Cristo liberando al hombre mudo del espíritu inmundo |
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La liturgia hoy nos invita nuevamente a considerar al diablo, ya no al descubierto, como sucedió en el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto, sino en su doble actividad como verdugo y opresor de los cuerpos, cuando entra a tomar posesión de sus víctimas, los poseídos, y como propagador de calumnias, especialmente, entre los judíos en contra de Jesús.
La misión de Jesús, Salvador del mundo, es curar a la pobre humanidad de la herida causada por el pecado y liberar al hombre del dominio de Satanás: pero la forma más miserable e impresionante de este dominio es, sin duda, la posesión diabólica, y muchos son a los que Jesús devolvió la alegría de la vida y la paz del corazón.
Ejemplo de esto es el poseso que el Evangelio nos presenta hoy, que el diablo había silenciado: en cuanto fue liberado, el pobre volvió a hablar, en medio de la consternación general, y ciertamente no dejó de reconocer y agradecer el poder de su libertador.
En cambio, para los enemigos de Cristo este episodio de tan conmovedora misericordia fue un gran mal, porque perdieron por completo el correcto entendimiento de las cosas, destruyéndose en ellos la lógica más elemental.
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Según el pensamiento dialéctico de los enemigos de Cristo, Cristo expulsó al demonio en virtud de Beelzebub, que es el príncipe de los demonios, y no en virtud de Dios. Ya que los fariseos no pueden negar el milagro, lo atribuyen a la connivencia de Jesús con Beelzebub, el “demonio de los demonios”, o “dios de las moscas”, o “de la inmundicia”, como por desprecio motejaban a Satanás. ¡Siempre proceden lo mismo los incrédulos de mala fe!
Para ellos la intervención de Cristo fue magia, y magia negra obrada por el diablo, actuando a través de sus súbditos los demonios, a quienes fácilmente les ordenó que dejaran libre al pobre hombre mudo.
Ésta es la lógica de estos miserables. Es tan así que cuando la envidia y los celos le ciegan el corazón el hombre prefiere hacer el ridículo antes que capitular y reconocer la evidencia de la verdad. Un ejemplo de envidia, celos y ridiculez es precisamente acusar a quienes piden la Venida de Nuestro Señor de pedir a la vez la venida del Anticristo. ¡Absurdo!
Jesús, Verbo Encarnado y verdad eterna, no duda en destrozar tal falaz lógica – humana y demoníaca a la vez – y su argumentación fue avanzando por etapas, de forma cada vez más rigurosa.
Primero, si Satanás existe y está tan interesado en mantener su reino, ciertamente no puede querer su propia destrucción ni la de su reino. “Si Satanás está… dividido contra sí mismo, ¿cómo subsistirá su reino?” (San Lucas XI, 18).
Segundo, si Cristo no echa fuera demonios en virtud de Dios, sino en virtud de Beelzebub, entonces también todos los demás, incluso los hijos de Israel con sus exorcismos, expulsan a los demonios en virtud de Beelzebub: “Vuestros hijos ¿por virtud de quién los expulsan?” (San Lucas XI, 19). Por lo tanto, los enemigos de Jesús, al recriminarle obrar por virtud del diablo y al defender su propia misión divina, se condenan a sí mismos con su propia calumnia.
Lo mismo preguntamos nosotros: los hijos de las tinieblas, los adivinos, los videntes y los profesionales de la superchería, los embaucadores de hoy: ¿por virtud de quién hacen esas cosas raras? ¿Es que son santos? Por eso, Cristo puede concluir:
Finalmente, si Él, al menos como lo hacen los hijos de Israel, echa fuera a los demonios “con el dedo de Dios” (San Lucas XI, 20), entonces es una señal de que el Reino de Dios ha llegado, está entre ellos, y que el reino de Satanás está por ser destruido.
No hace falta decir que la clara demostración de Cristo no persuadió a los adversarios, que no podían soportar la imponente supremacía espiritual de Jesús. Más tarde, ante la inminencia de la Pasión, exasperados por la verdad de las pruebas de su divinidad, los judíos lo acusarán expresamente de estar poseído por un demonio (cf. San Juan VIII, 48; X, 20).
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Éste es el calificado pecado teológico del judaísmo que rechazó y mató a Cristo, el pecado contra el Espíritu Santo, de cambiar a Dios por el diablo, por haber hecho del diablo su Dios: un pecado que estremece porque va más allá de los límites de la humanidad. Muy pronto veremos al diablo usurpando, sentado en el Templo de Dios, en la figura del Anticristo.
Y es hacia esta realidad donde va encaminada la humanidad en este momento, a cambiar a Dios por el diablo. De hecho, como si fuese Dios, el Anticristo vendrá con gran poder y señales, falsos milagros, mentiras y engaños (Cf. 2 Tes II, 3-9).
El Anticristo es un hombre, que el profeta Daniel, en el capítulo siete de su libro (cf. Daniel VII, 23-28), describe como el undécimo cuerno de la cuarta bestia. En el Apocalipsis, San Juan lo describe como la bestia.
El diablo le dará su poder, su trono, y su potestad sobre toda la tierra, y una de sus cabezas como herida de muerte, pero curada. Todos los habitantes de la tierra se admirarán y adorarán al Anticristo (excepto aquellos cuyos nombres estén escritos en el Libro de la Vida del Cordero, es decir, los elegidos). Su potestad durará 1260 días (Apocalipsis XII, 6-14), es decir, tres años y medio.
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La cuestión se completa y amplía con dos estupendas analogías, la del “hombre fuerte” y la del “espíritu inmundo derrotado” que medita su vengativo regreso junto con siete espíritus peores que él.
El fuerte puede resistir en la defensa hasta que venga uno más fuerte que él que lo reduce a la impotencia: esto es lo que está haciendo Cristo con el diablo: sacar bestias de sus escondites; enviar a demonios a una piara de cerdos; liberar el corazón de la Magdalena de los siete demonios que la tiranizaban con las pasiones de la ignominia... Cada alma ganada por Jesús proviene de la respectiva y progresiva capitulación de Satanás.
Mas Jesús se apresura a advertir que la derrota de Satanás no es, por el momento, definitiva, porque Satanás tiene el permiso de tentar al hombre hasta el fin del mundo, cuando será atado para siempre en el abismo del infierno.
Es por eso por lo que la vida del cristiano siempre está en peligro, y el alma nunca está a salvo de las flechas envenenadas de la tentación.
El diablo es diablo porque no puede amar: no puede amar a Dios y por eso odia tanto al hombre que ve inferior a sí mismo, pero colmado de los dones de Dios y salvado por la redención de Cristo.
Además del sufrimiento infinito causado por su alejamiento de Dios, esta precedencia y salvación del hombre le corroe el espíritu como un segundo infierno: la lucha que el diablo hace contra el hombre, con el permiso de Dios, surge de este resentimiento mezclado con crueldad y falsedad.
Y hoy lo vemos en el Evangelio, de ser el “fuerte” atormentando al pobre hombre mudo, pasó a ser simplemente expulsado, vagando por lugares áridos en busca de descanso: pero para este espíritu maldito no hay reposo, debe continuar arruinando, devastando, y corrompiendo las almas.
Este primer demonio derrotado, vuelve sobre sus pasos, e insiste en entrar de nuevo en la casa de la que fue expulsado. Y al entrar, la claridad y el esplendor del alma en gracia, de la que la virtud del sacramento de la confesión ha expulsado, potencia su resentimiento y corre a pedir refuerzos a Satanás para volver al asalto junto con siete espíritus más infernales que él. Es la reincidencia del pecado.
Esta teología del mal, la realidad del diablo como antagonista de Dios según la divina Providencia, y primer enemigo de la humanidad, ha sido completamente rechazada por el hombre moderno: hablar del diablo, de influencias diabólicas, de acciones diabólicas ... es exponerse al ridículo para el modernismo.
La astucia y sutileza del diablo es precisamente conspirar tras las sombras, esconderse entre los armazones de la historia, y actuar en el escenario del mundo a través de sus agentes, y el modernismo se presenta como el escenario ideal para esto.
El diablo es muy pérfido, pero no estúpido: sabe que, si se presentara al hombre con las características reales de su perversidad y fealdad, los espantaría y encontraría muy pocos dispuestos a seguir sus planes.
Por eso se disfraza con los recursos más hábiles y recurre a las más engañosas estrategias. Cualquier cosa puede ayudar: el arte, la cultura, la economía, la política y la religión misma. Hoy, recurre al tema de la salud, y engaña creando falsos riesgos. Lo que importa es confundir ideas, armar un escándalo, cambiar las cartas en la mesa ... aturdir al hombre y alejarlo de Dios.
¿Cómo no ver la presencia de Satanás en la opresión sobre pueblos enteros para reducirlos a la esclavitud, usando pretextos tales como una falsa pandemia?
¿Cómo no denunciar la presencia de Satanás en el trabajo sistemático de denigración de la propaganda comunista y de la ideología liberal a los efectos de llevar a las gentes al ateísmo?
¿Cómo no darse cuenta de la destrucción que se orquesta en contra de la Iglesia y sus instituciones y obras católicas, y el engaño perpetrado entre el clero de tenerlos por verdaderos sacerdotes?
¿Cómo no advertir la astucia de este refinado estafador en la vitalidad creciente y la capacidad de penetración de los medios de comunicación para idiotizar a las gentes con el miedo?
Satanás quiere destruir al hombre; es su objetivo final. Y le incita a proclamarse totalmente independiente de Dios, porque sabe bien que, liberado de Dios, es presa fácil del mundo que lo fagocita, pues el mundo odia a Cristo y ha sido maldecido por Dios. El mundo le hace el trabajo sucio a Satanás.
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Por lo tanto, de nada sirve atenuar estas palabras: “El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama” (San Lucas XI, 23). No hay alianza entre el Bien y el mal, entre la Verdad y el error.
Quien no está con Cristo está con el diablo, no hay grises. Para el diablo no hay determinaciones; su reino es la duda, la confusión, y la sutileza.
Quien no está con Cristo, se disipa y se pierde en el mundo. Quien entiende de estas cosas puede observar desde fuera cómo quien está con el diablo se va mezclando poco a poco y diluyéndose y perdiéndose en el mundo hasta desaparecer… hasta no verlo nunca más… No es llamado por Dios…
Quien no está con Cristo está con el diablo. Todavía esta división no es tan clara entre el común de las gentes: muchos creen estar con Cristo, pero no lo están.
Muy pronto, llegará el momento en que se nos exigirá tomar una decisión, y allí se verá claramente la división, y ocurrirá entonces que a más de uno le tomará por sorpresa el enterarse que en realidad tal y tal está con el diablo.
Para ser salvado el hombre debe ser más que hombre; debe ser transformado en Cristo; debe mantenerse en gracia siempre; debe invocar con gemidos filiales, y con penitencia, a la Santísima Virgen María, y a los santos, para obtener de Nuestro Señor Jesucristo que es Dios toda su protección contra el sutil enemigo invisible que es el mal: “Sed libera nos a malo”.
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Me he servido del padre Cornelio Fabro, y del padre Andrés Azcarate.