sábado, 20 de noviembre de 2021

Dom XXIV post Pent – San Mateo XXIV, 15-35 – 2021-11-21 – Padre Edgar Díaz

Detalle del Anticristo (con el Diablo) - Luca Signorelli

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“Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, predicha por el profeta Daniel, instalada en el lugar santo…” (San Mateo XXIV, 15). Éste es el ultimo Domingo del año litúrgico. El próximo será el Primer Domingo de Adviento, y comenzaremos un nuevo año.

En esta obligación de predicar verdades desagradables, por la cuál corremos el riesgo de ser tildados de delirantes y escandalosos, hacemos nuestras las palabras de San Cesáreo de Arles: 

“Si hay alguno a quien le desagrade mi modo de obrar, piense en el peligro en el que me encuentro, y oiga al Señor, que amenaza terriblemente por medio de su profeta al sacerdote, y le dice: 

‘Si Yo digo al malvado, ¡Vas a morir!, y tú no le amonestares y no le hablares…, el malvado morirá en su iniquidad…, pero yo te demandaré a ti su sangre’” (Ezequiel III, 18-20)

“Y si, a pesar de ello, dijere alguno: ‘¿Por qué nos predicas tan continuamente cosas tan duras?’, os contestaré: Porque es mejor padecer aquí una amargura pequeña y gustar después la eterna dulcedumbre que vivir aquí en alegría falsa y después padecer suplicios sin fin…”

“Oídme, hermanos, no a mí, sino al Señor en su Evangelio… ‘Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados’ (San Lucas VI, 25). Oficio es de médico aplicar remedios que queman y sajan…”

“Preocupándome, pues, hermanos queridísimos, de que he de dar cuenta de mi salud y de la vuestra, y no ignorando que he de darla delante del tribunal del Juez eterno, elegí medicinas ásperas, pero saludables, para que viváis todos juntos después en compañía de los ángeles…”

“No es que piense que vosotros ignoráis estas verdades o que vivís mal. Pero sé muy bien que al temer mayores males evitamos incluso las faltas pequeñas”.

Y, también hacemos nuestras las palabras de San Juan que dicen: “No os escribo porque ignoréis la verdad, sino porque la conocéis, y porque de la verdad no procede ninguna mentira” (1 Juan II, 21).

Luego, las consideraciones que siguen deberán ser probadas y sopesadas en conciencia para la propia eterna salud, por más que sean desagradables.

No solo estos temas pueden ser hablados abiertamente, entre quienes conocen la verdad y no se escandalizan por ella, sino que deben ser hablados para que nadie resulte ser víctima de disimulos y mentiras.

El Evangelio de Dios debe ser anunciado en medio de muchas contrariedades y muy dolorosas, en gran parte provenientes de entre los mismos cristianos: “Que nadie os engañe en manera alguna”, dice San Pablo.

Porque antes de la Parusía de Nuestro Señor Jesucristo, “primero debe venir la apostasía, y hacerse manifiesto el hombre de iniquidad, el hijo de la perdición, el adversario, el que se ensalza sobre todo lo que se llama Dios o sagrado, hasta sentarse él mismo en el templo de Dios, ostentándose como si fuera Dios” (2 Tesalonicenses II, 3-4).

Como siempre San Pablo maravilla por su orden: encaminados hacia la inminente Parusía, primero debe venir la apostasía; luego, el anticristo; y finalmente, su ostentación.

Primero, la apostasía. Ésta ya está entre nosotros. Es la defección de la verdadera fe, y de esa defección se sigue el pulular de tantas falsas doctrinas; tantos falsos caminos tomados por las gentes, y tantas formas extrañas que no son el camino estrecho predicado por Jesús.

La apostasía es el sincretismo de la fe: una unión de elementos muy disímiles que se enarbola para destruir la obra de Nuestro Señor Jesucristo, engañando a los desprevenidos, con apariencia de piedad. Es lo que ha venido ocurriendo en la Iglesia Católica por mucho tiempo ya y que se oficializó en el Conciliábulo Vaticano II.

En lo que respecta a la aparición del anticristo la apostasía es ciertamente la preparación del escenario. Juntamente con el surgimiento de crueles poderes alrededor del mundo, ambas realidades han ido entrelazándose entre sí hasta casi constituir una amalgama de gobierno y religión mundial.

Son bien conocidos los conflictos que hay en Medio Oriente, especialmente desde que Israel volvió a ser un estado en 1948, cumpliéndose la profecía de Jeremías de que todas las tribus de Israel vendrían del norte y desde todos los lugares donde habían sido dispersados (cf. Jeremías XXIII, 3. También Deuteronomio XXX, 3-4).

Y, desde los años 90, más de un millón de judíos regresaron a Israel. Esta reunión del pueblo de Israel hizo que las esperanzas por el Mesías aún anhelado por Israel revivieran. Se comenzaba así a visualizar el escenario para la venida del anticristo. 

Toda la desestabilización que hay en el mundo, se podría decir, está centrada en Medio Oriente, y particularmente en un lugar, Jerusalén, lugar donde tendrá su sede el anticristo. Luego, es de suponer que Medio Oriente será el lugar de su proveniencia.

Y la aparición del anticristo y sus secuaces reviste de una importancia capital, pues, se trata nada más ni nada menos que de la crisis final del misterio de la iniquidad, y, esta vez, manifestado abiertamente. 

El anticristo fue profetizado en el Antiguo Testamento. En cuanto a su poder político mundial, así lo había adelantado Daniel: “Aquel rey hará lo que quiera, se ensoberbecerá, y se engrandecerá sobre Dios. Hablará cosas espantosas contra Dios, y prosperará hasta que cumpla la ira; porque lo decretado ha de cumplirse” (Daniel XI, 36).

En la profecía sobre las cuatro bestias Daniel subraya que la cuarta bestia es un cuarto reino espantoso, terrible y muy fuerte, que devorará toda la tierra, la hollará, y la desmenuzará. Quizá sea este reino el gobierno mundial ya actuando solapadamente.

De este reino surgirán diez cuernos que son diez reyes, y de entre estos, habrá uno más, que es diferente porque es pequeño, pero que derribará a tres de los diez. Éste es el anticristo (Confrontar todo el capítulo VII de Daniel).

El anticristo es una persona humana, y no un sistema, o un cuerpo social, como muchos sostienen. Así lo da a entender el Apocalipsis, que habla de alguien que será arrojado al lago de fuego y azufre.

No se arroja a un lago de fuego y azufre a un sistema social, sino a un individuo, y a un individuo vivo. Luego, el anticristo es una persona, que lleva adelante su sistema de iniquidad. En el lago de azufre y fuego será atormentado día y noche por los siglos de los siglos (cf. Apocalipsis XIX, 20; XX, 9-10).

Hará una caricatura de Dios, parodiando a la Santísima Trinidad: el Diablo, el Anticristo, y el Falso Profeta. Su repugnante accionar radicará en injurias y burlas en contra de Dios.

Habrá también una ridícula representación de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo: la herida en la cabeza, tal vez causada por la defección de algunos de los diez reyes, que luego es sanada, será la aparente muerte y resurrección del anticristo (cf. Apocalipsis XIII, 3).

Su ostentación consistirá en hacerse pasar por Dios. Para ello el anticristo se sentará en el Templo: “Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, predicha por el profeta Daniel, instalada en el lugar santo…” (San Mateo XXIV, 15).

En estos momentos todavía no hay Templo. Aún se tiene que construir; y, una vez construido, no se establecerá allí el antiguo culto mosaico, como muchos anhelan, sino el verdadero culto a Dios, es decir, la Santísima Liturgia Católica con su Sacrificio Perfecto, la Santa Misa.

Las características más sobresalientes del anticristo serán su ferocidad, su fuerza, su orgullo y su insolencia. Los mundanos serán subyugados por él y le obsequiarán hasta el punto de adorarlo como a Dios: “¿Quién es semejante a la bestia?, y ¿Quién puede guerrear contra ella?” (Apocalipsis XIII, 4).

Quienes no se adhieran a estas “alabanzas” serán perseguidos. Dios permite esta persecución en contra de sus santos: “Y se le dio hacer la guerra contra los santos y vencerlos y se le dio autoridad sobre toda tribu y pueblo y lengua y nación” (Apocalipsis XIII, 7). 

Y el profeta Daniel dice: “Estaba yo viendo cómo este cuerno hacía guerra contra los santos, y prevalecía sobre ellos” (Daniel VII, 21).

Y, a raíz de esa persecución, vendrán tiempos para los cristianos como nunca ha habido: “Vendrá tiempo de angustia cual nunca ha habido desde que existen naciones hasta ese tiempo” (Daniel XII, 1). 

En la Gran Tribulación habrá solo dos alternativas para quienes se resistan a la marca de la bestia: el cautiverio, y la muerte: “Si alguno a cautiverio, a cautiverio va; si alguno a cuchilla ha de ser muerto, a cuchilla ha de ser muerto. Aquí está la perseverancia y la fe de los santos” (Apocalipsis XIII, 10). Por lo tanto, no rebelarse, sino resistir.

Todos tendremos que enfrentar este tiempo de angustia con el poder de Dios en nuestros corazones y en nuestras mentes, sabiendo que nuestra liberación vendrá, ya sea en este cuerpo, o más tarde. 

Todos podremos ser vencedores; pero cada uno tendrá que aceptar con resignación la suerte reservada por la providencia.

No intentar oponerse por la fuerza a los perseguidores, porque así lo pide Dios, por sus razones altamente justificadas, ya que solo en la persecución están la paciencia y la fe de los santos.

Salirse de ella, es salirse de la gracia de Dios, y ser borrado del libro de la vida. “Y se abrieron los libros – se abrió también otro libro que es el de la vida – y fueron juzgados los muertos … según sus obras” (Apocalipsis XX, 12).

Los que adorarán a la bestia no se encontrarán en el libro de vida del Cordero: “los moradores de la tierra (son) aquellos cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida desde la creación del mundo…” (Apocalipsis XVII, 8).

Pero para aquellos que se mantengan firmes en Dios, Dios, que es soberano con voluntad soberana, aunque haya “tiempo de angustia cual nunca ha habido desde que existen naciones hasta ese tiempo” (Daniel XII, 1), no permitirá que caigan… si son fieles.

Dios salvará a los suyos de entre estas terribles pruebas: “En ese tiempo será librado tu pueblo, todo aquel que se hallare inscrito en el libro” (Daniel XII, 1). Aquellos serán salvados cuyos nombres se encuentren escritos en el libro.

Jesús viene de nuevo, no solo para llevarnos al cielo, sino también para reinar en la tierra por mil años.

Allí ocurrirán cosas maravillosas e inimaginables: en la Santa Ciudad de Jerusalén, al final de los tiempos, solo habrá paz y gozo, “no entrará en ella cosa vil, ni quien obra abominación y mentira, sino solamente los que están escritos en el libro de vida del Cordero” (Apocalipsis XXI, 27).

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¡Que Dios nos conceda la gracia de caminar según la verdad, y el discernimiento necesario para no caer en las garras del anticristo! ¡Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida! Amén.

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