domingo, 26 de septiembre de 2021

Dios dirige los pasos del hombre… En tiempos neblinosos no se toman decisiones… Reynaldo

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Escribiéndoles a los corintios y haciendo referencia a las historias del Antiguo Testamento en relación con el pueblo de Israel, el Apóstol San Pablo les dijo en I Corintios 10: 6 que “estas cosas sucedieron como figuras para nosotros”; y prolonga la idea en el versículo 11, donde a la letra leemos que “todo esto fue escrito para amonestación de nosotros para quienes ha venido el fin de las edades”.

Por consiguiente, cuando meditamos en las distintas etapas del paso de Israel por el Mar Rojo, de su peregrinación en el desierto, de sus quejas, sus caídas, sus alabanzas, su desobediencia, etc., podemos buscar siempre una enseñanza que tiene que ver con nuestra vida espiritual.

En Moisés, el guía del pueblo, podemos ver un tipo de Cristo, el Libertador, Aquél que nos conduce de día en día hasta que lleguemos a la Tierra Celestial Prometida.

En el paso a través del Mar Rojo, podemos vislumbrar un cuadro de nuestra experiencia de conversión y de nuestras experiencias probatorias de cada día.

Las aguas amargas de “Mara” que se hallaban en el mismo camino por donde el Señor había guiado a Israel, representan las aflicciones que Dios permite que lleguen a nosotros con fines didácticos.

El leño que endulzó aquellas aguas es para nosotros el “lignum crucis” (el leño de la Cruz de Jesús) que es capaz de endulzar las penas más severas cuando de veras nos abrazamos a él.

El “maná” representa al Cristo Vivo que comulgamos en la Eucaristía.

La “roca” de la que brotó el agua simboliza el agua viva que Jesús nos da a beber.

Y así podríamos continuar descubriendo en cada detalle de la vida del pueblo de Israel un retrato de nuestras vivencias diarias con Nuestro Señor.

En esta oportunidad, vamos a leer un pasaje del Libro de Números, capítulo 9 y versículos 15 al 23:

El día en que se erigió la Morada, la nube cubrió a ésta, es decir, el Tabernáculo del Testimonio, apareciendo sobre la Morada como fuego, desde la tarde hasta la mañana. Así sucedía siempre: (de día) la cubría la nube, y de noche algo que parecía fuego. Y cuando la nube se alzaba de sobre el Tabernáculo, los hijos de Israel se ponían en marcha, y en el sitio donde se paraba la nube, allí acampaban los hijos de Israel. A la orden de Yahvé los israelitas se ponían en marcha, y a la orden de Yahvé acampaban; y quedaban acampados todo el tiempo que permanecía la nube sobre la Morada. Aun cuando la nube se detenía muchos días sobre la Morada, los hijos de Israel observaban lo dispuesto por Yahvé y no levantaban el campamento. Lo mismo hacían cuando la nube permanecía muy pocos días sobre la Morada. A la orden de Yahvé acampaban y a la orden de Yahvé se ponían en marcha. Cuando la nube se paraba sólo desde la tarde hasta la mañana, y se alzaba a la mañana, se ponían en marcha. O si se alzaba un día y una noche y después se alzaba, también ellos emprendían la marcha. Si la nube permanecía dos días o un mes o un año sobre la Morada, mientras quedaba sobre ella continuaban acampados los hijos de Israel y no se movían; mas al alzarse la nube, se ponían en marcha. A la orden de Yahvé acampaban, y a la orden de Yahvé se ponían en marcha; guardando lo dispuesto por Yahvé, según la orden de Yahvé dada por medio de Moisés. 

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Una nube cubría el tabernáculo de día y una apariencia de fuego por las noches. Cuando la nube se alzaba, ésa era la señal que les indicaba que podían seguir andando; pero cuando la nube se paraba, allí acampaban los hijos de Israel –no daban ni un solo paso más. “A la orden de Yahvé acampaban, y a la orden de Yahvé se ponían en marcha”.

El pueblo de Israel avanzaba en su peregrinación únicamente cuando Dios le decía que avanzara y se detenía cuando Él le decía que se detuviera. Y para avisarles sobre lo que debían hacer –cuándo caminar y cuándo detenerse– el Señor se valía de aquella “nube”.

Y en eso consiste precisamente el éxito de la vida de fe –en andar cada día “al paso de Dios”. Si nos ordena andar, andamos, si nos ordena detenernos, tenemos que detenernos, por más que deseemos seguir andando.

Mientras la nube cubría el Tabernáculo, todo el pueblo estaba envuelto por una neblina que no les permitía ver el camino, y, por tanto, no les quedaba más remedio que estarse quietos y esperar. Podía cubrir el Tabernáculo por “muchos días” o “pocos días”. Para ser más específicos, en el versículo 22 en el original dice: “O si dos días, o un mes, o un año, mientras la nube se detenía sobre el Tabernáculo, permaneciendo sobre él, los hijos de Israel seguían acampados y NO SE MOVÍAN.

¡Que la Santísima Virgen, que se mantuvo quieta al pie de la Cruz de Jesús cuando las tinieblas envolvieron el Calvario, nos enseñe a permanecer a Su lado y no dar un paso a menos que veamos claramente el camino!

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Hay circunstancias en la vida que pueden compararse muy bien con esa nube que baja y nos envuelve con su densidad y no nos permite ver en qué rumbo debemos ir o qué decisión debemos tomar… En esos casos, cuando el tiempo es neblinoso y no podemos distinguir con claridad el camino, ¡permanezcamos quietos!, ¡no tomemos ninguna decisión apresurada porque no sería sabia! El Salmo 45 (46), versículo 10 reza así: “Permaneced quietos y reconoced que Yo soy Dios”.

En el Salmo 36 (37): 23 dice: “Yahvé dirige los pasos del hombre…”. Y hace unos días encontré en una de mis Biblias más antiguas, una nota escrita a mano por mí hace varias décadas al margen de ese versículo donde decía: “Yahvé dirige los pasos del hombre y las paradas también”. Y rebobiné la película de mi vida y comencé a pensar en las veces que el Señor me obligó a detenerme. ¡Bendito sea Su Santísimo Nombre!

Siete años tuvieron que pasar Nuestra Señora, San José y el Niño Jesús en Egipto, en un país cuya lengua ignoraban, donde quizás no tenían muchos vecinos hebreos y muy posiblemente carecían de una sinagoga donde reunirse, además, las costumbres del país eran diferentes y dependían de una gastronomía diferente… Pero allí estuvieron HASTA que el Señor les dio la señal que les mostró que podían regresar. El ángel le había dicho a San José en sueños de parte de Dios: “Estate allí hasta que Yo te diga”.

Hay algunas versiones (por ejemplo, la Biblia de Jerusalén y la Versión Popular) donde se indica que “cuando la nube se detenía, los hijos de Israel detenían su marcha para ocuparse del servicio de Dios”.

De hecho, en hebreo se usa el término “mishméret” que significa “vigilia” y además “guardar una ordenanza”, “rendir culto”. Si reunimos todas estas acepciones, podríamos llegar a la conclusión de que, en esos momentos de duda, de detención forzosa (en contra de nuestros deseos de avanzar), de perplejidad y de ignorancia de la voluntad de Dios, sería grandioso que nos dedicáramos más a la oración, a cultivar nuestra intimidad con el Señor, a meditar en Su Palabra y a buscar Su Rostro. Y esperar…. “dos días, o un mes, o un año…” o el tiempo que sea.

En el Salmo 30 (31) David le dijo a Dios: “En Tus Manos están mis tiempos”; y Nuestro Señor les dijo a Sus discípulos: “No os toca a vosotros saber los tiempos y las sazones que el Padre ha puesto bajo Su sola potestad”.

El Padre Reginald Garrigou-Lagrange, dominico francés, escribió su libro “La Providencia y la Confianza en Dios”: “No hay fe más grande y viva que la de aquel que cree que Dios dispone todo para nuestro bien espiritual, cuando parece que nos destruye y trastorna nuestros mejores planes, cuando permite que nos calumnien, cuando altera nuestra salud de un modo irremediable o permite cosas aún más dolorosas”.

Y yo añado: Ver a Dios y estar seguro de que Su Sabiduría NO PUEDE ERRAR, de que Su Poder NO PUEDE FRACASAR, de que Su Amor NO PUEDE CAMBIAR… Saber que aún la forma más dura de proceder con nosotros es para nuestra ganancia espiritual, nos lleva a decir con Job: “El Señor dio, el Señor quitó, ¡Bendito sea el Nombre del Señor!”

Una antigua canción lo expresa así:

¿Te parece muy larga la noche, fiel vigía en la oscuridad?

Sólo alza la vista a Cristo y aliento Él te dará.

Sigue velando, que viene el día,

Sigue confiando, valiente vigía,

No te desmayes, fiel siempre te halles,

Tras sombra tan densa tendrás recompensa

Si sigues velando hasta el día.

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Mater Dolorosa, Reina de los Mártires, déjame estar a Tu lado al pie de la Cruz.

Enséñame a contemplar a Jesús con Tus Ojos Purísimos y a amarlo con Tu Inmaculado Corazón.

Déjame estar a Tu lado aguardando pacientemente –como lo hiciste Tú– a que se desvanezcan las tinieblas.

Y al igual que Tú, enséñame a permanecer confiadamente en oración.

Bajo Tu Celeste Manto, el enemigo no podrá sembrar en mí las semillas perniciosas de la queja y de la inconformidad.

Señora dulcísima, que la impaciencia no se apodere de mi corazón y tome yo decisiones apresuradas de las que luego tendré que arrepentirme.

Ayúdame a esperar en el tiempo de Dios, a respetar Sus silencios, a someterme a Sus decisiones, a besar Su Mano Todopoderosa y Sabia.

Si ves que voy a flaquear, estréchame más Contigo, tráeme a la memoria Tus dolores y su meditación me infunda aliento y esperanza.

Madre mía, Maestra Sapientísima, Amiga mía, Paloma mía, mi Poderosa Aliada en la oración, mi Rayo de Luz, de Esperanza y de Alegría, Señora dulcísima, Reina Prudentísima, mi Ama, mi Dueña, mi Patrona, mi todo después de Jesús, ayúdame.

Amén.

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Fue publicado primero en:

https://radiocristiandad.org/2015/12/15/reynaldo-dios-dirige-los-pasos-del-hombre/