La Santísima Trinidad - Miguel Cabrera |
*
Concluido el Tiempo Pascual, con la Octava de Pentecostés, comienza el periodo litúrgico correspondiente al año, con el Primer Domingo después de Pentecostés.
No obstante esto, después de festejar los Misterios Pascuales, la Ascensión, y Pentecostés, quiere también la Iglesia que festejemos el Dogma Fundamental de la Religión Católica, el Dogma de la Santísima Trinidad, que es el que especifica nuestra fe sobrenatural.
Sin este Dogma no hay Fe Católica, o Iglesia Católica, o Religión Católica. Por eso, es el Dogma Fundamental, y Máximo, de nuestra Fe. Este Dogma nos dice un misterio inefable: Dios es Uno, y Trino. Un solo Dios Verdadero, en tres Personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Este Dogma especifica nuestra Fe, la hace única, y solo puede ser creído por fe sobrenatural. No puede ser deducido por consideración humana, pues supera todo entendimiento creado, y solamente por revelación misma de Dios podemos conocerlo y aceptarlo.
Este Dogma no es un privilegio del Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento ya existía esta noción, y se tenía fe en la Santísima Trinidad.
Santo Tomás de Aquino dice que los antiguos, muchos de ellos privilegiados, como Moisés, el Rey David, los Profetas, los Patriarcas, Abrahán, Isaac y Jacob, conocían la Santísima Trinidad. Sin embargo, este misterio no debía ser explícitamente proclamado en el momento, pues el pueblo era rudo.
Entonces, el misterio de la Santísima Trinidad ya era conocido en el Antiguo Testamento, solo que no podía ser manifestado a todos. Ésta es la única diferencia que hay entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, con respecto a la Santísima Trinidad.
En el Antiguo Testamento el misterio de la Santísima Trinidad era oculto hasta que el pueblo tuviera la preparación adecuada para recibir su proclamación, y esto sucedería recién cuando viniese a la tierra el Verbo Encarnado.
Ésta es la razón por la que Nuestro Señor dijo que “Abrahán… exultó por ver su día” (San Juan VIII, 56).
Finalmente, de no haber habido en el Antiguo Testamento el conocimiento de la Santísima Trinidad no podríamos decir hoy que nuestra fe es la misma fe que tuvieron Abrahán, Isaac y Jacob.
Este misterio es inefable, porque lo Absoluto, es decir, Dios, se conjuga con lo relativo, es decir, con lo que depende de otro para su subsistencia. “Absoluto” es aquello que puede subsistir por sí solo, y esto es solo Dios.
Al hablar de la relatividad de lo Absoluto, es decir, la relatividad de Dios, estamos diciendo, no que Dios pueda llegar a depender de otro, sino que lo Absoluto puede llegar a ser concebido por la inteligencia del hombre, un ser relativo.
Dios Absoluto entra dentro de la inteligencia humana, es decir, el hombre puede entender perfectamente que Dios es Absoluto, que no depende de nadie.
En cambio, todo aquello que es relativo depende de Dios para su subsistir, y es, obviamente, opuesto a lo Absoluto, como lo es todo lo que es de orden humano y natural.
El nombre que se le da a todo lo relativo es el de “ser contingente”, es decir, que puede suceder, o no suceder, dependiendo de quien quiera que suceda o no. Todo lo que circunda nuestra naturaleza es relativo.
Obviamente, el hombre puede también entender perfectamente que todo lo que no sea Dios es relativo, y que depende de Dios para su subsistir.
Ahora bien, el problema que se le presenta al hombre es entender cómo estos dos conceptos, a saber, absoluto y relativo, cada uno por separado, puedan ser aplicados, al mismo tiempo, a una misma identidad, como es la de Dios. Esto no cabe en el intelecto humano. ¿Cómo lo Absoluto, siendo Absoluto, es al mismo tiempo relativo?
Ese conjugar de Dios Absoluto con la relatividad es, justamente, el misterio de la Santísima Trinidad, imposible de entender para el entendimiento humano. Esto es un misterio que no podrá caber jamás en el intelecto humano, que en Dios haya dos conceptos contrapuestos, que en lo Absoluto de Dios haya relaciones.
Tal es así que profesamos un solo Dios verdadero en tres Personas distintas, y esas tres Personas distintas son justamente una relación de origen, que hace distinguir en lo Absoluto de Dios, las tres Personas Divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Solo la Fe Católica puede mantener este misterio, y por eso, solo la Fe Católica salva, pues está ligada al verdadero Dios, en oposición a lo que dice el Vaticano II, que el “dios” de cualquier “religión” puede salvar. La fe de otras “religiones” no ligan al creyente con el verdadero Dios, Uno y Trino.
Ahora bien, si hay en Dios algo que pueda producir una distinción, esa distinción no podría ser “absoluta”, no podría ser Dios mismo, porque de lo contrario, Dios se dividiría a Sí mismo, algo que es imposible. Por lo tanto, la distinción que encontramos en Dios debe ser “relativa”.
Pero esa distinción “relativa” en Dios no puede ser, como lo es en todo lo que es relativo, accidental, es decir, algo que no sea esencial, porque en Dios no puede haber accidentes. Por eso, la distinción debe ser sí o sí una distinción subsistente, esencial.
Justamente esa relación subsistente constituye en Persona: las tres Personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Así, en Dios hay, una sola esencia, naturaleza, y substancia, la divinidad, Una, Absoluta, que hace que haya un solo Dios.
Pero hay en Dios dos relaciones subsistentes o esenciales que llamamos “procesiones” (es decir, que proceden). Una Procesión procede por vía de inteligencia; y la otra, por vía de voluntad.
La Procesión por vía de inteligencia procede del Padre, como una semejanza en la especie, y es el Hijo. Es lo que se llama, con nombre propio, la Generación. Por eso, el Hijo es Engendrado, desde toda la eternidad.
Arrio entendió mal esto. Sostuvo que la Generación del Hijo es una generación como la que vemos en las cosas naturales, producidas, y por ende, creaturas.
La Generación del Hijo es una Generación inmaterial, espiritual, y eterna, que procede del Padre, como su origen.
Una pálida imagen de este Generación del Hijo la podemos tener en el pensamiento del hombre, que procede de la inteligencia del hombre, solo que el pensamiento del hombre no se identifica con su inteligencia.
Pero el Pensamiento de Dios no es distinto de la Inteligencia de Dios. Luego, la Generación del Hijo es una Procesión inmanente, inmaterial, no-producida fuera de Dios, como creía Arrio.
La otra Procesión es la de Expiración. Expiración es el mutuo amor exhalado entre el Padre y el Hijo, y produce el Espíritu Santo. Es la Procesión por obra de amor de donde procede el Espíritu Santo.
De estas dos Procesiones subsistentes o esenciales tenemos las tres Personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Así tenemos tres Personas distintas, distintas en cuanto al origen, pero son Un solo Dios en cuanto a la naturaleza, la esencia, y la substancia de Dios.
Las tres Personas distintas se relacionan de la siguiente manera: la Paternidad, es la relación que hay desde el Padre hacia el Hijo, y Filiación, desde el Hijo hacia el Padre. Conjuntamente desde el Padre y el Hijo se exhala o expira el Amor, y de Ambos procede el Espíritu Santo.
Padre, Paternidad; Hijo, Filiación; Padre e Hijo, conjuntamente expiran Amor, Expiración; y de Ambos procede la Procesión del Espíritu Santo.
Pero, a su vez, es necesario decir que el Padre tiene una nota propia, porque es la única Persona que no procede de nadie, en distinción a como el Hijo procede de Él, y a como el Espíritu Santo procede de Ambos.
Porque es la Fuente, Primigenia, Originaria, sin procesión alguna, el Padre no procede de nadie, y esto se llama, Innacibilidad.
Se podrían decir muchas cosas más sobre la Santísima Trinidad, pues todo en nuestra religión gira alrededor del misterio de la Santísima Trinidad, pero es difícil poder abarcar tan vasto tema en tan corto escrito.
Esto es simplemente un pequeño esbozo para que podamos penetrar algo en este magno misterio, esencial y fundamental para nuestra fe, y para que hagamos de él el fruto de nuestra meditación, oración y contemplación, y así nutrir nuestra alma de este dogma fundamental, por ser el primero de todos. Así podremos aumentar en la fe, y así haciendo, creceremos también en la esperanza, y en la caridad.
Que estas palabras sean un aliciente para poder compenetrarnos con las cosas de Dios, y meditarlas, y que formen parte de nuestra vida sobrenatural y espiritual, para que nuestra fe sea una fe lúcida, inteligente y teológica, para que no se desvirtúe, en caso de ser atacada por el error, y pueda ser mantenida en la verdad.
Es esta la razón por la que mucha gente no pueda vivir una vida moral buena, porque falta la verdad de la doctrina. Falta la verdadera fe que nutra el alma para que la haga vivir sobrenaturalmente al estar adheridos a Dios, contemplando las cosas de Dios, en medio de un mundo tan impío.
Le pedimos a la Santísima Trinidad que nos vaya develando y manifestando todos los misterios para que nutran nuestra alma y nuestra fe, y para que con la ayuda de Nuestra Auxiliadora, la Santísima Virgen María, podamos perseverar en la fe que hoy está siendo cruel y vilmente atacada por doquier.