En la Sagrada Escritura hay dos relatos de multiplicación de panes y peces, puesto que son dos milagros distintos de Jesús; dos ocasiones distintas.
Durante el año eclesiástico uno de estos relatos es proclamado en el Cuarto Domingo de Cuaresma, donde el énfasis es puesto sobre la Eucaristía. En el relato leído hoy, el otro relato de una multiplicación de panes y peces, el énfasis es puesto en el amor y cuidado de Dios por los hombres.
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Resalta a la vista el motivo por el cual Jesús llama a los discípulos. Lo hace para que consideren la fatiga y el desmayo de la gente, después de que la gente estuvo siguiendo a Jesús por tres días sin comer. Sin lugar a duda, Jesús quería probar la fe de los discípulos, y lograr que prestaran mayor atención al milagro que estaba por realizar.
La bondad y el amor de Jesús por la gente son manifiestos. Su compasión por ellos es inconmensurable. Se conmueve ante los hambrientos y se decide a ayudar y socorrer esa necesidad. Nosotros, en cambio, en la gran mayoría de los casos, el infortunio de los demás nos pasa por el lado sin llegar a conmovernos. No los ayudamos; es más, tratamos de aprovecharnos de su pobreza. Jesús los alimentó sin que ellos se lo pidieran; en cambio, nosotros rechazamos a los pobres y necesitados aun cuando nos piden directamente. Nuestro espíritu no es el espíritu cristiano.
A Dios no se le escapa ningún detalle. Cuenta los días y horas que pasamos con Él: llevan ya tres días conmigo… Estos tres días figuran las etapas de nuestras vidas: juventud, madurez y vejez. ¡Ojalá pudiéramos decir que hemos estado con Jesús estos tres días! Es decir, haberlo servido con fervor y fidelidad. No olvidemos que Jesús también cuenta aquellas horas y días en los cuales hemos estado alejados de Dios y que en vez de servirlo nos hemos dedicado al pecado y al vicio.
Esta gente pasó tres días y tres noches con Cristo sin comer. Nosotros nos cansamos de tan solo tener que rezar por una o media hora. Aún así, pasamos toda una noche en diversiones mundanas. ¿Estamos aquí en la tierra solo para divertirnos? ¿Acaso no sabemos que solo la vía de la mortificación y de la negación conduce al cielo? Si realmente queremos vivir una vida cristiana, nuestro solo interés debe ser el de nuestra salvación. Solo ocasionalmente, y raramente, deberíamos recurrir a los placeres lícitos de la vida. Esto es así para poder contar con la fuerza necesaria para el servicio de Dios.
Jesús sabía que si enviaba a la gente sin comer iban a desfallecer por el camino. Jesús sabía que lo necesitaban; luego, los ayudó. De la misma manera debemos estar convencidos que Dios piensa en nosotros y en nuestras necesidades con la misma solicitud y amor. Luego, debemos poner toda la confianza en Él en cada circunstancia de nuestra vida.
Dios no nos olvida; mas nos asiste con su gracia, para que podamos cumplir su voluntad. No nos olvida; menos aún, en momentos de tentación. Si alimentó a multitudes hambrientas en el desierto, también nos alimentará a nosotros en los momentos de necesidad. Si confiamos en Dios, y hacemos siempre lo que es correcto, podemos estar seguros y alegres que Dios, que es poder y bondad infinitas, nos ayudará en cada circunstancia de nuestras vidas.
Los incrédulos discípulos le preguntaron a Jesús con qué alimentarían a tanta gente en esta oportunidad. Parece que aún desconfiaban del poder de Jesús de hacer milagros. Hablan como si nunca lo hubieran visto hacer uno. Ya se olvidaron del milagro en el que Jesús había alimentado a 5000 hombres. ¡Cuántos dones y beneficios nos ha dado Dios! ¡De cuántos peligros nos ha salvado! Aún así seguimos desconfiando de Dios, como si a Él le fuera imposible ayudarnos.
Santiago en su carta nos dice: “Quien vacila (al pedir) es semejante a la ola del mar que se agita al soplar el viento. Un hombre así no piense que recibirá cosa alguna del Señor”. (Santiago I, 6-7). De nuestra parte debemos llevar una buena vida cristiana; Dios siempre nos protegerá y nos dará lo que es bueno. “Está cerca de cuantos le invocan… oye su clamor y los salva”. (Ps CXLIV, 18-19).
Todo depende de la bendición de Dios. Por eso, para demostrarlo, Jesús tomó los 7 panes, los bendijo, y se multiplicaron al punto de alimentar a 4000 hombres. En vano nos fatigamos los humanos si Dios no nos acompaña con su bendición: “Si Dios no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. Si Dios no guarda la ciudad, en vano se desvela el centinela”. (Ps CXXVII, 1-2).
Pero para que Dios esté con nosotros y bendiga nuestros proyectos debemos rezar con mucha devoción y vivir piadosamente. “Aquel que tiene inmaculadas las manos y puro el corazón, que no inclinó su ánimo a la vanidad, ni juró con doblez; él recibirá la bendición de Dios, y la justicia de Dios su salvador”. (Ps XXIV, 4-5).
Luego Jesús dio gracias. También nosotros debemos ser agradecidos por todo lo recibido de Dios. Nuestro agradecimiento debe ser manifiesto a través del buen uso de todos los dones naturales y de la gracia, tal como decir una oración antes y después de las comidas. Somos todos mendigos de Dios. Si fuera por nuestro propio esfuerzo para conseguirnos las cosas tendríamos menos que el más pobre de los mendigos.
Jesús rompió el pan. Figura de la modestia en la posesión de las cosas. Dios no está acostumbrado a darnos sus beneficios en grandes escalas. Nos da pequeñas porciones, ya que el poseer mucho a la vez puede ser causa de la ruina del hombre. Al mismo tiempo, de esta manera, nos enseña a no tener afecto desordenado por las cosas de esta tierra sino contentarnos con lo poco: “¿De qué sirve al hombre, si gana el mundo entero, mas pierde su alma? (Mat XVI, 26).
Debemos pues estar satisfechos con lo poco y no desear lo superfluo, ni envidiar a quien tiene más que nosotros. “Porque nada trajimos al mundo, ni tampoco podemos llevarnos cosa alguna de él. Teniendo pues qué comer y con qué cubrirnos, estemos contentos con esto”. (1 Tim VI, 7-8).
Luego Jesús dio los panes a los discípulos para que los sirvieran a la gente. Clara indicación de que los frutos de la redención, su doctrina y los sacramentos, debían ser impartidos a la humanidad por sus Apóstoles y sucesores. “Así es preciso que los hombres nos miren: como a siervos de Cristo y distribuidores de los misterios de Dios”. (1 Cor IV, 1).
Así como la gente estuvo contenta y agradecida de recibir el pan de manos de los discípulos de Cristo, así debemos nosotros también recibir las gracias que Él nos confiere a través de sus sacerdotes: con corazón agradecido y con gran disponibilidad de emplear esas gracias para nuestra salvación.
Y los discípulos sirvieron a la gente. Así también nosotros debemos servir a los demás, y poner a disposición de nuestros hermanos nuestros bienes y dones recibidos de Dios, ya sean materiales como espirituales, para el bien de ellos.
Todos comieron hasta saciarse de la comida simple que los discípulos le sirvieron. Comida de pobres, así como la comida que siempre tuvieron Jesús, los Apóstoles y los santos. Los grandes banquetes y cenas no sirvieron de nada al hombre rico en el otro mundo; en vano pidió una gota de agua. El pobre Lázaro que nunca pudo saciar su hambre ni siquiera con las migajas que caían de la mesa del hombre rico está ahora en el Cielo lleno de delicias celestiales.
Con respecto a los fragmentos que sobraron y recogieron los discípulos debemos aprender la lección de no desperdiciar lo pequeño, que es también regalo de Dios, y de ahorrar para los momentos de necesidad.
Se recogieron 7 canastas. Quedó más de lo que había al principio. Esto nos muestra la liberalidad de Dios cuando distribuye sus dones de misericordia y amor. San León Magno nos dice que “nuestras cosas materiales no van a disminuir por darlas en limosna; por el contrario, se incrementarán aún más en la medida en que las distribuyamos (a los pobres)”.
Y San Buenaventura nos dice que “si podamos un árbol, éste crecerá más aún; de la misma manera, el rico se vuelve más rico si poda sus riquezas, es decir, si da limosna a los pobres”. Fijémonos cómo la lógica humana es distinta a la lógica de Dios. Gran lección para aprender. Si queremos que Dios nos bendiga aquí en la tierra y nos haga prósperos debemos ser caritativos con los pobres y necesitados y amar dar limosnas.
Finalmente, la gente fue despedida por Jesús. No se fueron sin antes recibir la instrucción. Si se hubieran ido, se habrían perdido la gracia de haber sido testigos de tan gran milagro y de haber sido alimentados por Jesús. Quien se va sin la bendición final en la Misa es un tibio, y demuestra no tener interés en su propia salvación.
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En el Evangelio de hoy vemos claramente cuánta razón tiene San Pablo cuando dice: “la piedad es útil para todo, teniendo la promesa de la vida presente y de la venidera”. (1 Tim IV, 8).
Los hombres en el desierto eran piadosos y solícitos del bien de su alma; luego, Jesús, por el espacio de tres días, les anunció su Divina Palabra, e hizo un milagro para asistirlos en su aflicción y calmar su hambre.
Si servimos a Dios fiel y fervientemente Él siempre impartirá sobre nosotros lo que necesitemos para nuestra vida temporal, y, lo que es infinitamente más importante aún, nos llamará a la felicidad eterna del Cielo. Amén.