sábado, 10 de septiembre de 2022

Dom XIV post Pent – 2022-09-11 – Gálatas V, 16-24 – San Mateo VI, 24-33 – Padre Edgar Díaz

“¡Caminad según el espíritu!” (Gálatas V, 16)
Mosaico del Apóstol Pablo de la Catedral de San Isaac en San Petersburgo, Rusia

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Cuando uno se sienta a escribir un sermón, ¿qué es lo que más le urge escribir? ¿Cuál de todos los mensajes que uno podría escoger de un determinado texto de la Sagrada Escritura serviría más aquí y ahora para la gloria de Dios y la salvación de las almas? Es una elección difícil.

Las primeras palabras de la Epístola de San Pablo de este Domingo llevan a saborear con deleite el mensaje de liberación de espíritu que transmiten, que hace que el alma se expanda todo lo que Dios quiera que se expanda.

Spiritu ambulate” ¡Caminad según el espíritu! (Gálatas V, 16). ¡Magnífico! Es el remedio para no seguir los apetitos de la carne: “Y no seguiréis los apetitos de la carne” (Gálatas V, 16), finaliza la exhortación.

Y pasa después San Pablo a dar una larga lista de las obras que nacen de ser movido por los apetitos de la carne. No me detendré aquí a repetir la lista. De ella solo escojo una de esas obras, la herejía, por ser el más grave peligro para las almas actualmente.

Escojo la herejía porque es el instrumento usado por Satanás para matar lo más importante del cristiano, su verdadera fe en Dios. Para poder hacerle frente, debemos andar por el camino del espíritu, nos dice San Pablo hoy, en oposición a andar tras los pasos de la carne.

Nada de lo que enseñe la Iglesia Católica puede ser error. Un verdadero Papa está amparado por Dios para no enseñar el error: “Pero Yo he rogado por ti, a fin de que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (San Lucas XXII, 32), le dijo Jesús a Pedro.

Esta prerrogativa dada al Papa es para el bien común, pues de lo contrario los fieles estarían a la deriva, en medio de errores.

Si en la Iglesia que emerge posterior al Concilio Vaticano II encontramos errores significa entonces que no es la verdadera Iglesia Católica. En realidad, esta falsa Iglesia enseña miles de errores y herejías.

El catolicismo, por ser obra de Dios, no puede enseñar nada errado o equivocado. Y la primera obra del catolicismo es guardar la fe católica sin corrupción, así como la recibió de Nuestro Señor Jesucristo. Desde sus inicios, hasta hoy, se ha guardado siempre, y se continúa y se continuará guardando, sin error, la religión católica.

¿Cómo explicar entonces todos los errores con que nos bombardean desde el Vaticano, y, en especial, desde instituciones consideradas católicas hasta hace poco, como la Fraternidad de Monseñor Lefebvre?

La explicación de esto se encuentra en haber dejado de andar según el espíritu, y haber abrazado, en contraposición, el obrar según la carne. Estas instituciones están siendo usadas en contra del catolicismo verdadero, y nuestra pobre fe católica corre el riesgo de sufrir detrimento. 

El bombardeo es tal que andamos a la deriva, y en confusión. Difícilmente podríamos salir de ese estado por sí solos. Nuestra fe está en riesgo y la situación es bastante crítica.

Una de las causas por la que el catolicismo no puede defenderse hoy del error es por el desgano que experimenta por los asuntos religiosos. Poco claro y vivo es lo que se enseña en cuanto a las cuestiones puramente teológicas, como si a los fieles no le interesara.

En los primeros siglos de la Iglesia con pasión se quería saber lo que se había de creer, y los fieles lo estudiaban a la par de los teólogos. 

En los siglos posteriores, cuando la fe cayó por momentos en frivolidad, no obstante eso, igualmente se apasionaban por la interpretación de cosas altas y sutiles, tales como la gracia eficaz y la gracia suficiente, la predestinación, el libre albedrío, etc., etc.

Pero en los últimos tiempos muy pocos están interesados por las cosas del espíritu. El resultado es catastrófico. La herejía les deja mal parados, indefensos, y les fagocita sin misericordia. Por eso San Pablo exhorta: “¡Caminad según el espíritu!” (Gálatas V, 16).

Un cambio sustancial de la fe, para que desaparezca la fe católica de sobre la faz de la tierra, haría sucumbir a quien se mueva según un espíritu venido de la carne. El resultado es desastroso: condenación para millones de personas; y ninguna capaz de recibir a Nuestro Señor Jesucristo cuando venga.

Se anunciará al mundo una nueva religión, que se ha venido preparando y aún se está preparando casi imperceptiblemente detrás de cortinas vaticanas para obtener la religión del Anticristo. Una nueva religión a partir de la unión de todas las religiones de la tierra.

En esa nueva religión encontrarán cabida tanto un católico como un judío, un musulmán como un budista, etc., etc., y será la religión que todo aquel que quiera seguir vivo tendrá que abrazar obligadamente. El Anticristo, con su seducción, lo mandará.

Esta nueva religión que se está gestando no es, entonces, un ataque frontal a nuestra fe, porque un ataque frontal sería muy evidente, y despertaría al menos sospecha de estar siendo atacados.

¿Qué católico desamparado en su fe podrá hacer frente a esto? ¿Cómo podrá defenderse del error si no camina en el espíritu de Dios? ¿Quién podrá resistir?

Será, entonces, un dulce adormecerse en una nueva fe en la que se creerá estar en buena fe. La poca verdadera fe católica que quede irá en proceso de desaparición en una lenta agonía que será imperceptible.

De ahí la urgencia y gravedad del mensaje. Una disminución o enfriamiento de la fe, producida por un coqueteo con la herejía, eventualmente produce la muerte de la verdadera fe.

Y esto, como ya dijimos, imperceptiblemente, pues al nivel de experiencia humana cotidiana no se nota, pues se trata de una muerte sobrenatural.

“Al compás mismo con que se disminuye la fe se disminuyen las verdades en el mundo”, magníficamente afirma el escritor español Donoso Cortés.

¡Qué difícil elección la de escoger un tema para hoy!

Podría haberles escrito de los remedios en contra de la fornicación, la impureza… la idolatría… la envidia y otras cosas semejantes todas enlistadas por San Pablo como obras de la carne (cf. Gálatas V, 19-21).

Pero escogí la herejía, o, como dice el texto en Latín, “sectæ”, bien traducido como “facciones o divisiones”, que de dividir se trata, o como dice el texto Griego, αίρεσης, de donde viene nuestra palabra “herejía”.

La escogí porque la lucha en su contra es apremiante: “los que tales cosas hacen no alcanzarán el reino de Dios” (Gálatas V, 21). 

No aventar las herejías, y tenerlas bajo la calma de pútridas aguas, como las del Mar Muerto, pesadas como plomo, e infecundas como la ceniza, sería mortal. Mas, si las aventamos, es porque hay fe.

Nuestro Señor no vino sino a ser Signo de Contradicción: “para ruina, y para resurrección de muchos…” (San Lucas II, 34). Por eso hoy nos recuerda que “ninguno puede servir a dos señores… pues aborrecerá a uno, y amará al otro…” (San Mateo VI, 24).

Ninguno, entonces, puede servir al catolicismo y a la herejía… O seguimos a Jesucristo en todo, o no lo seguimos. O seguimos a la Iglesia de Cristo en todo, o no la seguimos.

Y una de las cosas que nos enseña la Iglesia de Cristo es que Ésta es Infalible. No hay yerros en Ella. Y de su infalibilidad deriva la infalibilidad del Papa. ¡No es de otra manera!

Por eso, quienes aún insistan en la teoría de que los bandidos conciliares que pretenden pasar por Papa es sostenible es porque posunt duobus dominis servire, es decir, porque spiritu non ambulant, sed carne.

Sed carne ambulant porque quieren la división. Querer la facción, o, en griego, la herejía, es de espíritu diabólico, que se empeña en dejar empecinado en el error a quien le sirve. 

Como me tocó una vez decir, hay entre nosotros uno que es un diablo, que obedece a un espíritu que es inmundo, que quiere seguir manteniendo la confusión y la división.

Dentro de poco el mundo se va a dividir por causa de Jesucristo: los que crean, y los que no crean; los que se salven, y los que no: “quien no está conmigo está contra Mí; y quien no amontona conmigo, desparrama” (San Mateo XII, 30).

Quienes sigan al espíritu de la carne, coqueteando aún con la herejía, se encontrarán dentro de poco dentro del enclave de la nueva religión del Anticristo.

¿De qué otra manera tendría Dios que decirnos esta verdad para que sea más evidente?

Procuremos ser católicos, vivir como católicos, manifestarnos como católicos: ¡auténticos católicos! ¡Que nuestra vida sea una auténtica proclamación de Cristo!

¡Solo así podremos caminar según el espíritu y no caer en las garras de la carne!

¡Venga la gracia! ¡Pase este mundo! ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Acérquese el que sea santo! ¡Arrepiéntanse y conviértase el que no lo sea! ¡Ven Señor, no tardes! ¡Amén!