La Inmaculada Concepción - Anton Raphaël Mengs |
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Hoy celebramos la Fiesta de la Inmaculada Concepción. María fue eximida del pecado Original y de las concupiscencias que trae consigo el pecado. Con la Bula Ineffabilis Deus, Pío IX promulgó este Dogma en 1854.
Dos verdades sobre María, que ya eran manifiestas en la Iglesia, concurren para definir el Dogma de la Inmaculada Concepción: la Maternidad de María, y la Plenitud de Gracia de María.
Al referirnos al momento de la “concepción”, hay que hacer una distinción: el momento de la concepción biológica que se produce en la unión de los dos gametos, y el momento de la infusión del alma por parte de Dios, que es cuando se comienza a ser persona.
Es en el momento de la infusión del alma por parte de Dios que el alma resulta manchada por la materia en la cual es infundida, y que está impregnada de pecado original, transmitido por los padres de generación en generación.
La concepción biológica solo provee al ser humano de su formación genética, su código genético, o, como es mejor conocido, el ADN. Esta formación genética no es una persona aún. Recién lo es cuando Dios infunde el alma en el embrión. Solo el alma racional constituye persona.
En la muerte de un ser humano el alma se separa del cuerpo, y éste pasa a ser cadáver. El alma separada, por su lado, continúa siendo persona humana, aunque incompleta, pues le falta el cuerpo.
En consecuencia, si bien el código de información genética se mantiene en el cadáver, de hecho, la ciencia lo usa para el reconocimiento del cadáver, éste no constituye persona, pues es evidente que el cadáver ha dejado de ser persona.
Lo que nos interesa decir aquí es que el código de formación genética no constituye al embrión en persona. Solo queda constituido en persona en el momento de la infusión del alma por parte de Dios.
Si el embrión fuera constituido en persona humana tan solo por la información genética no podríamos explicar entonces la existencia de dos personas distintas a partir de un solo embrión, como es el caso de mellizos.
Es claro entonces que lo que constituye en persona es la infusión del alma sobre el embrión, que, en el caso de mellizos de un solo embrión se produce a partir de la infusión de dos almas distintas.
Dicho todo esto, es necesario añadir que es imposible conocer el momento exacto en que se produce la infusión del alma sobre el embrión.
Solo podemos decir, con Santo Tomás, que para que haya infusión del alma el embrión debe estar ya mínimamente organizado, aunque no podamos establecer el momento exacto en que esto sucede.
De todo lo dicho se sigue que el alma es la forma del cuerpo organizado del ser humano.
La leña no prende fuego mientras está mojada; solo recién cuando está seca. Este ejemplo ilustra muy bien el hecho de que el embrión humano deba estar aptamente desarrollado para recibir el alma para quedar instantáneamente constituido en persona, por razón de haber recibido un alma intelectual.
Es sí o sí necesario que haya una adecuación de la materia para que ésta reciba su forma.
Solo así podemos comprender a Santo Tomás de Aquino cuando dijo que la Santísima Virgen era sin pecado desde su concepción, instante que solo Dios conoce, cuando infunde el alma.
María es descendiente de Adán. Como tal, tendría que haber sido receptora de la desgracia contraída por el padre de la humanidad: el pecado original.
Pero antes de que la materia suministrada por sus padres, Ana y Joaquín, fuera actualizada por la infusión de la forma, a saber, su alma llena de Gracia, y de que, como consecuencia de esto, fuera constituida en persona, en ese momento, por el privilegio de la Maternidad divina, y, por el privilegio de la Plenitud de la Gracia, el alma de María fue preservada de contaminación con el pecado original.
No sucedió así con otras personas que fueron santificadas en el vientre materno: San Juan Bautista, San Elías, Jeremías, muy probablemente San José. Fueron santificados de un modo distinto al de la Santísima Virgen.
Aunque sea el más mínimo instante, estas almas tuvieron contacto con el pecado original, antes de ser santificados en el vientre materno. Fueron nacidos sin pecado, pero concebidos en pecado, y posteriormente santificados, aún estando en el vientre materno.
Es privilegio exclusivo de la Santísima Virgen María, por ser la Madre de Dios, no haber tenido ningún contacto con el pecado original.
Hay otra manera de demostrar esto. En el Evangelio leemos que Nuestro Señor enseñó a sus discípulos a orar, diciendo el Padre Nuestro (cf. San Lucas XI, 1-4). La Santísima Virgen no pudo haber sido indiferente a esta oración enseñada por su Hijo.
La pregunta que surge es: ¿Cómo pudo Nuestra Señora haber rezado el Padre Nuestro, sobre todo, cuando dice: “perdona nuestras deudas”? ¿Qué deudas le perdonaría el Padre siendo Ella Inmaculada?
Pues el débito que devenía por ley universal, que, en Ella, por privilegios exclusivos, no le llegó a manchar el alma. El débito le viene por la parte de la concepción biológica, que nunca alcanzó a manchar su Santísima Alma que la constituiría en persona.
Otro punto importantísimo que considerar es el hecho de que María fue redimida por la Cruz de Cristo.
Duns Scoto, al preparar la base teológica del Dogma de la Inmaculada Concepción, se formuló estas preguntas. ¿Cómo podría haber sido redimida si nunca tuvo pecado original? ¿Cómo entender que Ella, siendo, por un lado, la Inmaculada Concepción, es decir, sin pecado original, fuera a necesitar, por otro lado, la redención de Cristo?
El Mesías es el Redentor Universal. Por lo tanto, su Madre, la Virgen, no podría haber sido excluida de esa redención universal. Necesariamente María tuvo que ser redimida por Cristo. De lo contrario, Cristo no sería entonces el Redentor Universal.
Santo Tomás, en la III pars, Q. 32, responde que, a diferencia del resto de los mortales, la redención de María fue en vistas a preservarla del pecado, por eso es precisamente, la Inmaculada Concepción. Un privilegio que solo le corresponde a Ella.
En cambio, para el resto de los mortales, la redención fue liberativa, es decir, en vistas a liberar al género humano del pecado original.
Nuestra Señora, entonces, pudo decir el Padre Nuestro, y pudo llamar a su Hijo, “mi Salvador”, porque su Hijo la preservó de pecado en el momento de su Concepción.
No podría haber habido Encarnación sin Maternidad; ni Maternidad sin Encarnación. Por eso, desde siempre, Dios estableció en un mismo Decreto estas dos realidades: la Encarnación y la Maternidad de María.
En todas las fiestas de la Virgen las Epístolas son tomadas de los libros sapienciales, que se refieren a la Divina Sabiduría. Estos textos se le aplican además a la Virgen, no solo alegórica y espiritualmente, como muchos sostienen, sino principalmente literalmente, porque Ella ya estaba concebida en Dios antes que Dios creará los cielos y la tierra, y limitara los mares, y por eso, la Santísima Virgen jugueteaba como artífice de la creación, porque era como el plano que un arquitecto concibe antes de ejecutar la obra.
En ese plan divino estaba ciertamente incluida la Encarnación. La Encarnación se habría producido igual, sin que el hombre hubiera caído en pecado. Jamás el pecado podría haber sido la causa principal de la Encarnación. La Encarnación es la mayor unión y compenetración entre lo increado y lo creado, que se da en la persona de Cristo, que asume la naturaleza humana, verdadero Dios y verdadero Hombre.
Fray Luis de León dice que en las Escrituras “pimpollo” designa el fruto privilegiado de toda la creación, y es prueba del plan divino de la Encarnación, antes del pecado.
En ese complejo de decretos, Dios fija la existencia de la Virgen desde toda eternidad, en el pensamiento divino, como arquetipo, tanto Ella como su Hijo, de todo lo creado.
De ahí, el privilegio de ser la Madre de Dios. Toda la humanidad de Cristo a partir de Ella sola, sin concurso de varón. ¡Que mayor intimidad entre Madre e Hijo!
De ahí el privilegio que hace que la Virgen sea Plena de Gracia, una plenitud inicial, a partir de la Inmaculada Concepción, al concebirse su persona.
Esa plenitud va a crecer en la Encarnación, cuando sea Madre Virgen, y tenga parto virginal. Y seguirá creciendo hasta que sea Asunta al cielo, para ser coronada como Reina del cielo y de la tierra, y hasta llegar a la Visión Beatífica.
Todo ese despliegue de la Plenitud de la Gracia le viene de su Maternidad divina.
Hoy festejamos esa Plenitud de Gracia, en su estado inicial, en el momento de ser constituida persona, porque es un privilegio personal de Ella, como persona humana. Es un privilegio personal de la persona y privilegio único y exclusivo, porque única y exclusiva es la Madre de Dios.
Imploremos a Nuestra Madre del Cielo que nos socorra, como Madre que ama a sus hijos, a pesar de sus miserias. ¡Virgen Santísima, socórrenos!
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