domingo, 6 de febrero de 2022

Dom V post Epiph – San Mateo XIII, 24-30 – 2022-02-06 – Padre Edgar Díaz


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En la espera del Reino de Dios, que comienza aquí en la tierra, pero que es vida eterna, el cristiano debe madurar en la paciencia con temor y temblor por mantener su vocación junto a Dios, confiando en la guía infalible de la Providencia de Dios.

Para lograr estos fines, porque la vida aquí en la tierra es tiempo de prueba, Dios permite el mal, y, por tal permisión le debemos nuestro más humilde respeto. Por eso, el mal prospera en todas partes, incluso dentro del Reino de Dios, hasta el momento señalado. 

El enemigo es el mismo Satanás, inteligencia soberana caída, a quien Dios permitió al principio engañar al mundo con la tentación, que abrumó a nuestros primeros padres. La historia humana parece ser obra del diablo más que de Dios. 

Satanás se revela como un consumado estratega y un excelente diplomático. Su arma más poderosa es el error, y su tiempo preferido para sembrar es la noche: siembra de noche el error en el campo que pertenece a Dios. 

De la siembra de Satanás no puede nacer otra cosa que lo diabólico, y nada nada más diabólico que la confusión de ideas, y la perversión voluntaria de la verdad, incurable cuando surge de la rebeldía.

Se comienza por la defensa de la mentira, insinuada primero en pequeñas gotas, y luego, desplegada ocasionalmente en intencionados estudios, para llegar finalmente al desmoronamiento total de la fe.

Siempre hubo herejías y cismas en la Iglesia y nada ocurre sin que Dios lo quiera o lo permita. Pero particularmente en estos últimos tiempos reina la única herejía y cisma del momento, que es la de la indiferencia a la verdadera fe y a la vida espiritual: la apostasía, el último zarandeo de Satanás antes del anticristo.

En la estrechez actual del catolicismo más interesa la lucha reñida, codo a codo, de competencia, de rivalidad, de opresión, de descalificación, de indiferencia, de desprecio, de vacío y de increíbles humillaciones, que la verdad. Satanás sabe hacer pagar muy caro un simple plato de lentejas.

El Profeta Daniel había adelantado que, en los últimos tiempos, antes de la Parusía “muchos serían purificados y blanqueados y acrisolados; … [y esto los justos lo] entenderían” (Daniel XII, 10).

Se le dijo que en los últimos tiempos ocurriría la purificación de los santos y la manifestación del mal en los corazones humanos. Los santos serán perseguidos de tal manera que ninguno se salvaría si ese tiempo no fuese abreviado por amor de los escogidos (cf. San Mateo XXIV, 22).

Se le dijo además que “todas estas cosas se cumplirán cuando el poder del pueblo santo sea completamente destruido” (Daniel XII, 7), es decir, según Straubinger, cuando el poder del pueblo santo [la Iglesia] sea completamente destruido, realidad que ya estamos experimentando con el desmoronamiento de la jerarquía.

El vaticinio solo se cumplirá cuando el pueblo de Dios haya llegado al colmo de la tribulación; a la purificación de los santos que proviene más notablemente desde el seno de la Iglesia, por “conservar su alianza y recordar sus preceptos para cumplirlos” (Salmo CIII, 18), piedra de toque de la buena fe.

La virtud de los verdaderos católicos debe ser comprobada: aquellos que tienen verdadero deseo de cumplir con el Evangelio y realmente se preocupan por conocerlo, recordarlo y cumplirlo. Es necesario que se exponga a la luz del día la existencia en la Iglesia de verdaderos y falsos creyentes.

San Pablo explicita esta verdad diciendo: “Es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se manifiesten quienes son los de probada virtud entre vosotros” (1 Corintios XI, 19).

No es que sea necesario, sino inevitable, porque Jesús anunció que Él traería división (cf. San Mateo X, 34), y que en un mismo hogar habría tres contra dos (cf. San Lucas XII, 51s), y, a veces, hay que odiar a la propia familia para ser discípulo de Él (cf. San Lucas XIV, 26), porque no todos los invitados al banquete de bodas tienen el traje nupcial (cf. San Mateo XXII, 14), y la separación definitiva de unos y otros solo será en la consumación del siglo (cf. San Mateo XIII, 47-49).

Pero en la lucha se manifiesta y se corrobora la fe de los que de veras son de Él (cf. 1 Pedro I, 7; Santiago I, 12). De ahí que el ideal de paz entre los que se llaman hermanos (cf. San Marcos IX, 49), no siempre sea posible (cf. Romanos XII, 18) y que a veces los apóstoles enseñen la separación (cf. 1 Corintios V, 9-10).

La mala hierba prospera en el catolicismo, no se puede negar; pero no sólo por la acción directa de Satanás y sus acólitos, sino por la más o menos vasta connivencia real que existe con el mal y el error de cada persona.

La verdad exige sujeción y aceptación. Y como resultado de no sujetarse y aceptar la verdad deviene el error y la división interna.

De los cristianos que son inconsistentes en la fe, de lo que es incompatible con la fe, porque ya se ha caído en la apostasía, de los que se dicen creyentes por conveniencia, Dios purifica su Iglesia. 

De la connivencia con el mal, Dios purifica la Iglesia. De la falsa doctrina y de las malas costumbres: “Todo sarmiento que en mí no da fruto los cortará; y todo el que de fruto, lo podará para que de más fruto” (San Juan XV, 2).

Para producir esos frutos, como resultado de la vigilancia en justa defensa de la verdad, que los justos ven amenazada.

Para elevar la moral predicada por Jesucristo, al reflexionar sobre los propios defectos y procurar vivir una vida irreprensible.

Para escarmentar en cabeza ajena cuando se ve caer a personas que estaban de pie y para procurar tomar decisiones sólidas.

Dios manda cortar la higuera estéril (cf. San Lucas XIII, 6ss.) para castigar los pecados y para arrancar la fe de que ha dejado de practicar la caridad: 

“Considera, pues, adónde has caído, y arrepiéntete y practica las obras primeras; si no, vendré a ti y removeré tu candelabro de su lugar, si no te arrepientes” (Apocalipsis II, 4-5).

Quien se dice ser hijo de la Iglesia, pero no se deja guiar por su magisterio, y selecciona sus dogmas y su moral, apelando tal vez a la misericordia divina, no se sorprenda si queda excluido del Reino de Dios, y de la vida eterna, que acoge solo a los que, en la escuela de Cristo Crucificado, han crucificado su naturaleza corrompida por sus vicios y lujurias.

Es esta connivencia, inherente a cada cristiano, la que socava el crecimiento del trigo de la palabra de Dios y de la gracia de Dios. 

Lejos se está de tener el ímpetu del amor de los hijos de Dios, del ejercicio sincero de las obligaciones, y de la sumisa aceptación de la monotonía de la vida cotidiana, mientras se suspira por la Jerusalén Celestial. 

No hace falta que el enemigo venga a sembrar la cizaña durante la noche, porque las propias infidelidades y los compromisos rotos ya han sofocado al trigo sembrado por la gracia del Espíritu Santo.

He aquí gran parte del drama, incluso el de los que son conscientes de la situación por la que está pasando la Iglesia, y de lo que le pueda pasar al cristianismo por la persecución de los enemigos de Dios, ante las nuevas perspectivas del nuevo orden mundial, y de la sociedad del anticristo.

El divino segador quizás ya tenga la guadaña en su mano y alguien podría tener serios problemas si se encuentra atado en los fardos de cizaña para ser quemado, en lugar de estar en las gavillas de trigo, para ser colocado en el granero del Padre celestial.

Porque en el campo de las almas puede suceder algo que no sucede en los sembrados de esta tierra: en la tierra el trigo da trigo, y aún creciendo, sigue siendo trigo y su fruto es siempre trigo, y lo mismo ocurre con la cizaña: crece en cizaña, y su fruto es siempre cizaña.

En cambio, con las almas, la situación es muy diferente, es mucho más consoladora por un lado, la cizaña podría llegar a ser trigo, pero al mismo tiempo, mucho más terrible por otro lado, pues el trigo podría convertirse en cizaña.

Todos hemos sido sembrados en la vida por Dios como trigo, y todos estamos llamados al granero del cielo. Pero todos podemos convertirnos en cizaña por la perversión voluntaria de la mente y del corazón, por la infidelidad a Dios, y por la traición a Dios.

Trigo y cizaña a la vez: capaces de vivir dos vidas paralelas, enfrentadas y opuestas al mismo tiempo. Respeto externo a la religión, pero descuido voluntario de la fe. Transgresión grave de los deberes, y omisión seria de los medios eficaces para la vida sobrenatural, como el sacramento de la confesión. 

Esta cizaña es cizaña de la peor especie, aunque a la mirada distraída de quien no ve en lo profundo, y de quien no sospecha la constante traición del corazón, parezca trigo: es la cizaña que hace réprobos ante Dios.

Es el endurecimiento en el mal producido por infidelidades habituales; una vida descuidada, sembrada de caídas y remordimientos, agitada incluso por la rebelión contra el mismo Dios y la envidia por el éxito de los inicuos que galopan por los anchos caminos del mal.

En los últimos tiempos los verdaderos fieles entenderán sus misterios, y tratarán de perseverar en ellos: “[los justos] entenderán” (Daniel XII, 10).

Esto los justos lo entenderán: “Por eso algunos de los [justos] tropezarán, para que sean probados y purificados y blanqueados hasta el tiempo del fin” (Daniel XI, 35).

Y San Pablo exhorta: “Mas vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón” (1 Tesalonicenses V, 4).

Y porque entienden estas cosas se dedican a velar: “Velad, pues, y no ceséis de rogar para que podáis escapar a todas estas cosas que han de suceder, y estar en pie delante del Hijo del hombre” (San Lucas XXI, 36).

Por eso, los justos “… brillarán como el resplandor del firmamento, y los que condujeron a muchos a la justicia, como las estrellas por toda la eternidad” (Daniel XII, 3).

Mas los réprobos no entenderán estos misterios y los veremos andar como cizaña: “los malos seguirían haciendo el mal, y ninguno de los malvados entenderá” (Daniel XII, 10). ¡Tremenda verdad!

¡Que el Señor nos conceda la gracia de esforzarnos en proteger la frescura de nuestra fe y ser contados entre el trigo! 

¡Que el Señor derrame abundantemente el rocío de su amor para que su gracia nos libere de las marañas de la cizaña de nuestras traiciones y crezca nuestra fe en paciencia ante los ojos de Dios!

¡Amén!