sábado, 20 de febrero de 2021

Dom I in Quadragesima – Satanás, la Duda Esencial – San Mateo IV, 1-11 – 2021-02-21 – Padre Edgar Diaz

Las Tentaciones de Jesús en el Desierto
San Mateo IV, 1-11


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Las tentaciones de Cristo en el desierto coinciden con la tentación de Adán en franco contraste. La Iglesia nos presenta este dramático cuadro de Jesús para nuestro consuelo y ayuda espiritual.

Adán, inocente por gracia de Dios y lleno de privilegios divinos, cedió, junto con Eva, a las insinuaciones de Satanás que se les apareció en forma de serpiente; el segundo Adán, Jesucristo, que después de cuarenta días de ayuno en el desierto se vio aún más vigoroso, y con espíritu indomable, desenmascara las ilusiones de Satanás y lo manda de vuelta a su reino de tinieblas.

Este enfrentamiento entre el diablo y Cristo es un hecho que a primera vista nos turba y nos deja perplejos, por una especie de horror ante la idea de una mínima aproximación entre la maldad preponderante del diablo, y la santidad del Hijo de Dios.

Pero debemos recordar que Cristo, además de ser Dios, era también hombre, y que asumió la naturaleza humana para salvarnos de las garras del diablo, del cual fácilmente pasamos a ser su presa gracias a la caída de Adán y Eva: así Cristo se convirtió en contendiente, como hombre; el único capaz de vencerlo, y el choque fue, por lo tanto, demoledor.

Fue realmente un acontecimiento que da escalofríos y hace contener la respiración, debido a la altísima tensión que hubo en el intercambio de palabras, y las vertiginosas mudanzas de escenas, que van desde Jerusalén, hasta toda la tierra.

Hay que reconocer que cada protagonista jugó muy bien su papel: pero es Cristo quien dominó a Satanás. Con serenidad y sin temor Cristo rechazó todas sus mentirosas propuestas.

Satanás, en cambio, no estaba seguro de la divinidad de Cristo. Repetimos esta idea. Satanás no sabía con seguridad si Cristo era o no era Dios. Y esta duda le proporcionaba, por así decir, un segundo infierno, porque bien sabía que, si esta persona era Dios, el enfrentamiento culminaría en su contundente derrota.

De hecho, sus dos primeras propuestas tienen como introducción esta duda: “Si Tú eres el Hijo de Dios ...” (San Mateo IV, 3); en el paraíso terrenal, Satanás había oído la maldición que Dios lanzó contra él; y también la promesa de que la simiente de Adán, es decir, Jesucristo, algún día lo aplastaría. 

A lo largo de los siglos también había escuchado la solemne voz de los profetas, quienes predijeron la venida del Salvador del mundo, tanto la Primera, como la Segunda; no mucho tiempo antes de este encuentro en el desierto, había escuchado también a Juan el Bautista, quien anunció estar ya en la tierra la presencia de Uno a quien él no era digno de desatarle los lazos de sus sandalias.

También había oído la augusta voz del Padre en el bautismo de Cristo: “Una voz del cielo decía: ‘Éste es mi Hijo, el Amado, en quien me complazco’” (San Mateo III, 16-17).

¿Será realmente Él? Ésta es la duda que exasperaba a Satanás, pues sabía que su final dependía de esta respuesta: “Si Tú eres el Hijo de Dios ...” (San Mateo IV, 3).

En este gran drama, del que no hay igual en toda la historia del mundo, debemos reconocer que Satanás se mostró como un mal contrincante y un miserable sofista: “Si Tú eres el Hijo de Dios ...” (San Mateo IV, 3).

Ciertamente, si Cristo es el Hijo de Dios, entonces puede, como Dios, mandar sobre toda la naturaleza. “Manda que estas piedras se vuelvan panes” (San Mateo IV, 3). Obviamente, Jesús las podría haber convertido al instante. Y también podría salvarse de cualquier peligro: “Arrójate ... desde este pináculo” ... (Cf. San Lucas IV, 9).

Es precisamente esta premisa: “Si Tú eres el Hijo de Dios ...” (San Mateo IV, 3) ... lo que arruina a Satanás. No estaba allí el diablo para mostrar compasión por Jesús. No le interesaba que convirtiese las piedras en pan para que saciara su hambre. Le interesaba saber si era el Hijo de Dios… Ladino …  

Si Cristo es el Hijo de Dios, entonces puede deshacerse de la necesidad del hambre indefinidamente, como de hecho lo hizo durante cuarenta días, y no habría habido necesidad de parte del diablo de hacerle esta pregunta. La pregunta está de más.

Además, y, sobre todo, si Cristo es Hijo de Dios, lo primero que podría haber hecho era reconocer al sinvergüenza que tenía delante de Él como interlocutor, y tratarlo según se merecía, como Cristo realmente hizo. Por lo tanto, la pregunta de Satanás no sirvió más que para tenderse una trampa a sí mismo, que lo llevó, en definitiva, a su derrota.

¿Y si Cristo no hubiese sido el Hijo de Dios? ¿Qué habría pasado?

Como simple hombre, Cristo no podría haber convertido las piedras en panes, ni podría haberse esperado que se arrojarse desde lo alto del templo, y salir ileso, flotando en el aire, entre alas de ángeles.

En este caso, nadie habría caído en la trampa de Satanás, porque la primera propuesta, la de convertir las piedras en panes, lo habría hecho reír, y la segunda, la de arrojarse desde lo alto del templo, le habría interesado aún menos, porque aún las personas más tontas se preocuparían de no arriesgar sus vidas.

¡Mala estrategia la de Satanás! Ciertamente una estrategia surgida de su duda e incertidumbre esencial.

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La duda es, de hecho, además de la mentira, el arma principal de Satanás para arruinar a las almas; es por eso por lo que el significado de este encuentro entre Jesús y Satanás tiene una importancia decisiva para el Católico. Es que lo que está en juego es la salvación eterna del hombre, y la duda e incertidumbre, es un ataque directo a la fe que le proporciona al hombre precisamente esa salvación.

El episodio nos ilumina sobre la verdadera naturaleza de Satanás: quien otrora fuera un eminente espíritu, es ahora un caído, y como tal, enemigo declarado del hombre, porque es principalmente enemigo de Dios y de todo lo que ama Dios.

Aunque no sea el caso ni el momento de entrar en este arduo tema teológico, no obstante, podemos señalar que es cierto que Lucifer, el espíritu más puro y cercano a Dios en el cielo, cayó porque quiso caer; porque quiso desafiar, y, de hecho, desafío a Dios; y en consecuencia, es cierto también que Satanás no quiere que Dios le perdone; porque no puede, y no quiere, arrepentirse. Es, por lo tanto, un espíritu soberbio.

Y he aquí que el hombre, menos dotado que Satanás ciertamente, ha llegado a ser, sin embargo, un privilegiado de Dios, dándole a Satanás, precisamente, enormes motivos de envidia. Por eso le hace una guerra implacable, para lograr que se condene, como él. Éste es el verdadero interés de Satanás por nosotros: que nos condenemos.

Es, por lo tanto, un homicida. Satanás es un asesino. Es el tentador. Nos propone fascinantes e interesantes motivos y oportunidades para hacer el mal, a cada instante de nuestras vidas. Si aceptamos su propuesta, cometemos un pecado. Somos responsables del pecado que nos propone hacer. Además de esto, después de cometer el pecado, nos acusa ante Dios. Es terrible e implacable.

El primer hombre en ser tentado fue Adán, atrapándolo con el señuelo de llegar a poseer una ciencia superior con la cual conocería el bien y el mal, y esto lo haría como Dios. Al resto de los hombres los tienta, como siempre, sembrando la duda y la incertidumbre: ¿Será, o no será? Siembra duda sobre la existencia de Dios, sobre la divinidad de Cristo, sobre la santidad de la Iglesia, sobre la distinción entre el bien y el mal, y otras cosas más.

En el brillante libro del autor ruso Fiodor Dostojevski, Los Hermanos Karamazov, el malvado Iván grita con obstinación enloquecedora: “Dios existe, o no existe”. Y Satanás se deleita al ver atormentar al alumno: “¡Ah! Entonces, ¿es una cosa seria?, ¿no? Bueno, querido amigo, ¡te juro que no sé nada de eso! ... Si quieres, tengo la misma filosofía que tú: “pienso, luego existo”, y de eso estoy seguro. En cuanto al resto, todo lo que me rodea, Dios y el mismo Satanás, ¡todo eso no está comprobado! Si todo eso tiene una existencia personal o no, no es más que una emanación de mí mismo, un desarrollo posterior de mi “yo”, que existe temporalmente ...” Y así sigue el discurso de Satanás…

Satanás no quiere llegar a una conclusión, y dejar establecida la cuestión. Su objetivo no es dar una respuesta satisfactoria para que la mente pueda descansar; por el contrario, se proponer exasperar a la persona con la duda; se propone hacer que la persona no encuentre la paz en una respuesta satisfactoria a su interrogante, porque sabe que la duda enerva y desespera, y lleva definitivamente a la condena, porque al querer quitarse la duda de su mente, la persona termina aceptando ésta y todas las demás propuestas del diablo. 

Hoy la duda existencial que plantea Satanás y que exaspera a los corazones buenos, y hace perder el tiempo con esta cuestión, es la de determinar con una conclusión satisfactoria el tema del Sedevacantismo. ¿Será éste, Papa? ¿O, no? ¿Habrá sido aquel, Papa? ¿O, no? Y las personas que se preocupan por este tema son incapaces de zanjar la cuestión, simplemente porque no están autorizadas por Dios para zanjar este tema.

Y Satanás se deleita. Logra que se establezcan largas y acaloradas discusiones sin fin… Simplemente los deja en la duda, y en la pretensión de saber más que el contrincante, y en creer tener la razón, y el derecho, y el deber, y la responsabilidad de zanjar la cuestión. ¡Pobres ilusos! No, no es para Uds. esta responsabilidad. Así engaña Satanás; los deja en una duda permanente, hasta que se destruyan unos a otros.

Entonces Satanás – ya que es cierto que Dios es Dios – no es reconocido como Satanás, es muy ladino. Mete la cola, pero es muy difícil verla. Esta dificultad del hombre de reconocerlo le permite a Satanás satanizar libremente. Su estrategia, entre otras, es no dejarse reconocer. 

Incita a que se predique sobre la autonomía del hombre (de Dios, por supuesto); revoluciona al hombre para que logre la independencia absoluta de cualquier ley moral (que le impediría actuar libremente en temas ilícitos); hace odioso al Catolicismo, pues su lema es el “orgullo de la vida” y la “lujuria de la carne”; hace parecer a la Iglesia como “la enemiga de la humanidad”, como opresora en manos de unos pocos que se aprovechan de la humanidad. En fin, siembra la duda y la mentira por doquier.

El diablo disfruta de todo esto. Se regocija al vernos dudar y pelearnos y discutir entre nosotros por cuestiones irrelevantes. Hoy, más que nunca, hasta nos hace hacer el ridículo, tratándonos como estúpidos, que no sabemos discernir el bien del mal, la verdad de la mentira. ¿Es esta confusión de mentes un signo de la inminencia de los tiempos del Apocalipsis?

Ciertamente es un signo de la Babel Mental en la que se revuelca nuestro pobre mundo, hostil a la fe, porque está corroído por la duda teológica implantada por el demonio. Éste es, sin lugar a duda, un signo de la próxima Venida de Nuestro Señor Jesucristo a salvarnos.

El Católico que vive en intimidad con Cristo, no se deja engañar y no teme el peligro, sino que sabe que cuenta con Él más que nunca en estas horas cruciales, y con firme indignación expulsa al tentador y homicida: “Vete, Satanás, porque está escrito: ‘Adorarás al Señor tu Dios, y a Él solo servirás’” (San Mateo IV, 10).

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Me he servido del Padre Cornelio Fabro.