"Porque, así como el relámpago Sale del Oriente y brilla hasta el Poniente, Así será la Parusía del Hijo del Hombre" San Mateo XXIV, 27 |
Habiendo salido Jesús del Templo con sus discípulos estos le preguntaron:
“Dinos… cuál será la señal de tu advenimiento y de la consumación del siglo” (San Mateo XXIV, 3).
En el discurso de Jesús sobre “los últimos tiempos” (San Mateo XXIV), de donde se toma el Evangelio que hemos leído hoy, no todos los acontecimientos anunciados en él se realizan juntos. Algunos de ellos, en realidad, se han cumplido ya, como la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70, y también el surgimiento de numerosos falsos profetas, especialmente a partir del Vaticano II.
San Agustín señala cuatro sucesos que están indisolublemente ligados en “los últimos tiempos”: la venida de Elías (San Mateo XI, 14; Malaquías IV, 5); la conversión de los Judíos (San Mateo XXIII, 39; San Juan XIX, 37; Romanos XI, 25ss. y otros); la persecución del Anticristo (2 Tesalonicenses II, 3ss.); y la Parusía, o Segunda Venida de Cristo.
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Pero como antesala de estos advenimientos Nuestro Señor describe el comienzo de los dolores: el engaño por parte de falsos cristos, guerras y rumores de guerra, pueblo contra pueblo, reino contra reino, hambres, pestes y terremotos (cf. San Mateo XXIV, 4-8).
“Surgirán numerosos falsos profetas que arrastrarán a muchos al error; y por efecto de los excesos de la iniquidad, la caridad de los más se enfriará” (San Mateo XXIV, 11-12).
Jesús no anuncia aquí el triunfo temporal de la Iglesia, sino todo lo contrario:
“El Hijo del Hombre, cuando vuelva, ¿hallará fe sobre la tierra? (San Lucas XVIII, 8).
Pregunta retórica que nos dice que la gente en su gran mayoría no lo estará esperando, y, de hecho, lo constatamos hoy. San Pablo lo ratifica:
“Primero debe venir la apostasía” (2 Tesalonicenses II, 3).
Vemos, en efecto, que la apostasía ha desolado el catolicismo. La verdadera Iglesia Católica ha quedado reducida a unos pocos escondidos en sus hogares, como resultado de las herejías que la han infectado. Obra de esto es el conciliábulo Vaticano II, principalmente Montini, y también, la continua demoledora devastación de Wojtila, Ratzinger y Bergoglio.
“Y esta Buena Nueva del Reino será proclamada en el mundo entero, en testimonio a todos los pueblos. Entonces vendrá el fin” (San Mateo XXIV, 14).
No parece que el Evangelio haya sido todavía proclamado al mundo entero. Y estando reducida como está, no parece tampoco que sea la Iglesia la que lleve adelante esta tarea. Será la actividad de los dos Testigos de los que habla el Apocalipsis (cf. XI, 3), uno de ellos siendo Elías.
Elías predicará principalmente a los Judíos, y muchos se convertirán al Catolicismo, y entonces, y solo entonces, vendrá el fin (v. 14).
Aparecerá el Anticristo, así como fue predicho por el profeta Daniel, hará la guerra a los dos Testigos y les quitará la vida (cf. Apocalipsis XI, 7) y se instalará en el lugar santo (v. 15). Entonces comenzará la Gran Tribulación (v. 21), como no la hubo nunca, ni nunca más la habrá.
Pero por razón de los elegidos serán acortados esos días (v. 22), porque el Anticristo intentará incluso, si fuera posible, desviar a los elegidos (v. 24).
“Si fuera posible”, dice el texto. Es decir, si fuera posible que la creatura prevaleciera sobre el Creador, quien tiene la intención de proteger a quienes le sean fiel, estos sucumbirían ante el Anticristo. Esto significa que, si los elegidos fueran abandonados a su prudencia y a su propia fuerza, inevitablemente caerían, y de esto trataremos de hablar hoy.
Hermosamente San Agustín describe que
“si uno de ellos perece, es Dios quien sería culpable. Pero ninguno de ellos perecerá, porque Dios no dejará que lo declaren culpable. Si uno de ellos perece, Dios sería entonces derrotado por el vicio humano. Pero ninguno de ellos perecerá, porque Dios no será derrotado por nada. Es Cristo mismo quien dice de estas ovejas: nadie las arrebatará de mi mano”.
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Pero los elegidos se librarán del engaño del Anticristo y sus secuaces anticristos y falsos profetas (vv. 23-26), porque se le dará por defensa un juicio seguro:
“El Altísimo tiene cuidado del justo”; “(el justo tendrá) por yelmo el juicio cierto” (Sabiduría V, 16, 19).
¿Cómo hace el diablo para engañar? Lo hace a través de razones falaces, es decir, a través de nuestro propio juicio cuando éste es falso. Por eso, el juicio cierto es imprescindible para distinguir lo falso de lo verdadero, y, por ende, para no dejarse engañar, y esto es una gracia de Dios. Si nuestro juicio es fallido es porque ha habido antes una infidelidad a Dios que proviene a su vez de una falta de amor a la verdad, es decir, una prostitución con el error y el engaño.
El juicio cierto es un admirable don que se le ofrece a quien es recto de corazón, es decir, quien no se compromete con el error ni la mentira. Tendrá un juicio cierto, es decir, una certeza y convicción interior sobre lo que es verdadero, de modo que no podrá ser engañado por las tremendas seducciones que apabullarán a quienes no son rectos de corazón. Así lo dice San Pablo:
“Seducción de iniquidad para los que han de perderse por no haber aceptado para su salvación el amor de la verdad. Y por esto Dios les envía poderes de engaño, a fin de que crean la mentira” (2 Tesalonicenses II, 10-11).
Quien no tiene juicio recto, indefectiblemente es porque cree en la mentira y el error. Terrible mensaje de la Sagrada Escritura, digno de grave meditación. Dios que es la misericordia misma, es también la verdad, cuya expresión nos da en su Hijo Jesucristo, que es su Verbo o Palabra encarnada, y que no cesa de presentarse como la Verdad y la Luz. Habrá una tremenda venganza por la Verdad desoída.
Ya tenemos ejemplo de esto. En el pasado, Dios abandonó a sus devaneos al pueblo de Israel, que no quiso escucharle:
“Por eso los entregué a la dureza de su corazón: para que anduvieran según sus apetitos (antojos)” (Salmo LXXX, 13).
Y así hará en “los últimos tiempos” entregando desarmados a quienes no amen la verdad y se comprometan con el error y la mentira. Nuevamente San Pablo nos da el mismo mensaje en otra de sus cartas:
“para que crean a la mentira, ya que no tuvieron interés en armarse de la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios” (Efesios VI, 11, 13, 17).
Y se cumplirá entonces trágicamente –como hace tiempo se está cumpliendo—aquella palabra de Jesús:
“Yo he venido en el nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, ¡a ése lo recibiréis!” (San Juan V, 43).
Que algunos interpretan precisamente como un anuncio del Anticristo. Por no creer en Dios y obrar en consecuencia según lo que Dios nos manda, le van a creer al Anticristo. ¡Tremendo!
“He aquí que vienen días, dice Dios, el Señor, en que enviaré hambre sobre la tierra; no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Dios” (Amós VIII, 11).
Profecía gravísima y terrible, que siempre está pendiente como una amenaza sobre nosotros. Si vivimos relegando la palabra de Dios, que es la verdad, Él retirará un día esa palabra de nuestro juicio. Si vivimos todavía embelesados y soñando con este mundo corrompido; si seguimos comprometiéndonos con el error y la mentira, así como el mundo nos demanda, Dios no está obligado a seguir alimentándonos con su Palabra.
Tal es la conminación que hace Dios que en ella vemos el más trágico fin de una cultura y de una era que pretendió hallar soluciones a los problemas del mundo sin contar con Dios, como vemos hoy. Estamos contemplando el triste final de la triste época llamada en el Apocalipsis “la Iglesia de Sardes” (Cf. Apocalipsis III, 1-6).
Y esta caída de la Iglesia Católica, este debilitamiento de la fe por infidelidad a Dios, por prostitución con el error y la mentira, San Pablo lo indica precisamente como señal precursora de la conversión de los Judíos:
“No te engrías, antes bien, teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales (los Judíos), tampoco te perdonará a ti (que provienes de la gentilidad) … Poderoso es Dios para injertarlos de nuevo (a los Judíos en la verdadera fe). Porque si tú fuiste cortado de los que por naturaleza eran oleastro (falso olivo, es decir, los paganos o gentiles o infieles), y contra naturaleza, injertado en el olivo bueno (la Iglesia Católica; la verdadera fe), ¿cuánto más ellos, que son las ramas naturales (de la Iglesia Católica; de la verdadera fe), serán injertados en el propio olivo?” (Romanos XI, 19-24).
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Hermanos, debemos temer, y mucho. Hay señales que nos hacen pensar que podemos estar incluidos entre los elegidos, tales como el verdadero sacerdocio, los verdaderos sacramentos, la verdadera Misa en nuestras casas. Veámoslas como una grave responsabilidad. ¡Que no caigamos en el relajamiento y de pronto nos hallemos fuera del número de los justos elegidos!
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