miércoles, 1 de noviembre de 2023

Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos - Padre Edgar Díaz

La Muerte de Cristo - Giotto

*

Dios permitió a Santa Catalina de Génova conocer el Purgatorio aún estando en vida. Ella misma comprendió por experiencia propia la condición de las almas: necesitan purificar la herrumbre de las imperfecciones y los pecados, por decreto de Dios, antes de entrar en el Cielo.

El Purgatorio es el lugar donde ya no existe la posibilidad de pecado, ni de imperfección. Como las almas ya están fijas en Dios no existe más la posibilidad de reflexionar sobre sí mismas: “Estoy aquí por tales y tales pecados”; o “Si hubiera tenido la dicha de no cometer tales pecados… estaría en este momento en el Paraíso”. Ni siquiera conservan algún recuerdo del bien, o del mal, propio o ajeno. Por esto, no pueden pensar en sí mismas, aunque se esforzaran por hacerlo. 

Si pudieran pensar en sí mismas esto significaría de hecho una imperfección y una falta de caridad para con Dios. Si así fuera, seguiría reteniendo algo privado, que allí no tiene cabida. Solo pueden estar fijas en Dios. En el momento de la muerte cada alma entenderá perfectamente el motivo por el cual es enviada al Purgatorio.

Fijadas ya en la caridad – es decir, sin ya la mínima posibilidad de pecar – jamás podrán desviarse del amor a Dios por ningún defecto, ni por voluntad propia, ni por deseo. Solo tendrán la voluntad de amar a Dios.

Con excepción del gozo de los Santos en el Cielo, no hay paz que se pueda comparar con la de las almas del Purgatorio. Y esta paz irá cada vez más en aumento – por gracia de Dios – en proporción según la purificación vaya haciendo su trabajo de eliminar toda imperfección y deuda.

El fuego del Purgatorio va consumiendo continuamente toda imperfección y mancha de pecado, lo que va haciendo que las almas sean poco a poco más y más expuestas a recibir las comunicaciones de Dios.

Es como ir gradualmente quitando la suciedad de una superficie, que hace que poco a poco se vaya abriendo más y más al sol, y reflejando cada vez más su luz. A medida que las imperfecciones y las manchas desaparecen las almas van reflejando cada vez más perfectamente el verdadero sol que es Dios. 

Quedan desnudas al rayo divino, y su satisfacción de estar para siempre con Dios aumenta cada vez más y más, a medida que el tiempo de estar allí va disminuyendo. Por eso, aman cada vez más los designios de Dios por lo que nunca podrán decir que sus sufrimientos son sufrimientos.

Es cierto que sufren tormentos que ninguna lengua podría describir, ni ninguna inteligencia comprender. La fuente de todo sufrimiento es el pecado original y los pecados actuales cometidos por la persona. Estos sufrimientos provienen de la clara percepción de los obstáculos que aún les impiden poseer a Dios. Prácticamente les resultan insoportables. 

Como las almas en el Purgatorio son ya libradas de la culpa del pecado, solo el sufrimiento de la purificación las separa de Dios. Pero es necesario que la justicia de Dios sea satisfecha, y de ahí la razón del sufrimiento. 

Pero hay una diferencia con los sufrimientos del infierno. Los que están en el Infierno, habiendo pasado de esta vida con voluntades perversas, su culpa no es remitida, ni puede serlo, por haberse quedado su alma fija en el mal. Como está escrito: “Donde te encuentre”, es decir, en la hora de la muerte, con la voluntad fijada en el pecado o arrepintiéndote de él, “allí te juzgaré”.

Las almas en el infierno, habiendo sido encontradas en esa hora con la voluntad de pecar, tienen la culpa y el castigo siempre con ellos, y, aunque este castigo no sea tan grande como el que se merecen, es eterno.

Los que van al Purgatorio, en cambio, sufren la pena por sus pecados solamente, porque su culpa fue cancelada al morir, cuando se los encontró odiando sus pecados, y arrepentidos por haber ofendido a la Bondad Divina. Y esta pena tendrá un final, porque Dios estará cada vez más y más cerca.

Las almas del Purgatorio están totalmente conformadas a la voluntad de Dios; por lo tanto, se corresponden con Su bondad, están contentas con todo lo que Él ordena, y están completamente purificadas de la culpa de sus pecados. Así liberados de la culpa y unidos a la voluntad de Dios, lo ven claramente según el grado de luz que Él les permita, y así comprenden cuán grande es la Bondad de Dios.

Así como las almas purificadas no encuentran reposo sino en Dios, para quien fueron creadas, así las almas en pecado no pueden encontrar otro lugar que le corresponda más que el Infierno.

Por tanto, en el instante en que las almas se separan del cuerpo, van a su lugar designado, sin necesidad de otra guía que la conciencia de pecado, si es que se han separado del cuerpo en pecado mortal. 

Y si a las almas se les impidiera obedecer ese decreto (procedente de la justicia de Dios), se encontrarían en un Infierno aún más profundo, pues estarían fuera del orden divino. Por lo tanto, al no encontrar ningún lugar más apropiado, ni ninguno en el que sus dolores sean tan leves, se arrojan al lugar que les ha sido asignado, el Infierno.

Lo mismo ocurre con el Purgatorio: las almas, abandonando el cuerpo, y no encontrando en sí mismas esa pureza con la que fueron creadas, y viendo también los obstáculos que impiden su unión con Dios, conscientes también de que sólo el Purgatorio puede eliminarlos, se lanzan rápida y voluntariamente en él. 

Y si no encontraran los medios ordenados para su purificación, instantáneamente las almas mismas se crearía un infierno, peor que el Purgatorio, para lograr acercarse a Dios. Si el Purgatorio no existiera sería un mal tan grande que, en comparación con el Infierno, éste sería nada. Sabiendo, entonces, que el Purgatorio es el lugar para la purificación, el alma se lanza a él y encuentra allí esa gran misericordia, la eliminación de sus manchas.

La mayor miseria de las almas del Purgatorio es contemplar en sí mismas todo lo que desagrada a Dios, y, descubrir que, a pesar de la Bondad de Dios, ellas han consentido en sus imperfecciones, y, estando en estado de gracia, ven la realidad y la importancia de los impedimentos que dificultan su acercamiento a Dios.

Dios transforma las almas de tal manera en Él mismo que, olvidándose de todo, ellas ya no puede ver nada más que no sea Él; y Él continúa atrayéndolas, las enciende de amor, y nunca las abandona hasta que las lleve al estado de donde salieron por primera vez, es decir, a la pureza perfecta en la que fueron creadas.

El amor de Dios, con su mirada unificadora, está continuamente atrayendo a las almas hacia Sí, como si no tuviera otra cosa que hacer; y cuando las almas ven esto, si pudieran encontrar un purgatorio aún más doloroso, en el que pudiera ser purificada más rápidamente, se sumergirían de inmediato en él, impulsadas por el amor recíproco y ardiente entre ellas y Dios. 

Amén.

*

Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos – 2023-11-02 – 1 Corintios XV, 51-57 – San Juan V, 25-29 – Padre Edgar Díaz