sábado, 16 de enero de 2021

Dom II post Epiph – Las Bodas de Caná de Galilea – San Juan II, 1-11 – 2021-01-17 – Padre Edgar Díaz


Las Bodas en Caná de Galilea


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Dice Chesterton: “Aquella agua ingenua y pura vio a su Creador y se sonrojó en el más rico y dulce de los vinos”, y Jesús manifestó su hora, el tiempo en que comenzaba su vida pública.

El precioso relato de las Bodas de Caná trata temas fundamentales para la humanidad: la intercesión de María, el Matrimonio, y la Hora de Jesús.

Contra el puritanismo, Jesús obró un milagro de lujo: el vino alegra la fiesta, y sin él, decimos popularmente, la fiesta se agua.

Es, pues, el vino lo que da el puntapié inicial al gozoso triunfo del bien sobre el mal de Nuestro Señor Jesucristo a través de su vida pública.

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Treinta años de silencio cuando se es el Verbo Eterno de Dios; treinta años de olvido en una humilde carpintería cuando se es el Omnipotente que todo lo ha creado y a todo le comunica el ser y la vida; esta presencia aparentemente inútil del Hijo de Dios es insoportable para el egoísmo humano que moldea la divinidad según su propia medida.

Y verdaderamente treinta años de vida completamente escondida de treinta y tres años de vida parecen un desperdicio. Esta necesidad de retirarse del alboroto de la vida, esta hambre de silencio, de estar a solas con el Eterno y de retomarse de la dispersión de la acción, de reanimar la habitación de la propia alma, es signo de que se es llamado por el Espíritu para las grandes obras del Espíritu.

La humanidad no entiende de estas cosas; es signo de inmadurez. El ejemplo de Jesús da las pautas para una verdadera vida espiritual, una refrescante comunión espiritual con el Creador. Solo del prolongado retiro dedicado a Dios solo, surge la energía del alma y nace la auténtica acción que es comunicación de la verdad y del bien.

La humanidad no entiende de estas cosas, y se tira al agua sin antes detenerse a reflexionar. Resulta un duro golpe contra la realidad.

Éste es el gran mal del mundo que nos ha llevado a donde estamos: de no gustar de la fascinación del silencio. El gran mal es haber roto relaciones con Dios al punto tal de no sentir más la necesidad de elevarse con el alma a través de la oración hacia las alturas donde Dios nos da la agudeza y la fuerza necesarias para cuando suena su hora.

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La hora de Jesús no había llegado aún. Mas María la adelantó pues era necesario, entre otras cosas, asentar las bases de la verdadera célula de la sociedad, el matrimonio y la familia. El núcleo básico y vital de la sociedad no es el individuo, como quiere el liberalismo, sino la familia. La liberación del individuo de la familia produjo monstruosidades, como vemos hoy.

El hombre nace dentro de una familia, constituida en matrimonio santo y sagrado. No nace aislado. Tal es su importancia que a pesar de ser una institución de orden natural para la propagación de la especie humana, establecida desde los orígenes, fue elevada a la categoría de sacramento, por lo que la llamamos Matrimonio, gracias a la presencia de Jesús en la Bodas de Caná de Galilea.

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El matrimonio consiste en una cierta unión indivisible de las almas, dice Santo Tomás de Aquino, por la cual cada esposo se obliga a guardar indivisiblemente fidelidad al otro.

Dos almas se unen en matrimonio porque tienen un mismo fin. Es, pues, el matrimonio, una unión entres dos seres llamados marido y mujer con vistas a un mismo fin: la generación, el hijo. Pero el propósito de unirse no termina ahí, pues a la generación sigue la educación del hijo a lo largo de su vida. Y para esto es necesario la vida común doméstica.

El matrimonio no consiste en el consentimiento, sino, como dijimos, en la unión de las almas de los contrayentes. El consentimiento es en orden a la unión de las dos almas. Y esa unión es voluntad de Dios; es Dios quien quiere que así sea.

Antes de Jesús el matrimonio ya existía, como dijimos, como unión natural necesaria para la vida social. Al ser elevado al orden de sacramento fue necesaria la intervención de Dios a fin de que Dios operara la unión espiritual que se realiza a través de la unión de los cuerpos. 

Y, como en la vida material, las asociaciones se dan mediante el consentimiento mutuo de las partes, también el matrimonio se realiza necesariamente por medio del consentimiento, expresado con palabras, y con voluntad de producir el matrimonio.

La elevación de la unión natural al orden de sacramento es fundamental, pues hace del matrimonio un medio de santificación para los esposos, librándolos del pecado. Esta santificación es obrada gracias a la pasión de Cristo, y no en virtud de la intervención litúrgica del sacerdote. La unión espiritual obrada por Dios en los esposos produce en ellos una disposición para la recepción de la gracia salvadora de Cristo.

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La fornicación es el acto sexual en el que concurren dos personas antes de contraer matrimonio. Es un acto torpe, es decir, en sí malo, pues, o es buscado por una mala intención, como lo es la sola satisfacción de un apetito, o sin tener las garantías necesarias para la reproducción. Esto es lo que ocurre con las parejas de hecho, y con los divorciados vueltos a casar. Por eso tuvo Dios que explícitamente prohibir las relaciones sexuales antes del matrimonio y fuera del matrimonio, como lo vemos en innumerables pasajes bíblicos.

Es por esto por lo que el acto sexual debe darse solamente en el contexto de la vida matrimonial, para que no sea torpe, y sea en sí mismo bueno. Para esto es necesario que se le añada algo que lo haga honesto, y esto justifica el matrimonio.

Debe ser honesto por el bien debido, es decir, el bien precioso que naturalmente se sigue de él, un hijo. Un hijo es un deber de la naturaleza, y, a la vez, un deber para con Dios. Recordemos que en el Génesis Dios nos manda multiplicarnos porque Dios quiere que la especie humana subsista.

Para que el acto sea honesto se exige fidelidad, por la que el hombre se acerca a su mujer y no a otra. Esto da paz y confianza, pues hay orden. Recordemos que un hijo no podría ser educado e instruido por sus padres si estos no fueran determinados y ciertos. En las condiciones de naturaleza caída en la que vive el hombre la fidelidad se torna muy difícil de alcanzar. Precisamente la ayuda de Dios viene a propósito a través del sacramento del matrimonio.

El contexto de la vida sacramental entonces es aquella cosa buena que se le añade al acto sexual. El matrimonio exige fidelidad, como un acto de justicia hacia el esposo, y la fidelidad actúa, a la vez, como remedio para la concupiscencia.

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La ley de la esposa única no ha sido instituida por el hombre, sino por Dios, ni se ha promulgado nunca de palabra o por escrito, sino ha sido impresa en el corazón, como cuantas cosas pertenecen de alguna manera a la ley de la naturaleza.

Es verdad, en el principio hubo poligamia, y la libertad de cambiar de mujer. Pero solo hay que entender esto como una dispensa de parte de Dios, hecha principalmente a los santos patriarcas, en el tiempo en que convenía para una mayor y más rápida multiplicación de la humanidad, que debía ser educada para el culto de Dios, porque siempre debe observarse más el fin principal que el secundario.

Por eso, porque fue necesaria la multiplicación de la especie, se pudo descuidar y dispensar de cumplir, por algún tiempo, los fines secundarios del matrimonio: la fidelidad, la indisolubilidad, y la asistencia mutua. 

En el Evangelio Jesús dio además otra razón, a saber, la dureza de corazón: “¿No habéis leído que el Creador, desde el principio, ‘varón y mujer los hizo’? Por esto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne… Mas por la dureza de vuestros corazones, os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres (y tener otras); pero al principio no fue así” (San Mateo XIX, 4-8), estableciendo como precepto la prohibición de la pluralidad de mujeres y del cambio de mujeres.

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La procreación es el acto por el que se le da al hijo el ser. Pero al hijo también hay que alimentarlo y educarlo, y sobretodo y principalmente, para el culto de Dios. Para esto es necesaria la ayuda mutua de los esposos en los asuntos domésticos, ya que hay ciertas cosas que solo le competen al varón, y otras que solo le competen a la mujer.

La educación del hijo es tarea que se debe realizar no solo por algún tiempo, sino por toda su vida. Por eso, es necesario que el matrimonio permanezca perpetuamente, hasta que Dios disponga lo contrario con la muerte de uno de los esposos. La indisolubilidad del matrimonio es pues exigida por la misma naturaleza humana.

La responsabilidad de los padres implica no obstaculizar el progreso de la educación de los hijos. En ese sentido, tanto la demasiada superfluidad, como la falta de alimentos, y cualquier otro desorden, son cosas en las que los esposos podrían pecar gravemente.

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En las Bodas de Caná Jesús hizo su primer milagro aún no queriéndolo, porque todavía no había llegado su hora. Y María lo logró. 

Si el vino es la expresión del amor, y el amor es en Dios la santidad, la persona del Espíritu Santo, entonces también, en ese vino de la gracia del amor de Dios resplandece la Mediadora, y por eso también, Corredentora al pie de la cruz, Auxiliadora y Abogada. Que esto nos recuerde de acudir a ella como Madre. 

Tenemos en este primer milagro la garantía de la intercesión de la Santísima Virgen María, por ser la Madre del Dios vivo.

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Jesús obró un milagro de lujo, pues el vino alegra la fiesta, y sin él, la fiesta se agua. Muy graciosamente pronunció Chesterton (traducción mía):


O fiesta con vino, o ayuno con agua,

Así salvarás tu honor.

Del Todopoderoso, él, el hijo, ella, la hija.

Él, el valiente; ella, la pura. 


Si un ángel del cielo,

Te diera otras cosas de beber,

Agradécele sus atenciones,

Ve y viértelas en el fregadero.


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Feast on wine or fast on water

And your honour shall stand sure,

God Almighty’s son and daughter

He the valiant, she the pure;


If an angel out of heaven

Brings you other things to drink,

Thank him for his kind attentions,

Go and pour them down the sink.


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