sábado, 13 de noviembre de 2021

Dom VI post Epiph – San Mateo XIII, 31-35 – 2021-11-14 – Padre Edgar Díaz

John Martin: Destruction of Pompeii and Herculaneum. 1822.

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Hoy Dios nos dice “Declararé las cosas ocultas desde la creación” (San Mateo XIII, 35). Cada día que pasa las Escrituras se vuelven más y más claras, porque el Señor en su misericordia va mostrando las cosas ocultas que solo podían ser manifestadas a su debido tiempo.

Dice el Salmista: “Voy a abrir mi boca en un poema, y evocaré escondidas lecciones del pasado” (Salmo LXXVII, 2). Del pasado hemos aprendido cómo Dios destruyó la unidad de la humanidad, por la arrogancia del hombre.

Así es, la razón porqué Dios destruyó la civilización en sus orígenes es que Él veía que ya estaba viciada por la arrogancia del hombre. Desde lo alto Dios veía cómo construían una torre para llegar al cielo.

“¡Y esto es solo el comienzo de sus obras!”, dijo Dios. “Ahora nada les impedirá realizar sus propósitos” (cf. Génesis XI, 1-9). Desde los inicios el hombre quería tomar posesión del cielo, y, en última instancia, del Trono de Dios.

Por eso Dios derribó la torre, y, a partir de ese momento se dispersó la humanidad, y comenzaron a no entenderse unos con otros, porque estaban sin Dios.

Sin embargo, esta lección no bastó… La humanidad hoy sigue en su arrogancia. Bien sabemos todos lo que hay en el corazón del hombre: ¡arrogancia! ¡Yo seré quien tiene la preeminencia aquí!

El profeta Isaías describe la caída del cielo del padre de la soberbia: 

“¡Cómo caíste del cielo, astro brillante, hijo de la aurora! 

¡Cómo fuiste echado por tierra, tú, el destructor de naciones! 

Tú que dijiste en tu corazón: ‘Al cielo subiré; 

sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono; 

me sentaré en el Monte de la Asamblea, en lo más recóndito del Septentrión; 

subiré a las alturas de las nubes; seré como el Altísimo’” 

(Isaías XIV, 12-14). 

En la tentación original el hombre cambió la verdad por la mentira: “Trocaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y dieron culto a la creatura antes que al Creador” (Romanos I, 25).

A partir de esta desgracia el hombre comenzó a imitar más al diablo que a Dios; por eso, se volvió desafiante ante Dios. Insolentes, desobediente, despreciativo, desagradecido, depravado, desacreditador del buen obrar… ¿hasta cuándo seguirá el hombre mofándose de Dios?

Se está ya experimentando un aceleradísimo movimiento hacia el final de los tiempos. Éste no es otra cosa que el límite que Dios pone al mal. No es mucho lo que podamos hacer por detener este movimiento; salvo poner toda nuestra confianza en Jesús, y dejarnos guiar por Él.

El Foro Económico Mundial, portavoz y cara visible de un poder mundial muy oculto, está totalmente resuelto a seguir haciéndole la guerra a Dios, así como al principio. Y para lograr sus intentos recurren a la mentira.

Todos los gobiernos del mundo están de una manera u otra implicados en este plan global. Cambios como nunca habíamos visto: atropelladores y revolucionarios; efectuados a una velocidad extrema; los más grandes fraudes que jamás se hayan perpetrado contra la raza humana.

En China se conoce como “sistema social de crédito”. En occidente, como “cambio climático”. Una nueva sociedad; un nuevo estilo de vida; sin libertad; con las mismas palabras, pero nuevas semánticas; con cambios de pronombres y de sexo; se nos está llevando en una dirección en la que no queremos ir. 

Con el objetivo de transformar el mundo económica, política y financieramente, se redefinió la palabra “pandemia” para poder introducir entre los humanos un flagelo con efectos devastadores.

Con el objetivo de desterrar este flagelo se sometió a la humanidad a un sistema de prevención dada en dosis con efectos mucho más perversos aún. Así, poco a poco, van logrando el ansiado intento de hacer desaparecer a Dios.

Es lo que se conoce como el “Gran Reinicio”, es decir, un volver a construir la torre de Babel, que tanto trabajo costó, y que insolentemente un día, Dios derrumbó.

Unir en la desunión: unir al mundo en un sistema mundial, con un solo gobierno mundial político y religioso a la vez, como dice la Sagrada Escritura, y para eso se sirven de lo diabólico.

El capítulo XIII del Apocalipsis dice que al final de los tiempos dos bestias surgirán sobre la tierra: una del mar, y otra de la tierra. Estas dos bestias son el anticristo y el falso profeta, que someterán a todos los habitantes de la tierra. En especial, harán la guerra a los santos, y los vencerán (cf. Apocalipsis XIII, 7).

Los forzarán a ser marcados: “poner a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, una marca impresa en la mano derecha o en la frente, a fin de que nadie pueda comprar ni vender a menos que estuviera marcado con el nombre de la bestia o el número de su nombre” (Apocalipsis XIII, 16-17).

Una marca impresa. El inyectable en dosis que tenemos actualmente no es la marca de la bestia. Pero sí es una bestia que marca. Marca a los futuros posibles candidatos a caer en las garras del diablo. Se está preparando el escenario.

Sin un “pase” que nos acredite y nos permita vivir ¿cómo vamos a vivir? Ése es el punto. Éste será el momento crucial de la humanidad, que tendrá que tomar una decisión de vida o muerte: ¿Quién está preparado para optar por Dios?

Porque para vivir con Dios no debe haber ningún compromiso con el mal. No se puede salvar el pellejo, por un lado, y sonreír tranquilamente a Dios, por otro. Por eso, recibir la marca de la bestia será irreversible. Luego, habrá que tomar una decisión de antemano antes de que llegue ese momento.

¿Quién está detrás de todo esto? 

San Pablo responde: “Los ataques engañosos del diablo… La lucha no es contra sangre y carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los poderes mundanos de estas tinieblas, contra los espíritus de la maldad ...” (Efesios VI, 11-12).

¿Cuáles son las implicancias de todo esto?

La remoción de nuestro libre albedrío, no poder optar por Dios, y en contra del pecado; el destierro de Dios de nuestras mentes, al tener que estar preocupados por sobrevivir; el lavado de cerebro para cancelar nuestros propios pensamientos, y tener que aceptar los que nos impongan; la manipulación a través del miedo para hacernos adorar a la bestia.

Ningún político, tecnología, ideología, o ciencia médica podrá salvarnos del camino inevitable hacia la esclavitud global que nos está ya conduciendo al infierno eterno.

Habrá especial dificultad para los cristianos. Por eso, la Iglesia fue brutalmente atacada y reducida a su más mínima expresión, una minoría casi imperceptible…

Este duro escenario lleva a considerar una triste realidad de los pocos cristianos que aún quedan: la falta de personalidad y la falta de principios, indispensables para poder sobrevivir.

El trabajo de demolición de la Iglesia Católica fue llevado a cabo en las almas: produjeron seres vacíos, flojos, y sin fuerza de espíritu, casi como las gráciles cañas agitadas por el viento (cf. San Mateo XI, 7).

Incapaces de resistir la violencia; despojados de la libertad de pensamiento, e inconstantes. Una doble existencia pendular entre Dios y el enemigo, como una pluma arrastrada aquí y allá por el viento. Nada más contrario al sentir católico que esta división práctica que lleva a sucumbir eternamente.

Ya no hay tradición, ni hogar estable, ni seguridad en la vida, ni nada de todo lo que hubiera podido hacer frente al trabajo de demolición de la Iglesia Católica. Solo hay disgregación y destrucción.

Particularmente triste son los enfrentamientos entre los mismos cristianos, ya que el prójimo pasó a ser ahora un contrincante, a quien hay que vencer, a quien hay que tratarlo sin caridad y con desprecio, y a quien hay que estar continuamente descalificándolo.

¿Es éste el Evangelio que hemos aprendido? ¿No parece, por ventura, un nuevo Evangelio? ¿Acaso no debemos ser “imitadores … del Señor?” (1 Tesalonicenses I, 6) “… en medio de grandes tribulaciones…” 

En medio de la Gran Tribulación, ¿cómo van a hacer para negarse a ponerse la marca de la bestia? Jesús habla de la Gran Tribulación que se avecina, y ésta está ya en el horizonte (cf. San Mateo XXIV).

Las guerras, las turbulencias, los terremotos, las columnas de fuego, el hambre y las pestes, que suelen ser sus consecuencias; los fenómenos cósmicos aterradores… nos indican la proximidad de la Parusía, que pondrá fin a todos los males.

¿Acaso no nos habíamos convertido de los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero y esperar de los cielos a Jesús? “...Y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero y esperar de los cielos a Jesús, su Hijo, a quien resucitó de entre los muertos, quien nos libra de la ira venidera” (1 Tesalonicenses I, 9-10).

La ira venidera, una advertencia terrible para todos nosotros. Mucho cuidado porque nadie es inmune de apartarse del Señor, especialmente en los tiempos oscuros que vivimos. “Quien crea estar de pie, cuide de no caer” (1 Corintios X, 12).

En la ira venidera que nadie se sienta seguro por tener una mente firme y lúcida, capaz de reflexión y estudio. No servirá tal cosa en la ira venidera. Que nadie se crea capaz de mantenerse firme donde ahora está parado. La salvación no es por lo que pensamos, sino por lo que somos.

En la ira venidera todavía tendremos dentro de nosotros a esa vieja naturaleza que nos inclina al mal. No habrá desaparecido aún. Es lo que le pasó a Pedro, completamente inconsciente de su propia vulnerabilidad: 

“‘En verdad, te digo que esta noche, antes que el gallo cante, tres veces me negarás’. Y Pedro le replicó: ‘Aunque deba contigo morir, de ninguna manera te negaré’. Y lo mismo dijeron también los otros discípulos” (San Mateo XXVI, 34-35).

En la ira venidera el pecado buscará dominarnos y aplastarnos. ¿Qué le dijo Dios a Caín antes de que éste matara a su hermano Abel? 

“¿No es cierto que si obras bien andarás con tu semblante en alto? 

Mas si no obras bien, está acechando a la puerta el pecado que busca dominarte; 

pero tú debes dominarle a él” 

(Génesis IV, 7).

A lo largo de todas las edades Dios nos fue diciendo eso, y desde que nos convertimos al cristianismo, desde que nos dimos cuenta de que no podíamos dar rienda suelta a nuestros sentimientos y concupiscencias, el pecado está continuamente acechando a la puerta para dominarnos.

Por creernos en las alturas de la fe católica, caeremos desde esas alturas. La cosa se pone cada vez más y más difícil, realmente muy difícil. ¡Seamos honestos! Lo que se ve hoy es solo una burlesca fachada de catolicismo; por dentro, la herida está sangrando.

En la Gran Tribulación que se viene no creer que no se va a caer; no ser complacientes; ser muy cuidadosos y humildes; ser conscientes de la propia miseria; no condenar; no criticar; no juzgar; no calificar a otra persona; nunca ponerse por sobre encima de los demás, ya que, al fin y al cabo, todos estamos en la misma barca.

En la Gran Tribulación que se avecina mucho cuidado porque: 

“Cada uno es tentado por su propia concupiscencia. 

Por ella uno se deja arrastrar y seducir… 

Después, habiéndole dado lugar, termina en pecado; 

y el pecado consumado engendra muerte” 

(Santiago I, 14).

¡Mucho cuidado! ¡Que no nos encuentre en pecado consumado! ¡Que no nos encuentre en la ira, y en nuestra propia justicia, que no alcanza!

La ira de Dios está cerca: 

“Arrojemos toda carga y pecado que nos asedia, 

y corramos mediante la paciencia la carrera que se nos propone, 

poniendo los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, 

el cual, en vez de gozo… soportó la cruz, 

ignorando la ignominia… 

soportó la contradicción de los pecadores contra sí mismo… para nuestro bien”

(Hebreos XII, 1-3).

Cuando venga la hora de la prueba; cuando nos obliguen aceptar la marca de la bestia, la complacencia en nosotros mismos nos va a arrastrar. La debilidad de la naturaleza va a ser más que evidente, y nos vamos a horrorizar entre todos. 

Habrá un efecto de caída de todos contra todos:

“He escondido tu Palabra en mi corazón, 

para no pecar contra Ti” 

(Salmo CXIX, 11). 

He escondido tu Palabra día a día.

He cuidado mi corazón.

He protegido mi alma.

He corregido mi mente y mi voluntad.

He vendado mis ojos.

¿Qué veo en televisión?

¿Qué blasfemias oigo en la música?

¿Qué escucho decir de los demás?

¡El pecado fácilmente me acosa! 

Está continuamente acechando a mi puerta.

Y Dios me llama a una vida santa.

Con qué facilidad me atrae el mundo.

Con qué habilidad me obliga.

Con qué destreza me tienta. 

Con qué maestría me usa para hacer el mal.

La hora de la Gran Tribulación va a ser terrible. Podemos ya compararla con lo que estamos viviendo. Y hoy Dios nos está diciendo “Declararé las cosas ocultas desde la creación” (San Mateo XIII, 35).

Tenemos elementos para poder llegar a vislumbrar lo terrible que será esa hora. 

No entregar a Satanás nuestra mente.

No poner en sus manos nuestro libre albedrío.

Eventualmente nos entregaremos y llegaremos a un punto del camino desde el que no nos será posible retornar. 

No habrá ya lugar para el arrepentimiento. Habremos ido demasiado lejos. La marca de la bestia es irreversible.

“Tomad, por eso, la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, habiendo cumplido todo, estar en pie” (Efesios VI, 13).

“A esperar de los cielos a su Hijo, a quien Él resucitó de entre los muertos: Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1 Tesalonicenses I, 9-10).

“Guardaos mediante la fe para la salvación que está a punto de manifestarse en este último tiempo” (1 Pedro I, 5).

Solo nos queda esperar la Segunda Venida de Jesucristo, Juez futuro de vivos y muertos.

Jesús regresará pronto.

Destruirá al anticristo.

Traerá un reino milenario a la tierra. 

Vamos a vivir solo para Jesús. Pero mientras dure la prueba tenemos que pertenecerle.

Amén.

*

Me he servido de las reflexiones de Stuart Spagatner.