domingo, 30 de mayo de 2021

Santísima Trinidad – San Mateo XXVIII, 18-20 – 2021-05-30 – Padre Edgar Díaz

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El Misterio de los Misterios. Así se la llama a la Santísima Trinidad, porque es el fundamento de todos los misterios de Dios, incluido el de la Encarnación.

También se la llama el Misterio Inefable, es decir, que no se puede decir o explicar. Solo podemos conocer que Dios es Trinidad porque Dios mismo se ha dignado revelarlo en la Sagrada Escritura.

Con mucho esfuerzo y dificultades alguien podría llegar al conocimiento de la existencia de Dios absoluto y eterno, a través de la filosofía o del conocimiento natural, pero nunca llegaría a conocer que Dios es Trinidad.

La misma definición de la palabra nos indica que un misterio es una realidad inaccesible a la razón y que solo puede ser conocida por la fe.

Monseñor Lefebvre dice que “Dios es amor porque el amor se da entre personas. Porque Dios es amor podemos intuir que hay Personas. Pero esta intuición no la podríamos tener sino a partir del dato revelado de que en Dios hay tres Personas.

En sí mismo el misterio de la Santísima Trinidad está implícito en el conocimiento de la existencia de Dios. Es necesario hacer aquí una distinción con respecto a cómo o para quién es implícito este misterio: el misterio de la Santísima Trinidad está implícito en el conocimiento de la existencia de Dios, no para nosotros, sino para Dios. Es por eso por lo que fue necesario que Dios nos revelara este misterio.

El conocimiento de esta verdad es tan importante que sin ella no podríamos alcanzar la salvación, ya que no podríamos conocer al verdadero Dios. Es por eso por lo que, en todo catecismo, en toda educación religiosa, la base de la cual se debe partir y que hay que bien asentar es el conocimiento del misterio de la Santísima Trinidad.

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A simple vista, esta incapacidad humana de llegar a conocer la existencia de tres Personas en Dios parecería ser un impedimento en la búsqueda de Dios. Pero, contraria y sorprendentemente, no lo es, ya que, a pesar de nuestra incapacidad, lo sabemos, y esto, por gracia de Dios, que quiso revelar el misterio.

Tener este conocimiento revelado por Dios es una garantía de estar tras los pasos del verdadero Dios, pues la misma dificultad y complejidad de la noción de la Santísima Trinidad no podría venir de intelecto humano alguno sino de un intelecto superior como el de Dios.

La conciencia de la propia incapacidad de poder conocer los misterios de Dios en profundidad llevó a los santos a gozar de sus limitaciones e imperfecciones, como fue el caso de Santa Teresa de Lisieux. Gracias a sus imperfecciones, ella estaba segura de estar siendo enseñada y guiada por Dios mismo, y no de estar siendo engañada por alguna tramoya del diablo, o por ideas propias nacidas de la soberbia personal. Daba muchas gracias a Dios por sus imperfecciones que la hacían confiar solo en Dios, y desconfiar de sí misma.

Así, por caer en el engaño de confiar en la propia capacidad imperfecta del ser humano, algunas religiones sostienen ser monoteístas, es decir, de creer en un solo Dios, pero lamentablemente no alcanzan a conocer al verdadero Dios, y por esa razón, no se las podría llamar monoteístas.

Dicen adorar a un solo dios, y eso es verdad, y si entienden a dios como persona, la conclusión lógica a la que llegan es que dios es una sola persona. Jamás se les ocurriría a ellos llegar a concluir que en Dios hay tres Personas. Tampoco a nosotros se nos habría ocurrido llegar a concluir o a concebir que en Dios hay tres Personas, a menos que se nos lo hubiera revelado.

Tal es el caso del Islamismo. No adoran al verdadero Dios porque su dios no es Trino, sino unipersonal. Es un dios conceptualizado en una mente humana. En consecuencia, el islamismo no es una religión monoteísta, sino mono-idólatra, ya que adoran a un dios, pero no al verdadero.

Lo mismo se dice para el judaísmo.

No faltaron en el Antiguo Testamento referencias al misterio de la Santísima Trinidad: los plurales mayestáticos con los que Dios habla de sí mismo en el libro del Génesis (cf. Génesis I, 26; III, 22; XI, 7); el símbolo de los tres varones ante los cuales se postró Abraham (cf. Génesis XVIII, 2); la repetición triple de la palabra de Dios (cf. Éxodo III, 6; III, 15-16; IV, 5; Salmo LXVI, 7-8; Isaías VI, 5); las referencias a la Sabiduría y al Espíritu (Sabiduría IX, 17; Isaías XLVIII, 16; Isaías LXI, 1).

Sin embargo, el judaísmo rechazó a Nuestro Señor Jesucristo, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, y, de este hecho, podemos concluir que o no entendieron o no quisieron entender estos conceptos trinitarios que Dios les había revelado en el Antiguo Testamento. Al rechazar a Jesús, Segunda Persona, rechazaron a toda la Trinidad: “Yo te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si Tú eres… el Hijo de Dios… Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, y dijo: ‘¡Ha blasfemado!’… ‘Merece la muerte’” (San Mateo XVI, 63-66).

En consecuencia, el judaísmo adora a un dios que es unipersonal que no es el verdadero Dios. Es por eso por lo que tampoco se la puede llamar una religión monoteísta, sino mono-idólatra, al igual que el islamismo.

El hecho de que el término monoteísta fuera mal aplicado al judaísmo y al islamismo lo sostuvo el santo obispo Monseñor de Castro Mayer; es por esto por lo que podemos decir que estamos muy bien encaminados y respaldados por la doctrina de la Santa Iglesia.

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En el Apocalipsis, el mensaje de los Dos Testigos es el testimonio de la Iglesia ante el mundo hasta el punto de dar la vida en martirio para precisamente conducir a las naciones a la conversión, antes del juicio. No cabe ninguna duda que serán juzgadas por no haber querido conocer al verdadero Dios.

Dicho esto, los Dos Testigos son enviados por Dios a destruir la falsedad que el misterio de la iniquidad presentará a la humanidad: una parodia de la Santísima Trinidad, a la cual se exigirá que se le adore. El dragón, que representa al diablo que es arrojado a la tierra; parodia del Padre (cf. Apocalipsis XII, 7-9); a su vez, asistido por la bestia que sale del mar, el anticristo; parodia del Hijo (cf. Apocalipsis XIII, 1); y la bestia que sale de la tierra; parodia del Espíritu (cf. Apocalipsis XIII, 11).

Esta “trinidad satánica” representa, por tanto, las fuerzas de oposición a Dios que disputan su gobierno como Creador del cielo, la tierra y el mar (cf. Apocalipsis X, 6). Se oponen a los Dos Testigos, ya que a ellos se les fue dada autoridad sobre el cielo, la tierra y el mar (cf. Apocalipsis XI, 6). La trinidad satánica arrastrará a más de uno al infierno.

En la trinidad satánica del Apocalipsis el dragón del cielo (el diablo) se relaciona con la primera bestia, la bestia del mar (el anticristo), como Dios Padre se relaciona con el Hijo. La segunda bestia, la bestia de la tierra (el falso profeta), se relaciona con la primera bestia (el anticristo), no como el Espíritu Santo con el Hijo, sino como los profetas inspirados por el Espíritu Santo se relacionan con el Hijo.

La segunda bestia (el falso profeta) actúa en nombre de la primera bestia (el anticristo) (cf. Apocalipsis XIII, 12.14). La segunda bestia (el falso profeta) da testimonio de la divinidad de la primera bestia (el anticristo) con señales portentosas (cf. Apocalipsis XIII, 3-4), mientras que los Dos Testigos, que están de pie ante el verdadero Señor de la tierra (cf. Apocalipsis XI, 4), dan testimonio de Cristo con milagros (cf. Apocalipsis XI, 6).

Si el Misterio Inefable de la Santísima Trinidad no fuera importante para nuestra salvación no se habría tomado el diablo tanto empeño en maquinar semejante parodia para engañar a los elegidos. 

No le bastó al diablo engañar a la gente con un dios unipersonal como el del judaísmo y el islamismo para hacerles caer de este modo en la mono-idolatría. Al final de los tiempos hará la guerra a los Dos Testigos con una falsa trinidad hasta vencerlos y engañar incluso a los elegidos.

Para los que queremos ser fieles al Dios verdadero es un gran consuelo saber, gracias a su bondad que se dignó revelarnos tan maravillosa verdad como lo es el misterio de la Santísima Trinidad, que Él es Un Solo Dios y Tres Personas.

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Para poder entender un poco el misterio de la Santísima Trinidad debemos hablar del término “persona” y de aquello que hace o constituye a una persona. ¿Qué es lo que hace a alguien ser persona?

Dios es Uno. Todo lo que hay en Dios Absoluto es Uno y Común, por eso, somos monoteístas, creemos en un solo Dios. Ahora bien, Dios nos revela la existencia de Tres Personas en Dios. Esto parece a simple vista una contradicción, o una mala conclusión, pero Dios no nos puede mentir. Nos está diciendo la verdad. De modo que debemos nosotros esforzarnos por entender qué significa esto. Es decir que a partir de la existencia de las tres Personas en Dios podemos deducir que en cada una de las tres Personas hay todo lo que hay en Dios Absoluto, Uno y Común. La realidad en Dios, entonces, es personificada en Tres Personas distintas. 

La palabra “personificación” significa que cada una de las Personas toma la realidad de Dios y la hace suya, es decir “personal”, esto es, se apropia de la realidad de Dios de una manera exclusiva.

Esto, a su vez, hace que cada Persona tenga algo propio por lo que le hace distinta de las otras dos. Es por esto también por lo que decimos que cada Persona es relativa, es decir, se relaciona con las demás de un modo propio. Las tres Personas en Dios son relativas entre sí.

Esto que tienen de propio cada Persona es una distinción real. Esta distinción real en cada Persona se la conoce como “la relación de origen”. Así, la relación de origen es lo único que cada Persona de la Santísima Trinidad puede tener de propio. 

Así, el Padre, como dice Santo Tomás de Aquino, es la Fuente de la Divinidad.

De Él, del Padre, procede, por vía de pensamiento o de inteligencia, El Hijo Engendrado. El Padre piensa, se conoce, y esto es el Hijo. Esto es lo propio del Hijo, proceder del Padre por vía de pensamiento o de inteligencia. Ésta es su relación de origen: proceder de la inteligencia o pensamiento del Padre. El Padre, por su parte, es No Engendrado. 

Para que podamos entender cómo procede el Hijo del Padre, usamos la siguiente analogía. En los seres humanos, un pensamiento, o un conocimiento, o una palabra, procede de nuestra inteligencia.

A semejanza, del Padre procede el conocimiento de Sí mismo, y este conocimiento personal de Sí mismo, es llamado el Verbo, o Palabra, o el Hijo Engendrado desde toda la eternidad.

Como el Padre y el Hijo son dos Personas distintas, surge entre ellos el suspiro de amor. Al conocerse el Padre y el Hijo se aman mutuamente e irradian ese amor personal que es la tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo. De este modo, el Padre es la fuente original de dos procesiones, una intelectual, el Hijo, y la otra volitiva, o de amor, el Espíritu Santo, aunque este último procede conjuntamente del Padre y del Hijo. 

El amor espirado por el Padre y el Hijo es la Persona del Espíritu Santo. Es el amor de Dios apropiado y hecho personal. Estas dos procesiones son consustanciales con el Padre en la única y misma sustancia de la divinidad. 

Dos pájaros tienen la misma naturaleza y esencia porque son pájaros, pero no son una misma sustancia. Dos hombres tienen la misma naturaleza, pero no son la misma sustancia. No somos consustanciales.

En cambio, en Dios, las Personas son consustanciales. En una sola de cada una de estas Personas, están siempre las tres Personas. Son inseparables por la consustancialidad.

Gracias a esto pudo Jesús decir a Felipe: “El que me ha visto, ha visto al Padre… ¿No crees que Yo soy en el Padre, y el Padre en Mí? … Creedme: Yo soy en el Padre, y el Padre en Mí” (San Juan XIV, 9-11).

Esa consustancialidad fue definida por la Iglesia. De esa consustancialidad es que cada Persona se apropia la subsistencia y la hace propia y personal y por lo tanto la constituye en una Persona.

Le definición de persona dada por Santo Tomás de Aquino es la siguiente: sustancia individual de naturaleza racional. Sin embargo, no es la naturaleza racional lo que constituye formalmente a la persona. Un caso muy particular para ilustrar esto es el de Nuestro Señor Jesucristo, quien posee naturaleza humana completa y perfecta, y, sin embargo, no constituye persona humana. Él solo es Persona divina. Por otro lado, Dios, que posee una naturaleza racional, inteligente y volitiva, y divina, tampoco su naturaleza le constituye en Persona.

Por lo tanto, no es la naturaleza la perfección que hace a una persona, pues esto no ocurre ni siquiera en Dios. Este error no proviene de Santo Tomás de Aquino, sino de la mala interpretación de Santo Tomás de Aquino, de algunos de sus discípulos, principalmente Cayetano.

Pero tampoco es la pura subsistencia la perfección que hace que sea constituido en persona, porque no todo lo que subsiste y existe es persona, como por ejemplo un gato, que subsiste y existe, pero no es persona. Solo es persona quien subsiste y existe y es de naturaleza intelectual o racional, como es el caso de los humanos.

La solución a este problema es sostener que es la subsistencia lo que hace persona, pero solo en cuanto que subsiste como sustancia individual. Esto es lo que constituye a una persona. Dios subsiste como absoluto, y como tal, esa subsistencia no constituye Persona, puesto que esa subsistencia es común a las tres Personas, pero, cuando se hace propia, allí, entonces, constituye Persona. Luego, la perfección que constituye persona es la subsistencia en cuanto es apropiada o individuada por una naturaleza intelectual o racional, como la humana, y la divina. 

La naturaleza es perfección solo en el orden de las esencias, y la forma también (teoría hilemórfica). Algunos llegaron a pensar que la naturaleza intelectual es lo más perfecto, y, a partir de esto, llamaron a Dios como el Ipsum Esse Intelligens (Definición modernista hegeliana de Dios). Este error de ponderar a la naturaleza racional como la perfección máxima es lo que filosóficamente llevó al modernismo. 

Entendiendo bien a Santo Tomás de Aquino podemos concluir que la perfección que hace a una persona es la subsistencia propia e individua en una naturaleza racional. Es el subsistir en plenitud, que implica tener perfecciones puras tales como el vivir, el inteligir (la actividad intelectual), el amar, el querer, perfecciones propias que corresponden solo a una naturaleza racional, humana o divina.

En Dios la subsistencia es pura; por eso es acto puro, e incluye todas las otras perfecciones. Dios es la plenitud de ser, y por eso es el Ipsum Esse Subsistens, es el Mismo Ser que Subsiste, por su propia esencia, mientras que nosotros las creaturas somos ser solo por participación. Somos ser participado por Dios.

A sus creaturas los hombres Dios le comunica el ser por medio de la participación. Ese ser hace que tengamos una subsistencia propia, incomunicable, individualizada, que nos hace persona en nuestra naturaleza racional. En Dios, en cambio, la comunicación de su Ser Absoluto entre las Personas no es por participación, sino por consustancialidad.

Al ser apropiado el Ser Absoluto, propio e incomunicable, constituye una Persona divina en la naturaleza divina. Se constituye, desde toda la eternidad, la Persona del Padre (Persona Paterna), la Persona del Hijo (Persona Filial), y la Persona del Espíritu Santo (Persona Espirada).

Así, el ser Padre, no es lo mismo que ser Hijo, puesto que el Hijo es engendrado. Lo que tiene el Padre como Padre no lo puede tener el Hijo como Hijo. Y lo que tiene el Hijo como Hijo no lo puede tener el Padre como Padre. Y lo que tiene el Espíritu Santo como espirado no lo tiene ni el Padre, ni el Hijo. 

Después de siete siglos, un seguidor de Santo Tomás de Aquino de gran calibre, el padre Cornelio Fabro, finalmente restauró la noción del Ser Subsistente (Esse Subsistens) de Santo Tomás de Aquino en toda su plenitud. Esta noción había sido mal entendida por algunos filósofos que se consideraban discípulos de Santo Tomás. De esa mala interpretación surgieron muchos errores graves.

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Al misterio de la Santísima Trinidad no llegaremos a entenderlo nunca, ni siquiera en toda la eternidad. Toda la eternidad consistirá en la contemplación de Dios Absoluto y Trino. Pero no se agotará la eternidad, y no podremos agotar jamás el inefable misterio de la Santísima Trinidad.

Así se nutre nuestra alma, con los misterios de Dios. Sus misterios serán el objeto de toda la beatitud sobrenatural en el cielo, puesto que conoceremos a Dios, le veremos cara a cara, pero nunca totalmente. Esa será la delicia eterna, que ni una eternidad será suficiente para comprenderla.

Esto nos lleva a valorar nuestra fe. Aquí en la tierra ya nos servimos de elementos para conocer y amar y servir al verdadero Dios, Único, Uno y Trino.

El estudio de estos misterios es lo que nos mantendrá firmes en la fe. Amén.

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Agradecimiento al libro “The Climax of Prophecy” de Richard Bauckham.