jueves, 9 de diciembre de 2021

¡Parecían... Pero no eran! - Reynaldo

Parábola de las Diez Vírgenes

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“En aquel entonces el Reino de los cielos será semejante a diez vírgenes; que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes.

Las necias, al tomar sus lámparas, no tomaron aceite consigo, mientras que las prudentes tomaron aceite en sus frascos, además de sus lámparas. Como el esposo tardaba, todas sintieron sueño y se durmieron. Mas a medianoche se oyó un grito: ‘¡He aquí al esposo! ¡Salid a su encuentro!’ Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Mas las necias dijeron a las prudentes: ‘Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan’. Replicaron las prudentes y dijeron: ‘No sea que no alcance para nosotras y para vosotras; id más bien a los vendedores y comprad para vosotras’. Mientras ellas iban a comprar, llegó el esposo; y las que estaban prontas, entraron con él a las bodas, y se cerró la puerta. Después llegaron las otras vírgenes y dijeron: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’ Pero Él respondió y dijo: ‘En verdad, os digo, no os conozco. Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora’”.

Para interpretar cabalmente la parábola, respondamos estas preguntas:

1ª) ¿Cuántas doncellas había? – DIEZ.

2ª) ¿Cuántas eran vírgenes? – LAS DIEZ.

3ª) ¿Cuántas tenían lámparas? – LAS DIEZ.

4ª) ¿Cuántas salieron al encuentro del Esposo? – LAS DIEZ.

5ª) ¿Cuántas tenían las lámparas encendidas? – LAS DIEZ.

6ª) ¿Cuántas sintieron sueño por cuanto el esposo se tardaba? – LAS DIEZ.

7ª) ¿Cuántas se durmieron? – LAS DIEZ.

8ª) ¿Cuántas se despertaron con el anuncio de la llegada del Esposo? – LAS DIEZ.

9ª) ¿Cuántas arreglaron sus lámparas? – LAS DIEZ

¿En qué consistía, entonces, la diferencia de las unas con las otras? – En que había cinco que tenían aceite suficiente como para esperar la llegada del Esposo, pero a las otras cinco el aceite que tenían en sus lámparas no les alcanzaba para llegar a ese momento.

Es decir, la diferencia consistía en “algo que no se percibía a simple vista”. Los transeúntes que pasaban junto a ellas comentarían: “Mirad diez vírgenes que aguardan el momento de los desposorios… ¡Qué hermosas y qué bien preparadas están! ¡Qué precavidas con sus lámparas encendidas!”.

Sin embargo, los ojos de ellos no eran capaces de percibir la realidad triste de que había cinco cuyas lámparas iban a apagarse antes de tiempo porque el aceite del que disponían era insuficiente.

Esta parábola podría catalogarse entre otras que tratan acerca del mismo tema: el “Trigo y la Cizaña”, “los Peces buenos y los malos”, etc. Una y otra vez, el Señor hizo hincapié en el hecho que todos conocemos –a saber, que hay muchos que “parecen” y “no son”, muchos que “tienen apariencia de piedad” pero niegan con sus hechos la eficacia de ella.

Ésa es una señal clara de los Postreros Días, y llama la atención la manera en que Dios está usando a sus profetas (los verdaderos voceros del Dios Altísimo) en este tiempo para comunicarnos esa verdad desde el púlpito y por otras vías de las que Él se vale para comunicarse. Parece que la inminencia de la Parusía es tal que el Señor está dándonos un último aviso para que no alberguemos ninguna duda en nuestro corazón.

Cabría, pues, que nos preguntásemos: – ¿Tengo la cantidad suficiente de aceite en mi lámpara para poder llegar al momento del regreso del Señor? ¿Es mi vida espiritual lo suficientemente sólida como para soportar y vencer las pruebas y tentaciones?

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La Sagrada Escritura señala cuáles son las lámparas que Dios ha puesto a nuestro cuidado y que debemos mantener llenas de aceite para que no cesen de alumbrar.

PRIMERA LAMPARA: EL PROPIO DIOS.

En II Reyes 22: 29 leemos: “Tú, Yahvé, eres mi antorcha; Yahvé ilumina mis tinieblas”.

La palabra “antorcha” en la versión de Straubinger es la traducción del vocablo hebreo Nerá (נורה) cuya primera acepción es “lámpara”, y además “lamparilla, linterna y antorcha”. Dios es nuestra “lámpara” y para que permanezca encendida, hemos de darle el primer lugar en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestro hogar y dejar que sea Él Quien “obre en nosotros el querer y el hacer conforme a Su beneplácito” (Filipenses 2: 13).

SEGUNDA LAMPARA: LA PALABRA DE DIOS.

En el Salmo 118: 105 dice que “lámpara es para mis pies Tu Palabra y luz para mi senda”.

Pero para ello, tenemos que darle a la Palabra de Dios el lugar que debe ocupar y, por tanto, leerla, meditarla y, sobre todo, obedecerla. Santa Ángela de Foligno decía: “la inteligencia de las Escrituras esconde tales delicias, que el que las adquiere se olvida, no sólo del mundo, sino también de sí mismo”.

Quiero señalar que en Apocalipsis 1: 3 dice que es “Bienaventurado el que LEE”, no dice “el que ENTIENDE”. En la medida en que estudiamos la Escritura, crece nuestra fe porque según San Pablo “la fe viene, pues, del oír, y el oír por la palabra de Cristo” (Romanos 10: 17). Esta palabra alumbra, y de acuerdo con el Apóstol San Pedro, es “una antorcha en este mundo lleno de oscuridad” (II San Pedro 1: 19).

Un concepto importantísimo en estos últimos tiempos, en que hay tantos que afirman recibir comunicaciones de Dios y de la Santísima Virgen, es que si lo que dice esa supuesta aparición no está TOTALMENTE DE ACUERDO con la Palabra Revelada, la tal presencia no es de Dios. Ése es el caso de Gladys, la pseudo-vidente de San Nicolás, y de muchísimas otras personas en la secta Vaticano II.

TERCERA LAMPARA: EL ESPIRITU DE DIOS.

En Apocalipsis 4: 5 leemos: “Y del trono salían relámpagos, voces y truenos; y delante del trono había SIETE LÁMPARAS de fuego encendidas, que son los siete espíritus de Dios”.

Por supuesto, Dios tiene un solo Espíritu –el Espíritu Santo– que es la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Pero esos “siete” espíritus que vio San Juan en la Isla de Patmos no son más que los siete dones del Espíritu Único de Dios. Así como la luz se descompone en siete colores primarios cuando pasa a través de un prisma, así el Espíritu se revela a través de la séptuple manifestación de Sus dones. Léase Isaías 11: 2 para los siete dones del Santísimo Espíritu de Dios.

Para cuidar esta lámpara, debemos procurar ser muy delicados con el Espíritu de Dios porque puede contristarse (Efesios 4: 30) con nuestras conductas en desacuerdo con la Voluntad Divina. Y si hacemos de eso un “hábito actual”, el Espíritu se enoja (Isaías 53: 10 en el original). Y en caso de que lleguemos a convertir esto en un “acto habitual”, apagamos el Espíritu (I Tesalonicenses 5: 19).

DE ESTAS TRES LÁMPARAS DEPENDEN ESTAS OTRAS TRES:

CUARTA LÁMPARA: EL ESPÍRITU HUMANO.

Proverbios 20: 27 dice lo siguiente: “Lámpara de Yahvé es el espíritu del hombre, escudriña todos los secretos del corazón”.

Nuestro espíritu es el punto de contacto entre Dios y nosotros. El diálogo entre el hombre y Dios se produce en la región del espíritu del hombre. Por eso nos enseña el Apóstol San Pablo en Romanos 8: 16 que “el Espíritu de Dios da testimonio a nuestro espíritu”.

El propio Apóstol enseña en II Corintios 7: 1: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”.

QUINTA LÁMPARA: NUESTROS OJOS.

Nuestro Señor en el Evangelio según San Mateo 6: 22-24 afirma que “la lámpara del cuerpo es el ojo: Si tu ojo es sencillo, todo tu cuerpo gozará de la luz; pero si tu ojo es inservible, todo tu cuerpo estará en tinieblas”.

El término griego traducido por “sencillo” es APLOUS y significa bueno, sano, generoso. Y el término traducido como “inservible” es PONERÓS que quiere decir malo, envidioso, celoso.

El «ojo bueno» es el que sabe mirar a Dios en todo y sabe penetrar cualquier velo tupido que parezca ocultarlo para descubrir Su Rostro, y es también el que sabe mirar al prójimo con una mirada de piedad, de compasión, de misericordia.

En cambio, el “ojo malo” es el que descubre siempre dobles intenciones de los demás, el que juzga despiadadamente al prójimo y aquel que critica incluso los propios designios de Dios.

SEXTA LÁMPARA: NUESTRO TESTIMONIO.

En el Evangelio según San Mateo 5: 14-16 (Versión Popular), leemos:

“Ustedes son la Luz de este mundo. Una ciudad en lo alto de un cerro no puede esconderse. Ni se enciende UNA LÁMPARA para ponerla debajo de una mesa; antes bien, se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille, delante de la gente, para que viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo”.

Dios nos ha puesto por “luminarias” en este mundo… y debemos alumbrar. El mundo actual es un caos, su príncipe es Satanás y los agentes de éste están tratando de engañar aún a los escogidos.

Por tanto….

CONCLUSIÓN:

“Estén ceñidos vuestros lomos, y VUESTRAS LÁMPARAS ENCENDIDAS. Y sed semejantes a hombres que aguardan a su amo a su regreso de las bodas, a fin de que, cuando Él llegue y golpee, le abran enseguida. ¡Felices estos servidores, que el amor, cuando llegue, hallará velando! En verdad, os lo digo, Él se ceñirá, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirles… Vosotros también estad prontos, porque a la hora que no pensáis es cuando vendrá el Hijo del hombre” (Lucas 12: 35-40).

Reynaldo