San Tito, Obispo de Creta |
Tito, Obispo de la ciudad de Creta, apenas iniciado en los misterios de la fe cristiana y en los sacramentos por las enseñanzas del Apóstol San Pablo, brilló con tal santidad en la Iglesia naciente que mereció ser admitido entre los discípulos del Doctor de los Gentiles.
Escogido para el ministerio de la predicación, de tal suerte se hizo amar del Apóstol San Pablo por su ardor en la evangelización y por su fidelidad, que él mismo, cuando vino a Tróade por el Evangelio de Cristo, aseguró no haber tenido reposo su espíritu por que no halló en aquella ciudad a Tito, su hermano.
Y poco después, dirigiéndose a Macedonia, de nuevo expresó así su afecto para con él: “Pero Dios que consuela a los humildes, nos ha consolado con la venida de Tito” (2 Corintios VII, 6).
Por este motivo, enviado por el Apóstol a Corinto, desempeñó con tal sabiduría y prudencia la legación que le había sido encomendada, cuyo principal objeto fue la colecta de limosnas para aliviar la pobreza de la Iglesia de Jerusalén, que no sólo mantuvo a los Corintios en la fe de Cristo, sino que además, les movió a un gran afecto acompañado de lágrimas y de solicitud hacia Pablo, que fue quien primero les instruyó en el cristianismo.
Después de haber realizado diversos viajes por tierra y por mar, para sembrar la semilla de la palabra divina entre los gentiles de diversas nacionalidades y lenguas, y después de haber sostenido con gran fortaleza de ánimo cuidados y fatigas por el triunfo de la Cruz, arribó a la isla de Creta, en compañía de Pablo, su maestro.
Escogido para Obispo de aquella Iglesia por el Apóstol, desempeñó ciertamente su cargo en tal forma que pudo presentarse, según el consejo del mismo Apóstol que le había instruido, “como modelo de buenas obras en la doctrina en la integridad y en la gravedad” (Tito II, 7).
Así, pues, difundió la luz de la religión como lumbrera resplandeciente entre los que estaban sentados en las tinieblas de la idolatría y de los errores. Se dice que sufrió muchos trabajos entre los dálmatas para levantar allí el estandarte de la Cruz.
Finalmente lleno de días y méritos, a los 94 años, el día 4 de enero, se durmió en el Señor con la muerte de los justos y fue sepultado en la Iglesia de la cual había sido constituido ministro por el Apóstol.
El nombre de este Santo, alabado con gran manera por San Juan Crisóstomo y San Jerónimo, le vemos inscrito en este mismo día en el Martirologio Romano. El Sumo Pontífice Pío IX mando que su fiesta se celebrase por toda la Iglesia. Hasta aquí sobre San Tito.
*
En otro orden, la Epístola de hoy, que hace referencia a distintos personajes del Antiguo Testamento, nos da la oportunidad de hablar de Henoc, quien se presenta como uno de los posibles candidatos a ocupar el segundo lugar de los Dos Testigos de los que habla el Apocalipsis, junto con Elías, por supuesto.
Según sus propias palabras (Henoc XCIII, 3), y según el testimonio dado por su nieto Noé en el mismo libro apócrifo de Henoc (cf. Henoc LX, 8), Henoc fue el “séptimo” hombre después de Adán.
Tertuliano, Clemente Alejandrino, San Atanasio, San Jerónimo y otros, hablan del libro de Henoc como custodiado en el Arca de Noé, en tiempos del diluvio, es decir, que lo consideraban escrito por el mismo Henoc, esto es, como si fuese anterior al Pentateuco de Moisés. Se trata, pues, de un documento pre-diluviano, tal vez, el más antiguo testimonio escrito de la humanidad.
Y “Henoc agradó a Dios” (Eclesiástico XLIV, 16), dice la Epístola.
Straubinger dice que este texto alude a Génesis V, 24: “Henoc anduvo con Dios, y desapareció porque Dios se lo llevó”. Y el Sirácida agrega: “y fue transportado al paraíso para predicar a las naciones la penitencia” (Eclesiástico XLIV, 16).
San Pablo lo alaba como ejemplo de fe: “Por la fe, Henoc fue trasladado para que no viese la muerte, y no fue hallado, porque Dios le trasladó; pues antes de su traslación recibió el testimonio de que agradaba a Dios” (Hebreos XI, 5).
Esto está atestiguado, además, en el capítulo XLIX del Sirácida: “No nació en la tierra hombre como Henoc; el cual fue arrebatado de ella” (Eclesiástico XLIX, 16).
*
Muchos Padres sostienen que Henoc ha de venir por segunda vez, como Elías, para combatir al Anticristo, y la exégesis tradicional toma a Henoc y a Elías por los Dos Testigos que aparecen en Apocalipsis XI, 3, ss. Henoc predicará a los Gentiles, mientras que Elías a los judíos.
En su carta, San Judas dice que el patriarca Henoc anunció a los impíos el castigo: “He aquí que ha venido el Señor con las miríadas de sus santos, a hacer juicio contra todos y a redargüir a todos los impíos de todas las obras inicuas que consintió su impiedad y de todo lo duro que ellos, impíos y pecadores, profirieron contra Él” (Judas 14-15).
Este anuncio de Henoc se encuentra casi textualmente en la versión etiópica del libro apócrifo de Henoc (Cf. Henoc I, 9), además de estar citado por la Didajé, documento del Primer Siglo, el cual formula anuncios esjatológicos muy semejantes a los que vemos en los escritos apostólicos:
“En los últimos días se multiplicarán los falsos profetas y corruptores y las ovejas se convertirán en lobos y la caridad se convertirá en odio; tomando pues incremento la iniquidad, los hombres se tendrán odio mutuamente y se perseguirán y se traicionarán, y entonces aparecerá el engañador del orbe diciéndose hijo de Dios y hará señales y prodigios; la tierra será entregada en sus manos, y hará iniquidades tales como nunca se hicieron en los siglos. Entonces lo que crearon los hombres será probado por el fuego, y muchos se escandalizarán y perecerán; más los que perseveraren en su fe se salvarán de aquel maldito y entonces aparecerán las señales de la verdad: primero la señal del cielo abierto, luego la señal de las trompetas, y tercero, la resurrección de los muertos; mas no de todos sino, según está dicho, vendrá el Señor y todos los santos con Él. Entonces verá el mundo al Señor viniendo sobre las nubes del cielo” (Enchiridion Patristicum 10).
*
Ya desde los albores de la humanidad se hablaba de la Venida del Señor con todos sus santos para juzgar a los pueblos, mensaje pre-diluviano que luego fue repetido por los Apóstoles al comienzo de nuestra era.
El aporte de Henoc es de vital importancia para la esjatología. Y Henoc nunca murió, está vivo aún. ¿Será que lo veremos reaparecer en el Reino de Cristo? Nos resulta difícil no imaginar esto. ¡Ojalá que así sea!
“Ved, viene con las nubes, y le verán todos los ojos, y aun los que le traspasaron; y harán luto por Él todas las naciones de la tierra. Sí, así sea” (Apocalipsis I, 7).
*
Nos hemos servido del Monje Alfonso Gubianas, y de Monseñor Juan Straubinger.