sábado, 24 de octubre de 2020

Solemnidad de Cristo Rey – 2020-10-25 – San Juan XVIII, 33-37 – Padre Edgar Díaz


En 1925, con la Encíclica Quas Primas, Pío XI instituyó la Fiesta de Cristo Rey, dando la indicación de celebrarla en el último domingo de octubre. Quiso Pío XI poner esta fiesta antes de la fiesta de Todos los Santos, y ya casi finalizando el año litúrgico, como coronación del año litúrgico y también en consonancia con la fiesta del Sagrado Corazón.

En esta encíclica Pío XI recuerda la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús que hiciera León XIII en 1900. La fiesta de Cristo Rey vendría a ser entonces un complemento y una perfección de esta consagración y por eso están íntimamente relacionadas, la devoción al Sagrado Corazón, y la Fiesta de Cristo Rey.

Además, quiso Pío XI que esta consagración se renovara todos los años, con ocasión de la Fiesta de Cristo Rey, y es lo que haremos al finalizar la Misa.

Agradezco los valiosos aportes a la fe católica del padre Basilio Méramo en quien me he basado para preparar esta homilía.

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La fiesta de Cristo Rey fue instituida como una respuesta a la apostasía que ya estaba presente en ambientes católicos antes del Vaticano II. Normalmente decimos que la apostasía comenzó a partir del Vaticano II, pero esto es erróneo. Lo que hizo este conciliábulo fue introducir la apostasía en la Iglesia, lo cual fue un hecho muy grave y doloroso que aún hoy muy poca gente sabe y por eso sigue siendo engañada.

El Reinado de Cristo Rey es el imperio de la verdad en el mundo, porque Él es la Verdad. La apostasía, por su parte, es una claudicación de la verdad, y se manifiesta en el hecho de que lo que prima en el mundo, sobre todo en el campo teológico-doctrinal, ya no es la verdad, sino más bien, el sentimentalismo, que hace adormecer tanto a los pastores como al rebaño.

La claudicación de la verdad o apostasía, además, se manifiesta también en las fundamentales tareas de educación, formación, iluminación y santificación en la verdad. Es el gran pecado de la Iglesia, cuyos responsables son principalmente los que apostataron dentro de la Iglesia. Por esto la Iglesia Católica dejó de ser la cátedra y la referencia de la verdad en el mundo. 

Como consecuencia comenzó a triunfar el laicismo, que es el liberalismo manifestado en el orden político y social. Lo que el laicismo quiere es la liberación del hombre con respecto a Dios. Por eso, ya no hay verdad en la libertad, y la Iglesia no es más la única maestra capaz de guiar al género humano hacia la verdad.

Esto fue logrado en gran parte por la masonería, que siempre quiso negarle ese derecho a la Iglesia, según declaraciones hechas por el Duque de Edimburgo, esposo de la Reina Isabel II de Inglaterra, quien expresó lo siguiente:

“No se podía seguir tolerando que la Iglesia (Católica) fuera la detentora de la verdad”.

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El liberalismo – y su expresión, el laicismo – es un pecado de apostasía. El Cardenal Billot definió parcialmente al liberalismo al decir que es una incongruencia. Es, sí, una incongruencia; pero es más que eso aún. Es, principalmente, una herejía y una apostasía, es decir, un pecado que va en contra de la fe y de la verdad, es decir, un pecado en contra del Espíritu Santo, que corta o separa al hombre de Dios. Esto lo dice el Padre Félix Sardá y Salvany, en su libro el Liberalismo es Pecado.

El laicismo es la proyección del liberalismo en el orden político y social. Tiene como objetivo despojarse de toda sumisión a Dios. Quiere que Dios no intervenga en los asuntos humanos. Y esto impera hoy en el mundo. Es lo políticamente correcto. En el gobierno, las leyes, la educación, la ciencia y en todos los ámbitos del quehacer humano impera el liberalismo. 

La apostasía, pues, es manifiesta y lo que impera es la mentira y las locuras a las que nos exponen, como pandemias, encerramientos, distanciamientos, ataques satánicos, contra-natura, restricciones al trabajo ilegítimas, y otras cosas más de las que nos iremos enterando. Todo esto no es otra cosa que una manipulación sobre la humanidad para controlarla y reducirla por motivos políticos.

La verdad no impera en el mundo porque Satanás es el Príncipe de este Mundo. Es él quien está detrás de sus secuaces para destronar a Nuestro Señor Jesucristo, que es la Verdad (Cf. Lo destronaron, Mons. Lefevbre).

Este destronamiento de Cristo Rey y la entronización de Satanás y sus secuaces en el Vaticano a través de cultos satánicos tiene que desaparecer. Satanás tiene que ser derrotado por Cristo, y dejar de ser el Príncipe de este mundo. También tiene que desaparecer su secuela, la muerte.

Por eso la Fiesta de Cristo Rey nos marca un objetivo bien claro que nos llena de mucho gozo: estamos proclamando la Parusía. Le estamos diciendo a Jesús que venga cuanto antes, a instaurar su Reino. Por esta razón, la liturgia puso en la Misa de Cristo Rey como Introito un texto tomado del Apocalipsis:

“‘Digno es el Cordero, que fue muerto, de recibir la virtud, y divinidad, y sabiduría, y fortaleza, y honor. A Él gloria y poder por los siglos de los siglos’ (Apocalipsis V, 12-13). ¡Oh, Dios Padre!, da tu poder de juzgar al Rey, y tu cetro de justicia al Hijo del Rey…”

Este texto del Apocalipsis habla de un tema apocalíptico. Por eso, la Fiesta de Cristo Rey es eminentemente apocalíptica, y es la realización del mensaje de Fátima,

“Al fin mi Inmaculado Corazón triunfará”. 

Es decir, “el inmaculado Corazón de María” triunfará, que no es más que el reverso del Sagrado Corazón de Jesús, y juntos son los Sagrados Corazones de Jesús y María. 

Este triunfo ocurrirá durante el milenio, una vez que sea destruido el imperio de Satanás, y destruida la muerte, puesto que los viadores justos no morirán durante el milenio, según San Ireneo:

“‘Él debe reinar, hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. La muerte será el último enemigo vencido’ (1 Cor XV, 25-26). En efecto, cuando llegue el Reino, el justo, viviendo sobre la tierra, olvidará la muerte” (Adversus Hæreses, 36,2).

Esto es muy consolador.

Esta verdad sobre la muerte no se podía entender hasta hace poco tiempo debido a que la Iglesia había abandonado los temas apocalípticos y milenaristas, gracias a una gran corriente anti-apocalíptica y anti-milenarista que mantiene errores que vienen desde la época de Orígenes.

Pero como ya estamos en tiempos apocalípticos, junto con ellos también viene la luz, y hoy podemos ver con más claridad la interpretación de estas verdades. 

También habrá viadores pecadores en el milenio, y para ellos sí habrá muerte. Resucitarán con el resto de los malos en la segunda resurrección, para participar del Juicio Universal, y no para la vida.

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En conclusión, la Fiesta de Cristo Rey no es más que la divisa de San Pío X: ver restaurado o recapitulado todo en Cristo, Omnia instaurare in Christo, en el día de su Parusía, y no antes. 

Ahí será el triunfo de Cristo Rey, el triunfo de los Sagrados Corazones, la derrota de Satanás, que irá encarcelado para ser soltado al final, y la destrucción de la muerte.

Vemos claramente la importancia y el motivo de la Fiesta de Cristo Rey. Pío XI quiso instituirla como respuesta a la apostasía y al laicismo liberal y como proclamación ante Jesús para venga pronto a instaurar su Reino.

La Fiesta de Cristo Rey demanda que Cristo impere sobre todas las cosas. Hoy este imperio es solo virtual, porque no hay más estados católicos, debido a la libertad religiosa, impuesta por el laicismo.

Esta virtualidad será un día realizada para que todas las naciones y todos los pueblos estén reunidos bajo un solo rebaño y un solo Pastor, la gran promesa apocalíptica y milenarista.

Es nuestra gran responsabilidad recordar las grandes verdades de nuestra religión hoy conculcadas.

Que nuestro apostolado de deseo sea cada vez más y más eficaz al pedir “Venga, Señor, tu Reino”. Amén.