sábado, 17 de abril de 2021

Dominica II Post Pascha – El Buen Pastor – San Juan X, 11-16 – 2021-04-18 – Padre Edgar Díaz

Jesús, el Buen Pastor
Lucas Cranach

*

Hoy celebramos al Buen Pastor.

El Buen Pastor se llama así porque pone su vida por las ovejas. Es decir, expone su vida a riesgos, a peligros, y a la muerte, como Jesucristo, para que la oveja no pierda la vida. En realidad, es más exacto decir que da su vida por las ovejas.

El Buen Pastor no se empeña en que el lobo lo mate; sin embargo, no duda en arriesgarse al peligro, si es necesario, para defender a sus ovejas. Tampoco exige que le rechacen y le quiten la vida. Jesús tan solo afirmó abiertamente su misión; y esto le condujo a la muerte.

Si aceptó el reconocimiento de sus derechos, tal como el de ser el Hijo de Dios, y el Rey de Israel (cf. San Juan I, 49), y el de ser el Hijo de David, (cf. San Mateo XXI, 15), no quiso imponerlos por fuerza (cf. San Mateo XXVI, 52; San Juan XVIII, 36), ni resistir a sus enemigos (cf. San Mateo V, 39; San Lucas XVI, 16).

Tan solo se dio a conocer, y el mal imperante le llevó a la muerte. Tal era la voluntad del Padre. Por eso, no tuvo reparos en ir al Calvario. No vaciló en exponer su vida al odio de los homicidas, ni a la exasperación de los poderosos, que le acarrearía la muerte, por simplemente predicar la crudeza de su doctrina.

Tal es el contenido de la norma de caridad fraterna que nos da San Juan. Nosotros debemos imitar a Cristo, y amar a nuestros hermanos hasta exponer, si es necesario, la vida por ellos (cf. 1 Juan III, 16).

En igual sentido San Pablo dice que Jesús fue obediente al Padre hasta la muerte de cruz (cf. Filipenses II, 8) y tal es también el significado de la fidelidad que Jesús nos reclama hasta el fin (San Mateo X, 22; San Mateo XXIV,13), es decir, hasta el martirio si fuera necesario. 

La obediencia que en este caso prestó Jesús a la voluntad del Padre (San Juan III, 16; Romanos V, 8; 1 Juan IV, 10) nada quitó al carácter libérrimo de su entrega, ya que su propia voluntad coincidió absolutamente con el designio misericordioso del Padre.

*

Jesús es “el Pastor, el Bueno”. Con ello quiere decirse que en Él se encuentran las condiciones eminentes de un pastor, digno de este nombre.

¿Qué sentido tiene dar la vida por las ovejas cuando las ovejas, al perder al Pastor, se quedarán privadas, precisamente, de quien las cuidaba y amaba?

El principio que subyace a la acción de dar la vida (por uno mismo, en el caso del martirio, o por otro) solo tiene sentido si se hace para obtener un bien mayor, cuál es, el de la salvación del alma. Es el principio que movió a los mártires de Jesucristo a no desfallecer en la fe para obtener la vida eterna. Es, en definitiva, cambiar un bien, por otro mayor.

Nuestro Señor Jesucristo nos ha dado ejemplo de elección entre dos bienes, de los cuales, uno es de preferirse al otro: “Todo el que dejare casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o mujer, o hijos, o campos por causa de mi nombre, recibirá el céntuplo y heredará la vida eterna” (San Mateo XIX, 29). Se trata claramente de cambiar un bien, por otro mayor.

Jesús muere para resucitar. Éste es el aspecto triunfal de su muerte, pues, consiguió un bien mayor. “Destruid este templo — su cuerpo — y en tres días lo levantaré” (San Juan II,19).

Jesús da ahora su vida, pero “para tomarla de nuevo” (San Juan X, 17). Y la vida que tomó de nuevo es vida gloriosa.

Más prisa que los enemigos por llevarle a la cruz, la tuvo Él, para glorificar al Padre (cf. San Lucas XII, 50).

Jesús tiene el poder de disponer de su vida; sin su consentimiento, nadie hubiese podido quitársela. Con esto demostró su poder como Dios.

Por último, Jesús se expuso a la muerte, para obedecer el plan del Padre. “Si guardáis mis mandatos, perseveraréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y persevero en su amor” (San Juan XV,10; XII, 49; XV, 12-13). 

Y así, por esta obediencia y sumisión total a los planes del Padre, y por todos los demás motivos por los cuales dio su vida, Cristo está siendo siempre amado por el Padre (San Juan V, 20). No existe un bien mayor que éste: el amor de Dios.

Así también nosotros, a imitación del Buen Pastor que cuida de nuestras almas, debemos siempre elegir (hay obligación moral de elegir siempre el bien mayor, haciendo todo lo posible), debemos siempre elegir, digo, aquel bien o aquel camino que nos lleve a merecer el estar siendo siempre amados por el Padre.

*

Estamos en los últimos tiempos esjatológicos. Pronto va a comenzar la última semana de la profecía de Daniel (cf. Daniel IX, 20-27), con la prédica del profeta Elías, uno de los Dos Testigos que aparecerán en Israel a la voz de aura de Jesucristo.

Esta prédica tendrá como consecuencia la conversión de muchos judíos, y también, como reacción contraria, el levantamiento de falsos profetas o cristos, que crearán no pocos problemas, y que querrán, en definitiva, diezmar la acción de los Dos Testigos.

La finalidad principal de estos falsos profetas o cristos será la de contrarrestar la prédica de los Dos Testigos. Esto ya lo había anticipado Nuestro Señor en su Discurso Esjatológico: “Ved que nadie os engañe. Muchos, en efecto, vendrán en mi nombre, diciendo: ‘Yo soy el Cristo’, y a muchos engañarán” (San Mateo XXIV, 4-5). Un falso profeta o cristo, será entonces, una persona concreta, que dirá ser “el Cristo”. 

Esta clausula de Jesucristo coincide con los atributos del primer jinete de la serie de los primeros cuatro sellos con los que Dios castigará a los pecadores: se trata del caballo blanco, sobre el cual viene montado un jinete portando arco y corona (cf. Apocalipsis VI, 2). 

Se indica, además, que este primer jinete “salió venciendo y para vencer”, que es una réplica de lo que Jesucristo dijo es su discurso “y a muchos engañarán”. La victoria consistirá, por lo tanto, en vencer a muchos con el engaño. Salió venciendo para vencer a muchos con el engaño.

La particularidad de este caballo blanco, a diferencia de los tres caballos que le siguen, es que su objetivo final no es dañar el cuerpo sino el alma. Se puede llegar a esta conclusión en base al paralelismo que existe con el Discurso Esjatologico de Nuestro Señor (San Mateo XXIV; San Marcos XIII; San Lucas XXI), cuando dice que los falsos profetas o cristos “a muchos engañarán”, lo cual es, ciertamente, un daño al alma. El engaño de los falsos mesías inducirá a las personas a adherirse al error. 

En el pasado ya hemos tenido ejemplo de este engaño. Lo atestigua la aplicación que algunos exégetas y Padres han hecho de esta imagen del jinete blanco del primer sello, diciendo que se trataba de la predicación triunfante del Evangelio, cosa que, en realidad, podemos constatar por experiencia propia que no fue así, al menos, no fue de manera contundente. Solo parcialmente. Basta ver cómo está el mundo hoy.

Por otro lado, el exégeta Bauckham nos da otra clave de interpretación del primer sello que va en la misma línea de lo que acabamos de decir. En el jinete del caballo blanco (Apocalipsis VI, 2) puede verse un paralelismo antitético con el Jinete del Caballo Blanco del capítulo XIX del Apocalipsis (cf. Apocalipsis XIX, 11). Si Cristo viene para vencer al mal, es lógico que un falso cristo venga para, al menos, oponerse al bien.

Más aún, en el Antiguo Testamento la palabra “arco” a veces significa “la mentira”, y otras veces, “la apostasía”. Así, por ejemplo: “Entesan su lengua como arco; se han hecho poderosos en la tierra para decir mentiras, mas no la verdad…” dice el profeta (Jeremías IX, 3). Y, “Apostataron y fueron traidores como sus padres; fallaron como un arco torcido”, leemos en el (Salmo LXXVII, 57).

Mentira y apostasía, serán, pues las características más notables de estos falsos profetas o cristos. En comparación, resulta totalmente antitético con el Nombre “Fiel, y Veraz” de Jesús montado en su Caballo Blanco en el capítulo XIX (cf. Apocalipsis XIX, 11).

El mensaje del Buen Pastor, con mayúsculas, es, por lo tanto, hoy, más que urgente: “No les creáis” (San Mateo XXIV, 23-26; San Marcos XXI, 22; San Lucas XVII, 23-24). “Estad en guardia, que nadie os induzca en error” (San Marcos XIII, 5). “Muchos vendrán en mi nombre y dirán: ‘Yo soy el Cristo’ y a muchos engañarán” (San Marcos XIII, 6).

El caballo blanco del primer sello y su jinete, con sus elementos de arco y corona, y sus acciones de salir venciendo para vencer, no serán otra cosa que una parodia de Nuestro Señor Jesucristo.

Enseñarán el error, con engaños y mentiras. Harán portentos fingidos o aparentes, como en antaño hicieron los sabios y hechiceros del Faraón de Egipto, en imitación de los milagros de Aarón y Moisés (cf. Éxodo VII, 11-13). Seducirán a las gentes con su perversidad: “arrastrarán a muchos al error” (San Mateo XXIV, 11).

El exégeta Fillion afirma que imitarán a Jesucristo por espíritu de ambición y de conquista, lo que ocasionará tantos dolores a la humanidad. Adherimos a esta opinión que hoy parece estar ya siendo comprobada en lo espiritual, y aún en lo temporal, por la historia contemporánea.

Por fortuna, si bien “arco y corona” son símbolos de triunfo, no es más que un triunfo efímero que solo el mal puede tener, como todos los triunfos que el misterio de la iniquidad haya tenido, y nada más.

El “arco” (con su respectiva flecha) no es más mortal y efectivo que la “espada aguda” (cf. Apocalipsis XIX, 15), con la que vendrá Nuestro Señor, y que saldrá de su boca, trayendo “en su cabeza muchas diademas” (Apocalipsis XIX, 12), que es el emblema de la realeza y del sacerdocio (cf. Zacarías III:5) en el Antiguo Testamento. Jesús vendrá con Diadema Real (cf. Isaías LXII:3), en comparación con la simple corona del jinete del caballo blanco del primer sello.

En el Apocalipsis la palabra “diadema” es mencionada tres veces (cf. XII, 3; XIII, 1; XIX, 12) como emblema de poder absoluto y ha de distinguirse de la corona que se utiliza en otras partes del Nuevo Testamento. Nuestro Señor llevará “la Diadema”, y muchas diademas (Apocalipsis XIX, 12). Nada podrá la corona en contra de la Diadema.

Por todo esto podemos concluir que el caballo blanco del primer sello y su jinete no es más que una emulación de Nuestro Señor Jesucristo. Si se quiere engañar a alguien haciéndose pasar por otro, es obvio que tenga que asemejársele. Ambos victoriosos, necesariamente se parecen. 

*

Mientras tanto estos falsos profetas o cristos irán acentuando cada vez más el espíritu de apostasía ya reinante entre nosotros, hasta la aparición, lógicamente, de la Apostasía con mayúsculas, es decir, del hombre de iniquidad, el hijo de perdición, el adversario, el que se ensalza sobre todo lo que se llama Dios o sagrado, hasta sentarse él mismo en el templo de Dios, ostentándose como si fuera Dios, el Anticristo (cf. 2 Tesalonicenses II, 3-4).

Este espíritu de apostasía, irreligión y rebelión, que se respira por doquier, según un agraciado autor proviene principalmente, en el caso del pueblo judío, del hecho de no haber querido reconocer en Jesús el cumplimiento de las profecías sobre su Primera Venida; mientras que, en el caso de los Católicos, del hecho de no interpretar literalmente (aún hoy) las profecías sobre la Segunda Venida de Jesús. Esto sin lugar a duda crea un espíritu de apostasía.

Así como los judíos negaron (y lo siguen haciendo) la Primera Venida del Mesías en la Persona de Jesús, así los Católicos alegorizaron y continúan alegorizando las profecías sobre su Segunda Venida y por este motivo no reconocen y no reconocerán las señales. Y el precipicio en el que cayeron los judíos volverá a servir para que en él caigan también quienes alegorizan.

Así como los judíos interpretaron literalmente las profecías sobre Jesús que se refieren a su Segunda Venida, tomándolas como si se hubieran referido a su Primera Venida, así quienes alegorizan las profecías sobre Jesús que se refieren a su Segunda Venida, rechazarán, obviamente, la realidad más que evidente de la proximidad de la Parusía. Y esto no hace más que acrecentar aún más el espíritu de apostasía ya reinante.

Salvo el primer sello, el caballo blanco, que acarreará un daño espiritual y que tendrá alcance universal, alcance expresado por el simbolismo del arco y del triunfo, los tres sellos siguientes afectarán a tan solo una cuarta parte del mundo, y el daño de estos tres caballos restantes será tan solo material. Luego vendrán las trompetas, que afectarán a solo un tercio del mundo. Bauckham sostiene que después de esto podríamos esperar una serie de juicios de mayor severidad, que afectaría, por lo menos, a la mitad del mundo. 

Pero no sucederá así, pues los juicios (o castigos, o plagas, de los sellos y las trompetas) resultarán ineficaces: “Mas el resto de los hombres, los que no fueron muertos con estas plagas, no se arrepintieron de las obras de sus manos y no cesaron de adorar a los demonios y los ídolos de oro y de plata y de bronce y de piedra y de madera, que no pueden ver ni oír ni andar. Ni se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus latrocinios” (Apocalipsis IX, 20-21).

Por esta razón, no habrá más series de juicios “limitados”. La siguiente y última serie de siete juicios que describe el Apocalipsis es la de las siete copas (Apocalipsis XV, 1 - XVI, 21), las postreras, donde todo el furor de Dios quedará consumado.

Es, por consiguiente, imperativo estar muy atentos, vigilar y orar, para poder discernir convenientemente los signos de los tiempos, que nuestro Señor nos ha anticipado, y que los falsos profetas o cristos, tratarán de minimizar, sino de tergiversar, para engañarnos.

*

¡Atención! Un falso profeta o cristo implica una falsa fe, una falsa religión que no une a Dios y no salva. Hay solo una fe que salva, y ésta es la del Buen Pastor, que la dejó depositada en la Iglesia que fundó, la Iglesia Católica.

Precisamente este pasaje del Buen Pastor nos da las cuatro notas por las que podemos reconocer a la Iglesia Católica y, también, reconocer si su pastor es bueno o falso.

¡Atención! Un buen pastor llevará a sus ovejas a la unidad y armonía de la fe católica. Un mínimo error en la fe, rompe la unidad, y, por lo tanto, deja de ser Fe Católica. El pastor es falso, y fuera de la Iglesia Católica no hay salvación. La Iglesia es Una; es un solo rebaño.

¡Atención! Un buen pastor se preocupa por la vida de las ovejas; busca la integridad de la vida (la vida espiritual, se entiende). Quiere que la vida de la oveja sea santa, o sea, completa, sana, entera, sin defectos, perfecta… Cristo da la vida para que las ovejas tengan “vida abundante”, es decir, la verdadera vida. La Iglesia es Santa, pero si la doctrina que se predica no lleva a la santidad, pues es falso el profeta y su doctrina.

¡Atención! Un buen pastor no excluye a nadie; es la oveja quien se excluye a sí misma de las indicaciones del buen pastor. La Iglesia es Católica, y al final de la predicación de los Dos Testigos se añadirán a Ella las ovejas de Israel y también las que provengan de la gentilidad que faltan. Falso es el pastor (y de estos pastores estamos llenos) que excluye a la oveja de su rebaño, por criterios propios, intrascendentes, y ajenos a la fe católica.

¡Atención! Un buen pastor sigue fielmente al Buen Pastor Jesucristo. La Iglesia es Apostólica, es decir, está constituida por verdaderos sacerdotes, ordenados según el rito Católico. El sacerdote es otro Cristo, y los primeros fueron los Apóstoles. 

Hoy son falsos los pastores que salen venciendo para vencer a muchos con el engaño, que les sirve para inducir a la oveja al error, y a la condenación eterna. “Estad en guardia, que nadie os induzca a error”, nos previene el Buen Pastor (San Marcos XIII, 5). “No les creáis” (San Mateo XXIV, 23-26). Amén.

*

Me he servido de la Biblia de Monseñor Juan Straubinger, del Comentario a la Biblia de los Padres Dominicos, del Comentario al Apocalipsis de Cristian Jacobo.