Santiago Apóstol Guido Reni |
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Santiago, hijo del Zebedeo, hermano del Apóstol Juan, y natural de Galilea, llamado junto con su hermano entre los primeros Apóstoles, abandonando a su padre y sus redes, siguió al Señor; y ambos fueron designados por el mismo Jesús con el nombre de Boanerges, es decir, Hijos del trueno.
Fue uno de los tres Apóstoles preferidos de Jesús, a quienes escogió como testigos de su Transfiguración y del milagro que realizó cuando resucitó a la hija del principal de la Sinagoga, y como acompañantes en el huerto de los Olivos, cuando se retiró a orar al Padre momentos antes de ser detenido por los judíos.
Predicando en Judea y Samaría la divinidad de Jesucristo, después de la Ascensión de Éste a los cielos, ganó a muchos para la fe cristiana. Partió luego a España, donde convirtió a algunos a la religión de Jesucristo; siete de ellos, consagrados obispos por San Pedro, fueron los primeros obispos de España.
De vuelta a Jerusalén, como convirtiese a la verdadera fe, entre otros, al mago Hermógenes, Herodes Agripa, que había sido elevado al trono bajo el emperador Claudio, para ganarse la voluntad de los judíos, pretextando que Santiago predicaba libremente la divinidad de Jesucristo, le condenó a muerte. Al verle soportar tan valerosamente el martirio, el que lo había conducido al tribunal se declaró al punto cristiano.
Fue en las proximidades de la Pascua cuando Santiago, antes que todos los demás Apóstoles, dio testimonio de Jesús, derramando su sangre en la ciudad de Jerusalén. El cuerpo del Apóstol fue trasladado a Compostela, España, y es en este día que la Iglesia celebra su memoria.
San Juan Crisóstomo señala que en el Evangelio primero se pone de manifiesto la imperfección de los Apóstoles, para que luego pueda verse claramente la transformación que la gracia obró en ellos: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha, y el otro, a tu izquierda, en tu reino” (San Mateo XX, 21). Vemos aquí su ambición por lo material.
Es evidente que no pedían nada espiritual y que ni remotamente pensaban en el reino de los cielos. Y Jesús les descubre la llaga de su alma, para poder aplicarles el remedio. “¡No sabéis lo que pedís!” (San Mateo XX, 22). Si lo hubieran sabido, no habrían osado pedirlo.
Ignoraban lo grande y admirable, y hasta qué punto superior a los mismos círculos más cercanos a Dios, eran los tronos en el reino de Dios. Aspiraban a que se les reservaran los primeros de esos tronos temiendo que San Pedro fuese preferido a ellos.
Y Jesús añadió: “¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?” (San Mateo XX, 22). Parece seguir diciendo Jesús: “Vosotros me habláis de honores y coronas; mas yo me ocupo de solo de luchas y de sudores. No es hora todavía de recompensas, ni de glorias; estamos aún en tiempo de persecución y peligros”.
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Estamos aún en tiempos de persecución y peligros. En la lucha contra el mal hay todavía batallas por ganar. El misterio de iniquidad del que habla San Pablo (cf. 2 Tesalonicenses II, 7) está a punto de revelarse en toda su plenitud, y está acelerando los pasos porque sabe que le queda poco tiempo.
La única institución en la tierra capaz de hacer frente a la iniquidad es la Iglesia Católica. Es por esta razón que es y será atacada con ferocidad. En esos ataques se ha llegado hasta límites impensados: la apostasía de su aspecto visible en la tierra – la Iglesia ha quedado acéfala. Ha perdido terreno ante el avance del mal; pero será detenido en el desenlace de la lucha por la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo a reinar sobre la tierra.
Similarmente a la apostasía con la que los judíos recibieron la Primera Venida de Nuestro Señor Jesucristo, será la apostasía con la que será recibida su Segunda Venida, solo que esta vez de parte de los cristianos.
En el Evangelio del Domingo IX después de Pentecostés cuya memoria celebramos hoy Jesús le recriminó a Jerusalén no haber conocido el tiempo en que Dios la visitó con su misericordia, y le predijo su destrucción. Ambas realidades son imágenes de lo que sucederá en los últimos tiempos antes de su Segunda Venida: “… no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no conociste el tiempo en que has sido visitada” (San Lucas XIX, 44).
Luego “entró en el Templo y se puso a echar a los vendedores” (San Lucas XIX, 45), porque habían convertido la Casa de Oración de Dios en un vil negocio bajo el escudo de la religión.
Jesús hizo este gesto con violencia. No hay ni debe haber pacifismo cuando se trata de purificar el Templo de Dios convertido por los mercaderes en “una cueva de ladrones” (San Lucas XIX, 46). La importancia de este gesto está manifestada en el hecho de que lo hizo tanto al principio como al final de su vida pública. Jesús jamás habría empleado ese modo si lo que estuviera en riesgo no fuera el verdadero culto a Dios.
La Epístola de este Domingo (1 Corintios X, 6-13) nos transmite un mensaje de decisiva importancia: así como los judíos en el desierto, abandonaron las directivas de Dios, es decir, apostataron, y se hicieron un becerro de oro al cual adoraron como si fuera Dios, así también los hombres de este tiempo han abandonado las directivas de Dios, han apostatado, y se construyeron ídolos a quienes adoran como si fueran Dios, en base a inicuos diseños de perversión.
La sustitución de Dios por otros dioses es el objetivo de la idolatría, que tan enfáticamente denuncia San Pablo en la Epístola de hoy. Así como la fornicación es infidelidad en el matrimonio, la adoración de un ídolo (la idolatría) es infidelidad en la relación del pueblo elegido con respecto a Dios.
Esta infidelidad es duramente condenada por Dios, pues trae intrínsecamente consigo la razón de la condena.
En su Primera Epístola San Juan dice explícitamente que “hay un pecado para muerte” (1 Juan V, 16). ¿Acaso no mata todo pecado mortal? Dios hace aquí una distinción diciéndonos que hay un pecado que es peor entre todos los pecados mortales: el pecado de apostasía, que consiste en apartarse da la fe verdadera, y que conduce irremediablemente a la idolatría. Es un pecado para muerte porque no tiene perdón de Dios.
El pecado de apostasía no pesa tanto en la conciencia de la gente. Normalmente se examinan sobre pecados tales como robar, matar, fornicar, etc., pero hacen omisión del pecado de apostasía.
¿Qué bueno sería si se examinaran sobre cómo están viviendo su Fe Católica? ¿Qué bueno sería si descubrieran el engaño de estar adhiriendo a una fe que no es la verdadera? ¿Cuánto bien les haría a sus almas saber que hay una Verdadera Fe Católica que defender? Esto, al menos, les pondría en guardia de caer en la trampa.
A partir de la apostasía pública de la Cabeza visible de la Iglesia Católica, la Casa de Oración de Dios se ha convertido en una cueva de ladrones. Simplemente la fe que profesa no es la Verdadera Fe Católica, sino una nueva fe que se hace pasar por católica.
Esta nueva fe es la que ha venido siendo enseñada en instituciones católicas tales como seminarios, universidades y colegios. Así han logrado reemplazar la Verdadera Fe Católica por otra fe en millones de personas, lo que ha llevado a formar una legión de “católicos apóstatas” que, tal vez sin culpa alguna, hoy creen ser verdaderos católicos. En consecuencia, la apostasía es abrumadora.
Esta legión de “católicos apóstatas”, a su vez, viven en el mundo según principios nuevos que provienen del Anti-Concilio Vaticano II. Uno de estos nuevos principios es el ecumenismo (mal entendido), que pretende aunar en una sola religión a todas las religiones, respetando, por supuesto, a cada grupo, sus falsos dioses. Es, en definitiva, un ecumenismo idolátrico.
Dentro del mundo político, la apostasía se expresa principalmente a través del pandemonio de la democracia, que ha permitido cambiar los principios sociales de la Iglesia Católica por los cuales se deberían regir los gobiernos por otros principios provenientes principalmente del socialismo.
En la sociedad, es el hombre quien ocupa el primer lugar, el lugar de Dios. Es el antropoteísmo, con el cual el hombre se endiosa. Es la idolatría del hombre en donde más se ensaña la expresión de la apostasía en el mundo.
Dentro del ámbito de las religiones, la expresión de la apostasía se da en la libertad religiosa, según la cual todos los cultos valen, de acuerdo con la elección de la consciencia de cada uno.
Ninguno de estos conceptos debería ser admitido por un verdadero católico. Por el contrario, los falsos católicos los admiten simplemente, creyéndolos verdaderos principios católicos. Los aceptan como un postulado, es decir, como un principio que se admite como cierto sin necesidad de ser demostrado (o cuestionado).
No caen en la cuenta de que, al aceptar estos nuevos principios, están aceptando implícitamente la desviación de la Verdadera Fe, es decir, la apostasía, la cual es pecado para muerte. Ésta es la razón que llevó al Obispo Monseñor Lefevbre a decir que para poder seguir siendo católico es necesario salir de la Iglesia Conciliar. En sentido práctico, salir significa no aceptar sus principios; no acudir a su falso culto y a sus falsos sacramentos.
En la Epístola a los Hebreos San Pablo nos dice que una vez que hemos sido iluminados, y hemos aceptado ese espíritu de iluminación y de gracia de Dios, si recaemos en lo de antes, ya no tenemos perdón, porque se desprecia el sacrificio redentor por el cual hemos sido redimidos por Nuestro Señor Jesucristo (Cf. Hebreos VI, 4-6). Despreciamos a Cristo, y al Espíritu Santo.
Y en Hebreos X, 26-29 repite esta idea: “Porque si pecamos voluntariamente, después de haber recibido el conocimiento de la verdad, no queda ya sacrificio por los pecados sino una horrenda expectación de juicio… [porque] se pisotea al Hijo de Dios, y considera como inmunda la sangre del pacto… y ultraja al Espíritu de la Gracia”.
Lo dice taxativamente. El pecado de apostasía no tiene perdón. No porque Dios no pueda o no quiera perdonar, ya que Dios perdona todo, sino porque la persona se “corta” de la mano de Dios, que la salva. Es cortar la soga de alguien suspendido sobre un precipicio.
En el orden sobrenatural, el pecado de apostasía invalida o inutiliza todo: es decir, se impide el acceso a la gracia de Dios que viene a través del Sacrificio, la Santa Misa. No tiene remisión porque va en contra del mismo origen de la salvación (la gracia de Dios; la Fe verdadera).
La Iglesia Católica está reducida a un pequeño rebaño. Se mantiene gracias a la misericordia de Dios. Si los tiempos no fueron acortados nadie se salvaría. Esto nos lleva a sopesar la gravedad de las cosas y de los acontecimientos actuales.
Es menester, más que nunca, la fidelidad a la sacrosanta tradición de la Iglesia y su doctrina. A solo esto hay que adherir y mantener para poder pertenecer al pequeño rebaño sin pastores que lo dirija. Hoy no todo el mundo tiene a la mano un verdadero sacerdote, la verdadera Misa, y los verdaderos sacramentos.
Los “sacerdotes” de la Nueva Iglesia, la Nueva Misa de Montini (Pablo VI), los “sacramentos” de la Iglesia Conciliar del Vaticano II, son falsos. Roma ha perdido la fe, y hoy, es la sede del anticristo.
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La falsa misa del año 1962 (también conocida como rito “extraordinario”, mote que le fue dado por el falso Papa Benedicto XVI) que suplantó la verdadera Misa Católica en vistas a introducir, por industria de Bugnini, la Misa Nueva del Vaticano II en 1969, ha sido suprimida por el Sr. Bergoglio.
La misa del año 1962 es una burla de la Santa Misa Católica de San Pío V. Fue introducida con el objetivo de engañar, como es propio de los falsos pastores, y de hacer caer en la apostasía, para deliberadamente reemplazar a la Iglesia Católica.
Esta falsa misa ha servido por aproximadamente 60 años para entretener, calmar los ánimos, desviar la atención del problema real, y mantener a los verdaderos fieles católicos dentro de la secta Vaticano II.
Ahora los fieles que aún se encuentran dentro de las estructuras y gobierno de la Nueva Iglesia del Nuevo Orden del Anti-Concilio Vaticano II están obligados a darse cuenta de que organizaciones tales como la Fraternidad de San Pedro (FSSP) y la Neo-Sociedad de San Pío X (NSSPX) son igualmente partes del problema ya que capitularon ante la Nueva Iglesia del Nuevo Orden del Anti-Concilio Vaticano II.
Los Padres y Doctores de la Iglesia han sido siempre claros con respecto a la Fe Católica. Cuando se trata particularmente de los sacramentos no puede haber compromisos. La Nueva Iglesia del Nuevo Orden del Anti-Concilio Vaticano II no tiene sacerdotes. Los que parecen ser sacerdotes no son sacerdotes verdaderos por no haber sido consagrados a través de una fórmula católica válida, ni tampoco por verdaderos obispos.
En consecuencia, no ofrecen a Dios el Sacrificio. Son solo pastores, a la manera de los “pastores protestantes”, solo que han sido “instalados”, a la manera de una ordenación sacerdotal católica, por “obispos” que, a su vez, no son verdaderos obispos. Por lo tanto, la Nueva Iglesia del Nuevo Orden del Anti-Concilio Vaticano II no tiene ni Misa válida, ni sacerdocio real.
En consecuencia, el decreto del 16 de julio de 2021 del Sr. Bergoglio le hizo un gran favor a la Iglesia Católica, al suprimir la Nueva Misa del año 1962, fabricada por Bugnini, conocida como Misa de Juan XXIII, lo que demuestra que fue un engaño para “atrapar” a muchos dentro de la Nueva Iglesia.
El Sr. Bergoglio (y sus predecesores) es, sin duda, un enemigo de la verdadera Iglesia Católica. Un nuevo hereje como Martín Lutero, aunque mucho peor. Ha admitido ser marxista / comunista, luego, es un excomulgado, de acuerdo con el decreto de 1948 del Papa Pío XII, que declaró que “los que profesan la doctrina comunista deben ser excomulgados como apóstatas de la fe católica”.
El pequeño rebaño está extendido por todo el mundo. Con verdaderos sacerdotes católicos escondidos en cuevas, con fieles que se juegan la vida por la verdadera doctrina sorteando obstáculos para poder asistir a la verdadera Misa y a los verdaderos sacramentos, y no está asociado con la herética Nueva Iglesia del Vaticano II y sus nuevos Papas.
Ahí está la verdadera Fe Católica. Allí continuará estando mientras así lo disponga la Providencia de Dios.
A su debido tiempo, Cristo pondrá en orden las cosas en Su Iglesia. Pero, por ahora, es demasiado pronto; aún tiene que pasar mucha agua por debajo del puente. Hay todavía demasiada gente confundida, que por un lado creen, en buena fe, ser católicos, mientras que, por otro lado, niegan o se oponen a la verdadera Misa Católica, los verdaderos sacramentos, y la verdadera doctrina y moralidad.
La actitud apropiada del verdadero católico en estos tiempos no es lamentarse, sino agradecer a Dios por la verdadera Iglesia dondequiera que exista. Esa verdadera Iglesia ciertamente no es la Nueva Iglesia apóstata, del Nuevo Orden, del Vaticano II, no importa cuán rociada esté de textos en Latín para encubrir su apostasía.
Ahora que el trigo se está comenzado a separar tan obviamente de la paja, vemos mucho más claramente cómo éste es un tiempo de gran promesa para la verdadera Iglesia Católica de Jesucristo. Amén.
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Me he servido de las lecciones del Breviario en la Fiesta de Santiago Apóstol; de la Biblia de Monseñor Straubinger; y de la página traditio.com.