sábado, 8 de mayo de 2021

Dom V post Pascha – San Juan XVI, 23-30 – 2021-05-09 – Padre Edgar Díaz

El Altar del Incienso

*

Hoy el Evangelio nos sitúa en el tiempo cuando Nuestro Señor vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, es decir, la Parusía, la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo, como Rey, para reinar en el mundo. Esto significa precisamente que quien reina ahora en el mundo, el diablo y su maldad, van a acabar muy pronto.

Que este texto mencione dos veces la expresión “en aquel día”, una en el v. 23, y la otra, en el v.  26, es muy significativo, pues nos sitúa en la Parusía, como dijimos, según San Agustín (citado por Straubinger en nota a San Juan XVI, 16).

Esos días serán preciosos para el justo, pues alcanzará gran felicidad, premio que ofrece Dios para quien sea fiel a Dios: “En aquel día conoceréis que Yo soy en mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros” (San Juan XIV, 20).

Dice Straubinger: “en vano soñarán los poetas una plenitud de amor y de unión entre el Creador y la creatura, ni una felicidad para nosotros, como ésta, que nos asegura nuestra fe… y se superan todas las audacias de la imaginación… Sería increíble si Dios no nos revelase esta verdad”.

*

Trataremos, entonces, de entender el mundo futuro no muy lejano ya, cuando llegue el Reino de Dios. San Agustín se pregunta: ¿Qué vamos a tener que pedir (y conocer) cuando todos nuestros deseos ya estarán satisfechos con las cosas buenas (que se nos ofrecerán)? Daría la impresión de que no habría más nada que pedir o preguntar a Dios.

En su comentario sobre el Evangelio de San Juan, Santo Tomás de Aquino dice que en el cielo, a las almas, aún le quedará por pedir la gloria de sus cuerpos (solo la Santísima Virgen María tiene ya su cuerpo glorioso en el cielo; juntamente también con los santos que resucitaron durante la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo; cf. San ) y el numero completo de los elegidos. 

Consecuentemente, y respondiendo a la pregunta de San Agustín, ¿qué es lo que queda por pedir o conocer cuando el alma ya esté en el cielo?, Santo Tomás de Aquino dice que, hasta el día del Juicio Final, las almas en el cielo pueden pedir por la gloria propia del cuerpo, y por el número completo de los elegidos, aunque no pueden preguntar, dice Santo Tomás, acerca de lo referente a la esencia misma de la beatitud.

El tiempo de la gloria completa será después del Juicio Final, creo que esto es evidente, y después de esto, no quedará más nada por pedir o conocer. A este tiempo se refiere Jesús cuando dijo: “en aquel día no me preguntaréis más sobre nada” (San Juan XVI, 23).

Habrá un día en el que ya no le preguntaremos ni le pediremos a Jesús más nada. El profeta Jeremías nos había adelantado esta maravillosa verdad: en aquel día “todos conocerán a Dios, desde el menor hasta el mayor…” (Jeremías XXXI, 34); y San Pablo hace eco de estas mismas palabras en la Epístola a los Hebreos (VIII, 11).

En base a esto Santo Tomás de Aquino hace una distinción con respecto a la gloria que cada justo recibirá en particular en el momento de entrar en el cielo, y la gloria que ese mismo justo tendrá en toda su magnitud cuando ya no se pueda pedir y preguntar más nada, según nos dice hoy Nuestro Señor, y que creemos sea el momento del Juicio Final.

Mientras tanto llegue ese momento, Nuestro Señor nos enseña que en el cielo el alma no tendrá más necesidad de preguntarle a Él sobre el Padre, porque conocerá al Padre directamente. Ni tampoco tendrá necesidad de pedirle a Jesús como intermediario ante el Padre, pues podrá pedirle al Padre directamente.

Es decir, si el alma conoce al Padre directamente, también podrá pedirle al Padre directamente, como vemos que es el caso de los mártires del Quinto Sello quienes están debajo del altar pidiéndole y preguntándole al Padre directamente: “En verdad, en verdad, os digo, lo que pidiereis al Padre (en aquel día), Él os lo dará en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado” (San Juan XVI, 24). 

Se reconoce aquí un período de tiempo en el cielo en el cual se puede seguir pidiendo y preguntando. Si el alma recién entrada en el cielo tiene acceso directo a Dios Padre entonces no tendría sentido pedir ni preguntar a través de Jesucristo. Santo Tomas de Aquino explica que no será necesario recurrir a Jesús como mediador, en cuanto Hombre, pero sí podrá recurrir a Él en cuanto Dios, ya que Jesús es Dios. 

Hay que distinguir, dice Santo Tomás de Aquino, que en Jesús hay dos naturalezas: su naturaleza humana, por la cual es mediador entre Dios y nosotros: “Pues hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús” (1 Timoteo II, 5) y su naturaleza divina, por la cual Él es Un Solo Dios con el Padre.

Cristo como mediador, es decir, considerado en su naturaleza humana, nunca dejó de unirnos a Dios. Por lo tanto, Cristo nos une al Padre; pero unir a alguien a Dios Padre, y unir a Cristo en cuanto a Dios, es una misma cosa.

Según lo que hemos expuesto hasta aquí, las almas que ya están en el cielo, pueden aún seguir pidiendo y conociendo a Dios, aunque no a través de Jesucristo en cuanto a Hombre, sino en cuanto a Dios, y directamente ante el Padre, y la manera de dirigirse a Dios que hemos siempre tenido continuará siendo la misma, es decir, a través de la oración.

La oración seguirá siendo el respiro del alma que nos colocará frente al Padre, siempre que lo hagamos en Nombre de Jesús (cf. San Juan XVI, 24). El fundamento de la oración es, en definitiva, la dulcísima paternidad de Dios Padre, quien nos permite tener acceso a Él por amar a Jesús: “El Padre os ama Él mismo, porque vosotros me amasteis, y habéis creído que Yo vine de Dios” (San Juan XVI, 27).

*

El Apocalipsis nos detalla muy bien cómo se realiza la oración de las almas en el cielo. A lo que ya hemos dicho que a las almas en el cielo les queda por pedir, a saber, la gloria de sus cuerpos, y el número completo de los elegidos, el Apocalipsis añade que también piden la venganza sobre los habitantes de la tierra, es decir, sobre los malvados.

El Apocalipsis nos sorprende al dar explícitamente la razón de la demora de la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo cuando los mártires, que se encuentran debajo del altar por causa de la Palabra de Dios y por el testimonio que mantuvieron, le preguntan a Dios en estos términos: ¿Hasta cuándo? ¡Señor!

La respuesta que se les da es sencillamente un “número de personas”, que completará el designio de Dios, y que a la vez servirá como uno de los puntapiés iniciales para la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo.

“¿Hasta cuándo, oh, Señor, Santo y Veraz, tardas en juzgar y vengar nuestra sangre en los habitantes de la tierra? Y les fue dada una túnica blanca a cada uno; y se les dijo que descansasen todavía por un poco de tiempo hasta que se completase el número de sus consiervos y de sus hermanos que habían de ser matados como ellos” (Apocalipsis VI, 10-11). 

Las oraciones de los mártires en el cielo nos dan pura y exclusivamente un pormenorizado detalle de la voluntad de Dios. Nuestro Señor no vendrá hasta que se complete el número de mártires en el cielo.

Para nosotros los viadores, además de pedir por la gracia de la perseverancia final para alcanzar nuestra propia salvación, se añaden también las peticiones de la pronta venida de Nuestro Señor Jesucristo a reinar sobre la tierra: ¡Adveniat Regnum Tuum!, lo cual implica que se complete el número de mártires en el cielo.

La túnica blanca es también parte de la respuesta que se le da a los mártires, pues nos lleva a la escena en la que el número de los mártires triunfantes en el cielo se ve ya completo, lo cual se deduce de ver a todos vestidos con túnica blanca: 

“Había una gran muchedumbre que nadie podía contar… vestidos de túnica blancas, con palmas en sus manos… ¿Quiénes son y de dónde han venido?... (Vienen) de la gran tribulación (del Anticristo), y lavaron sus vestidos, y los blanquearon en la sangre del Cordero … y Dios le enjugará toda lágrima de sus ojos” (Apocalipsis VII, 9-17).

Así, San Juan usa el número completo de mártires en la secuencia de los siete sellos para plantear, por primera vez, un tema principal del Apocalipsis: que el intervalo de tiempo anterior a la venida de Nuestro Señor Jesucristo es el período en el cual el pueblo fiel de Dios deberá dar testimonio hasta el punto de dar la vida con su sufrimiento y su muerte, es decir, el martirio. 

Se demora la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo puesto que el número de mártires en el cielo aún no está completo (además de otras razones), y también es claro que es voluntad de Dios que a muchos de los que tratan de ser fiel a Dios, les va a tocar esta suerte, la del martirio, para que se complete este número. Por eso, debemos prepararnos al martirio. 

Ésta es la razón fundamental para la demora. Más aún no se trata tan solo de que haya un número determinado de mártires en el cielo, sino más propiamente de que el testimonio de los mártires juegue un papel clave en los planes de Dios para establecer su reino en la tierra.

Como ya hemos dicho en otras oportunidades, es clara la voluntad de Dios que, durante los tiempos inmediatamente anteriores a la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo, el testimonio que hay que dar es el del martirio, lo cual recibirá como premio una inmensa felicidad en el cielo: “Pretiosa est in conspectum Domini mors sanctorum ejus” (Preciosa es a los ojos del Señor la muerte de sus santos) (Salmo CXV, 15).

El número de mártires que se debe completar en el cielo, lo cual desconocemos, es la respuesta dada a los mártires del Quinto Sello. Pero en el Sexto Sello se nos da a conocer un número que alcanzará su plenitud antes del juicio, que se manifiesta con la pregunta: “¿Quién puede estar de pie?” (cf. Apocalipsis VI, 17; VII, 4). Se trata de los 144.000 mártires del pueblo judío y que con anterioridad a morir y antes del juicio de las trompetas serán marcados con el sello de Dios para su protección.

Y antes de finalizar la serie de los siete sellos, en la escena de la apertura del séptimo sello, ocurre algo maravilloso: todo el cielo hace silencio, por el espacio de media hora, para que Dios pueda escuchar las oraciones de los justos aquí en la tierra (cf. Apocalipsis VIII, 1-5).

*

El comentador del Apocalipsis, el Señor Charles, sostiene que el silencio en el cielo sucede durante el tiempo en el cual el ángel quema el incienso en el altar para acompañar las oraciones de los justos. Se silencian las alabanzas y acciones de gracias de las huestes celestiales, para que las oraciones de aquellos que sufren en la tierra se escuchen ante el trono de Dios.

Si bien en otra parte del Apocalipsis se menciona que los seres vivientes y los ancianos en el cielo hacen continua alabanza de Dios (Apocalipsis IV, 8-11) esto no excluye que haya un cese diario del canto angelical, de media hora de duración, para poder escuchar las oraciones de quienes están en la tierra.

En el Antiguo Testamento, para que su oración pudiera ser oída por Dios, Josué ordenó al sol y a la luna que hicieran silencio. La oración de Josué pidiendo ayuda a Dios era para obtener la victoria en contra de sus enemigos (cf. Josué X, 12-13). Dios escuchó sus ruegos, y respondió favorablemente (Josué X, 14) a la petición de su pueblo que hiciera venganza sobre sus enemigos (cf. Josué X, 13).

Esto ilustra muy bien el relato del Apocalipsis sobre el silencio de media hora en el cielo (cf. Apocalipsis VIII, 1). Así como en tiempos de Josué obtuvo la victoria, la oración de los santos pidiendo la venganza de Dios sobre sus opresores (cf. Apocalipsis VI, 10) obtendrán una respuesta de justicia: “Y hubo truenos y voces y relámpagos y un terremoto” (Apocalipsis VIII, 5), que son las cuatro primeras trompetas, son juicios de Dios. Dios hace justicia a sus santos.

Como nuestras oraciones son imperfectas, llenas de egoísmo y materialidad, necesitan de purificación para conformarse con la voluntad de Dios.

En el servicio matutino en el Templo de Israel la ofrenda de incienso era quizás el punto culminante del ritual, precedido por el sonido de un instrumento que se podía escuchar en toda Jerusalén. Mientras los sacerdotes ofrecían el incienso, la congregación reunida en el Templo estaba en oración (cf. San Lucas I, 10). Quienes no podían participar de las oraciones en el Templo se unían a ellas desde sus casas.

Sin duda, se consideraba al humo ascendente del incienso como el símbolo de las oraciones del pueblo y, a la vez, como la ayuda a las oraciones para que llegasen hasta Dios. Es completamente natural que este solemne momento de la ofrenda del incienso a Dios sea enmarcado por el silencio de los ángeles, ante la admiración de ver subir el incienso hasta Dios.

“Y vino otro ángel que se puso junto al altar, teniendo un incensario de oro, y le fueron dados muchos perfumes, para ofrecerlos con las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro, que estaba delante del trono. Y el humo de los perfumes subió con las oraciones de los santos de la mano del ángel a la presencia de Dios” (Apocalipsis VIII, 3-4). 

Lo que se describe en estos versículos ocurre claramente en el Templo celestial, que había sido perfectamente simbolizado por las ceremonias del Templo de Jerusalén, solo que, en el cielo, la función del sacerdote está representada por un ángel. En el libro de Tobías, el Ángel Rafael, uno de los siete que asisten delante del Señor, se lo ve llevando las oraciones de los justos a Dios (cf. Tobías XII, 15).

Por lo tanto, nuestras oraciones, siempre viciadas de egoísmo y de mundo, alcanzan su perfección gracias al perfume del incienso en el cielo. Convertidas en ofrenda agradable a Dios se nos asegura que alcanzan el trono de Dios. Como densas nubes de humo perfumado se elevan desde el altar en el cielo hasta Dios, y son recibidas por Él, como sacrificio acepto: “Como el incienso, suba hacia Ti mi oración” (Salmo CXL, 2). 

Esta escena del Apocalipsis da gran aliento y esperanza a quienes combaten y resisten aquí en la tierra. Con paciencia, saben con seguridad que sus oraciones llegan hasta Dios y son por Él escuchadas.

*

Por último, para indicar la respuesta a estas oraciones, el ángel toma fuego del altar, lo cual simboliza “juicio”, llena con él el incensario, y lo arroja sobre la tierra: “y hubo truenos y voces y relámpagos y un terremoto” (Apocalipsis VIII, 5), dice el Apocalipsis. Son las cuatro primeras trompetas, como ya hemos dicho.

La imagen deriva de Ezequiel X, 2.6, donde se le ordena a un ángel (el hombre vestido de lino) que tome fuego de debajo del trono del carro divino, entre los querubines, y lo arroje sobre la ciudad, simbolizando el juicio. Esto sigue a la marca del justo en la frente para protección (Ezequiel IX, 4), tal como en el Apocalipsis sigue a la marca de Dios sobre los siervos justos (cf. Apocalipsis VII, 3).

*

Lo que Dios nos revela a través del Apocalipis tiene mucha relevancia para sus justos. Sus ruegos son escuchados por Él en el cielo; su protección es asegurada en momentos de mucha incertidumbre; y Dios hace justicia, vengándose de los malvados. 

Cómo habrá sido la importancia de este mensaje de Dios para nuestros días que desde tiempos inmemoriales (pre-diluvianos) había ya sido dado a conocer gracias a un texto de Enoc. Este texto, sin ser palabra revelada por Dios, es exactamente conforme al mensaje de la Revelación Divina de las Sagradas Escrituras:

“Y en esos días la oración de los justos y la sangre de los justos habrán ascendido de la tierra ante el Señor [de los espíritus]. En aquellos días, los santos que moran en los cielos [arriba] se unirán a una voz, y suplicarán, orarán, alabarán, darán gracias y bendecirán en el nombre del Señor [de los espíritus], a causa de la sangre de los justos que ha sido derramada, y (a causa de) la oración de los justos; para que no cese (la oración) ante el Señor [de los espíritus]; para que se les haga justicia; y (para que) su paciencia no tenga que durar para siempre. 

Y en aquellos días, vi al (Señor) [Jefe de los Días] sentarse en el trono de su gloria, y los libros de los vivos se abrieron ante Él, y todo su ejército, que (habita) en los cielos [arriba], y su consejo se presentaron ante Él. Y el corazón de los santos se llenó de gozo porque se había alcanzado el número de los justos, y la oración de los justos había sido escuchada, y la sangre de los justos había sido vengada [requerida] ante el Señor [de los espíritus]” (1 Enoc 47: 1-4).

*

Me he servido del padre Cornelio Fabro, del Comentario de Santo Tomás al Evangelio de San Juan, de la Biblia de Monseñor Straubinger, y del libro “The Climax of Prophecy” del señor Richard Bauchkam.