sábado, 23 de diciembre de 2023

Vigilia de Navidad - Padre Edgar Díaz

Natividad - Duccio - 1308-1311

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En la liturgia del Miércoles de las Témporas de Adviento se nos dice: “Acontecerá en los últimos tiempos que el monte de la Casa de Yahvé será establecido en la cumbre de los montes, y se elevará sobre los collados; y acudirán a él todas las naciones” (Isaías II, 2).

Por un lado, la plenitud de los tiempos comienza con el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo: “Mas cuando vino la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, formado de mujer, puesto bajo la Ley …” (Gálatas IV, 4).

Por otro, el reunir todo en Cristo aún no ha llegado. Quiso Dios “en la dispensación de la plenitud de los tiempos, reunirlo todo en Cristo, las cosas de los cielos y las de la tierra” (Efesios I, 10).

Para reunirlo todo en Cristo, debe venir a reinar, sobre aquellos que hayan sido preservados de toda contaminación. Así, “los que, por el poder de Dios, sois guardados mediante la fe para la salvación que está a punto de manifestarse en (este) último tiempo” (1 Pedro I, 5) serán resguardados.

Así dice también San Pablo: “‘En el tiempo aceptable te escuché, y en el día de salud te socorrí’. He aquí ahora tiempo aceptable. He aquí ahora día de salud” (2 Corintios VI, 2). Y “has de saber que en los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles” (2 Timoteo III, 1).

En el lenguaje de los profetas el término “últimos tiempos; plenitud de los tiempos” se refiere a los tiempos finales de la presente dispensación que ocurrirá cuando Jesús venga en su Parusía. 

Entonces sucederá que el monte de la Casa del Señor, el Monte Sión (la Ciudad de Jerusalén), resplandecerá con su nueva luz. Nueva luz porque dejará de ser judía y musulmana, y se convertirá en católica. La elevación aquí predicha figura la gloria futura de Sión en los últimos tiempos, cuando el Dios allí adorado, fuere reconocido como Dios de toda la tierra. 

Éste es el Triunfo de la Iglesia; Jerusalén, la ciudad donde estará anclada, pues Roma perdió la fe. Y acudirán al Monte Sión (Jerusalén Católica) todas las naciones, en busca del Dios verdadero, la Santísima Trinidad, y llegarán muchos pueblos a ella y dirán: Dios “‘nos enseñará sus caminos, e iremos por sus sendas’; pues (del Monte) Sión (Jerusalén Católica) saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Yahvé” (Isaías II, 3). Por medio de la Palabra de Dios en Jerusalén será promulgada la ley necesaria para regir a las naciones.

Es lo que Jesús le dijo a la Samaritana: “Vosotros, adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos” (San Juan IV, 22). La salvación viene de los judíos pues esta nación fue hecha depositaria de las promesas de Dios a Abrahán, el “padre de los creyentes”, es decir, el padre de la verdadera fe, la Santa Iglesia Católica, “una nación grande y fuerte en quien serán bendecidas todas las naciones de la tierra” (Génesis XVIII, 18).

El mediador de todas esas bendiciones es Jesús, descendiente de Abrahán por María, porque “no envió Dios su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo por Él sea salvo” (San Juan III, 17). Lo envió a través de “los israelitas, de quienes es la filiación, la gloria, las alianzas, la entrega de la Ley, el culto y las promesas; cuyos son los padres, y de quienes, según la carne, desciende Cristo, que es sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos” (Romanos IX, 4-5). Es por eso por lo que del “(Monte) Sión vendrá el Libertador” (Romanos XI, 26).

Luego, en su Segunda Venida, Jesús “será árbitro entre las naciones, y juzgará a muchos pueblos; y de sus espadas forjarán rejas de arado, y de sus lanzas hoces. No alzará ya espada pueblo contra pueblo, ni aprenderán más la guerra” (Isaías II, 4).

No se han cumplido todavía estos vaticinios sobre la paz perfecta. Ésta es una clara señal de que Jesús no ejerce aún su Reinado sobre la tierra. La realización completa no tendrá lugar, sino en la consumación de los tiempos, porque en esta tierra, donde el mal subsistirá siempre al lado del bien, no se puede buscar un cumplimiento perfecto:

“El que siembra la buena semilla, es el Hijo del hombre. El campo es el mundo. La buena semilla, esos son los hijos del reino. La cizaña son los hijos del maligno. El enemigo que la sembró es el diablo. La siega es la consumación del siglo. Los segadores son los ángeles. De la misma manera que se recoge la cizaña y se la echa al fuego, así será en la consumación del siglo (la coexistencia trigo-cizaña es la economía última—la dispensación de la gracia de Dios; la dispensación del misterio; Efesios III, 2.9—que durará hasta la Parusía). El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino todos los escándalos, y a los que cometen la iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. ¡Quien tiene oídos, oiga!” (San Mateo XIII, 37-43).

Entretanto tenemos que esperar hasta que se cumpla el deseo del salmista: “Dispersa, oh, Dios, a los pueblos que se gozan en las guerras” (Salmos 67, 31). La actual búsqueda excesiva de la paz entre las naciones y los continuos pactos de seguridad (luego traicionados) son una señal de que no hay paz (y, por ende, de que los pueblos no viven según el Evangelio), pues la tan deseada paz mundial no podrá realizarse sin la sumisión y obediencia a la ley divina. 

Así se explica que los paganos (de antes y de ahora; judaísmo, islamismo, paganismo) no sean capaces de este ideal, porque van tras sus ídolos: “su tierra rebosa de ídolos; se prosternan ante las obras de sus manos, ante lo que han fabricado sus dedos” (Isaías II, 8).

En este sentido nada es más trágico que la Biblia en cuanto se refiere al destino de las naciones, que solemos mirar con ilusorio optimismo: 

“porque habrá, entonces, grande tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá más. Y si aquellos días no fueran acortados, nadie se salvaría; mas, por razón de los elegidos serán acortados esos días. Si entonces os dicen: ‘Ved, el Cristo está aquí o allá’, no lo creáis. Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, y harán cosas estupendas y prodigios, hasta el punto de desviar, si fuera posible, aun a los elegidos. ¡Mirad que os lo he predicho!” (San Mateo XXIV, 21-25).

“Y como fue en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, se casaban (los hombres), y eran dadas en matrimonio (las mujeres), hasta el día en que Noé entró en el arca, y vino el cataclismo y los hizo perecer a todos. Asimismo, como fue en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; mas, el día en que Lot salió de Sodoma, cayó de cielo una lluvia de fuego y de azufre, y los hizo perecer a todos. Conforme a estas cosas será en el día en que el Hijo del hombre sea revelado” (San Lucas XVII, 26-30). 

“Los hombres desfallecerán de espanto, a causa de la expectación de lo que ha de suceder en el mundo, porque las potencias de los cielos serán conmovidas” (San Lucas XXI, 26).

“Cuando digan: ‘Paz y seguridad’, entonces vendrá sobre ellos de repente la ruina, como los dolores del parto a la que está encinta; y no escaparán” (1 Tesalonicenses V, 3).

“Y entonces se hará manifiesto el inicuo, a quien el Señor Jesús matará con el aliento de su boca y destruirá con la manifestación de su Parusía; (aquel inicuo) cuya aparición es obra de Satanás con todo poder y señales y prodigios de mentira, y con toda seducción de iniquidad para los que han de perderse en retribución de no haber aceptado para su salvación el amor de la verdad. Y por esto Dios les envía poderes de engaño, a fin de que crean la mentira, para que sean juzgados todos aquellos incrédulos a la verdad, los cuales se complacen en la injusticia” (2 Tesalonicenses II, 8-12).

“El Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos habrá quienes apostatarán de la fe, prestando oídos a espíritus de engaño y a doctrinas de demonios, (enseñadas) por hipócritas impostores que, marcados a fuego en su propia conciencia, prohíben el casarse y el uso de manjares que Dios hizo para que con acción de gracias los tomen los que creen y han llegado al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo IV, 1-3).

“En los últimos días vendrán impostores burlones que, mientras viven según sus propias concupiscencias, dirán: ‘¿Dónde está la promesa de su Parusía? Pues desde que los padres se durmieron todo permanece lo mismo que desde el principio de la creación’” (2 Pedro III, 3-4).

“Mas, el resto de los hombres … no se arrepintieron de las obras de sus manos y no cesaron de adorar a los demonios y los ídolos de oro y de plata y de bronce y de piedra y de madera, que no pueden ver ni oír ni andar. Ni se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus latrocinios …” (Apocalipsis IX, 20-21).

“Y abrasáronse los hombres con grandes ardores, y blasfemaron del Nombre de Dios … mas no se arrepintieron para darle gloria a Él … Y blasfemaron del Dios del cielo, a causa de sus dolores y úlceras, pero no se arrepintieron de sus obras …” (Apocalipsis XVI, 9-11).

“La furiosa ira de Dios el Todopoderoso” (Apocalipsis XIX, 15). “Del cielo bajó fuego (de parte de Dios) y los devoró” (Apocalipsis XX, 9).

Jeremías enseña que el vaticinar prosperidad es la característica de los falsos profetas: “‘Tendréis paz’, cuando la espada ha llegado ya hasta el alma” (Jeremías IV, 10). “Curan la llaga de mi pueblo a la ligera, diciendo: ‘¡Paz, paz!’ cuando no hay paz” (Jeremías VI, 14). 

Después de dos guerras mundiales en un cuarto del siglo XX, y hoy ante la presencia de la tercera, (“Pueblo se levantará contra pueblo, reino contra reino”—San Lucas XXI, 10); con la energía atómica aplicada a destruir como una “anti-creación”, y la teoría demográfica, social y poblacional que considera el exceso de población de las clases pobres u obreras como un problema para su calidad de vida, que ciega las fuentes de la vida, ¿En qué podría fundarse la esperanza de un mundo mejor? 

Sólo en el orgullo que cree en las fuerzas propias del hombre caído, del cual nos dice el mismo Dios por boca de Jeremías: “¡Maldito el hombre que pone su confianza en el hombre, y se apoya en un brazo de carne!” (Jeremías XVII, 5).

Para librarnos de esta maldición nació Jesús en Belén, su primera venida, y vendrá a reinar, su segunda venida.

Hoy en la Iglesia se canta la “Kalenda” o Anuncio de Navidad:

En el año 5199 de la Creación del mundo, cuando al principio creó Dios el cielo y la tierra; en el 2957 del Diluvio; en el año 2015 del nacimiento de Abraham; en el 1510 de Moisés y del éxodo de Egipto del pueblo de Israel; en el año 1031 de la unción del rey David; en la semana 65 de la profecía de Daniel; en la Olimpíada 194; en el año 752 de la fundación de Roma; en el año 42 del imperio de Octavio Augusto; estando todo el orbe en paz; en la sexta edad del mundo: Jesucristo, eterno Dios e Hijo del eterno Padre, queriendo consagrar al mundo con su misericordiosísimo advenimiento, concebido por obra del Espíritu Santo y transcurridos nueve meses después de su concepción, nació hecho Hombre de la Siempre Virgen María, en Belén de Judá. Natividad de Nuestro Señor Jesucristo según la carne.

Sí así la Santa Madre Iglesia canta este anuncio, ésta no nos puede engañar, porque la verdad es una, y no puede haber dos. Cuenta este anuncio tiempos anteriores al Nacimiento de Nuestro Señor, pero lo hace de manera revertida, porque es el tiempo representado en todos esos acontecimientos del Antiguo Testamento el que llega a Jesucristo, para que desde Él, desde el año 1 en adelante, se despliegue todo el Nuevo Testamento.

Todas las verdades expresadas en la “Kalenda” son Palabra de Dios. Dios no nos puede engañar. El mundo nos engaña, diciendo que tiene millones de años: “el año 5199 de la Creación del mundo”.

El engaño proviene de los malos espíritus, los mismos espíritus que engañan a los que niegan la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo en carne; los mismos espíritus que niegan el Dogma de la Infalibilidad; los mismos espíritus que pretenden una restauración de este mundo perverso y anatema (condenado; maldito).

Estos espíritus malos son los brazos de los que fue despojada la Antigua Serpiente. Estos espíritus ciegan, son legión, y, peor aún, le hacen la guerra a Dios, la Santísima Trinidad.

Lo vimos en todo el Adviento, y el Introito de esta Misa agrega: “Hoy sabrás que el Señor vendrá y nos salvará; y mañana veréis su Gloria”. También lo afirma la Oración Colecta: “Que los que lo vimos venir a salvarnos lo veamos cuando venga como Juez”.

Fue prometido a los Profetas; lo vemos en la boca de San Pablo, para atraer a la fe a todas las gentes. Después de la Resurrección y Ascensión a los cielos, debemos amar su Parusía, su Segunda Venida. Lo vemos en la Salmodia: “Hoy sabrás que vendrá y nos salvará; y mañana veréis su Gloria” (cf. Éxodo XVI).

“He aquí que vas a concebir en tu seno, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado el Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob por los siglos, y su reinado no tendrá fin” (San Lucas I, 31-33). 

¡Pidamos a Dios la fe de San José, como nos relata el Evangelio! ¡Que nuestras obras se inclinen hacia el bien para que el mismo Espíritu que guió a este Santo nos guíe a nosotros también! ¡No temáis! ¡Esperad la venida del Señor porque Él salvará a su Iglesia, a los que sin temor grabaron estas cosas en sus corazones! Amén.

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Vigilia de Navidad – 2023-12-24 – Padre Edgar Díaz