sábado, 14 de agosto de 2021

Asunción de la Santísima Virgen María – 2021-08-15 – Padre Edgar Díaz

Asunción de la Santísima Virgen María
Bartolomé Murillo

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La solemne fiesta de la Asunción de Nuestra Señora a los Cielos en cuerpo y alma es como el compendio y el coronamiento de todos los misterios de la Santísima Virgen María.

La Asunción de su cuerpo y alma al Cielo es la consecuencia lógica de haber tenido el privilegio de la gracia de ser la Madre de Dios. El Dogma de la Asunción fue promulgado por Pío XII en 1950. 

Sin entrar en los detalles de cómo fue el término de su vida aquí en la tierra, es decir, si murió, o no murió, Nuestra Señora fue asunta a los Cielos en cuerpo y alma. La Iglesia no ha llegado a determinar este detalle.

Teológicamente sería más exacto decir que murió. Pero fue una muerte de amor. San Francisco de Sales dice que murió de amor. ¡Qué mejor muerte que morir de amor!

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La muerte es una condición del compuesto humano. Es una ley natural, que después del pecado original, resultó, además, como castigo. Después de que Dios elevó a Adán y con él a todo el género humano al orden sobrenatural, Adán pecó, y la muerte pasó a ser como un castigo por esta transgresión.

De todos modos, es necesario decir que la constitución de la esencia humana es la mortalidad, dado que el cuerpo es mortal, no obstante que el alma sea inmortal. 

Por lo tanto, la unión de ambos elementos no es inmortal; tiene como exigencia la separación de los dos elementos del compuesto, y, en esto consiste la muerte.

Por esta razón Dios le dio a Adán el don preternatural de la inmortalidad, que hizo que esa unión fuese para siempre. Pero al pecar, Adán perdió ese y los demás dones preternaturales que había recibido de Dios. Esto es un misterio.

No habría ningún problema teológico en decir que la Santísima Virgen murió, aunque haya sido una muerte muy breve. Es más adecuado pensar así. Fue muerte de amor, porque Ella deseaba su beatitud eterna, ver a Dios cara a cara en el Cielo.

Muchos santos han dejado traza de esa muerte de amor. Pero en la Santísima Virgen María su muerte de amor ha sido la más excelsa. 

Por la brevedad misma de su muerte su cuerpo no alcanzó la corrupción, semejante a lo que le ocurrió a Nuestro Señor Jesucristo, que no conoció corrupción. Por eso a sus cuerpos muertos no se les puede llamar cadáver en sentido propio, porque lo cadavérico implica descomposición.

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Toda la vida de Nuestra Señora se fundamenta en el Misterio de la Maternidad Divina. De este misterio se derivan todas la gracias que Ella ha recibido, en especial, la gracia inicial de la Inmaculada Concepción. Ella es Inmaculada porque es la Madre de Dios.

Estas gracias recibidas por la Santísima Virgen María son el efecto de los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, que murió en la cruz. De lo contrario, jamás podría haber llamado “mi Salvador” a su Hijo. María también fue salvada por Nuestro Señor Jesucristo.

Si por un lado sostenemos que Ella es Inmaculada, es decir, sin pecado, y, por otro, en su visita a su prima Santa Isabel, la Santísima Virgen María se refiere a su Hijo como “mi Salvador”, entonces Ella fue preservada de pecado gracias a los méritos de Nuestro Señor Jesucristo.

La redención de María, entonces, fue una redención que se llama “de preservación del pecado”, y no una redención “de liberación del pecado”, como es el caso del resto de los mortales. Ambos tipos de redención fueron obtenidos por Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz.

Por eso, Jesucristo es Redentor Universal, pues, incluso redimió a su Madre del pecado, preservándola del pecado. De lo contrario, habría que decir que Jesucristo no fue el Redentor Universal.

Decir que todas las gracias recibidas por María derivan de la gracia de la Maternidad Divina equivale a decir que todas las gracias que Ella recibió fueron dictaminadas por Dios en el mismo decreto de la Encarnación del Verbo desde toda la eternidad. No podría haber habido Encarnación del Verbo sin Maternidad Divina ni Maternidad Divina sin Encarnación del Verbo.

Por eso, Jesucristo como Hombre, y la Virgen María, como Madre de Dios, fueron decretados en un mismo decreto desde toda la eternidad. Son los dos Predestinados por excelencia. Y toda la creación gira alrededor de Ellos. Son el Paradigma de todo el universo. Todo fue creado para Ellos, y por Ellos.

Fray Luis de León en su libro “De los Nombres de Cristo” sostiene que el Nombre “Pimpollo”, que vendría a ser el “Fruto Predilecto” de una planta, insinúa que la Encarnación del Verbo es algo querido por Dios aún cuando Adán no hubiera cometido el pecado original.  

De esto se desprende que es algo esencial en el plan de Dios, y no un accidente, como dice Santo Tomás de Aquino, al decir que la Encarnación se debió al pecado original. 

En cuanto que es el punto de vista que se desprende de lo más evidente de la tragedia humana la posición de Santo Tomás no está mal, pues fácilmente puede verse la necesidad de la Encarnación como el único remedio a la caída mortal de Adán. De todos modos, este punto de vista no deja de ser solo un punto de vista humano.

Pero considerando las cosas como Dios las considera, desde el punto de vista de la Perfección Omnipotente de Dios, la Encarnación del Verbo es el tercer grado de difusión del Ser Divino “Ad Extra”, es decir, la comunicación de ser fuera de la Santísima Trinidad.

Esto es sumamente positivo; contrariamente a sostener la necesidad de la Encarnación como remedio de algo sumamente negativo, como el pecado.

En la resolución de esta cuestión sería como quedarse con los matices tristes y melancólicos del cuadro y perderse el resplandor del sol; sería como contentarse con lo mínimo; sería hacer caso omiso a la magnificencia de la libérrima bondad de Dios en comunicar su Ser.

La plenitud del Ser Divino puede comunicar, en la causalidad trascendental, el ser por participación a todo lo que es y existe en la naturaleza. Éste es el ser natural de las cosas. Sobreañadido a ese ser está el ser sobrenatural, como participación de la Naturaleza Divina, pero solo a las creaturas racionales. 

Y hay un tercer grado de comunicación del Ser de Dios, que no es participado, sino que es comunicado consustancialmente a las Personas de la Santísima Trinidad. En la Encarnación, es el mismo Ser Divino que se una a la naturaleza humana, en la segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Esa plenitud de la Omnipotencia del Ser Divino solo podía realizarse en la Encarnación del Verbo, y antes del pecado de Adán, esto ya estaba decretado que fuera así.

Ocurrido el pecado, arruinó todo, y la Encarnación vino a ser considerada como una necesidad: que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad tomara un cuerpo humano para así poder morir en la Cruz, como remedio al colosal problema del pecado.

Como podemos ver claramente, las razones de la Encarnación son muy distintas. No son la misma razón la que tuvo Dios en su plan original, y la razón que la desobediencia de los hombres le impuso a la Bondad de Dios a inclinarse a socorrerle. 

Claro está que para nosotros lo más común es decir que Jesucristo murió por nuestros pecados; pero esta razón debería ser entendida más bien como un plan de rescate de los hombres y no la razón principal de la Encarnación.

El fundamental motivo de Dios con respecto a la Encarnación es una obra maravillosa de la Perfección Omnipotente de Dios, porque el Bien es difusivo de Sí mismo.

Luego, como ya dijimos, estaban conjuntos en un mismo decreto la Encarnación del Verbo y la Maternidad Divina de María. Y de ahí proceden todas las gracias de la Santísima Virgen María, y todas sus glorias, y toda la plenitud de la gracia.

Es ésta la razón por la cual desde el primer instante de su concepción debía ser Inmaculada, no obstante que venía de una ascendencia proveniente de la carne de Adán, de la cual participaban sus padres, Ana y Joaquín.

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La carne de Adán contaminada con el mal es la que contamina el alma cuando Dios la crea infundiéndola en la nueva constitución biológica y física que proviene de la unión de los padres. En María, su carne podría haber sido contaminada, como la de todos nosotros, pero Dios no lo quiso así. 

Una nueva persona se constituye cuando el alma es creada e infundida en una nueva constitución y, a partir de ese momento, el alma comienza a animar esa nueva constitución biológica y física. 

En ese momento, además, Dios previno el alma de María de ser contaminada por el pecado. Se produjo la Inmaculada Concepción, lo cual es claro indicio de que la Inmaculada Concepción es un privilegio, no de la carne genética y biológica, sino de la persona constituida.

La persona queda constituida en el momento en que Dios infunde el alma en esa constitución biológica-genética, y no antes, pues el alma no podría ser creada e infundida en un cuerpo que no esté previamente organizado. El cuerpo humano es orgánico. 

De aquí se puede deducir que existe un tiempo necesario entre la cópula carnal de los padres y la creación e infusión del alma por parte de Dios, tiempo en el que transcurre la organización primaria del cuerpo para poder recibir al alma y ser constituido en persona. La leña no arde hasta que no se seque, es decir, hasta que no alcance las condiciones apropiadas.

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Como todas las gracias de María Santísima le vienen de su Maternidad Divina es lógico deducir que al finalizar su vida aquí en la tierra debía ir, no solo el alma sino también el cuerpo, a gozar de la Visión Beatifica. 

“Bienaventurada me llamarán todas las generaciones” (San Lucas I, 48). ¿Cuál es la bienaventuranza perfecta? La Visión Beatífica; y la Visión Beatífica exige, en su perfección, la presencia de todo el compuesto humano de alma y cuerpo.

Cuando la Santísima Virgen dijo el Magníficat ya estaba proclamando que debía de ser asunta, porque su Bienaventuranza consiste en una Beatificación perfecta. No podía no ser asunta en cuerpo y alma.

Entender esto nos ayuda a comprender la importancia de esta fiesta, que es como el compendio y coronación de todos los misterios de María, además de ser la Coronación de Ella misma en los Cielos como Reina y Emperatriz de todos los Santos, y como Madre de Dios, Beata, además de la Coronación de haber resucitado. Todo esto involucra la fiesta de hoy.

Es el epílogo normal de esa plenitud de gracia y de gloria que tenía María por el hecho de ser la Madre de Dios, y haber sido así el vientre virginal donde se produjo la Unión Hipostática de Nuestro Señor Jesucristo.

Nuestra Madre en el Cielo es nuestra gran protectora. La Gran Protectora de la Iglesia. San Luis María Grignon de Monfort sostiene que es un signo de predestinación ser verdaderos devotos y esclavos de la Santísima Virgen María, porque Ella nos lleva por un camino más fácil y más corto que cualquier otro a su Divino Hijo, a Dios.

La devoción a la Virgen está por encima de cualquier devoción a otro Santo.

¡Que Ella nos asista en estos tiempos en que la Iglesia está reducida a su mínima expresión o pequeño rebaño sin pastores que lo apaciente y disperso por el mundo!

La crucifixión moral más dura y terrible, la más grande prueba de fe que la Iglesia haya experimentado, la de ser mantenida sin los sacramentos. Amén.