El Fariseo |
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El pecado del fariseo, es pecado de soberbia espiritual, de corrupción de la religión, y de desprecio por el prójimo. Es el “non serviam” de Satanás.
El pecado del fariseo surge de la soberbia actitud de no querer reconocer su miseria y de que su miseria no sea conocida por los demás. Es un simulador. Es la forma más repulsiva de cinismo; una expresión de lo demoníaco.
Se da, sobre todo, en los peces gordos. Es la corrupción propia de los aristócratas: de la vida política, social y religiosa. De estos tres reinos, es en la vida religiosa donde alcanza la perversión extrema, porque es la perversión de lo mejor, y la perversión de lo mejor es lo peor.
A la gente corriente no le interesa fingir, ni se molesta en parecer diferente de lo que es. Todo hombre de cultura, en cambio, todo experto en la vida política, social y religiosa, es al menos potencialmente un hipócrita.
La cultura y la religión le dan un refinamiento que le permite llevar una vida doble: una aparente, limpia y respetable, y otra secreta que se revuelca en el pecado y en todas las podredumbres que Jesús denunció en su ataque contra los fariseos.
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Filosóficamente hablando el fariseo es un idealista. El máximo exponente del idealismo que ha habido en el mundo es el filósofo alemán Georg Hegel.
Maurice Merleau-Ponty escribió que “todas las grandes filosofías del siglo pasado —las filosofías de Marx (Marxismo, Comunismo) y Nietzsche (Nihilismo), la fenomenología (de Karol Wojtyla), el existencialismo alemán y el psicoanálisis (de Freud)— tuvieron sus comienzos en Hegel”.
Una pequeñísima muestra de su perversidad salta a la vista en “la contradicción” y “la negación” como parte de su sistema de pensamiento: “algo es y no es al mismo tiempo”. Esto va contra toda lógica; va en contra de los principios básicos inscritos en el ser humano. Su sistema revolucionario es llamado “filosofía de la absoluta negación”, incluso de la negación de Dios.
El fariseo no tiene ningún escrúpulo en decir que él es el más religioso de todos, y mostrar con sus actos, al mismo tiempo, que es fundamentalmente irreligioso; se ve flagrante la contradicción. Se contradice a sí mismo, mostrando una apariencia tras la cual esconde su verdadera esencia, la de un perverso interior.
Para él, la santidad consiste en solo mostrarse piadoso; pero en realidad no tiene una relación profunda con Dios, ni le interesan las cosas de Dios. Es un hipócrita. Es, y no es, al mismo tiempo; siendo así fiel al sistema filosófico que lo avala. Es una persona dividida, constantemente mostrando algo que no es.
En el Evangelio de hoy, vemos cómo es un idólatra de sí mismo. Le exige y le pide a Dios una discriminación explícita de todos los demás que en comparación suya son unos pedazos de sinvergüenzas, asaltantes, injustos, adúlteros, ignorantes, incultos, mentecatos y despreciables...
En este gesto, el fariseo raya la impiedad, porque muestra que no sabe quién es Dios, gozo y alivio de los humildes.
El Ayuno, el diezmo, las limosnas… nada valen de nada si están viciados por el amor propio, el orgullo, y el desprecio al prójimo. De nada vale tampoco, a posteriori, dar gracias a Dios por todos los beneficios que ha recibido.
La obra buena por sí misma no vale de nada sobrenaturalmente si no es hecha por amor a Dios y al prójimo. Y si se hace por amor a Dios y por el prójimo, ¿cómo es posible que luego desprecie a los demás?
Ahí se ve patentemente la contradicción. Parece que lo hace por amor a Dios y al prójimo, pero desprecia a los demás, y, además, los humilla. En la corrupción específica de la religión podríamos ser más específicos aún: es la corrupción de la verdad.
Fue el pecado del judaísmo, que después de despreciar a Jesucristo, lo mató. Persiguió y mató a la Verdad.
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Teológicamente hablando el fariseo busca manipular la religión en beneficio propio. Es la más perversa degeneración. Tal es el caso de la manipulación más grande que se haya conocido por la que se logró corromper a muchos hombres de Iglesia hasta límites extremos.
El pontificado más largo de la historia de la Iglesia, del 16 de junio de 1846 al 7 de febrero de 1878, fue el del Papa Pío IX. Gracias a sus servicios secretos se llegó a conocer el perverso plan de la masonería de infiltrarse en la Iglesia Católica para corromperla desde dentro.
He aquí el texto masónico que manifiesta su intención de falsificar la Iglesia Católica:
“Lo que nosotros debemos buscar y esperar, como los judíos esperan el mesías, es un papa según nuestras necesidades...
Para asegurarnos un papa con las proporciones exigidas, se trata, en principio, de modelarle, a ese papa, una generación digna del reino que soñamos. Dejad a un lado la ancianidad y la edad madura, dirigíos a la juventud...
En algunos años ese clero joven, habrá, por la fuerza de las cosas, invadido todas las funciones; gobernará, administrará, juzgará, formará el consejo del soberano, será llamado a elegir el pontífice que deberá reinar, y ese pontífice, como la mayor parte de sus contemporáneos, estará necesariamente más o menos imbuido de los principios ... que nosotros comenzaremos a poner en circulación...
Que el clero marche bajo vuestro estandarte creyendo siempre marchar bajo la bandera de las llaves apostólicas... Vosotros habréis predicado una revolución en tiara y en capa, marchando con la cruz y la bandera, una revolución que no tendrá necesidad ... sino de ser un poquitito aguijoneada para poner fuego a las cuatro esquinas del mundo”.
Pues bien, nuestros días han visto el resultado de esta acción macabra de finales de 1800:
“En algunos años ese clero –dice el texto—será llamado a elegir el pontífice que deberá reinar, y ese pontífice estará imbuido de los principios masónicos…”
Así, Montini (Pablo VI), el “creador” de la Nueva Iglesia Conciliar a partir del Anti-Concilio Vaticano II, convocado a su vez por el masón Roncalli (Juan XXIII), mostró como estaba imbuido de principios masónicos:
“Poner al hombre sobre el altar” es lo propio de los francmasones. Lo dijo un mismo masón: Jacques Mitterrand, grado 33, antiguo Gran Maestre del Gran Oriente. Y Montini (Pablo VI) hizo eco a estas palabras: “Nosotros tenemos el culto del hombre” (Montini: discurso de clausura de Vaticano II, 7 de diciembre de 1965).
En la Declaración Nostra Aetate del Anti-Concilio Vaticano II, del 28 de octubre de 1965, §2, expresamente se dice que el budismo “enseña una vía por la cual los hombres, podrán adquirir … un socorro venido de lo alto”.
Y las siguientes herejías vienen de los “obispos” de los Países Bajos en el Catecismo Holandés:
“Los elementos del marxismo son de naturaleza de poner a muchos hombres sobre la vía del cristianismo vivido de una manera nueva (... Vemos en) el islamismo, el humanismo, el marxismo, un deseo inconsciente y una búsqueda a tientas del verdadero rostro de Jesucristo, que nosotros, cristianos, obscurecemos muy a menudo”.
Otro “Pontífice” imbuido en los principios masónicos fue el polaco Karol Wojtyla. Explícitamente dijo lo siguiente:
“Que San Juan Bautista proteja el Islam” (plegaria recitada por Wojtyla mismo, el 21 de marzo de 2000).
“Yo vengo a vosotros, hacia la herencia espiritual de Martín Lutero, yo vengo como peregrino” (encuentro de Wojtyla con el Consejo de la iglesia evangélica, el 17 de noviembre de 1980).
El ateísmo procura “una libre expansión espiritual” (Wojtyla, 1 de septiembre de 1980).
Y en sus famosas reuniones de Asís pidió que se ofreciera lo siguiente: “Ofrecemos la pipa al Gran Espíritu, a la madre Tierra y a los cuatro vientos” (plegaria recitada a pedido de Wojtyla, el 26 de octubre de 1986 en Asís).
Uno de los logros más perversos de la masonería fue el de sustituir por completo la Verdadera Santa Misa Católica por una adulterada.
En efecto, la Verdadera Santa Misa Católica codificada por San Pío V a partir del Concilio de Trento fue trastocada por Bugnini con cambios blasfemos, sacrílegos y heréticos, a los efectos de obtener una forma falsificada de la Misa.
Esta forma se la conoce como la Nueva Misa en Latín del Vaticano II de 1962, también conocida como Misa de Juan XXIII (Roncalli).
En su momento Mons. Lefevbre dispuso que la Fraternidad de San Pío X celebrara esta Misa, acatando sin duda, en buena fe, las instrucciones venidas de Roma.
Es difícil ver cómo los errores de esta Misa adulterada hayan podido ser detectados en tan poco tiempo de existencia. Solo después que el tiempo pasó y que se hicieron estudios sobre ella, se pudo llegar a la conclusión de su corrupción y determinar sus diferencias teológicas con la Verdadera Santa Misa Católica codificada por San Pío V a partir del Concilio de Trento.
Después de la muerte de Mons. Lefebvre y después de haber conocido estos resultados, la Fraternidad de San Pío X lamentablemente siguió celebrando la Misa fraudulenta del Vaticano II de 1962, cuando, a nuestro entender, debería haber vuelto a la Verdadera Santa Misa Católica.
Mucho más astuto que Roncalli (Juan XXIII), y Montini (Pablo VI), fue Ratzinger (Benedicto XVI). Para lograr que la Fraternidad de San Pío X se aferrara más a la Nueva Misa en Latín del Vaticano II de 1962 la liberó a través de un decreto, dándole el nombre de “forma extraordinaria del rito latino”, y permitiendo que sin tener que acudir al “obispo” fuera celebrada libremente.
Este gesto de liberación fue aplaudido por casi la mayoría del mundo católico-tradicional, y, hasta el día de hoy, sigue la confusión, incluso en verdaderos y fieles sacerdotes, sin entender que lamentablemente están defendiendo una forma adulterada de la Verdadera Misa.
En consecuencia, la Nueva Misa en Latín del Vaticano II de 1962 fue uno de los primeros pasos que les permitieron dar el gran salto y abrirles las puertas a la Nueva Misa de Montini (Pablo VI) en lengua vernácula.
El problema de la Nueva Misa en Latín del Vaticano II de 1962 fue adulterar lo que la Iglesia Católica había santificado por 2000 años trastocando el Canon y otras partes de la Verdadera Misa.
Es por esto por lo que decimos que el pasado 16 de Julio de 2021 el Sr. Bergoglio al suprimir esta Nueva Misa en Latín del Vaticano II de 1962 de Roncalli (Juan XXIII), liberada por Ratzinger (Benedicto XVI) en 2007, le hizo un gran favor a la Iglesia Católica.
Ahora solo quedan frente a frente dos claras realidades: la Verdadera Santa Misa Católica codificada por San Pío V a partir del Concilio de Trento, por la cual no hay que pedir permiso para celebrarla, sino más bien hay una obligación de celebrarla para todo verdadero sacerdote católico, y la farsa de Montini (Pablo VI) con sus guitarritas, tambores y cumbias.
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En los tiempos del Antiguo Testamento inmediatamente precedentes al nacimiento de Nuestro Señor, fueron los fariseos quienes mantuvieron el verdadero culto en el pueblo de Israel, en fidelidad a la gesta de los Macabeos.
Es por esto por lo que los fariseos gozaban del prestigio de ser la élite del pueblo judío. Provenían de la tradición de los Macabeos, que fueron los que defendieron el culto verdadero a Dios en ese entonces. Por esta gloriosa tradición ellos tenían motivo para enorgullecerse.
Pero lamentablemente se corrompieron. El orgullo religioso los pudrió por dentro. Para ellos la religión se convirtió en una afectación externa, adornada con buenas obras.
Se corrompieron en el peor orgullo que hay, el religioso. Un ejemplo de religiosidad externa. Un orgullo increíble.
Así podría pasar también a un verdadero católico que intente usufructuar de la religión. Caería en la perversión. No se debe ni se puede viciar la relación trascendental con Dios por un beneficio propio. Esto es típico del judaísmo.
No hubiera habido deicidio sin fariseísmo. El deicidio fue el culmen del fariseísmo. Mataron la Verdad Revelada. El fariseísmo termina en oposición directa a la Verdad, Jesucristo, y por redundancia, de toda otra verdad.
Por eso, la persecución de la verdad es de fariseos. Y por eso es un pecado contra el Espíritu Santo: impugnar la verdad manifiesta. El culmen del fariseísmo es el deicidio y eso fue lo que consolidó la religión judaica.
Los católicos que aún hoy están en la Iglesia Conciliar son más deicidas que los judíos, porque lo que hace la Iglesia Conciliar es un continuo y permanente deicidio. La aniquilación de la verdad en todos sus planos: litúrgico, sacramental, moral, y dogmático. Hay una permanente violencia contra Dios y su Iglesia. Quien está cómodo ahí es porque no la siente ni le importa, y en el fondo no tiene fe.
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En contraposición al fariseo, la oración del publicano es la primera oración que todo buen cristiano debe hacer: la de reconocerse pecador. No es lo mismo rezar como si uno fuera un santo que rezar como la miseria que uno realmente es.
Si uno al rezar se reconoce humildemente como un vil pecador, pues tal es nuestra condición, sale justificado.
¡Tremebunda lección!
La humildad está en la verdad. Es la humildad la actitud fundamental para perseverar en el bien y en la verdad. Amén.
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Me he servido del padre Cornelio Fabro, en su análisis filosófico del fariseísmo.