Entrada Triunfal de Jesucristo en Jerusalén Domingo de Ramos Duccio di Buoninsegna |
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Todo parece indicar que el día preciso de la entrada del Rey de Israel estaba profetizado en las Setenta Semanas de Daniel: se trata del Domingo de Ramos.
Mientras el profeta Daniel aún estaba hablando y orando, y confesando su pecado y el pecado de Israel, su pueblo, y mientras estaba aún presentando sus súplicas a Dios, el ángel Gabriel se le acercó en un vuelo rápido, a la hora de la oblación de la tarde, y le instruyó. Le dijo así:
“Daniel, he venido para darte inteligencia. Cuando te pusiste a orar salió una orden, y he venido a anunciarla; porque eres muy amado…: Setenta semanas están decretadas para tu pueblo y para tu ciudad santa, a fin de acabar con la prevaricación, sellar los pecados y expiar la iniquidad, y para traer la justicia eterna, poner sello sobre la visión y la profecía y ungir al Santo de los santos. Sábete, pues, y entiende: … habrá siete semanas y sesenta y dos semanas… y al cabo de las sesenta y dos semanas será muerto el Ungido y no será más…” (Daniel IX, 20-26).
Daniel fue consolado por un mensaje mesiánico, cuyo portador es el ángel Gabriel. Dios muestra su amor por Daniel revelándole un gran misterio: el profeta deseaba saber cuándo terminarían los setenta años de la cautividad del pueblo de Israel en Babilonia, y en cambio, Dios le anuncia una liberación mucho más importante, la de los tiempos mesiánicos.
Después de cumplirse setenta semanas será establecido el tiempo mesiánico, que todos esperamos. Debemos entender este número en el sentido de semanas de años, o sea, 490 años. En el anuncio del ángel se enumeran los bienes espirituales que traerá el Mesías, todos referentes a su misión de borrar los pecados, restaurar la justicia y hacer paz con Dios. La justicia será eterna.
El anuncio del ángel es inequívoco, como lo es toda la Sagrada Escritura: habla de Jesucristo, al referirse al Santo de los santos. La unción del Santo de los santos se manifiesta en su misión de Mesías, que significa Ungido.
Ahora bien, la profecía habla de setenta semanas. El punto de partida del cómputo de estas semanas es el edicto que establece la reedificación de la Ciudad Santa, Jerusalén, para lo cual se emplearon las siete primeras semanas de la profecía.
Mas antes de llegar al término de las setenta semanas, para la liberación total de Israel, se produce un hecho importante: la muerte del Ungido, que marca un intervalo, una detención del tiempo.
El ángel señala esta interrupción claramente cuando dice: “… hasta un Ungido, un Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos semanas…” que deben entenderse sin interrupción, dando un total de sesenta y nueve semanas.
Toda la profecía mira a este Ungido, a este Príncipe, como a su fin inmediato, siendo este Ungido, el mismo Jesucristo, que luego de las siete primeras semanas y de las sesenta y dos semanas, será muerto.
¿Indica este versículo algún momento preciso de la vida de Nuestro Señor, o simplemente señala en general los tiempos aproximados de su primera venida?
Las profecías, además de ser literales, gozan de precisión. El término “Príncipe” aplicado a Jesucristo no es casual.
En varias oportunidades Nuestro Señor rechazó ser aclamado por las turbas como Rey, y la razón que dio es que “el tiempo no ha llegado aún para Mí” (San Juan VII, 6).
Además, los únicos relatos (hasta el domingo de Ramos) en los que coinciden los cuatro Evangelistas son estos dos significativos hechos de la vida de Nuestro Señor: la primera multiplicación de los panes, tras la cual quisieron proclamarlo Rey (San Juan VI, 15), y la entrada triunfal en Jerusalén, el día del Domingo de Ramos.
Más aún, San Lucas nos dejó las palabras de Nuestro Señor mientras bajaba del monte de los Olivos: “Y cuando estuvo cerca, viendo la ciudad lloró sobre ella y dijo: ‘¡Ah si en este día conocieras también tú lo que sería para la paz! Pero ahora está escondida a tus ojos. Porque días vendrán sobre tí, y tus enemigos te circunvalarán con un vallado, y te cercarán en derredor y te estrecharán de todas partes; derribarán por tierra a tí, y a tus hijos dentro de tí, y no dejarán en tí piedra sobre piedra, porque no conociste el tiempo en que has sido visitada” (San Lucas XIX, 41-43). Fillion dice que “el tiempo (al que se refiere este texto es) por antonomasia el momento fijado para la inauguración del Reino mesiánico”.
Como puede verse, Nuestro Señor le reprocha a Israel no haber conocido el tiempo, el día, de su visita, y si le reprocha esto es porque debió haberlo conocido, y ¿de dónde, preguntamos, sino de las Setenta Semanas de Daniel? En vano se buscará en las Escrituras otra referencia a este día. Jesucristo lloró y se lamentó como nunca antes por este rechazo.
Todo, pues, parece indicar que el día preciso de la entrada del Rey de Israel estaba profetizado.
Por dos argumentos más se ve que este día de la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén era especialísimo tanto para el Mesías como para el pueblo de Israel.
En primer lugar recordemos que toda la entrada triunfal está llena de alusiones al Salmo CXVII (CXVIII).
En efecto, allí se habla de “la piedra que desecharon los constructores” (v. 22), se le aclama con las mismas palabras: “Bendito el que viene en el nombre del Señor” (v. 26), se habla de una “procesión de ramos frondosos” (v. 27), y sobre todo se hace alusión a un día específico, “el día del Señor” (v. 24). Si Israel hubiera reconocido al Mesías en ese día, el Domingo de Ramos, entonces habría tenido comienzo ipso facto el Reino de Jesucristo.
Además de esto, tanto por Isaías (Isaías LXII, 11a) como por Zacarías (Zacarías IX, 9) sabemos que el Mesías iba a entrar en Jerusalén como Rey, mientras que por Malaquías III, 1 sabemos que vendría, más precisamente, al Templo; mas por ninguna de estas profecías podemos conocer el momento preciso en que aparecería.
¿De qué forma podían y debían saber los judíos que Nuestro Señor entraría ese día a Jerusalén como Rey?
Por la profecía de las setenta semanas de Daniel, y el cómputo de estos años era algo que Israel debía bien conocer.
En el v. 23 de la profecía, San Gabriel le habla a Daniel acerca de la salida de una orden de parte de Dios: “Cuando te pusiste a orar salió una orden, y he venido a anunciarla…”. Desde ese momento en más, al pueblo de Israel no le quedaba más que contar los años…
Pero, después de la aclamación triunfal del Domingo de Ramos, el Ungido fue abandonado y renegado por su propio pueblo (cf. Oseas Cap 2; Hechos 13, 46; Romanos capítulos 9-11).
El pueblo de Israel dejó de ser el pueblo de Dios tras el rechazo del Mesías, y la profecía de las Setenta Semanas continuará cuando Israel se convierta de nuevo a Dios. La profecía avanza cuando Israel es pueblo de Dios, y se detiene cuando deja de serlo. Al cabo de las siete primeras semanas y de las sesenta y dos semanas, tiempo en que el Ungido fue rechazado, la semana setenta, quedó, por así decir, detenida en el tiempo…
En unos días más reviviremos la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. El Mesías fue muerto, y “el pueblo de un príncipe que ha de venir” a fin de destruir “la ciudad y el santuario”, ha sido el pueblo romano y su general Tito que destruyeron Jerusalén y el Templo, el cual pueblo, a su vez, fue devastado por los bárbaros un par de siglos más tarde. Y hasta el fin de este intervalo de tiempo (en el cual estamos viviendo, durante estos 2000 años y más) vimos y padecimos las guerras y devastaciones anunciadas (y seguiremos viendo y padeciendo).
El versículo final de la profecía de las setenta semanas (v. 27) es la verdadera clave para entender los tiempos que se avecinan, profetizados tanto en el Discurso Parusíaco de Nuestro Señor Jesucristo (San Mateo XXIV; San Marcos XIII y San Lucas XXI), como en el entero libro del Apocalipsis de San Juan.
“Él confirmará el pacto con muchos durante una semana, y a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la oblación; y sobre el Santuario vendrá una abominación desoladora, hasta que la consumación decretada se derrame sobre el devastador” (Daniel IX, 27).
El recto conocimiento de la Parusía de Nuestro Señor Jesucristo proviene necesariamente de la sana comprensión de la profecía de las Setenta Semanas de Daniel, por el hecho mismo de que la Parusía no es más que un desarrollo de esta profecía de Daniel.
Apoyándose principalmente en las palabras de Jesucristo, quien combina este versículo (v. 27) con los acontecimientos del fin (San Mateo XXIV, 16-21; San Lucas XXI, 20; XXI, 24; XXI, 28-31), Caballero Sánchez, en su libro “La Profecía de las 70 Semanas”, resume sus puntos de vista en las siguientes palabras:
“Las 70 semanas son tiempos judíos y… deben necesariamente interrumpirse durante los tiempos de la evacuación (desaparición) del Ungido y arriendo de la viña (de Israel) a otras gentes. Se reanudarán cuando, convirtiéndose a Cristo, las ramas naturales sean reinjertadas en su Olivo propio. Cesa entonces la evacuación de Israel (es decir, cesa el período de tiempo en el que Israel dejó de ser el pueblo de Dios, por haber rechazado al Mesías, Jesucristo). Vuelve el hijo pródigo (el pueblo judío) a la casa paterna… Cesa también entonces el arriendo de la viña a otras gentes. Jerusalén vuelve a ser la capital religiosa de la comunidad y corre la última semana. Semana escatológica en que se atan los cabos de los siglos: siglo presente: tiempo de los gentiles; siglo futuro: era del Emmanuel. Semana escatológica, la del supremo combate: guerra destructora, culto abominable, magna tribulación, por un lado, y, por el otro, formación del bloque anticristo, estruendosa victoria de la cuarta bestia ‘pueblo invasor’ de Palestina y apoteosis de su jefe. Semana escatológica que se clausura con la tempestad divina, que limpia definitivamente la tierra del Emmanuel para que allí resplandezca el nuevo orden del reino de Dios, gloria de Israel”.
Sin embargo, dice Straubinger, hay que advertir, con Linder, que el nuevo pacto del que habla el versículo 27 de la profecía de las Setenta sSemanas de Daniel, se confirmará “no solamente con los judíos, sino con todos los gentiles, pues el reino mesiánico se extenderá sobre todos los pueblos”.
Para que Nuestro Señor Jesucristo sea nuevamente proclamado Rey son estos los acontecimientos que con ansia esperamos que ocurran primeramente: la aparición de los Dos Testigos, la conversión, al menos inicial y parcial, de los judíos, y el fin del tiempo de los gentiles. Hasta entonces, seguiremos en agonía.
Pidamos con sinceridad de corazón a Nuestro Padre Celestial que pronto venga su Reino, donde se acabará con la prevaricación, se sellarán los pecados y se expiará la iniquidad, y habrá justicia eterna, gracias al Santo de los santos que será definitivamente proclamado Rey. Amén.
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Monseñor Juan Straubinger y Padre Caballero Sánchez.