miércoles, 12 de mayo de 2021

Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo – 2021-05-13 – Padre Edgar Díaz



*

“El Señor Jesús, después de hablarle hablado a los Apóstoles, fue arrebatado al cielo, y se sentó a la diestra de Dios” (San Marcos XVI, 19). Éste es el misterio que se conoce con el nombre de “Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo a los cielos” y que lo profesamos en el Credo.

San Agustín nos exhorta a tener nuestras mentes allá en el cielo. Después de haber vencido a la muerte elevó nuestra frágil naturaleza humana al cielo, pues es el lugar donde habremos de seguirle, en compañía de los coros de los ángeles. Este misterio tiene una grandísima importancia por la entrada en el cielo de un elemento nuevo, nuestra naturaleza humana. La muerte no habría podido sufrirla si hubiese sido solo Dios; ni vencerla, si hubiese sido solo Hombre.

Mas después de haber prometido al Espíritu Santo, el Señor, no queriendo que pudiésemos creer que lo enviaba para que le sustituyese, y que Él así cesaría de estar con sus discípulos, añadió: “No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros” (San Juan XIV, 18). A raíz de esta verdad la Fiesta de la Ascensión adquiere un profundo significado apocalíptico. 

Nuestro Señor dijo que volverá: “Vendrá de la misma manera que lo habéis visto ir al cielo” (Hechos I, 10), le dijeron a los Apóstoles. Ése será el día de su gran manifestación en la tierra como Rey, Cristo Rey y Dios Todopoderoso, con todo el poder de su divina realeza y majestad, que estaba oculta e invisible en su primera venida, porque en su primera venida había venido solo a morir en la cruz.

El hecho de que volverá es una gran promesa, además de ser un dogma de fe. Con la Ascensión, dice San Agustín, comienza ese “poco de tiempo” en el que no le veremos más, pero después, volveremos a verlo, en su retorno glorioso y triunfante, que llamamos Parusía, o Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo.

*

Es muy significativa la manera en que Dios nos da a conocer un mensaje de profunda relevancia, y su preocupación por corregir a su pueblo, cuando su pueblo ha malentendido el mensaje.

En el judaísmo hay ideas erróneas que se han mantenido así desde siglos acerca del modo en que el Mesías debería llevar a cabo su misión. Esta idea equivocada es lo que les llevó a matar a Jesucristo. No comprendieron la razón por la cual el Hijo de Dios se encarnó, se hizo Hombre, tomó naturaleza humana, y de esta manera se confundió el orden correcto de la redención: primero la muerte, después el triunfo. En sus mentes, era impensable que un Mesías muriera. No podía haber una muerte para el Mesías. Solo triunfo.

Después de Pentecostés, un gran número de los que perseveraban en su odio contra Jesucristo, oyendo a San Pedro dar su discurso, tan grande y divino, y al demostrarle a los judíos que aquel a quien habían crucificado y tenían por muerto había resucitado y estaba lleno de vida, compungidos de corazón, se convirtieron, y consiguieron el perdón de aquella sangre tan preciosa que tan cruelmente habían derramado. De este modo, estos judíos, fueron redimidos por la misma sangre que derramaron.

Y Dios se sirve del Apocalipsis para darnos a entender cómo la redención vino a través de la humanidad de Cristo. Gracias a su humanidad, Cristo siendo Dios pudo morir, y derrotar así a su enemigo. A partir de la Ascensión, esa misma humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, se encuentra sentada a la derecha del Padre. Para que sirviera de testimonio, San Juan fue elevado al cielo, en donde tuvo una gran visión, que debía después poner por escrito, para darnos a conocer escenas celestiales que jamás podríamos haber imaginado.

*

En la técnica de yuxtaponer imágenes muy contrastantes el efecto buscado es el de lograr el “asombro” en el lector. Sirve como medio literario, ciertamente, por el que se busca producir una fuerte reacción en el lector de modo tal que se llegue a la verdadera comprensión del importante mensaje.

La importancia del mensaje radica en su efectividad en cambiar la perspectiva distorsionada que se tiene de la realidad. Este cambio se realiza por medio de una reinterpretación, la cual debe ser guiada por justos y ordenados parámetros.

En concreto, algunas imágenes del Apocalipsis tienen por objetivo lograr poner en orden en las mentes de los siervos justos de Dios la perspectiva de la redención obrada por Jesucristo. Esto va dirigido principalmente a los judíos, pues son ellos quienes tienen esta perspectiva distorsionada, pero es también valido para cualquier cristiano que necesite de corazón, y no lo logre aún, comprender la redención, el valor de la cruz, del sufrimiento, de la muerte propia, para alcanzar la salvación, el amor a Dios, y conformarse así con la voluntad de Dios.

*

En la visión del cielo que tuvo San Juan uno de los ancianos le dijo: “¡Mira! El León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha triunfado” (Apocalipsis V, 5).

Pero lo que San Juan vio no fue precisamente un León, sino un Cordero: “Y vi que en medio delante del trono y de los cuatro vivientes y de los ancianos estaba de pie un Cordero como degollado” (Apocalipsis V, 6). El contraste entre un león y un cordero es bien asombroso. 

Semejante contraste se encuentra en otra imagen en donde se le dice a San Juan que se le va a mostrar “la novia, la esposa del Cordero” (Apocalipsis XXI, 9). Cuando uno esperaría se encontrase con una mujer, lo que en realidad se le muestra a San Juan es “la ciudad santa Jerusalén, que bajaba del cielo, desde Dios” (Apocalipsis XXI, 10). Una vez más, imagen contrastante que produce ¡asombro!

Pero mucho más asombroso todavía es el inesperado contraste que hay entre el número de los marcados, doce mil por cada tribu de Israel (cf. Apocalipsis VII, 4-8), y la “gran muchedumbre que nadie podía contar, proveniente de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas… de pie… ante el Cordero” (Apocalipsis VII, 9).

La magnitud y diversidad de estas imágenes son muy dispares. Por un lado, un solo pueblo, el judío, con un número relativamente pequeño. Por otro lado, una gran muchedumbre, provenientes de diversísimos pueblos.

Aparte de mencionar al León de la tribu de Judá, el anciano le da también a San Juan esta otra clave con respecto a lo que ve: “La Raíz de David” (Apocalipsis V, 5). Esta mención de David nos conecta con la Iglesia de Filadelfia, donde Jesús es nombrado con el título de “El Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David” (Apocalipsis III, 7). La Iglesia de Filadelfia marca precisamente el inicio de la 70 semana de la profecía de Daniel. 

En esta Iglesia se describe la controversia entre el pueblo fiel de Dios conformado por cristianos provenientes de la gentilidad y la Sinagoga de Satanás, conformada por “judíos que no lo son, sino que mienten” (Apocalipsis III, 9), quienes afirmaban su privilegio de ser el pueblo de Dios por nacimiento contra el reclamo cristiano de ser los herederos de las promesas del Antiguo Testamento a través de Jesucristo.

Este tema era de gran gran peso para San Juan. Es por esto por lo que se empeña en hacer ver a los judíos la cuestión del verdadero Mesías, a través de la visión ya mencionada del Cordero como degollado, y a través de las palabras del mismo Jesús, donde se declara ser la Raíz de David, referidas por el ángel enviado a dar testimonio sobre las Iglesias: “Yo Jesús envié mi ángel a daros testimonio de estas cosas sobre las Iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David” (Apocalipsis XXII, 16).

*

Las esperanzas de los judíos en el Mesías estaban fuertemente influenciadas por las imágenes que habían pintado los profetas. Muy especialmente el profeta Isaías había predicho que saldría “un retoño del tronco de Isaí” (es decir, de la Raíz de David) quien “heriría a la tierra con la vara de su boca, y con el aliento de sus labios mataría al impío” (Isaías XI, 1-5).

Por lo tanto, el Mesías de Israel estaba caracterizado en las mentes de los judíos en estos términos: un príncipe-guerrero que conquistaría a los enemigos de Israel: “Con cetro de hierro los gobernarás, los harás pedazos como a un vaso de alfarero” (Salmo II, 9). Su referencia a la Raíz de David es claramente una indicación de un príncipe-guerrero conquistador de las naciones. Militar y Rey.

Por su parte, el símbolo del león también encarnaba de manera sucinta la esperanza judía de un gran conquistador de los enemigos de Dios.

El León de Judá, proviene de textos mucho más antiguos todavía que la referencia a la Raíz de David, a saber, el Génesis: “A ti, Judá, te alabarán tus hermanos; tu mano pesará sobre la cerviz de tus enemigos… Cachorro de león es Judá … No se apartará de Judá el cetro … a Él obedecerán las naciones” (Génesis XLIX, 8-10).

El león es símbolo de poder en contra de poderosos enemigos, y también, de la ira de Dios. El león sugiere ferocidad, destructividad y fuerza irresistible.

“Si ruge el león, ¿quién no temerá?” (Amós III, 8); “El león, el más valiente de los animales, que no retrocede ante nadie” (Proverbios XXX, 30); Judas Macabeos fue apropiadamente elogiado “como un león” por su destreza y éxito militar: “Parecía un león en sus acciones, y se asemejaba a un cachorro cuando ruge sobre la presa” (1 Macabeos III, 4).

El símbolo del león refuerza fuertemente las connotaciones de poder destructivo más todavía que la familiar designación de la Raíz de David, y hace posible el sorprendente contraste entre el León y el Cordero. En su visión del Cordero como degollado, San Juan presenta al ganador sobre la bestia del mar: el León de Judá que fue visto en el cielo como un Cordero como degollado.

Gracias a esta visión, San Juan puede afirmar que Jesucristo es el León de Judá y la Raíz de David, pero que “lo vio” como un Cordero como degollado. Es decir que San Juan vio en el cielo la humanidad de Nuestro Señor Jesucristo. Quien obtuvo la victoria sobre el enemigo no fue el León, como todos esperaban, sino el Cordero, y “el Cordero Sacrificado”, y el elemento que le proporcionó esa victoria, fue su sacrificio en la cruz, la muerte de Dios gracias a su humanidad.

San Juan forja así un símbolo de conquista por medio de una muerte en sacrificio, lo cual es esencialmente una idea totalmente inesperada para las mentes de Israel. No hay evidencia sustancial de que esta idea de conquista del Mesías a través de su muerte en sacrificio estuviera establecida en las mentes del judaísmo precristiano.

No obstante, por la tradición cristiana, sabemos que la representación de Jesús como Cordero sin duda les era familiar: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (San Juan 1, 29.36); “Como una oveja fue conducido al matadero, y como un cordero enmudece delante del que lo trasquila” (Hechos VIII, 32); “Ya nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolada” (1 Corintios V, 7); “Fuisteis redimidos… con la preciosa sangre de Cristo, como de cordero sin tacha y sin mancha” (1 Pedro I, 18-19).

Igualmente, gracias a la tradición cristiana sabemos que también les era familiar la comprensión de su muerte como victoria: “Triunfando sobre ellos en la Cruz” (Colosenses II, 15).

La novedad del símbolo del Cordero como degollado que vio San Juan en el cielo consiste entonces en atribuir la victoria sobre el enemigo no a la fuerza o a la ferocidad (poder militar en la imagen del León), ni tampoco a la política, ni a la diplomacia, representadas por la imagen de la Raíz de David, sino a la muerte, y a una muerte en sacrificio como lo fue la de Cristo en la Cruz.

Este concepto fue y sigue siendo muy difícil de asimilar para el judaísmo. También, para ciertos cristianos. ¿Cómo vamos a obtener la victoria a través de la muerte? ¿Cómo va a querer Dios nuestra muerte, el martirio, para obtener la victoria? 

En cierto sentido, esta idea repugna a una mente no educada. Solo es comprensible desde un punto de vista trascendental, que no hay que perder de vista, porque se puede caer en el mismo error en el que cayeron los judíos, a saber, de exigirle a Jesús que su triunfo sea a través de la fuerza y la estrategia, y de la política y la diplomacia. Exigirle al Mesías que sea un Mesías según sus propios designios y expectativas del Mesías.

La visión del Cordero como degollado, por tanto, retrata la forma establecida por Dios de la victoria de Cristo mediante la muerte en sacrificio. Ésta es también la forma establecida por Dios para la victoria particular de cada cristiano.

*

El mensaje de esperanza es que volverá con toda su divina gloria. Volverá en triunfo, en realeza, en majestad; ésa su gran promesa, dogma de fe que mantiene nuestra gran esperanza, es lo único que nos mantiene de pie en medio de la gran hecatombe que estamos viviendo. Amén.

*