sábado, 15 de mayo de 2021

Dominica infra Octavam Ascensionis – 2021-05-16 – San Juan XV, 26-27—XVI, 1-4 – Padre Edgar Díaz

La Persecución de Cristianos en el Circo Romano
Henryk Siemiradzki


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En el gran discurso de la Última Cena Jesús expuso los peligros, las luchas, y la guerra entre la vida y la muerte que el cristianismo encontraría desde sus primeros pasos hasta la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesús al mundo. Sin embargo, Jesús prometió ayuda para enfrentar estos peligros y luchas, la fuente inagotable del Espíritu Santo, que Cristo envía de parte del Padre.

De esta verdad se desprende que un cristiano, fiel en su amor a Jesús y a Dios Padre, contará con el maravilloso poder del Espíritu Santo en los momentos que tenga que dar testimonio de Cristo ante el mundo entero. 

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En esta tarea de enfrentar al mundo Jesús no ha delineado otra perspectiva para sus amigos que la de la persecución, el encarcelamiento y la muerte. ¡Vaya perspectiva!

Esto significa que la Iglesia va a encontrarse siempre en una posición polémica en el mundo. Es éste el motivo por el cual encuentra oposición y prohibiciones, y es incomprendida en su misión de llevar la salvación a la humanidad. 

Este enfrentamiento no solo proviene de enemigos declarados y perseguidores profesionales, a quienes no les importa en nada la vida eterna del alma, o el juicio de Dios, o el de su propia conciencia, sino también de quienes hacen los más viscerales reclamos de respetar la religión.

Por el peso que Jesús les dio a estas palabras de enfrentamiento podríamos inferir que la persecución es casi una nota teológica de la verdadera Iglesia. De hecho, la persecución es una de las bienaventuranzas del Evangelio que Jesús proclamo en su discurso de la montaña. 

Por una extraña ley de efecto contrario, en su labor de llevar la salvación a todas las gentes, la Iglesia despierta animosidades y resentimientos en su contra, así como Jesús despertaba estos mismos sentimientos en sus adversarios cada vez que les hablaba del Reino de Dios.

No entender bien que estamos en tiempos de persecución y que la persecución va a empeorar a medida que se acerque más y más el tiempo de la Parusía constituye un verdadero y grave peligro, para los Apóstoles, para sus sucesores, como así también, para todo fiel.

Imaginar un triunfo de la Iglesia antes de la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo es estar lejos de la verdadera comprensión del sentido literal de la Sagrada Escritura. 

De hecho, Satanás sigue siendo el príncipe de este mundo. La lucha todavía no acabó, y la era mesiánica, en donde el Rey en toda su plenitud es Nuestro Señor Jesucristo, aún no comenzó. Es por eso por lo que Jesús advierte con extremado realismo las catástrofes, persecuciones y muerte.

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En una guerra convencional hay por lo menos dos partes en enfrentamiento, más o menos en condiciones similares, que se disputan un mismo objetivo: ya sea un territorio, una cierta hegemonía o dominio sobre un territorio, o algún recurso natural, u otra cosa.

En la persecución, en cambio, la lucha es totalmente desigual. Solo el perseguidor hace la guerra. Al perseguido no le interesa entrar en guerra. El perseguidor es obviamente el más poderoso de los dos; el único equipado militar y jurídicamente para hacer una guerra unilateral totalmente injusta.

En la persecución contra la Iglesia esto se ve mucho más claramente. El perseguidor pretende tener total luz verde en contra de la Iglesia. La Iglesia, esposa fiel del Espíritu Santo, que es espíritu de amor y que acoge en sí a todos los hombres, le presenta precisamente esas condiciones de luz verde: no hace la guerra a nadie porque todos los perseguidores, por derecho, o, de hecho, podrían ser sus hijos, y no cuenta con armas de tipo convencional, como las que tienen sus perseguidores, sino que sus armas son solo de tipo espiritual. 

Hay, por lo tanto, una tremenda desproporción de fuerzas. Para el perseguidor, esta desproporción le brinda una magnífica oportunidad de llevar adelante sus perversos planes, que incluye, entre otras cosas, el obstaculizar a la Iglesia en su misión salvífica, pues se la ve como un rival que quiere conquistar el mundo entero.

En los comienzos de la Iglesia, la Iglesia encontró mucha oposición del Imperio Romano, y de los pueblos paganos a los que acudió para llevar el Evangelio. Fue la persecución del mundo, precisamente porque la Iglesia se opone al mundo, lo desprecia, y lo declara condenado. 

Aunque esta persecución viole la dignidad del hombre y la libertad de sus sentimientos, tiene una lógica propia que es apreciada por los mismos perseguidos, pues la Iglesia sabe perfectamente que sufre y muere por su fe. 

Luego, este tipo de persecución proveniente del mundo no es la más dolorosa, ni la más peligrosa, aún cuando lleve a la muerte.

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Hay una persecución más sutil descrita por Jesús en estos términos: “vendrá tiempo en que cualquiera que os quite la vida, creerá hacer un obsequio a Dios” (San Juan XVI, 2). 

Esto comenzó a suceder inmediatamente después de Pentecostés, por las autoridades religiosas judías, lo cual hizo que la naciente comunidad cristiana se fuera de Palestina. De este tiempo tenemos la sangre del primer mártir, San Esteban, que venció al más ardiente de los perseguidores: Saulo, y nos obtuvo, a la vez, al más celoso de los Apóstoles: San Pablo. 

La persecución por motivos religiosos es muy peligrosa, pues el nombre de Dios es invocado por ambos bandos, tal como es el caso de los Judíos, Musulmanes, Cristianos Ortodoxos, Protestantes, y la Iglesia Conciliar, que persiguen a la verdadera Iglesia.

Mas la persecución religiosa es mucho más sutil cuando proviene del seno mismo de la Iglesia. El perseguidor dice profesar la fe en Cristo, y llega incluso a declararse cristiano, católico, y apostólico.

Así, hoy tenemos el caso patente de persecución proveniente de ambientes Tradicionalistas que son, a la vez, Integracionistas (pues buecan reintegrarse a la Roma Apóstata, la Iglesia Conciliar), y grupos Sedevacantistas que llegan al extremo de autoproclamarse en autoridad al dogmatizar y exigir el sedevacantismo a sus fieles.

Esto lo advirtió Jesús cuando dijo: “Os he dicho esto para que no os escandalicéis” (San Juan XVI, 1). La persecución podría venir de donde menos se esperaría. 

Jesús nos previno para que no incurramos en el escándalo de que habla cuando se refiere al sembrado en pedregales: “Cuando llega la tribulación o la persecución por causa de la palabra, al punto, se escandaliza” (San Mateo XIII, 20-21).

Cuando la persecución viene del seno mismo de la Iglesia, más allá del sufrimiento causado por alguna violencia externa, se sufre interiormente, pues se sufre violencia del espíritu: la incertidumbre que divide; la trampa sutil dirigida a conciencias simples, que son presa fácil, y víctimas de la mentira.

Creerán hacer un obsequio a Dios, dice Jesús, es decir, creerán obrar bien cuando en realidad están cometiendo los más grandes males, por falta de conocimiento de la verdad revelada que nos hace libres (cf. San Juan VIII, 32). 

Creerán estar obrando según la verdad, cuando en realidad están en los lazos del padre de la mentira: “(El diablo) no permaneció en la verdad, porque no hay nada de verdad en él. Cuando profiere mentiras, habla de lo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira” (San Juan VIII, 44).

De esta persecución interna en la Iglesia, Jesús ha dicho que se llega a este punto “Porque no han conocido al Padre, ni a Mí” (San Juan XVI, 3). Esto es, no los conocían, aunque presuntuosamente creían conocerlos. El juicio de Dios es bien contundente: “Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!” (Apocalipsis III, 15).

Ésta es la “operación del error” de que habla con tan tremenda elocuencia San Pablo: “El misterio de la iniquidad ya está obrando ciertamente… la aparición del inicuo es obra de Satanás, con todo poder y señales y prodigios de mentira, y con toda seducción de iniquidad para los que han de perderse como retribución por no haber aceptado para su salvación el amor de la verdad” (2 Tesalonicenses II, 7-10).

A quien no ame la verdad, Dios lo abandona, por no haber recibido con amor la verdad que está en su Palabra: “Santifícalos en la verdad: la verdad es tu palabra” (San Juan XVII, 17).

Y Dios permite que crean en la mentira: “Y por esto Dios les envía poderes de engaño, a fin de que crean la mentira, para que sean juzgados todos aquellos incrédulos” (2 Tesalonicenses II, 11-12).

Straubinger se pregunta: ¿Acaso no fue éste el pecado de Adán y de Eva? Porque si no hubieran creído al engaño de la serpiente y confiado en sus promesas, claro está que no se habrían atrevido a desafiar a Dios. 

Al menos hoy, nuestra situación es mejor que la de ellos puesto que Jesús nos está previniendo de esta tremenda injusticia en contra de Dios.

Con la excepción de quien decididamente es discípulo de Satanás, rara vez hay quien haga el mal por el mal mismo, y de ahí que la especialidad de Satanás, habilísimo engañador, sea llevarnos al mal con apariencia de bien. 

Así, Caifás condenó a Jesús diciendo piadosamente que estaba escandalizado de oírlo blasfemar, y todos estuvieron de acuerdo con Caifás y trataron a Jesús de blasfemo (cf. San Mateo XXVI, 65ss.). 

De este modo, Jesús nos está diciendo que así como le sucedió a Él, así será también con sus discípulos. Este tipo de persecución no quiere como resultado mártires sino apóstatas de la fe.

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Esto es realmente muy duro y arduo. Pero hay un elemento en el Evangelio de hoy que nos presenta una perspectiva de la persecución más perversa aún de lo que venimos hablando. Claramente dice Jesús: “Os expulsarán de las sinagogas” (San Juan XVI, 2). 

Jesús le está hablando a los Apóstoles y les está diciendo que sus perseguidores serán aquellos que tienen la autoridad en las sinagogas, es decir, los mismos judíos. 

Esto no es menor detalle pues este versículo nos devela la identidad de los perseguidores. Así lo entendió San Agustín que en uno de sus sermones nos hace notar esto:

“Jesús anunció claramente que los Judíos serían sus perseguidores y los de sus discípulos, a fin de que quedara bien sentado que los que persiguen a los santos están comprometidos en esta denominación (los judíos de las sinagogas) [que pertenece al] mundo condenable. Y después de decir que ellos (los judíos de las sinagogas) desconocían al que le envió, y que, no obstante, odiaban al Hijo y al Padre, es decir, al que había sido enviado, llegó al pasaje en que dice: ‘Para que se cumpla lo que está escrito: Me odiaron sin motivo’ (San Juan XV, 25)”. Hasta aquí San Agustín.

Es decir, no hay ningún secreto en cuanto a quien es el perseguidor. Pero para hacer justicia al pueblo judío habría que distinguir entre estos “judíos de la sinagoga” y judíos de buena voluntad, que en su momento siguieron y se hicieron los primeros discípulos de Jesús, juntamente con los que actualmente reconozcan a Jesús como el Mesías. 

La expresión que venimos usando no es nuestra. Así los llama el Apocalipsis, en su Carta a la Iglesia de Filadelfia: “Sinagoga de Satanás, que dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten” (Apocalipsis III, 9).

La persecución desatada por la Sinagoga de Satanás va más allá de intereses religiosos, como se podría desprender del análisis de la expresión “Os expulsarán de las sinagogas” (San Juan XVI, 2), por el solo hecho de haber reconocido a Jesús como Mesías y seguirlo, como les sucedió a los Apóstoles. Satanás tiene un plan más perverso que el solo hecho de impedir la salvación de las almas a través de la verdadera religión católica.

Su motivo más perverso aún es imponer su propio orden en el mundo, y de esa manera destituir (o destruir) a Dios mismo, si esto fuera posible. Esto es así porque él quiere ser Dios. 

Por eso, la instigación meramente en el plano religioso-espiritual pasa a incidir directamente y más originalmente en el plano antropológico, es decir, antes de que el hombre pueda adherirse a cualquier religión, y buscar con sinceridad y en verdad a Dios.

Para llevar a cabo su plan, Satanás se sirve de hombres que le rinden culto. De ahí, el Satanismo.

Estos perversos son los que hoy dominan el mundo, instigados por Satanás. Son los identificables dueños del capital financiero mundial: Rotschild, Morgan, Rockefeller, Soros, etc. Controlan Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft. Controlan el complejo militar industrial de Europa y de EEUU. Controlan todos los medios de información y el mundo del entretenimiento (Hollywood, Disney, etc.). 

Sin embargo, estos (y otros más) nombres identificables no son más que títeres de quienes están verdaderamente por detrás (no van a dar la cara) a quienes llamamos simplemente “Sinagoga de Satanás”.

El objetivo perverso es instalar un nuevo orden con el fin de borrar los designios de Dios para la humanidad. Es por esto por lo que se imponen nuevas reglas de vida y comportamientos que son totalmente antitéticos a la regla o parámetros establecidos por Dios. Todos los valores morales que se derivan de la Ley de Dios establecida en nuestros corazones deben ser invertidos.

Una nueva humanidad comienza y desde sus orígenes tiene un enemigo: “Dios”. Esta inversión de valores a la que quiere llegar Satanás produce un conflicto interno en el hombre que hará que se dirija hacia su autodestrucción, por estar en permanente conflicto con el poder satánico. Tal vez sea necesario recordar aquí el motivo de Satanás: odio a la humanidad, como consecuencia de su odio a Dios (y a toda su creación).

Esto explica la persecución esjatológica en contra de la humanidad. Muy sucintamente consiste en que la realidad ha dado lugar a la virtualidad, lo cual es maniobra de Satanás, para que todas nuestras fuerzas humanas se canalicen a través de lo irreal o ficción: sentimientos, tendencias, decisiones, y, sobre todo, la información y la manipulación de la mente.

La libertad deja de ser tal y se convierte en una esclavitud. Hay un estado policial que desinforma, destruye, controla, censura e infunde miedo. Hombres reprimidos, asustados y aterrorizados con el objetivo de tenerlos dentro del sistema, adictos a las redes sociales, a través de las cuales se los manipula.

El punto culmen de esta persecución será la aparición del Anticristo y la Gran Persecución que llevará a cabo como nunca la ha habido: “Adorarán a la bestia, diciendo: ‘¿quién como la bestia?’” (Apocalipsis XIII, 4); “Blasfemará contra Dios… hará guerra a los santos y los vencerá” (Apocalipsis XIII, 6-7).

El profeta Daniel también lo describe: “Devorará toda la tierra, la hollará, y la desmenuzará… pretenderá mudar los tiempos y la Ley (de Dios)” (Daniel VII, 23-25). Y San Pablo es contundente: “(El Anticristo) es obra de Satanás” (2 Tesalonicenses II, 9).

La realidad entonces es, como ya dijimos, no lo que ocurre realmente, sino lo que ellos fabrican, pues ésta es su hora, como dice el Evangelio hoy. 

Han logrado que el hombre llegue al punto de la incapacidad total de distinguir lo que es ficticio, fabricado, y artificial, de la realidad natural. Han logrado quitar el interés por la verdad. Juegan ellos a ser Dios, forjadores de la propia realidad del hombre.

Esto es gravísimo. Es la peor persecución que puede haber, cual no la ha habido, y de la cual no podemos sustraernos. Solo podemos resistirla con la fe en Dios, la fidelidad a Jesucristo y al Espíritu Santo, el amor a la verdad, y la disponibilidad de morir como mártires.

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En este cuadro atroz todo parece estar contaminado por este odio que lleva a la destrucción de la humanidad. Estamos en el medio de una guerra santa; una persecución feroz en contra, no ya de cristianos, sino de la humanidad entera, por el solo hecho de ser creación de Dios.

La persecución está en continuo progreso y en proporciones quizás nunca conocidas en la historia, hasta que, como dijimos, aparezca el Anticristo y su Gran Persecución, y sea derrotado finalmente en la Parusía de Nuestro Señor Jesucristo.

Dios y su pueblo están destinados a triunfar al final, gracias a la convicción de participar en el conflicto con el mal mediante la resistencia activa de la fe, la verdad, la fidelidad a Jesucristo hasta la muerte, y al maravilloso poder del Espíritu Santo, el Espíritu de verdad, en los momentos que se tenga que dar testimonio ante el mundo. 

La batalla decisiva contra el mal ya ha sido ganada. Jesucristo es el Gran Triunfador. Amén.

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He utilizado el sermón del Padre Cornelio Fabro; a San Agustín, en sus sermones tomados del Breviario; las notas de la Biblia de Monseñor Straubinger; y algunas reflexiones tomadas del libro “The Climax of Prophecy” de Richard Bauckham.