sábado, 9 de diciembre de 2023

Un Signo Extraordinario - Padre Edgar Díaz

San Juan Bautista en Prisión - Juan Fernández de Navarrete - 1538-1579

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“¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña movida por el viento? ¿Un hombre vestido de ropas delicadas? ¿Un profeta?” (San Mateo XI, 8-9). Juan no era una caña doblada ante los caprichos y vanidades del mundo, ni estaba afectado por los halagos y pompas de la corte de un rey. Era un Profeta; traía un mensaje de Dios: “Está claro que Dios no hará nada sin declarar su plan a sus siervos los profetas” (Amós III, 7).

No era una persona vulgar y corriente lo que la multitud de gente se lanzó a ver en el desierto. Este mismo hecho es prueba de lo extraordinario que era Juan, porque nadie iría corriendo a ver a una persona de lo más corriente. ¿Hay hoy algún signo extraordinario, como Juan, que indique la inminente Parusía de Nuestro Señor? ¿Qué esperáis de los tiempos?, pregunta Jesús. ¿Tal vez que sigan siendo arrastrados por los caprichos, vanidades, halagos y pompas del mundo?

Responde la Iglesia, a través del Catecismo Romano: “Toda la Sagrada Escritura está llena de testimonios que a cada paso se ofrecerán a los párrocos, no solamente para confirmar esta Venida (la Segunda), sino aún también para ponerla bien patente a la consideración de los fieles; para que así, como aquel día del Señor en que tomó carne humana (la Primera), fue muy deseado de todos los justos de la Ley antigua desde el principio del mundo, porque en aquel misterio tenían puesta toda la esperanza de su libertad, así también, después de la muerte del Hijo de Dios y su Ascensión al cielo, deseemos nosotros con vehementísimo anhelo el otro día del Señor esperando el premio eterno, y ‘la gloriosa venida del gran Dios’ (Tito II, 13)”.

Toda la Sagrada Escritura está llena de testimonios para acrecentar ese deseo vehementísimo por la Parusía: “Excita, Señor, nuestros corazones a preparar los caminos de tu Hijo Unigénito, para que merezcamos servirte con el alma purificada por el advenimiento de Aquel”, es la Oración Colecta hoy.

Los caminos del Hijo deben ser preparados, y para ello, el Catecismo sugiere a los sacerdotes poner la Parusía bien patente a los fieles, así como San Pablo exhortó a Timoteo a predicar continuamente: “Predica la Palabra, insta a tiempo y a destiempo, reprende, censura, exhorta con toda longanimidad y doctrina” (2 Timoteo IV, 2). 

Y como Dios se anuncia a través de los profetas, así declaró su plan para el final de los tiempos a San Pablo: “Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, el cual juzgará a vivos y a muertos, tanto en su aparición como en su reino…” (2 Timoteo IV, 1). Luego, el orden está establecido: habrá Juicio de vivos y muertos (cf. 1 Pedro IV, 5: Hechos X, 42); ante todo en la Aparición (Parusía); y finalmente, Reino. Y, ¿qué más clara y ordenada que la Palabra de Dios? ¿Estamos ya en los tiempos finales? Y sí es así, ¿cuál es su signo extraordinario? Asombrosamente, San Jerónimo nos da la respuesta en un precioso testimonio que debemos evaluar.

Así como un fiel hijo de su padre desea revisar las directivas que le dejó en su testamento, es necesario “escudriñar las Escrituras” (San Juan V, 39), como exhorta Jesús, para estar atentos: “¡Mirad!, ¡velad! porque no sabéis cuándo será” (San Marcos XIII, 33). Luego, es expresa voluntad de Jesús, Cabeza Invisible de la Iglesia, “escudriñar las Escrituras” para poder “vigilar”, es decir, para poder estar atentos a su venida. A los Romanos San Pablo les dijo: “Todas las cosas que han sido escritas, han sido escritas para nuestra enseñanza, para que por la paciencia y consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos XV, 4), y si han sido escritas para nuestra enseñanza, deben ser leídas y estudiadas.

Sabemos que la Parusía será el “Gran Triunfo” de Jesucristo, de la Iglesia, de la Santísima Siempre Virgen María, y de los Santos. Entre las señales que Dios nos ha dejado hay una que es muy importante: “Mas cuando veáis la abominación de la desolación instalada allí donde no debe —¡el que lee, entienda!” (San Marcos XIII, 14), la cual es una cita tomada del Profeta Daniel (cf. Daniel IX, 27). La versión de San Mateo dice: “Cuando vosotros veáis la abominación de la desolación, que fue dicha por el profeta Daniel, estando en el lugar santo, el que lee, entienda” (San Mateo XXIV, 15). Éste es, pues, el signo extraordinario que anuncia la proximidad de la Parusía.

En su homilía sobre el Capítulo XXIV de San Mateo, que está disponible a los sacerdotes en el Breviario Romano, en las lecciones VII, VIII y IX de Maitines del Domingo XXIV después de Pentecostés, el Doctor Máximo en Sagrada Escritura, San Jerónimo, enseña que la señal sobre la cercanía de la Consumación del Siglo, la abominación de la desolación en el lugar santo, se refiere a tres cosas:

Primero, al Anticristo, haciéndose adorar como si fuera Dios en el lugar santo. Segundo, a falsos dioses, o ídolos, o estatuas, es decir, a falsas religiones, usurpando un puesto que no les corresponde, las iglesias y templos de la Iglesia Católica. Y tercero, a la falsificación y perversión del dogma católico y de nuestra Santa Religión Católica.

San Jerónimo explica: “La abominación de la desolación puede tomarse simplemente, o del Anticristo, o de la imagen del César, que Pilatos puso en el templo; o de la estatua ecuestre de Adriano que ha estado en ese mismo lugar llamado el Santo de los Santos hasta el día de hoy. La abominación de la desolación puede entenderse también como todo el dogma pervertido, falsificado, dado vueltas, la religión falsificada”.

San Jerónimo trae a colación las palabras del Profeta Daniel en su Profecía sobre las Setenta Semanas (cf. Daniel Capítulo IX), y en particular sobre la Última Semana o Semana LXX (cf. Daniel IX, 27): “Leemos, pues, en Daniel, de este modo: ‘Y a la mitad de esta semana—la LXX—será quitado el sacrificio y la oblación y estará en el templo la abominación de la desolación, hasta la consumación del tiempo, y la consumación será dada sobre la soledad’”. Estará el Anticristo en el templo hasta la consumación del tiempo, es decir, hasta la Parusía, haciéndose adorar como si fuera Dios. No obstante, el Anticristo en persona—la primera acepción—no se ha mostrado aún.

Pero San Jerónimo dice también que “la abominación de la desolación puede ser entendida de las estatuas o ídolos de falsos dioses”—y por lo mismo de las falsas religiones de esos dioses—y todo esto puesto dentro del templo de Dios. Luego agrega “sobre la soledad”, porque un ídolo, un falso dios—y sus falsas religiones—fue puesto en el templo desolado y destruido por el Vaticano II, y la falsa iglesia moderna. Este segundo punto y el tercero se están verificando ante nuestros ojos.

En efecto, en los templos católicos hoy se ve el falso Ecumenismo del Vaticano II, mezcla de todas las religiones, con sus estatuas, símbolos, y falsos sacerdotes. Recordemos cómo sobre un altar de la Iglesia de San Francisco en Asís fue colocada una estatua de Buda con ocasión de las reuniones ecuménicas de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Recordemos cómo Francisco (Bergoglio) permitió la estatua de la Pachamama en varias iglesias en Roma, etc. 

El tercer punto, la abominación de la desolación estando en el lugar santo, es la perversión de la Doctrina Católica. Desde el Vaticano II, su falsa iglesia moderna y su falso ecumenismo, estamos experimentado un cambio tal que la Doctrina Católica es totalmente irreconocible. La palabra en latín que usa el Santo es “perversum” que significa: pervertido, perverso, dado vuelta, hecho falso, puesto patas para arriba, fuertemente cambiado, trastocado, revuelto, destruido, profanado, y corrompido. Esto es lo que estamos viendo que está sucediendo con el dogma.

Al respecto San Jerónimo señala: “Lo cual—el dogma pervertido o religión falsificada—cuando lo veáis estar en el lugar santo, esto es, en la Iglesia (cuando en la Iglesia veáis una falsificación del Catolicismo: esa falsificación es la religión moderna del Concilio Vaticano II), y mostrarse—esa falsificación—como si fuera Dios (como si esa falsificación de la Religión Católica fuera algo de Dios)”, en ese dogma pervertido o religión falsificada vemos perfectamente lo que Nuestra Señora dijo en La Salette: “La Iglesia será eclipsada”. Luego, la abominación de la desolación, dicha por el Profeta Daniel, estando en el lugar santo, significa finalmente la perversión o corrupción del dogma, en una palabra, la falsificación del catolicismo cumpliéndose ante nuestros ojos. Tenemos, pues, una señal clara y distinta de que estamos transitando, y somos espectadores y protagonistas, de los tiempos finales, aunque todavía no se muestre el Anticristo.

Y si estamos en los tiempos finales, lo que sigue es—como testifica el Credo—el Juicio de vivos y muertos, la Parusía, y el Reino, como muestra San Pablo y ya ha sido indicado arriba. A propósito, “brotará el vástago de Jesé y surgirá para gobernar las naciones y en Él esperarán las gentes” (Romanos XV, 12), dice San Pablo, citando a Isaías (cf. Isaías XI, 10). En su primera venida Jesús no ha gobernado las naciones. Nunca ha ocurrido; luego esta profecía debe aún cumplirse. “He aquí que el Señor vendrá a salvar a las naciones (en futuro); y hará resonar la gloria de su voz para alegría de vuestro corazón”, dice el Introito. “Dios vendrá en su esplendor, y los fieles que concertaron alianza con Él en sus sacrificios se congregarán a su alrededor” (en futuro), dice el Gradual. “Me he alegrado en esto que me dijeron: ‘A la casa del Señor iremos’” (en futuro), dice el Aleluya. 

¿Dónde están las gentes que esperan en Él? Lamentablemente, muy pocos esperan en Él. La mayoría se inclina más al error que a la verdad, como consecuencia de haber despreciado las gracias de Dios. Cuando se empeña en permanecer en el error Dios retira sus gracias, y deja a los hombres librados a sus propias luces y fuerzas, que son mínimas. El no dedicarse con atención a entender el plan de Dios para los tiempos finales indefectiblemente lleva a erróneas conclusiones, tal como el de vislumbrar una restauración de la Iglesia que podría hacer frente a la devastadora situación de la humanidad, y, sobre todo, que restituiría la crisis de doctrina, de su falsificación a su prístina pureza católica.

Desde el Vaticano II y hasta la aparición de la Misa Novus Ordo de Montini en 1969, se celebró la Misa Tradicional, pero con los cambios realizados por Juan XXIII. Estos cambios adulteraron la Misa de San Pío V. Al agregarle el nombre de San José se trastocó algo esencial, el Canon, transformándolo en algo distinto. Hoy seguir celebrando la llamada Misa de Juan XXIII es inaceptable. En el Misal para los Fieles de la Fraternidad de San Pío X, en la página 16, se denomina Misa Tradicional a la Misa según el rito anterior al Vaticano II, que fue canonizado para siempre por el Concilio de Trento, y mandado a perpetuidad por el Papa San Pío V, en su bula “Quo Primum Tempore”. La Misa de San Pío V fue canonizada y mandada para siempre. Dice el texto del Concilio de Trento que “el santo canon se encuentra tan puro de cualquier error, que no hay nada en él que no respire la más grande santidad y piedad…” 

Sabía muy bien Juan XXIII que modificando sutilmente el Canon (como así también los recortes, tales como el Juramento Antimodernista y la perfidia de los judíos; señal de que siguen a la antigua serpiente, tanto modernistas, como judíos que persiguen a la Iglesia del Nazareno) era como sacar el pilar que sostiene a una casa. La casa empieza a temblar, y al primer movimiento se cae por tierra. Pues bien, esto es lo que ocurre si se sigue celebrando esta Misa adulterada. Es indefectible que quienes así lo hacen se inclinen hacia lo adulterado, por no recibir las gracias de la verdadera Misa. No hacer el esfuerzo por corregirse y permanecer en el error es un pecado contra el Espíritu Santo. Es parte de la perversión de la doctrina producida por la abominación de la desolación sentada en el lugar santo, que San Jerónimo señala, y, como tal, signo extraordinario de la proximidad de la Parusía.

Un mal espíritu se instala e impide ver con claridad; se burla de Dios y su Doctrina y desobedece a la Iglesia. El mal espíritu de la restauración no quiere que Jesús venga a reinar. No quiere un Milenarismo; no quiere cielo y tierra nueva, y como espíritu de error solapadamente conduce a muchos al error. Se empeña en interpretar mal el Dogma de la Infalibilidad, y se insiste en seguir esperando un tiempo en el que la Iglesia, como en el pasado, volvería a tener el esplendor de Roma, ser guía espiritual del mundo a través de una Cabeza Visible, el Romano Pontífice, como ha sido siempre. Pero Dios parece tener otros planes: Juicio de vivos y muertos, Aparición, y Reino, lo cual es el Triunfo y el Reinado de Cristo, de la Santa Iglesia, de la Reina, la Santísima Siempre Virgen María, y de los Santos.

“Bienaventurado quien no fuera escandalizado en Mí” (San Mateo XI, 6). ¡Hay una bienaventuranza! Dichoso quien sabe que las Palabras de Jesús se cumplen. Dichoso quien no tropieza y cae en la duda ante su doctrina, que es contraria a la de los hombres tenidos por sabios y prudentes. Dichoso quien cree y tiene un juicio recto y no influenciado por apariencias. Dichoso, en fin, el que al pie de la Cruz siga creyendo todavía. Hay una bienaventuranza en el Evangelio de hoy.

La liturgia de Adviento y Navidad, viendo la Primera Venida, traspasan constantemente nuestros espíritus hacia la Segunda Venida, la Parusía, y se nos pide estar con traje digno, con traje nupcial, es decir, ser santos, para recibir a Dios Nuestro Señor Jesucristo que viene. Se nos llama con más insistencia a la conversión personal, para recuperar el estado de gracia, si lo hemos perdido, por el pecado mortal; se nos llama a la Confesión; a estar siempre en estado de gracia para la Salvación Eterna, a corregirnos de pecados, de defectos, a santificarnos más y más: “Aplácate, Señor, por los ruegos y las ofrendas de nuestra pequeñez y, a falta de todo mérito propio, dígnate socorrernos con tu misericordia”, es la Oración Secreta de hoy.

Amén.

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Dom II Adv – 2023-12-10 – Romanos XV, 4-13 – San Mateo XI, 2-10 – Padre Edgar Díaz