sábado, 16 de diciembre de 2023

¿Quién eres tú? - Padre Edgar Díaz

San Juan Bautista - El Greco - 1597-1603

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Desde los días de Adán cierne sobre el hombre el antagonismo entre el diablo y Cristo en puja por su conquista con la aparente victoria del primero. El antagonismo continúa a lo largo de la historia, y se hará singularmente virulento en los tiempos últimos, con la aparición del Anticristo.

Éste será el supremo y más vigoroso ataque del enemigo contra Cristo y su Santa Iglesia para apoderarse de los hombres, y al mismo tiempo los preliminares más elocuentes de la victoria final definitiva de Nuestro Señor, el Rey de reyes, que con su venida nos dará la verdadera paz y la estabilidad inquebrantable de su Reino: “La paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros entendimientos en Cristo Jesús” (Filipenses IV, 7).

La vida del que espera al Señor en la “dichosa esperanza” (Tito II, 13) excluye todo apego al mundo, porque el mundo debe pasar: “No os inquietéis por cosa alguna, sino que en todo, vuestras peticiones se den a conocer a Dios mediante la oración y la súplica, acompañadas de acción de gracias” (Filipenses IV, 6). El Señor está cerca —dice el Introito— y pronto liberará a la Santa Iglesia Católica del influjo del maligno.

La actitud digna de un cristiano es creer en esta verdad, y, por ella, adorar a la infinita majestad de Dios con humildad, recogimiento, veneración y respeto, tanto con los sentimientos de su alma como con los gestos del cuerpo, para que sea todo el hombre el que reza y adora. 

Mientras el alma habla con sentimientos, el cuerpo lo hace a través de gestos: genuflexiones, inclinaciones, asentimientos con la cabeza, elevación de las manos, golpes en el pecho, señales de la cruz, fidelidad a las rúbricas de la Santa Misa, en definitiva, todas las ceremonias eclesiásticas, que si bien no obtienen la gracia, contribuyen a obtenerla, ya que humillan al espíritu, persuaden el recogimiento y aumentan la devoción.

En la lucha por la conquista del hombre el enemigo siempre se propuso lograr una disociación entre el cuerpo y el alma. Podemos ver esto en las “modas” que adopta el mundo: travestismo, homosexualismo, tatuajes, agujeros en las orejas, narices y boca, mutilación, color de pelo estrafalario, etc. Todo apunta a un menosprecio del cuerpo y de Dios, autor del mismo.

El gnosticismo es una herejía que persiguió a la Iglesia desde sus comienzos. Tiene su origen en la influencia del judaísmo sobre el cristianismo, y enfatiza el “conocimiento”—gnosis—por encima de las enseñanzas y tradiciones ortodoxas y la autoridad de la Iglesia. 

Una de sus características más sobresalientes es considerar lo material—en particular el cuerpo humano—como defectuoso y malévolo. En consecuencia, se opone con descaro a toda expresión del cuerpo en la oración y adoración a Dios, por ser el cuerpo malo, y quita importancia al martirio de efusión de sangre, y, en última instancia, a la resurrección, y al Reino de los Santos en la tierra.

San Ireneo, Obispo de Lyon desde 189 hasta su muerte el año 202, ya había señalado el error del gnosticismo. Lo ataca en su obra principal, Contra las Herejías, donde, a su vez, recalca cómo esta perversidad influyó principalmente en la escatología milenarista, punto duramente impugnado entre eclesiásticos. 

Como solución a este problema, destaca pues San Ireneo la enseñanza heredada de los Apóstoles sobre el Anticristo, la Resurrección de los justos y el Milenio tal como la recibieron e interpretaron los Primeros Padres de la Iglesia. En el tercer domingo de Adviento nos pareció importante dar sucintamente estas líneas trazadas por San Ireneo.

Cuando San Ireneo escribe sobre el Anticristo tenía en mente adversarios muy específicos: no tanto los herejes gnósticos sino un grupo de cristianos simpatizantes con algunas tesis gnósticas. A estos les sugiere volver a las fuentes de la preciosísima doctrina, los Apóstoles y Padres de la Primitiva Iglesia. Quiere alertarlos contra los peligros de seducción, tanto más sensibles cuanto más lejos quedaban las enseñanzas de los Apóstoles y sus primeros discípulos.

Desde San Justino, quien viviera unos 70 años después de la crucifixión de Nuestro Señor, había quienes enseñaban una resurrección “muy particular” que se contentaba prácticamente con la salvación del alma sin considerar al cuerpo. Para tales individuos, no tenía sentido la distinción entre la Primera Resurrección de los justos en la Parusía, y la Universal, la de todo el resto de la humanidad, como tampoco tenía sentido el Milenio, o Reino de los Santos en el mundo, previo al Juicio Final.

Como las tesis gnósticas indican, se desestimaba el cuerpo (lo material), y, por tanto, el único martirio sería el testimonio interior de la conciencia. ¿Para qué dar tanta importancia al cuerpo, sabiendo que está destinado a la corrupción y lo más importante es el destino del alma? La “religión de la mente” resultaría ser un cómodo refugio para la tibieza, actitud que favorece los criterios falaces del diablo, por un lado, y el menosprecio de las exigencias de Dios, y plasmador del cuerpo humano, por otro. Así, marginado el cuerpo, y reducido a sus justos límites, perdía importancia el perderlo cruentamente en el martirio de la difícil persecución.

Muy probablemente estos eran los mismos que negaban el Milenio. Y quizá estos mismos tomaban el Apocalipsis en un sentido tan alegórico, que venían a diluir sus capítulos sobre el Anticristo en persecuciones metafóricas de los cristianos, traducibles en combates interiores, psíquicos, fuera de todo sentido histórico.

Y tocamos otra probable tesis gnóstica, de peligrosas repercusiones entre grupos eclesiásticos, la desestima del Apocalipsis; y si no su condenación, la necesidad de interpretarlo alegóricamente; libro bueno para educar, pero falto de sentido literal e inaplicable a individuos de fuerte vida interior. La premisa común era entonces la exégesis alegórica, aplicada sistemáticamente a todos los libros proféticos y, en particular, al Apocalipsis. 

San Ireneo, por el contrario, toma las doctrinas recibidas de los Apóstoles y Padres de la Primera Iglesia, tanto en sus exposiciones sobre las profecías del Antiguo Testamento, como las del Apocalipsis, y las desarrolla siempre conforme al sentido literal y obvio de las Escrituras. Acentúa así, contra la alegoría de los eclesiásticos de su tiempo, simpatizantes herejes de la gnosis heterodoxa, la exégesis literal, herencia de los grandes discípulos de San Juan, y entiende el problema, no como tema puro de exégesis, sino como algo vital inmediato. 

El desarrollo de la doctrina sobre el Anticristo representa un caso calificado de aplicación. Sobre el Anticristo no valen alegorías, so pena de dejarse engañar por el mismo espíritu diabólico que se asentará en él para seducir a los hombres y dar la batalla final contra los justos. El Anticristo cree posible la victoria sobre los justos puesto que no tiene en cuenta el triunfo definitivo de Cristo en la Cruz. La decisión con que actúa en el mundo (aunque todavía él no se haya manifestado visiblemente) no parece dejar margen a dudas. Por ser hombre, está cegado por el enemigo, y lleno del espíritu de las tinieblas; ignora su destino y la suerte de su campaña, y, como órgano ciego del enemigo, actúa libremente contra los hombres —hombre contra hombres— igual que otros impíos.

El diablo, por su parte, consciente del triunfo final de Cristo, intentará en un esfuerzo desesperado perder a cuantos justos pueda, con la seducción y persecución del Anticristo. Lo no logrado mediante los espíritus y hombres apóstatas (tiempos del diluvio, fariseos, falsos discípulos como Judas, y herejes), a lo largo de la historia, se promete conseguirlo mediante el Anticristo, “recapitulación de toda angélica y humana apostasía” en todo el mundo.

El celo de San Ireneo por desenmascarar los planes del diablo no afecta solo al drama del Anticristo. Descubre en los herejes a los verdaderos hijos del diablo, los ve como preliminares del Anticristo, llenos del mismo espíritu de apostasía que él. Y trata de atajar su influjo entre los eclesiásticos y de contrarrestar la acción de la gnosis—verdadero Anticristo—sobre algunos eclesiásticos. A estos, y no a los herejes gnósticos se dirigen sus argumentos de Escritura, y el peso fuerte recae en el Apocalipsis de San Juan, depositario de los secretos de Jesús, y cuyas doctrinas auténticas habían llegado hasta San Ireneo mediante los Presbíteros del Asia, Policarpo y Papías. 

Sabe San Ireneo cómo deben leerse e interpretar las Escrituras. Hablando a eclesiásticos no tiene por qué invocar otra tradición que la única de la Magna Iglesia, la Gran Iglesia, que tuvo contacto directo con Jesús y los Apóstoles. Así se comprende la actitud del Santo en la defensa de la escatología milenarista. Se dirige a quienes están seducidos por los herejes. Discurre con absoluta libertad de espíritu, en la creencia de que sus interlocutores buscan la verdad, y agradecen ser iluminados sobre temas muy sensibles, y de tanta importancia, como la interpretación de las profecías.

Dado que el modernismo es la suma de todas las herejías lógicamente incluye también el desprecio de lo material y la necesidad de interpretar las profecías alegóricamente. El resultado de esta acción es palpable no solo en el modernismo sino también, lamentablemente, en algunos eclesiásticos de la Iglesia, quienes, si no unos, otros, además de interpretar alegóricamente las profecías, se aplican a hablar erróneamente del Dogma de la Infalibilidad, llevándolos indefectiblemente a la Misa Una Cum y la Tesis Papa Material-Formal. 

En la Gran Persecución contra los cristianos el Anticristo presentará la disyuntiva: la marca de la bestia, o la muerte. Pensar volver a los tiempos de la Iglesia que fueron no deja de ser una distracción. Por no estar alertados de este peligro se pone en riesgo la salvación. Por la desestima de lo material se corre el riesgo de despreciar la gracia del martirio, y, en consecuencia, que no sea todo el hombre el que reza y adora. Y, por la interpretación alegórica, se asoma al abismo de la decepción, peligro muy grande pues se ha cruzado una línea muy imprudente.

Jesús advirtió: “Si entonces os dicen: ‘Ved, el Cristo está aquí o allá’, no lo creáis” (San Mateo XXIV, 23). Se está usando inteligencia artificial para duplicar a una persona y su voz. A imágenes que parecen muy reales se les hacer decir lo que se quiera. Millones de personas caerán en la trampa del Anticristo que se hará pasar virtualmente por Cristo, diciendo cosas contrarias a su doctrina, y no hay manera de controlar esto, porque la tecnología está ya muy avanzada. 

Más que nunca debemos tener discernimiento, y confiar en el Espíritu Santo para saber si algo es verdadero o real, o no. Incluso, será posible engañar a los mismos elegidos: “Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, y harán cosas estupendas y prodigios, hasta el punto de desviar, si fuera posible, aun a los elegidos” (San Mateo IV, 24). Esto va tomando cada vez más sentido.

El intento de engaño ya había sido usado con San Juan el Bautista. Observa San Juan Crisóstomo que la pregunta que le hacen los judíos: “¿Quién eres tú?” (San Juan I, 19), era capciosa, y tenía por objeto inducirlo a declararse el Mesías, pues ya se proponían cerrarle el paso a Jesús. Querían hacer creer que Juan era el Mesías. Cuando aparezca el Anticristo, también harán creer que él es el Mesías.

Y la respuesta del Bautista es sorprendente: “En medio de vosotros está uno que vosotros no conocéis” (San Juan I, 26). A los que usufructuaban la religión no les convenía que apareciese Jesús, porque entonces ellos quedarían sin papel. De ahí su oposición apasionada contra Jesús y su odio contra los que creían en su venida. Se repite en su Segunda Venida.

No conocer a Cristo por una equivocada interpretación alegórica de las profecías puede conducir a un error fatal. Es un gran daño a la verdad y a las personas. No olvidemos que el objetivo final del diablo es apoderarse de los hombres para perderlos.

Si ya en el Siglo II San Ireneo se comprometió a eliminar equívocos en quienes desestimaban el cuerpo y el martirio, que es el triunfo del cristiano en la persecución, y la resurrección primera, es porque su exégesis literal y obvia, basada en las fuentes que estuvieron en contacto directo con los Apóstoles, es clave para sobrevivir, en particular, los últimos tiempos. 

Más urgente que nunca y con toda humildad, en la Oración Colecta, suplicamos al Señor que “aplique su oído a nuestros ruegos y que alumbre las tinieblas de nuestra mente por la gracia de su Venida”, para poder comprender los verdaderos peligros que nos acosan. Amén.

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Dom III Adv – 2023-12-17 – Filipenses IV, 4-7 – San Juan I, 19-28 – Padre Edgar Díaz