milenarismo patrístico es el sistema que da la mejor explicación al Dogma del Reino de Nuestro Señor Jesucristo en la tierra.
Desafortunadamente la Iglesia, por querer evitar caer en el corrompido concepto judaico del milenarismo, y al no definir el milenarismo como corresponde, niega, a su vez, la posibilidad de entender este concepto correctamente, el cual la Iglesia de los primeros siglos ya había explicado correctamente gracias a la Patrística de los tiempos Apostólicos, especialmente gracias a San Ireneo de Lyon.
Siempre, y en toda ocasión oportuna, se atribuyó a Jesucristo el título de Rey, y públicamente. Lo dice el Evangelio: “‘¿Eres Tú el Rey de los judíos?’ … ‘¿Lo dices tú por ti mismo, o te lo han dicho otros de Mí?’ … ‘¿Acaso soy judío yo?’” (San Juan XVIII, 33-35).
Y Nuestro Señor le confirma que sí es Rey (cf. San Juan XVIII, 37). Aunque, por ahora no ejerza su reino, pues vemos que quien reina en este mundo es el príncipe de este mundo, Satanás.
Pío XII afirmó que erraría gravemente quien negase que Cristo Hombre verdadero tiene el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, aunque, por ahora no lo ejerza directamente, o no lo ejerza de ningún modo, de hecho.
Por lo tanto, Cristo es Rey, y de la tierra. Él mismo, conforme a la visión apocalíptica, en su manto y sobre su muslo lleva escrito este nombre: “Rey de Reyes y Señor de Señores” (Apocalipsis XIX, 16). Es Rey y Señor de reyes y señores de la tierra, no de reyes y señores de la estratósfera. De aquí se deduce que su reino es en la tierra.
Entonces, puesto que el Padre constituyó a Cristo Heredero Universal de todas las cosas es menester que reine hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo sus pies a todos los enemigos (cf. San Mateo XXII, 44; San Lucas XX, 43).
Tiene que reinar poniendo todo bajo sus pies, y, al final de los tiempos, le entregue el Reino al Padre: “Después el fin, cuando Él entregue el reino a Dios Padre, cuando haya derribado todo principado y toda potestad y todo poder” (1 Corintios XV, 24).
Es un imperio cosmológico, es decir, todo el cosmos creado es parte de su Reino como Hombre verdadero, aunque la sede principal de su Reino esté aquí en la tierra, más precisamente en Jerusalén.
Y si el Reino de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres como los abraza de derecho, ¿por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey Pacífico trajo a la tierra?
La paz realizada en la tierra será cuando se haga la voluntad de Dios en la tierra. Entonces, la paz será en la plena realización del Reino, de hecho, y no solamente de derecho. Será en “la dichosa esperanza y la aparición de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo”, como nos dice San Pablo (Tito II, 13).
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La Fiesta de Cristo Rey sirve además para ensalzar la Gran Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. En el año jubilar de 1900 el Papa León XIII consagró a toda la humanidad al Sagrado Corazón de Jesús.
Es deseo del Sacratísimo Corazón de Jesús que todos seamos un solo rebaño bajo el cuidado de un solo Pastor. Su amor está simbolizado en su corazón: el Reino del Sagrado Corazón, o el Reino de los Sagrados Corazones de Jesús y María.
Por este motivo, movido por la gracia del Espíritu Santo, el Papa Pío XI relacionó las dos Fiestas: es necesario que Cristo Rey venga a reinar, para que su Reino sea el triunfo del Sagrado Corazón de Jesús, o el triunfo del Reino de los Sagrados Corazones de Jesús y María, de Fátima.
Este triunfo de los Sagrados Corazones no se dará para nada hasta tanto no sea eliminado para siempre el anticristo y sus secuaces. Muchos quieren atribuir el triunfo de los Sagrados Corazones al esfuerzo evangelizador de la Iglesia, pero eso ya se puede comprobar que no será así, dada la lastimosa situación en la que se encuentra la Iglesia hoy.
Esta idea proviene, por desgracia, precisamente de lo no correcta interpretación del milenarismo. Es un sinsentido que los Sagrados Corazones triunfen antes de la venida del anticristo siendo que el anticristo viene justamente para pisotear a los cristianos con la Gran Tribulación.
Por eso el Papa Pío XI nos pide hoy la consagración de la humanidad al Sagrado Corazón de Jesús que hizo el Papa León XIII (que en la Misa haremos a continuación), para que todo el mundo espontáneamente y de buen grado acepte la suavísima dominación de Cristo Rey una vez que se establezca de hecho su Reino en la tierra.
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El Padre Nuestro nos hace pedir que su Reino venga. Lo que pedimos en el Padre Nuestro es la plenitud del Reino de Nuestro Señor Jesucristo aquí en la tierra, de hecho, y no solamente de derecho.
En concreto, pedimos que venga para que le aplaste la cabeza al príncipe de este mundo, y lo destrone, para que de una vez por todas se establezca la paz cosmológica, por la que el mundo entero gime, con dolores de parto, y eso ocurrirá en el día de la Parusía de Nuestro Señor.
Claro, conciso y estricto, esto es de Fe. Quien niegue esta realidad por venir es un hereje. Iremos al encuentro de Nuestro Señor.
“Porque el mismo Señor, dada la señal, descenderá del cielo, a la voz del arcángel y al son de la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Después, nosotros los vivientes que quedemos, seremos arrebatados juntamente con ellos en nubes hacia el aire al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses IV, 16-17).
Descenderá del cielo... ¡Deslumbrante!
Por lo menos, por ahora, podemos vivir gozosos gracias a la esperanza de poder ver llevar a cabo la gran verdad del Reino de Cristo en su plenitud de hecho, y no solamente, de derecho. Amén.
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Consagración del mundo al Sagrado Corazón de Jesús, según León XIII:
Consagracion-del-mundo-cristo-rey.html