domingo, 11 de diciembre de 2022

Soy la voz que clama en el desierto - Padre Edgar Díaz

San Juan el Bautista - Bartolomé Esteban Murillo - 1617-1682

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Las causas de nuestra alegría en este Tercer Domingo de Adviento son dos: “El Señor está cerca”, y “El Señor está en medio de nosotros”.

¿Cómo es posible esto? ¿Cómo puede estar cerca, y entre nosotros al mismo tiempo?

“Pero en medio de vosotros está Uno” (San Juan I, 26), asegura San Juan Bautista.

Por la Gracia está entre nosotros; en la Santa Misa. 

Por la Gloria, aún no, pero está cerca: es su venida para Reinar entre nosotros.

Todos los años durante las cuatro semanas del Adviento San Juan Bautista despliega su admirable vocación de Precursor del Señor en su primera venida:

“Soy la voz del que clama en el desierto: Preparad los caminos del Señor, enderezad sus sendas, como dijo el profeta Isaías” (San Juan I, 23).

San Juan el Bautista es un profeta como los anteriores del Antiguo Testamento, pero su vaticinio no es remoto como el de aquellos, sino inmediato.

Como el Mesías debía ser reconocido bajo humildes apariencias el bautismo de San Juan el Bautista era simplemente de contrición y humildad, como no tardó en reconocerlo Natanael, un israelita sin doblez (cf. San Juan I, 47), cuando dijo: “Tú eres el Hijo de Dios; Tú eres el Rey de Israel” (San Juan I, 49).

La proclamación de Natanael es tal porque el Mesías era anunciado como Rey y Sacerdote: 

“Será revestido de gloria; y se sentará para reinar sobre su trono. Él será sacerdote sobre su solio, y habrá espíritu de paz entre ambos (órdenes)” (Zacarias VI, 13).

Él será, pues, Rey, al mismo tiempo que ¡Pontífice! 

Voilà!

¡Éste es el orden que habrá en el futuro!

La realeza del Divino Pontífice había sido también netamente predicha por Jeremías:

“He aquí que vienen días, dice Dios, en que suscitaré a David un Vástago justo, que reinará como Rey, y será sabio, y ejecutará el derecho y la justicia en la tierra” (Jeremías XXIII, 5).

El trono le pertenecerá propiamente como Heredero legal de David:

“Tu casa y tu reino serán estables ante Mí eternamente, y tu trono será firme para siempre” (2 Samuel [2 Reyes] VII, 16), promesa que Dios le hace a David a través del Profeta Natán.

“¿Acaso quebrantaré mi palabra a David? Su descendencia durará eternamente, y su trono como el sol delante de Mí, y como la luna, firme para siempre, testigo fiel en el cielo” (Salmo 88 [89], 36-38).

Con la venida de Nuestro Señor como Rey y Pontífice, institución perenne de dos soberanías temporales necesarias para la humanidad, el Señor cumplirá fielmente a David la promesa jurada que le tiene hecha, de que no le faltará sucesor de su familia en el trono:

“Él me invocará: ‘Tú eres mi Padre; Tú mi Dios y la roca de mi salud’. Y Yo le haré primogénito; el más excelso entre los reyes de la tierra” (Salmo 88 [89], 27-28).

“Dios juró a David una firme promesa que no retractará: ‘Vástago de tu raza pondré sobre tu trono’” (Salmo 131 [132], 11).

La primera venida de Nuestro Señor Jesucristo tuvo por Precursor a San Juan Bautista:

“¿Quién eres tú?” (San Juan I, 19).

“Yo no soy el Cristo” (San Juan I, 20).

“¿Eres tú Elías?” (San Juan I, 21).

“No lo soy” (San Juan I, 21).

“¿Eres el Profeta?” (San Juan I, 21), creencia de los judíos basada en una falsa interpretación del Deuteronomio: “Dios … suscitará un profeta de en medio de ti … a él escucharéis” (Deuteronomio XVIII, 15), pasaje que se refiere a Cristo, y no a un profeta cualquiera.

“Respondió: ‘No’” (San Juan I, 21).

“Entonces: ‘¿Quién eres tú?’ … ‘¿Qué dices de ti mismo?’” (San Juan I, 22).

Jesús ya había anticipado esta respuesta: 

“Éste es de quien está escrito: ‘He aquí que Yo envío a mi mensajero (mi ángel) que te preceda, el cual preparará tu camino delante de ti’” (San Mateo XI, 10), texto que Jesús toma del Profeta Malaquías y que fue anunciado en el Evangelio del Domingo pasado:

“He aquí que envío a mi ángel que preparará el camino delante de Mí” (Malaquías III, 1).

El “ángel” es el Precursor del Mesías, San Juan Bautista. Dios anuncia, entonces, el reino de los cielos incoado por Jesucristo, y a su pregonero, el Bautista.

La llegada de reyes era siempre anunciada por pregoneros que intimaban a los habitantes que arreglasen los caminos y alejasen todos los obstáculos para que pase el Rey:

“Voz de uno que clama: ‘Preparad el camino de Dios en el desierto, enderezad en el yermo una senda para nuestro Dios’” (Isaías 40, 3).

Por eso, la segunda venida de Nuestro Señor como Rey será también precedida por un Precursor que le anuncie, para que se arreglen todos los caminos, y se quiten todos los obstáculos.

Se piensa que este Precursor podría ser Elías. Gracias a su espíritu San Juan el Bautista fue el Precursor de la primera venida:

“Os declaro que Elías ya vino” (San Mateo XVII, 11), les dijo Jesús a los discípulos; “y entonces comprendieron que les hablaba de San Juan el Bautista” (San Mateo XVII, 13).  

Pero como la misión mesiánica de Nuestro Señor fuera rechazada por la violencia de los judíos, entonces Elías tendrá que volver al fin de los tiempos como Precursor del Triunfo de Nuestro Señor:

“Ciertamente, Elías vendrá y restaurará todo” (San Mateo XVII, 11).

Lo más lógico, entonces, es pensar que Elías será el Precursor de la segunda venida de Nuestro Señor, uno de los Dos Testigos del Apocalipsis (cf. Apocalipsis XI, 3).

Mas el Precursor de la primera venida es también llamado “ángel”, como ya dijimos, y, por esta razón, otros piensan que el “Ángel” Precursor de la segunda venida de Nuestro Señor podría ser San Juan Evangelista, puesto que San Juan Evangelista es llamado “ángel”, en el siguiente texto del Apocalipsis.

El ángel que le mostró todas las visiones le impidió que se postrara ante él para adorarlo, pues entre iguales no puede haber postración ni adoración, con lo que da a entender que San Juan Evangelista mismo es un “Ángel” (cf. Apocalipsis XXII, 8):

“Guárdate de hacerlo (es decir, de adorarme a mí que soy un ángel), porque yo soy consiervo tuyo” (es decir, un ángel como tú) (Apocalipsis XXII, 9).

¿Es San Juan Evangelista el “Ángel” Precursor de la segunda venida? Podría ser. Haría falta profundizar más sobre este tema y por ahora solo queda aquí planteado.

La vida terrena es muy penosa y larga; el cielo está tan lejos: ¿cómo vivir con verdadera alegría cristiana en medio de todas las penurias?

Por medio de una fe vigorosa, profunda, completa y viva. El trabajo de vigorizar la fe, profundizarla, completarla y revivirla es hoy más imperativo que nunca.

La vida futura de grandiosa felicidad es comparable a una hermosa paloma blanca allá lejos en el tejado; la vida presente, llena de sinsabores, a un pequeño pajarillo que está en nuestras manos.

La fe estriba en dejar escapar el pajarillo para alzarse sobre el tejado y apresar la paloma.

Solo el cristiano vivo, el que tiene conciencia de la vida divina, ya presente entre nosotros, como dice la liturgia hoy, que tiene fe suficiente para abandonar el bienestar terrenal y cambiarlo por la vida eterna, ese cristiano puede alcanzar un verdadero estado de regocijo.

A esta alegría y fe cristianos nos llama la Iglesia: “Alegraos siempre en el Señor, otra vez os digo, alegraos” (Filipenses IV, 4).

La alegría como tesoro inexhausto de santidad (cf. Eclesiástico XXX, 23).

“El Señor está cerca” (Filipenses IV, 5), esto es, su segunda venida.

“No os inquietéis” (Filipenses IV, 6). Proviene la inquietud de un inmoderado deseo de librarse del mal que se padece. 

Mas la inquietud empeora el mal, quedando cada vez más y más enredado y preso en él.

“Y entonces la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses IV, 7).

Amén

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Dom III Adv – 2022-12-11 – Filipenses IV, 4-7 – San Juan I, 19-28 – Padre Edgar Díaz