domingo, 24 de diciembre de 2023

Navidad - Padre Edgar Díaz

Natividad -Sandro Botticelli - 1473-1475

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Celebramos la Navidad, el nacimiento del Hijo de Dios. “Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo (Dios) alguna vez: ‘Hijo mío eres Tú, hoy te he engendrado’; y también: ‘Yo seré su Padre, y Él será mi Hijo’? Y al introducir de nuevo al Primogénito en el mundo dice: ‘Y adórenlo todos los ángeles de Dios’” (Hebreos I, 5-6).

Cuando el Padre le introduzca de nuevo en este mundo hace referencia a la Parusía, el triunfo de Cristo. Un inefable gozo para el espíritu que cree, que colmado de “dichosa esperanza” (Tito II, 13), pone los ojos en Jesús (cf. Hebreos III, 1; XII, 2) y considera profundamente en lo que significará verlo de veras aclamado y glorificado para siempre—como en vano esperaríamos verlo en “este siglo malo” (Gálatas IV, 1)—a ese Salvador, tan identificado en su primera venida con el dolor (cf. Isaías 53, 3) y la humillación (cf. Filipenses II, 7s.), que nos cuesta concebirlo glorioso: ¡Y lo será tanto más cuanto menos lo fue en su primera venida!

¡Que pronto Dios nos envíe a Jesús! “Desde la presencia del Señor (Dios Padre), que vengan días de alivio” (Hechos de los Apóstoles III, 20). Por eso, celebramos la Navidad, el Nacimiento de Jesucristo, “aguardando y apresurando la venida del día del Señor” (2 Pedro III, 12), su segunda venida, “como tenemos que ser, con santa conducta y religiosidad” (2 Pedro III, 11). 

Ya que “conforme a su promesa, aguardamos ‘nuevos cielos y nueva tierra’ en los que habitará la justicia” (2 Pedro III, 13). Si a la venida de Nuestro Señor no se siguiera su Reinado en la tierra sino la disolución de todo lo creado, ¿qué sentido tendría hablar de “cielo nuevo, y tierra nueva”? Esto, que es de San Pedro, está confirmado por San Juan: “Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían pasado” (Apocalipsis XXI, 1).

A la vista de los elegidos aparece un cuadro nuevo y definitivo, que parecería tratarse de lo que San Pablo ya nos hace vislumbrar, la resurrección de los justos: “cada uno por su orden: como primicia Cristo; luego los de Cristo en su Parusía; después el fin …” (1 Corintios XV, 23-24). 

San Pablo toca el gran misterio del objeto de nuestra esperanza. Revela un nuevo rasgo de la Escatología que se refiere a la resurrección en la Parusía de Nuestro Señor. 

Muchos expositores antiguos y también muchos modernos, al oponerse a la interpretación literal y obvia de las Escrituras, niegan el sentido primario de las palabras “primicia, “luego” y “después”. Según ellos no se trataría de una sucesión cronológica sino de una diferencia en la dignidad: los de Cristo alcanzarían más felicidad que los otros.

Por su parte San Juan Crisóstomo, Teofilacto, Teodoreto, San Ambrosio, San Anselmo, y otros Padres interpretan que los justos resucitarán en el gran “día del Señor”, la Parusía, antes que los réprobos, en cuyo juicio participarán con Cristo: “¿No sabéis acaso que los santos juzgarán al mundo?” (1 Corintios VI, 2). 

Cornelio a Lapide, contra los que intentan diluir la promesa en una alegoría, sostiene que en aquel día del Señor los Apóstoles y todos los que hayan despreciado todo por amor a Cristo estarán sentados junto al Juez, en calidad de príncipes y asesores del Reino. Interpreta también estos adverbios de tiempo en sentido literal y temporal: Cristo el primero, según el tiempo como según la dignidad; después los justos, y finalmente la consumación del siglo. También San Jerónimo admite que este orden dado por San Pablo se refiere exclusivamente a la resurrección de los justos. 

Más o menos explícitamente se encuentra la misma enseñanza consoladora en el libro de la Sabiduría: “Brillarán los justos, y discurrirán como centellas por un cañaveral. Juzgarán a las naciones y dominarán los pueblos” (Sabiduría III, 7-8). “Y el juicio fue dado a los santos del Altísimo y llegó el tiempo en que los santos tomaron posesión del reino” (Daniel VII, 22); “Para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis sobre tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (San Lucas XXII, 30). 

La Didajé o Doctrina de los Apóstoles se expresa en igual sentido (Enchiridion Patristicum 10): “He aquí que ha venido el Señor con las miríadas de sus santos” (Judas I, 14). “Al vencedor le haré sentar conmigo en mi trono, así como Yo vencí y me senté con mi Padre en su trono” (Apocalipsis III, 21). “Y vi tronos; y se sentaron en ellos, y les fue dado juzgar … los que fueron degollados a causa del testimonio de Jesús y a causa de la Palabra de Dios, y a los que no habían adorado a la bestia ni a su estatua, ni habían aceptado la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años” (Apocalipsis XX, 4).

Así ya lo había expresado Isaías: “El pueblo tuyo se compondrá solamente de justos y heredarán para siempre la tierra; serán renuevos plantados por Mí mismo, obra de mi mano, para gloría (mía)” (Isaías 60, 21). 

Se compondrá solamente de justos, porque todos conocerán a Dios, como dice el Señor. “Y no entrará en (el Reino) cosa vil, ni quien obra abominación y mentira, sino solamente los que están escritos en el libro de vida del Cordero” (Apocalipsis XXI, 27). “¡Fuera los perros, los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras y todo el que ama y obra mentira!” (Apocalipsis XXII, 15).

Isaías anuncia “cielo nuevo y tierra nueva”: “Porque he aquí que voy a crear nuevos cielos y nueva tierra; de las cosas anteriores no se hará más mención, ni habrá recuerdo de ellas” (Isaías 65, 17). Es un cuadro maravilloso de una nueva plasmación del universo.

Como dice San Agustín, cuidémonos de “espiritualizar” estas tan grandes verdades o diluirlas en alegorías y metáforas poéticas. Combate estas opiniones espiritualizantes que destruyen la valiosa esperanza de toda la fe cristiana, “la bienaventurada esperanza”, como la llama San Pablo (Tito II, 13).

El Apocalipsis repite el anuncio con estas palabras: “y Aquel que estaba sentado en el trono dijo: ‘He aquí, Yo hago todo nuevo’. Dijo también: ‘Escribe, que estas palabras son fieles y verdaderas’” (Apocalipsis XXI, 5).

Y también lo había dicho la profecía de Ageo, con imágenes de revolución terrestre y cósmica que pintan el juicio y la segunda venida de Cristo. Cuando anuncian la venida del Mesías suponen la mayoría de los profetas que ella será precedida de grandes perturbaciones en el mundo pagano, para llevarlo a doblegarse bajo la ley del verdadero Dios, la Santísima Trinidad:

“Porque así dice Yahvé de los ejércitos: Una vez más, y dentro de poco, conmoveré el cielo y la tierra, el mar y los continentes. Conmoveré todas las naciones, y vendrán los tesoros de todos los pueblos, y henchiré de gloria esta Casa … Mía es la plata, mío el oro … Grande será la gloria de esta Casa; más grande que la primera será su postrera … y en este lugar daré la paz” (Ageo II, 7-10).

Esta profecía es reiterada y explicada por San Pablo a los Hebreos, quienes esperaban del Mesías los bienes definitivos. Estos se cumplirán plenamente en Cristo en su Parusía. De estos bienes inconmovibles habla el Credo “cuyo Reino no tendrá fin”:

“Su voz, entonces, sacudió la tierra y ahora nos hace esta promesa: ‘Una vez todavía sacudiré no solamente la tierra, sino también el cielo’. Eso de ‘una vez todavía’ indica que las cosas sacudidas van a ser cambiadas, como que son creaturas, a fin de que permanezcan las no conmovibles. Por eso, aceptando el reino inconmovible, tengamos gratitud por la cual tributemos a Dios culto agradable con reverencia y temor. Porque nuestro Dios es fuego devorador” (Hebreos XXVI, 26-29).

Dios consume como un fuego devorador a sus amigos, para fundirlos consigo; a sus enemigos, para destruirlos, “porque también la creación misma será liberada de la servidumbre de la corrupción para (participar de) la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Romanos VIII, 21). 

Hasta la creación inanimada, que a raíz del pecado de los primeros padres fue sometida a la maldición (cf. Génesis III, 17), ha de tomar parte en la felicidad del hombre. Los Santos Padres hacen notar que el Hijo de Dios precisamente se hizo hombre porque en la naturaleza humana podía abrazar simultáneamente la sustancia material y espiritual de la creación. Es la promesa maravillosa de Dios, ya pintada por el profeta Isaías:

“Alegraos y regocijaos eternamente por lo que voy a crear … (una nueva) Jerusalén, para que sea alegría y gozo para su pueblo … no se oirá más en ella voz de llanto ni de lamento … edificarán casas … plantarán viñas … no para que habite otro, ni coma otro … no se fatigarán en vano y no darán a luz para muerte prematura …” (Isaías 65, 18-25). 

¿Qué son estas promesas si dichas en vano, o como meras metáforas? Habrá una vuelta a la inocencia primitiva: longevidad y dicha. Tiempos felices del Mesías; las familias permanecerán intactas; completas, las diferentes generaciones; y las diversas generaciones y edades estarán siempre unidas. También los animales contribuirán a la felicidad de la humanidad santificada. Muchas profecías, especialmente las que pintan un maravilloso cuadro de felicidad, se cumplirán tan sólo con el Retorno de Cristo.

Isaías no podía contemplar este brillante porvenir sin ser transportado y sin apresurar el momento de la venida de Nuestro Señor a fuerza de sus ardientes deseos. Por eso se nota claramente en su lenguaje que aquellos días tan deseados se refieren al verdadero y solo Mesías, único que establecerá la verdadera justicia entre los hombres. 

“Derramad, oh cielos, desde arriba el rocío, y lluevan las nubes el Justo; ábrase la tierra y produzca el Salvador; y brote juntamente con ella la justicia. Yo, Yahvé, soy autor de estas cosas” (Isaías 45, 8).

El Redentor vendrá como el rocío de lo alto, para recrear a toda la tierra y para reinar con justicia sobre todas las naciones: “¡Oh, si rasgaras los cielos y bajaras! —a tu presencia se derretirían los montes— (Isaías 64, 1). 

A las calamidades y suma miseria de su pueblo, no se ve otro remedio que la venida del Mesías, el cual, librándolo de los pecados, lo consuele, lo reavive y lo haga feliz.

¡Oh, si… bajaras! Una aparición súbita del cielo precederá la segunda venida: “Porque el mismo Señor, dada la señal, descenderá del cielo, a la voz del arcángel y al son de la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses IV, 16).

“Ved, viene con las nubes, y le verán todos los ojos, y aun los que le traspasaron; y harán luto por Él todas las tribus de la tierra. Sí, así sea” (Apocalipsis I, 7).

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Navidad – 2023-12-25 – Padre Edgar Díaz