sábado, 3 de octubre de 2020

Nuestra Señora del Santísimo Rosario – Primer Domingo de Octubre – Conmemoración Dom XVIII post Pent – 20-10-04 – Padre Edgar Díaz

La Fiesta del Rosario tiene por objeto la devoción a la Santísima Virgen María, la Madre de Dios. El Rosario fue introducido por Santo Domingo, el fundador de la Orden de los Predicadores, o la Orden Dominica. Los Pontífices no solo han aprobado el Rosario sino también enriquecido con numerosísimas indulgencias. Esta oración pronto se convirtió en la oración más apreciada de todos los fieles cristianos.

La Fiesta del Rosario fue instituida después de la victoria que los cristianos obtuvieran contra los Turcos en la Batalla de Lepanto en 1571, gracias a la intercesión de la Santísima Virgen María. Primeramente, la fiesta se llamó “Nuestra Señora de las Victorias” y fue establecida por San Pío V, para conmemorar el aniversario de la victoria de Lepanto. Pero más tarde, el Papa Gregorio XIII le cambió el título por el de “El Santo Rosario”, y se ordenó que se celebrara anualmente el primer domingo de Octubre.


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Los católicos apreciamos mucho la oración del Santo Rosario. Debemos rezarlo para venerar a María, la Virgen Madre de Dios, de una manera especial.

Cuando recitamos el Rosario de manera devota no solo veneramos a María, sino que de manera principal honramos, en primer lugar, a Nuestro Divino Salvador.

Al comenzar la oración decimos el Credo de los Apóstoles, con el que honramos a Jesucristo. En el Credo confesamos que Jesucristo es Señor y Redentor, y que creemos sin dudar todas las cosas que Él nos enseñó, y que pertenecemos a Él enteramente, y que estamos dispuestos a vivir y a morir por Él.

A lo largo del Rosario varias veces decimos el Padre Nuestro y el Padre Nuestro es precisamente la oración de Nuestro Señor. Honramos a Jesucristo entonces cuando devotamente repetimos la oración que Él nos enseñó, y dirigimos con confianza las peticiones que Él nos inspira a Su Padre y Nuestro Padre.

Decimos el Ave María, oración en la cual llamamos a Jesús el Fruto Bendito del seno de María, y declaramos que honramos a María principalmente por su Hijo.

Finalmente, meditamos en los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, todos los cuales, a excepción de los últimos dos, tratan sobre Jesús y lo honran; aún más, estos dos últimos misterios hacen referencia a Él también ya que la gloria de María en el Cielo es la obra y el mérito de su Divino Hijo.

Luego, es evidente que en el Rosario veneramos a Jesús más que a María. Además, María desea ardientemente que se le brinde el honor que le corresponde a su Hijo, Ella se regocija y se siente a su vez honrada cada vez que recitamos el Rosario devotamente.

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Con el rezo del Santo Rosario también honramos a María de manera particular. Inmediatamente después del Credo y del Padre Nuestro decimos el Ave María y de esa manera reconocemos que María es la creatura más cercana a Dios, y que la honramos más que a todos los ángeles y santos.

Al referirnos a Ella usamos las palabras que le dirigiera el Arcángel Gabriel, quien saludó a María por orden de Dios. Por lo tanto, no usamos nuestras propias palabras, sino más bien, las de Arcángel, que en realidad son palabras de Dios. Ésta es la mayor honra que podemos darle a María, nosotros que somos pobres creaturas.

La salutación angélica es la gloriosa alabanza de la Santísima Madre de Dios. María se siente honrada cuando con filial confianza imploramos su intercesión en la vida y en la muerte.

Finalmente, la repetición de la salutación angélica apunta a la mayor veneración de María. Los misterios que meditamos también contienen las alabanzas a María, porque en ellos Ella aparece como la Madre de Dios, y, por lo tanto, como alguien que tuvo la parte más importante en la obra de la Redención y como quien posee la más alta dignidad y gloria entre las creaturas.

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Rezamos el Santo Rosario para obtener la protección de María y su ayuda en todas nuestras necesidades.

El Santo Rosario es la escalera de Jacob en la cual los ángeles de Dios ascienden y descienden; nuestras Ave María ascienden a María; y sus gracias descienden sobre nosotros, trayéndonos consuelo y ayuda.

En las vidas de los santos encontramos una multitud de ejemplos que dan testimonio de las grandes gracias con las que fueron beneficiados los fieles al rezar el Rosario. A través del Rosario el más obstinado de los pecadores se convirtió, los más tentados se fortalecieron, los más afligidos fueron confortados, los enfermos curados, y aquellos que se encontraban en peligros fueron rescatados.

El Santo Rosario debe ser estimado y amado en gran medida ya que a través de esta oración no solo veneramos a María como se merece, sino que también podemos obtener muchas gracias. Particularmente durante estos tiempos cuando la Iglesia está siendo tan oprimida debemos recurrir con confianza a María, la ayuda de los cristianos, y recitar el Rosario con renovado fervor, para que Ella nos envuelva en su maternal protección, y así frustrar todos los asaltos del enemigo.

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Debemos decir el Rosario con un corazón puro, o al menos, penitente.

María es santa. Detesta el mal, y se complace en el bien. Para que nuestra oración sea aceptada, debemos hacerla con un corazón puro, libre de toda maldad, y contaminación de pecado y malos deseos. El Rosario se torna inefectivo si es dicho por aquellos que están y viven en pecado mortal. ¿Cómo podría María estar contenta con una oración hecha por un enemigo de su Hijo que no deja de crucificarlo nuevamente con sus pecados?

Distinto es con los pecadores que son penitentes. María es misericordiosa con ellos, y ellos pueden estar esperanzados de recibir su ayuda si recitan el Rosario devotamente. Quien haya caído en grave pecado debe sinceramente arrepentirse y tomar la resolución de confesarse tan pronto como posible y de enmendar su vida; solo con estas condiciones María recibe la oración del Rosario con agrado.

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Debemos decir el Rosario con devoción.

La verdadera devoción requiere que mantengamos nuestros pensamientos enfocados en los misterios que contemplamos mientras rezamos el Rosario. Por eso hay que luchar lo más que podamos en contra de las distracciones. No sería propiamente oración si estamos pensando en otra cosa mientras rezamos el Rosario. “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí” (San Mateo XV, 8).

La verdadera devoción también requiere que recitemos el Rosario con una pía disposición de la mente. Nuestro entendimiento y nuestra voluntad deben estar activos mientras rezamos. El entendimiento debe estar concentrado en Dios y en la oración; la voluntad debe tratar de producir aspiraciones santas y buenas resoluciones.

Un ejemplo de esto: cuando decimos el Ave María debemos tener el entendimiento penetrado de la dignidad, santidad y la plenitud de gracia de la Santísima Virgen; debemos, por otro lado, desear participar de la gracia de Dios, y determinarnos a hacer un buen uso de esa gracia, siguiendo el ejemplo de María; debemos, además, despertar en nuestros corazones sentimientos de gozo y gratitud hacia Dios por habernos dado tan buena Madre; y finalmente, debemos tener mucha confianza en María y pedirle su misericordia tanto ahora como en la muerte.

Todo esto significa rezar el Rosario con devoción.

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Debemos decir el Rosario con confianza.

En el poder de intercesión de María. Sin duda los santos obtienen mucho de Dios, porque son sus amigos, y Dios los ama mucho como un padre a sus hijos. Por eso escribe Santiago: “Orad unos por otros para que seáis sanados: mucho puede la oración piadosa del justo” (Santiago V, 16). Y si la oración de los santos obtiene tanto de Dios, ¡Cuánto más la de la Santísima Virgen, Reina de todos los Santos!

Como María traspasa en mucho la santidad de todos los Santos, Ella goza de un mayor amor de Dios. Consecuentemente, tiene una mayor influencia en Dios. Más aún, María tiene una mayor dignidad que los demás Santos. Estos son siervos; Ella es la Madre de Dios. María todo obtendrá de Jesús, su Hijo, que la ama con un amor perfecto e infinito.

Además, debemos confiar en la buena voluntad de María. Ella está siempre lista a ayudarnos. Es una Madre; tierna con los más necesitados; prudente en sus decisiones y puede ayudarnos en nuestros momentos más difíciles. Bondadosa y Misericordiosa.

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Reflexionemos sobre la manera en que hemos dicho el Rosario hasta ahora. Si encontramos que ha sido deficiente, pues, esforcémonos por mejorar. Amemos el Rosario. Los más grandes Santos lo recitaban diariamente, así, por ejemplo, San Francisco de Sales, y San Alfonso María de Ligorio. Digámoslo al menos todos los Sábados, día dedicado a la Santísima Virgen María.

Tratemos de decirlo siempre bien, con un corazón puro y penitente, con verdadera devoción y gran confianza. La oración que la Iglesia compuso para finalizar el Rosario dice así: “Oh Dios, cuyo Hijo unigénito, por su vida, muerte y resurrección, nos ha obtenido el premio de la vida eterna, concédenos, te pedimos, que, meditando los misterios del Santo Rosario de la Santa Virgen María, podamos imitar lo que contiene, y obtener lo que promete, a través de Cristo Nuestro Señor. Amén”.