domingo, 2 de mayo de 2021

Dom IV post Pascha – San Juan XVI, 5-14 – 2021-05-02 – Padre Edgar Díaz

 

El Espíritu Santo os argüirá de pecado, de justicia, y de juicio

*

La oposición fundamental en la vida es la que existe entre el bien y el mal, entre lo que conviene a la naturaleza humana según la razón, y lo que procede de las fuerzas del mal. La misma naturaleza humana, por el pecado original, es naturaleza caída y, por eso, es fuertemente atraída por las seducciones del mundo.

Pero el Católico, gracias a la redención en Cristo, es llamado por la fe a la comunión de vida íntima con Dios, y a vivir transcendentalmente según el Evangelio. El bien y el mal se concretizan en nuestros actos según nuestra fidelidad a Cristo.

La adhesión a Cristo debe ser primero en nuestra conciencia; luego, en un segundo momento, de una manera concreta, en la vida diaria. Debe haber correspondencia entre la conciencia (de la cual hay obligación de formarla según la ley cristiana) y nuestros actos. Esto implica una lucha constante, un esfuerzo muchas veces heroico, por mantenerse dentro de la coherencia de la fe Católica.

¿A qué nos referimos con la palabra “mundo” y cómo nos afecta?

No nos referimos a la maravillosa creación de Dios, llena de bellezas y de reflejos de su poder. Este mundo es más estímulo que obstáculo en nuestro camino a Dios. Tampoco se trata del mundo forjado por el hombre, que, en su intento por llegar a la verdad y a la felicidad, y librarse de sus enemigos, no está en contra, sino con Dios, a quien busca y se adhiere como a su fin último.

El “mundo” del cual hablamos es el adverso y el enemigo de Dios, a cuyo frente se encuentra Satanás. Es la sociedad de los hombres impíos, que se asocian en el empeño de no creer en Dios y en Cristo, y, en obstaculizar y combatir a la Iglesia de Cristo, y a oponerse al bien; es el ambiente anticristiano; es, en una palabra, la deshonestidad. Éste es el mundo al cual el Espíritu Santo argüirá de pecado, de justicia, y de juicio.

¿Cómo es posible que el mundo adverso a Dios tenga la simpatía del fiel Católico si no es por la engañosa seducción de sus galas? ¿Cómo es posible que el fiel Católico respete sus máximas, y se comprometa con él, y se mimetice en su ambiente?

Simplemente para refrescar nuestras memorias, repasemos a vuelo de pájaro las máximas a las que se le rinde culto y vasallaje: “Hay que disfrutar de la vida”; “Dios es bueno y comprensivo; quiere nuestra felicidad; no por divertirnos un poco nos vamos a condenar”; “Hay que ganar dinero, sea como sea”; “Lo principal de todo es la salud”; “Hay que comer bien, vestir bien, y divertirse mucho”; etc.; etc.

La subversión de valores es bien notable. Si una persona recurre a la estafa, a las transacciones turbias, y a la usura, es “un hombre hábil para los negocios”. Éste es quien es apreciado y alabado en la sociedad, y goza de privilegios y de buen pasar.

Si alguien es un pervertido sexual, se le aplaude. El sexo es casi conversación obligatoria; ser seductor y vestir de manera indecente y provocativa es la orden del día.

Si alguien es percibido como vulnerable por ser piadoso, decente y honesto se busca intimidarlo y hacerle daño con la burla y el desprecio, solo porque estos no son los valores del mundo.

El etiquetar a las personas; el absolutizar las propias posiciones; el excluir al prójimo por pensar distinto; y un sinfín de máximas más, son conductas que no provienen de Dios.

En el peligroso terreno del compromiso con el mundo y de la asimilación a la sociedad pagana y totalitaria en la que vivimos hoy se juega nuestra salvación eterna. Es arriesgado no resistir adecuadamente esta realidad: en ese sentido, llegado el momento, se plegará ante la bestia para adorarle, y se aceptará sumisamente su marca, para poder sobrevivir.

Este peligroso terreno nos pone al borde de un abismo: creer en lo dudoso y turbio, en las flagrantes mentiras y engaños, en las poderosas seducciones del mundo; o creer en Dios. Quien cae en el abismo muere: no hay padre, ni madre, ni hermano, ni hermana, ni esposo, ni esposa, ni hijos, ni amigos, que pueda salvarlo, pues esa persona misma corre el riesgo de caer también en el abismo. 

San Juan dice que el mundo está sumergido en el mal y bajo el poder de Satanás (cf. 1 Juan V, 19). Y Jesús dijo: “¡Ay del mundo por sus escándalos!” (San Mateo XVIII, 7).

La lucha es decisiva, por tanto, entre decidir seguir el espíritu de Cristo o el espíritu del mundo; la lucha es entre mundanos y Católicos: éste es el único plano concreto de la lucha entre el bien y el mal.

Es por esto por lo que el fiel Católico se puede definir como aquel que está aquí y ahora dispuesto a dar su vida en martirio por negarse a renegar de su fe y por no obedecer al mundo sino por esperar de Dios la palma que le ofrece.

*

“Cuando el Espíritu venga presentará querella al mundo”. La querella será “de pecado, porque no han creído en Mí”, dice Jesús; “de justicia, porque Yo me voy al Padre”; y “de juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (San Juan XVI, 8-10)

En el momento en que Jesús dijo estas palabras a los Apóstoles añadió también que tenía otras cosas que decirles pero que no se las decía pues aún no podían soportarlas. ¡Magnífica pedagogía de Jesús! Solo entenderían cuando viniese el Espíritu de Verdad que les enseñaría todo: lo que Él haya oído, y las cosas venideras.

El Espíritu Santo vino en Pentecostés, y, desde entonces, el mundo está permanentemente siendo acusado por Él. Pero los juicios y estrategias de Dios, al igual que su pedagogía, requieren de la preparación y adaptación de su pueblo, para que sirvan, a la vez, de testimonio para el mundo infiel.

En una manera de hablar podríamos decir que los juicios de Dios a la humanidad, por esta razón, se “van retrasando”. Así, los primeros cuatro juicios se distinguen claramente de los últimos tres en la serie de los siete sellos y en la serie de las siete trompetas en el Apocalipsis.

El quinto sello marca explícitamente una pausa: “¿Hasta cuándo, oh, Señor, Santo y Veraz, tardas en juzgar y vengar nuestra sangre en los habitantes de la tierra? …Y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo hasta que se completase el número de sus hermanos que habían de ser matados como ellos” (Apocalipsis VI, 10-11).

El sexto sello, con su imagen del juicio final y su afirmación de que ha llegado el gran día de la ira de Dios (Apocalipsis VI, 17), parece llevarnos al borde mismo del juicio final; pero el relato es interrumpido por un anuncio de retraso: “No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado a los siervos de nuestro Dios en sus frentes” (Apocalipsis VII, 3).

La demora en sus juicios pone de manifiesto la constante preocupación de Dios por su pueblo: así aquí Dios lo protege de estos juicios, para que los mártires alcancen el triunfo.

En la serie de trompetas, hay también una pausa explícita: “…iba yo a escribir (lo que habían dicho los siete truenos); mas oí una voz del cielo que decía: ‘Sella lo que dijeron los siete truenos y no lo escribas’” (Apocalipsis X, 3-4). Aquí la demora sirve para que los mártires puedan dar testimonio de Dios. 

Dios demora sus juicios y esto sirve para relacionar la historia de los juicios de Dios al mundo incrédulo, con la historia del pueblo de Dios en un mundo incrédulo, y el testimonio del pueblo de Dios a este mismo mundo incrédulo.

*

En la estrategia de Dios para salvar al mundo, a Dios le sirve el mártir: no el Católico tibio que a duras penas llega.

El mártir debe morir en las batallas de la guerra santa y esjatológica. Esta guerra consiste en una fuerte oposición al poder mundano como antitético al gobierno de Dios. Dios y su pueblo están en conflicto con el poder satánico, pero el triunfo está reservado para Dios y su pueblo. Por lo tanto, no es diferente la suerte del mártir que la de su Maestro. 

La batalla decisiva en esta guerra santa de Dios contra el mal ya ha sido ganada por la muerte de Jesús en la Cruz. Ahora le toca al mártir. Los Católicos estamos llamados a participar en esta guerra, y en su victoria, a través de los mismos medios que Jesús empleó: dar testimonio de Él hasta el martirio. 

Sería engañoso describir esta participación como “resistencia pasiva”. Por el contrario, es tan activa como cualquier guerra física. Estamos llamados a tomar partido, a mantenernos firme, a dar fiel testimonio de la verdad, y a desempeñar nuestro papel en la resistencia en contra del mundo y la sociedad adversa y pagana. En el conflicto de soberanía entre Dios y el diablo el mensaje no es, “¡No resistir!”, sino más bien, “Resistir, pero dando fiel testimonio de la verdad y de sufrimiento; no con violencia”.

El testimonio del mártir logrará una transformación del mundo, en donde algunos alcanzarán a percibir de manera distinta la situación en la que viven, y esto los llevará a comportarse de una manera diferente, en respuesta a ella. 

La transformación del mundo lograda a través de la guerra santa se pondrá de manifiesto en la siguiente cuestión: cuando la bestia mate a los mártires, ¿quién será el verdadero vencedor? La respuesta depende de si uno ve el asunto desde una perspectiva terrenal o trascendental. 

Desde la perspectiva terrenal, es obvio que la bestia habrá derrotado a los mártires: “Y cuando hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo les hará la guerra, los vencerá, y les quitará la vida” (Apocalipsis XI, 7); y, “Le fue permitido también hacer guerra a los santos y vencerlos; y le fue dada autoridad sobre toda tribu y pueblo y lengua y nación” (Apocalipsis XIII, 7).

Para aquellos que habitan en la tierra –entiéndase, personas que ven las cosas desde una perspectiva terrenal—el poder de la bestia parece supremo e irresistible, y es por eso por lo que le adorarán: “¿Quién como la bestia? y ¿quién puede hacerle guerra?” (Apocalipsis XIII, 4), dirán.

Lo cual es una deliberada parodia del cántico de Moisés: “¿Quién como Tú, Yahvé, entre los dioses? ¿Quién, como Tú, glorioso en santidad, terrible en prodigios, hacedor de maravillas?” (Éxodo 15:11), como así también, del nombre del vencedor, San Miguel, el cual significa, “¿Quién como Dios?” 

Para quien no esté firme en la fe, el poder político y militar de la bestia parecerá tan divino que seguramente se caerá en la tentación de plegarse a ella. Ante el poder irresistible del mundo y la presión abrumadora de la sociedad pagana será casi imposible no doblegarse. Muy probablemente seguiremos siendo las víctimas que ya somos solo que aún más indefensas.

Sin embargo, desde la perspectiva trascendental, las cosas se ven bastante diferentes. Son los mártires los verdaderos vencedores. Ser fiel en soportar el testimonio de Jesús hasta el punto de la muerte no es convertirse en una víctima indefensa de la bestia, sino salir al campo contra él, y ganar. 

Para poder representar el triunfo de los mártires el Apocalipsis usa escenas ambientadas en el cielo: “Y vi… que estaba de pie un Cordero como degollado” (Apocalipsis V, 6). Así fue visto Jesús por primera vez triunfante ante el trono de Dios. Y en la tierra veremos al Caballo Blanco montado por el Fiel y Veraz en evidente triunfo en la Parusía (cf. Apocalipsis XIX, 11-21). 

Así, a la percepción de la situación actual del mundo debemos aplicarle las dimensiones trascendentales y esjatológicas del Apocalipsis para poder adecuar nuestras vidas a la realidad que Dios hoy nos presenta, de una manera diferente a la manera en que los mundanos responden a ella. Hoy Dios nos pide el martirio.

Entonces, el mundo al cual nos aferramos y queremos que sea como era antes: ¿es un lugar en el que la perversidad satánica del poder político y financiero se llevará todo por delante, o es un lugar en el que al final prevalecerá el triunfo de la verdad por el testimonio que dieron los mártires con su sufrimiento?

*

En esta guerra santa y esjatológica el martirio es la forma de resistencia activa ante el mal a través de la fidelidad a la verdad. El profeta Daniel testimonia que el impío “por medio de halagos inducirá a la apostasía… pero el pueblo que conoce a su Dios se mantendrá firme y activo” (Daniel XI, 32).

La muerte de los mártires desviará la ira de Dios del resto, que habrán sufrido por sus pecados, e invocará la venganza sobre sus perseguidores, que habrán derramado sangre inocente. En el Antiguo Testamento generalmente se interpretó el sufrimiento y la muerte de los mártires como la participación de los fieles en la guerra santa de Dios contra sus enemigos.

La única manera de entender y vivir la guerra santa y esjatológica en la que estamos involucrados consiste en vivir tal y como vivió Cristo su Pasión, el camino al calvario que conduce a la gloria. Por eso, hay que disponerse al martirio.

Los mártires no serán vencedores por pedir que venga la ira de Dios sobre el mal, ni tampoco lo serán por su sufrimiento y muerte como tales, sino por su fidelidad a Cristo hasta la muerte. Su testimonio de la verdad será lo que prevalecerá sobre las mentiras y el engaño del diablo y de la bestia. 

Aquellos que rechacen el testimonio de los mártires encontrarán que su rechazo servirá de evidencia legal en contra ellos, asegurándoles su condena: el Espíritu Santo les argüirá en su contra de pecado, de justicia y de juicio.

Pero para aquellos que acepten el testimonio de los mártires, quiera Dios, esto les significará una posibilidad positiva: despertar de la ilusión a la verdad, y así llegar a la salvación. En esto consiste el pedir en el Padre Nuestro: Adveniat Regnum Tuum! 

La razón por la cual, en el período final de la historia mundial, Dios no librará a su pueblo fiel de la muerte, sino que permitirá que sea masacrado por sus enemigos, es que ésta es la manera pensada por Dios desde toda la eternidad, por la cual, los que aún queden por entrar en el rebaño de Nuestro Señor Jesucristo sean llevados al arrepentimiento y a la fe, y la manera por la cual la soberanía del mundo será finalmente transferida de la bestia al reino de Dios. ¡Amén!

*

Me he servido del padre Cornelio Fabro, de la Biblia de Monseñor Juan Straubinger, del libro “La Teología de la Perfección Cristiana” del padre Antonio Royo Marín, y del libro “The Climax of Prophecy” del señor Richard Bauckham.