sábado, 30 de diciembre de 2023

Dominus regnavit - Padre Edgar Díaz

Cristo reina con su Cruz

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El Domingo de la Infraoctava de Navidad nos presenta un significativo texto, el Salmo 92 [93]. Y lo hace en tres lugares de la Santa Misa: el Introito; la Salmodia (el Aleluya); y el Ofertorio.

Este Salmo se reza también en las Laudes del Domingo; y antiguamente se cantaba en las Vísperas del Sábado, conforme al epígrafe que lleva en la Vulgata. Se trata de honrar, pues, el valor de este texto que con tanta insistencia la Santa Iglesia lo presenta en la Misa de hoy.

Este Salmo proclama a Dios como el sempiterno Rey de todo el mundo, pero con una particularidad. Precisamente señala aquel momento ideal en que Dios será reconocido por el mundo entero pues todos los pueblos aclamarán su subida al trono: “Aclamad al Señor, tierras todas” (Salmo 99 [100], 2).

En la versión latina de la Vulgata su comienzo es así: Dominus regnavit. Regnavit está en Tiempo Perfecto, que indica una acción comenzada en el pasado con implicancias en el presente. Su traducción al Español es, en algunas versiones: “reina”, el “Señor reina” (Salmo 92 [93], 1), pero en realidad sería literalmente: “Dios ha comenzado a reinar”, o, “Dios se ha hecho Rey”, que remarca la importante distinción que se quiere hacer notar, ese momento ideal en que Dios será reconocido por el mundo entero.

Desde toda la eternidad Dios ha reinado, reina, y reinará. No puede dejar de ser el Rey de su Creación. Mas el Salmo muestra el día en que el mundo tomará conciencia de lo que será para él como nueva cualidad de Dios (en realidad, Dios no adquiere una nueva cualidad porque las tiene todas; pero será nueva para la consideración de gran parte de la humanidad): la de ser Rey.

El Rey existe desde toda la eternidad como Persona divina, pero no habrá tomado posesión del Reino sino en el tiempo fijado: “Fijado está tu trono desde ese tiempo; Tú eres desde la eternidad” (Salmo 92 [93], 2). Los Santos Padres generalmente han visto en la distinción “Dios ha comenzado a reinar” (Salmo 92 [93], 1) la época del Mesías, es decir, su Segunda Venida.

Consiguientemente, el Salmo muestra por anticipación a Nuestro Señor Jesucristo que es Dios reinando sobre toda la tierra, y celebra esa perfección que su realeza alcanzará en los últimos tiempos, y, para destacar este importante acontecimiento, figurativamente dice: “de majestad se vistió” (Salmo 92 [93], 1), como si en ese día se adornara con las aparatosas investiduras que suelen llevar los reyes en su coronación: manto, espada, etc.,  

Su fuerza da estabilidad al mundo: “aseguró que el orbe no vacile” (Salmo 92 [93], 1). “El reino y el imperio y la magnificencia de los reinos que hay debajo de todo el cielo (y lo que está debajo de todo el cielo es la tierra), será dado al pueblo de los santos del Altísimo; su reino será un reino eterno; y todas las potestades le servirán y le obedecerán” (Daniel VII, 27; cf. Apocalipsis V, 9-10).

Según nuestra manera de entender, Dios comienza a reinar y a ejercitar el sempiterno y absoluto imperio que tiene sobre todas las cosas, solamente cuando, ejecutadas sus venganzas y castigados los enemigos, demuestra contra estos su absoluta potestad no menos que su generosa bondad hacia los elegidos reunidos en su reino por todos los siglos: “el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, ha establecido el reinado” (Apocalipsis XIX, 6).

Si fuera posible para nosotros salvarnos sin sufrimiento Dios lo habría establecido así. Habría bastado una ferviente y humilde oración del Hijo al Padre y Dios Padre nunca le habría negado esto al Hijo. Pero Jesús aceptó la tribulación por nosotros, y nos ha dado ejemplo. San Pablo dice que es necesario persuadirse que las tribulaciones son ineludibles pues entran en el plan de nuestra salvación. Es la única vía, la vía segura para llegar al Reino de Dios.

San Agustín enseña que no es posible que el hombre sin la amarga medicina del sufrimiento, resane; y sin beber el cáliz de la humillación y de la muerte, reviva. El reinado de Dios comienza a ejercerse para cada individuo cuando se logra deshacerse de sus enemigos, y el primero y fundamental de ellos es la rebelde naturaleza humana. 

La experiencia de una sacudida tal que haga agachar la cabeza ante Dios no puede ser compartida. Es muy difícil entender la tribulación ajena, a menos que alguien haya pasado por una experiencia similar. También es muy difícil transmitir a otros la comprensión personal de Dios. Por eso, Dios se sirve del sufrimiento personal para llevar al alma a un reconocimiento de Dios también personal. 

Las guerras, como los terremotos, son permitidas por Dios como castigos para la rebelde humanidad, pero también, y principalmente, para demostrar el poderío de su realeza como verdadero Dios. Debemos considerar una conmoción tal como la guerra en ese sentido, y no como el resultado de una acción militar, o cultural, o ideológica, o racial premeditada de un pueblo contra otro. Hay algo más profundo que es espiritual y vital.

En su plan Dios contempla el día del Reino en que será reconocido por todo el mundo como el Verdadero Señor y Rey del universo, y para esto, fundamentalmente, prepara el escenario en el que se cumplirán las profecías de los últimos tiempos que culminarán con la venida de Nuestro Señor Jesucristo. A propósito de este escenario, la tierra prometida, hechos significativos en la reciente historia de Israel confirman que esta preparación está ya en marcha.

El primer hecho es la reunión de Israel como nación en 1948. En los días de Ezequiel los judíos regresaron del exilio babilónico unas décadas después de esta visión: “He aquí que Yo sacaré a los hijos de Israel de entre las naciones adonde fueron; los recogeré de todas las partes y los llevaré a su tierra” (Ezequiel 37, 21). 

Pero ese fue un regreso sólo de Babilonia en el que los judíos no recuperaron su gobierno propio. La profecía tiene entonces un alcance mayor. Ezequiel escribió sobre un regreso de “las naciones” “de todos lados” a Israel, donde serían “una nación” con su propio “rey” o gobierno. Eso sucedió miles de años después del regreso de Babilonia, cuando se formó el moderno Estado de Israel en 1948.

Para una nación de 10 millones de habitantes, habiendo estado el 40% de ellos dispersos en casi la mitad de los países del mundo, después de un exilio de más de 1900 años, y regresados a Israel en tan solo los 75 años transcurridos desde la independencia, es nada menos que notable. Aún más notable es que Ezequiel lo “vio” en su visión hace 2500 años. Pero en la guerra de Independencia de 1948 Israel no obtuvo la ciudad de Jerusalén

Más tarde sucedió otra guerra en la que recuperaron parte de la ciudad de Jerusalén. Fue la guerra de los seis días en 1967 contra la liga Árabe. Este segundo hecho significativo, la reconquista de Jerusalén por parte de Israel, es crucial para el cumplimiento de las profecías de los últimos tiempos. Muchos milagros testifican que “el Dedo de Dios” estaba con Israel. Algunos ven en esta reconquista el cumplimiento de la profecía del Evangelio de San Lucas: “Jerusalén será pisoteada por gentiles hasta que el tiempo de los gentiles sea cumplido” (San Lucas XXI, 24).

El tercer hecho significativo ocurrió en 1973. Milagrosamente Israel salió vencedor en contra de las naciones árabes. Al igual que en 1967, muchos hechos sobrenaturales ocurrieron en esa guerra que muestran que Dios estaba concediéndole la victoria a Israel. Es famosa la historia de la tormenta de viento que barrió con la arena que cubría las minas que terminarían con ellos. Al quedar al descubierto, pudieron evadirlas y ganar la guerra. Lo sorprendente de este hecho es que ocurrió en la fiesta más sagrada de los judíos, el Yom Kippur, día de expiación y arrepentimiento.

Coincidentemente el ataque sufrido por Israel en este año 2023 ocurrió el mismo día de la fiesta de Yom Kippur, así como ocurriera 50 años atrás. No olvidemos que para ellos las fiestas del Antiguo Testamento siguen teniendo valor al no aceptar a Jesús como el Mesías y violar por parte del enemigo una fiesta de Dios significa algo muy grave. En consecuencia, se espera que Dios intervenga en su favor, como en 1973, con toda clase de milagros. Posiblemente sea y será lo que está sucediendo hoy.

Las victorias ya señaladas y la posible victoria militar de la guerra actual son parte del juicio de Dios a las naciones gentiles para extinguir su poder. Estas naciones no son enemigos de Israel, sino de Dios: “ocupemos para nosotros las tierras de Dios” (Salmo 83, 13).

A pesar de su desobediencia en no creer y crucificar a Jesús, el Nazareno, Israel sigue siendo protegido, en cierto sentido, por el verdadero Dios, la Santísima Trinidad, por causa de la promesa hecha a Abraham: “A tu pueblo le traman asechanzas; se confabulan contra los que Tú proteges. ‘Venid (dicen), borremos (su nombre); que no sean ya pueblo; (que) no quede memoria del nombre de Israel’” (Salmo 83, 4-5);  

Movidos por un espíritu de enemistad y envidia en contra de Israel, por haber sido elegido por Dios, estos antiguos pueblos, también descendientes de Abraham, abrazaron otra religión (principalmente, el Islamismo) y, por consiguiente, otro dios. Que Israel reclame la tierra que estos pueblos ocupaban, como la tierra que Dios les había prometido, significa que la alianza de Dios con Israel sigue aún en vigencia.

Luego, las victorias de Israel socavan completamente los principios del Islam y esto es una cuestión existencial. El Salmo 83 termina con una fuerte petición a Dios por parte de Israel: “Haz que sus rostros se cubran de vergüenza, para que busquen tu nombre ¡oh, Dios! Queden para siempre en la ignominia y en la turbación; sean confundidos y perezcan. Y sepan que tu Nombre es Yahvé; y que sólo Tú eres el Altísimo sobre toda la tierra” (Salmo 83, 17-19).

Los pueblos islámicos necesitan volver a Él, y a su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, a quien siempre despreciaron, desde hace ya más de 1400 años. El propósito de Dios para con ellos es de misericordia y salvación, pues una total derrota los libraría de la opresión de sus conductores y del dios equivocado. Dios es misericordioso.

Pero esta durísima lección no es solo para los islámicos. También la humanidad desnaturalizada y rebelde necesita reconocer al verdadero Dios. También los judíos que no aceptaron a Jesús, despreciado por 2000 años. También los cristianos separados como los ortodoxos, por 1000 años, y los protestantes, por 500 años. Y todos los paganos con su idolatría desde el comienzo de la humanidad. Y aún más, los infieles católicos que siguen herejías cegados por espíritus diabólicos y no quieren amar su venida. Todos sus lugares religiosos serán destruidos, porque “Dios es un Dios celoso” (Nahum I, 2).

A todos quienes no sigan la verdadera fe de la Santa Iglesia Católica, única arca de salvación, Dios les someterá a duro juicio para que se conviertan: “reconocerán que Yo soy Yahvé, su Dios, el que llevó (a Israel) al cautiverio entre las naciones, y el que los reunió en su propia tierra, sin dejar allí ni uno de ellos” (Ezequiel 39, 27-28).

El demonio está empecinado en atacar a Israel porque sabe que su condena viene inmediatamente después del cumplimiento de las promesas hechas a Abraham. Ese ataque incluye una gran batalla que intenta desprestigiar la Palabra de Dios: “Tus testimonios, oh, Dios, son segurísimos” (Salmo 92 [93], 5).

En sentido doctrinal los testimonios de Dios son justos porque no hay nada más fiel que la Palabra de Dios (cf. Salmo 18, 8); porque no hay nada más justificada que Ella misma (cf. Salmo 18, 10); porque no necesita la confirmación de los hombres (cf. San Juan V, 34 ss.). 

En sentido profético, confirmado por los textos del Apocalipsis, los testimonios de Dios indican la fidelidad firmísima de estos anuncios sobre los últimos tiempos en que Dios grabará su Ley en los corazones y todos los conocerán: “Estas son las verídicas palabras de Dios (en sentido literal)” (Apocalipsis XIX, 9); “Estas palabras (at face value) son seguras y fieles; y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel para mostrar a sus siervos las cosas que han de verificarse en breve” (Apocalipsis XXII, 6).

Israel necesita recobrar la tierra prometida para que en ella pueda establecerse la Casa de Dios, cuya santidad se anuncia para los últimos tiempos en esta profecía: “Corresponde a tu casa la santidad por toda la duración de los tiempos” (Salmo 92 [93], 5). ¿Es el Templo del Antiguo Testamento? No. No más los sacrificios de toros y carneros cebados, ni vacas rojas, sino el Verdadero Sacrificio, la Santa Misa. Así entendían esta profecía ya los Santos Padres. 

Su santidad quedará confirmada para siempre: un Templo no ya judío, ni musulmán, sino católico: “conocerán los gentiles que Yo soy Yahvé, el santificador de Israel, cuando mi Santuario esté en medio de ellos para siempre” (Ezequiel 37, 28). 

No por tu espada, Israel, “(volvieron) a ocupar la tierra, ni por tu brazo obtuvieron la victoria; fue la diestra y el brazo (de Dios), y la luz de su rostro; porque Dios los amaba” (Salmo 43 [44], 4).

Para llegar a la victoria definitiva de su realeza el recién nacido en Navidad debía ser perseguido y crucificado, en Sí mismo, y como lo sigue siendo en su Iglesia.

En el mundo se formarían bandos, unos para defenderlo, y otros para combatirlo. No nos extrañemos, pues, de la confusión reinante.

Amén.

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Domingo de la Infraoctava de Navidad – 2023-12-31 – Gálatas IV, 1-7 – San Lucas II, 33-40 – Padre Edgar Díaz