sábado, 5 de septiembre de 2020

Dom XIV post Pent – Nadie puede servir a dos señores a la vez – San Mateo VI, 24-33 – Padre Edgar Díaz


El Evangelio de hoy es una pequeña porción del maravilloso Sermón de la Montaña. Jesús había amonestado a sus oyentes a cuidarse de la vanidad y la ambición al hacer sus obras buenas para no perder mérito delante de Dios.

Ahora Jesús les previene de los deseos desordenados por los bienes temporales que haciendo buen uso de ellos deberían servir para ganar tesoros en el cielo.

Trataremos solo la primera parte de este Evangelio, para no ser muy largos: la imposibilidad metafísica de servir a dos señores a la vez.


“Ninguno puede servir a dos señores”. Jesús designa al segundo señor con una palabra de origen siríaco, mammon, que significa “riquezas e interés mundano”. Lógicamente, Dios y la riquezas e interés mundano están en innegable oposición. Para la mayoría de la gente las riquezas y el interés por el mundo son su dios. Quien pone su corazón en el dinero y se deja gobernar por el amor al dinero no puede servir a Dios.

Es evidente que ningún hombre puede servir a dos señores si cada uno de estos señores requiere que sea servido con exclusividad. Un dependiente de un negocio no puede trabajar para otro negocio a la vez. El caso es paralelo a servir a Dios y a las riquezas (que equivale a ser avaro, o a amar al dinero desordenadamente) a la vez. Dios nos demanda que le sirvamos a Él solamente. “Adorarás al Señor tu Dios, y a Él solo servirás” (San Mateo IV, 10).

Dios quiere que lo amemos con todo nuestro corazón, y no permite que nuestro corazón esté dividido y que le preste atención a otro amor, como los Samaritanos hicieron, quienes además de adorar al Dios verdadero adoraron también a los ídolos. Al igual que Dios, el ídolo de las riquezas demanda el mismo servicio indiviso.

Quien se permite a sí mismo dejarse atraer y gobernar por la avaricia ama al dinero y a los bienes temporales por sobre todas las cosas; por esta razón, es también negligente con los deberes de la religión y no duda en cometer grandes injusticias con sus pecados y vicios.

De esto tenemos ejemplos tomados de las Sagradas Escrituras: el caso de Acab, rey de Samaría, quien a través de falso testimonio hizo que Nabot fuera acusado de blasfemia y apedreado y aprovechándose de esto luego le robó su viña (cf. III Reyes XXI). El caso de Dalila quien traicionó a Sansón por dinero (cf. Jueces XVI, 5 et seq.). El caso de Judas Iscariote quien por avaricia vendió a su Maestro a los enemigos (cf. San Mateo XXVI).

¿Quién podría contar todas las injusticias, falsos juramentos, enemistades y asesinatos que han tenido su causa en la avaricia? Con razón dice el Apóstol: “Quienes quieren ser ricos caen en la tentación y en el lazo (del diablo) y en muchas codicias necias y perniciosas, que precipitan a los hombres en ruina y perdición. Pues raíz de todos los males es el amor al dinero; por desearlo, algunos se desviaron de la fe y se torturaron ellos mismos con muchos dolores” (I Tim VI, 9-10).

“Nadie puede servir a dos señores” a la vez si estos dos señores mandan cosas contrarias. Es como recibir órdenes contrarias de parte de uno y del otro: “Haz esto”; “No hagas esto”, y a la vez. Es evidentemente imposible obedecer a uno y a otro al mismo tiempo. De la misma manera, es imposible servir a Dios y a las riquezas, porque son contrarios, y piden cosas contrarias.

Dios nos pide que en nuestra relación con los demás hombres y en los negocios seamos honestos y que no nos apropiemos injustamente de ningún centavo. En esto debemos ser taxativos. La codicia, por el contrario, permite que seamos flojos de conciencia y que le dejemos que no nos acuse cuando cometemos injusticias.

Dios quiere que demos limosnas; la avaricia, por el contrario, se aterroriza cuando ve llegar a un necesitado que viene a pedirle, y lo envía de mal modo y rudamente. Dios quiere que ante todo seamos solícitos por nuestra salvación eterna; pero la avaricia, por el contrario, hace que el hombre se olvide de esta primordial tarea, y lo absorbe por completo en procurarse bienes temporales.

“Nadie puede servir a dos señores” que son contrarios porque es imposible amar a los dos a la vez. Necesariamente debemos, nos dice Jesús, odiar a uno, y amar al otro; o, apoyar a uno, y despreciar al otro. De esto se sigue que de entre dos señores solo podemos servir a quien amamos y honramos, pero no podemos servir a quien odiamos y despreciamos. Como Dios y las riquezas son contrarios, el hombre evidentemente solo puede amar y servir a uno solo de ellos.

¿Qué es lo que hace el codicioso? ¿Ama a Dios, o ama los bienes temporales? La respuesta es evidente. Es indiferente a Dios; no le sirve; viola sus mandamientos de muchas maneras; solo piensa en el dinero y en los bienes temporales; su corazón pertenece al dinero y a los bienes temporales; para incrementar su riqueza y dinero no depara en ningún esfuerzo y pecado; en definitiva, el dinero y los bienes son su dios; ésta es la razón del porqué San Pablo llama idolatría a la avaricia (cf. Efesios V, 5).

Para cuidarnos de la codicia debemos considerar las palabras de Nuestro Señor: “¿De qué sirve al hombre, si gana el mundo entero, mas pierde su alma? ¿O qué podrá dar el hombre a cambio de su alma?” (San Mateo XVI, 26).

Es decir, ¿a quién se le ocurriría, con un poco de inteligencia sobre el tema, poseer muchos bienes materiales, los cuales, aún en esta vida causan tantos cuidados y ansiedades, y al morir tiene que abandonarlos, y después de haberlos amado tanto en esta vida, y habiendo hecho tal mal uso de ellos, le han ganado un puesto en el infierno que es la perdición eterna?

No pongamos nuestro corazón en las cosas vanas, pasajeras y peligrosas; debemos ser solícitos por ellas solo en la medida de nuestras necesidades y como medios para hacer el bien y ganar el cielo.

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Nunca deberíamos perder de vista el propósito por el cual Dios nos ha creado y considerar que la salvación eterna es el más importante negocio que tenemos en la tierra. El cielo es ciertamente digno de toda nuestra solicitud, ya que allí nos espera una felicidad eterna y perfecta.

Si servimos a Dios fielmente y cumplimos con los diez mandamientos vamos a vernos librados de tener que preocuparnos tanto de los bienes temporales, incluido el dinero. Dios nos dará todo lo que necesitamos para nosotros mismos y nuestras familias con liberalidad.

“Buscad, pues, primeramente, el reino de Dios, y su justicia; y todas estas cosas os serán dadas”. Amén