Las Bodas del Hijo del Rey |
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Una cita de San Pablo de la Segunda Epístola a los Corintios explica la causa de la incredulidad: “El dios de este siglo ha cegado los entendimientos” (2 Corintios IV, 4). El espíritu mundano, obra del Diablo, ciega los entendimientos para que oyendo no oigan y no entiendan. Y continúa San Pablo: “a fin de que no resplandezca (para ellos) la luz del Evangelio…” (2 Corintios IV, 4).
Si bien esta realidad no es nueva, hoy se acentúa aún más dada la cercanía de la Venida de Nuestro Señor Jesucristo a reinar sobre la tierra. La llegada de Nuestro Señor desplazará definitivamente del escenario al Diablo y, en consecuencia, éste se juega hoy sus últimas cartas, e insiste con todo su furor en enceguecer más aún.
¿Cómo es posible entender que siendo invitados a una boda no quieran aceptar? ¿Acaso no les gusta participar de un banquete? (cf. San Mateo XXII, 1-14). El misterio de los entendimientos enceguecidos nos puede dar la respuesta. No resplandece para ellos la luz y la verdad de Dios.
Por el contrario, son fuertemente atraídos por la mentira, el engaño, y la simulación del Diablo. A lo largo de los últimos siglos la cristiandad ha sufrido un desmedro tal que hoy es prácticamente irreconocible por estar desfigurada porque ha caído en apostasía – la pérdida de la Fe.
Hacia el año 260 el Papa San Dionisio escribió una carta de carácter doctrinal al Obispo de Alejandría en la cual se condenaba la herejía de los sabelianos. Más tarde, esta herejía sería retomada por los arrianos.
En el siglo IV San Atanasio se sirvió de esa carta para reprochar a los arrianos por haber caído en la herejía de los sabelianos. Es esta carta un ejemplo de un documento definitivo emanado por la autoridad y la infalibilidad del Papa.
San Atanasio no se habría servido de ella para refutar a los arrianos si no hubiera tenido el sello del Espíritu Santo que avala a los Papas. Más tarde, dirigiéndose a Félix, San Atanasio escribió esta memorable frase: “La Iglesia romana conserva siempre la verdadera doctrina sobre Dios”.
No vemos que en Roma hoy se encuentre la verdadera doctrina. Señal de que ha defeccionado, y señal de que quienes están en el Vaticano son usurpadores.
¿Cómo es posible entender que haya empeño en sostener que los usurpadores puedan ser verdaderos Papas? ¿Acaso no son patentes sus herejías? ¿Acaso el enseñar el error no les descalifica como Papa? ¿Por qué defenderlos entonces?
El misterio de los entendimientos enceguecidos nos puede dar la respuesta. No resplandece para ellos la luz y la verdad de Dios.
La confusión entre los fieles es muy grande, causada en parte por la contradicción en la que se cae al decir, por un lado, que los usurpadores son un verdadero Papa, y, por otro lado, al proclamar a grandes voces que es necesario deslindarse de ellos para seguir siendo católicos.
Un verdadero católico no debe en absoluto tener ningún compromiso con el error; y los usurpadores, intencionalmente, propugnan el error. Estar en comunión con ellos al celebrar la Misa “Una Cum”, y tener una cierta esperanza ante la posibilidad de que estos puedan ser verdaderos Papas es participar implícitamente de la apostasía de Roma.
En consecuencia, prácticamente hoy no hay católico que tenga el traje de bodas (cf San Mateo XII, 12), justamente por seguir adherido a la defección producida por el Vaticano II.
La salvación está en la Iglesia Católica y es precisamente este dogma el más atacado por el Diablo, insistiendo en lograr que los entendimientos sigan cegados, para que justamente no reflexionen y no se salven. ¡Triste realidad!
Este penoso estado del Catolicismo es – lamentablemente – casi el mismo estado lastimoso en que se encontraba el Judaísmo cuando Nuestro Señor Jesucristo vino por primera vez. Cuando venga por segunda vez, encontrará un contexto similar, sino mucho peor.
Hoy no son solo los judíos, sino también los católicos los que apostatan, permaneciendo miembros, por ignorancia, o por lo que fuere, de la Iglesia del anticristo. Se cumple así la advertencia de La Salette: “Roma perderá la fe, y será la sede del anticristo”. Por eso dijo Nuestro Señor: “Pero el Hijo del hombre, cuando vuelva, ¿hallará por ventura la fe sobre la tierra?” (San Lucas XVIII, 8).
Y si la sal del Catolicismo dejó de salar, la humanidad se encuentra como consecuencia directa en condiciones más deplorables aún.
La incoherencia y el desequilibrio de la gente hoy está marcadamente generalizado, sobre todo en quienes están en el poder. Debemos estar cuidándonos y defendiéndonos de ellos, pues no se puede confiar en ellos.
En el año 2013 la Corte Suprema de los EE. UU. se expidió diciendo que el genoma humano no se puede patentar porque es producto de la naturaleza. Pero si el genoma humano está alterado genéticamente entonces sí se puede patentar.
Con las vacunas que nos quieren inyectar ahora se puede modificar el genoma. La persona vacunada pasa a ser para la ley una persona trans-génica, o trans-humana. Según el derecho internacional, esta persona modificada pasa a ser propiedad del dueño de la patente y pierde los derechos humanos por ser considerada trans-humana.
¡Una locura! ¡Inimaginable! ¡Una aberración! ¡Diabólico! Al final de este escrito hemos colocado el enlace a través del cual se podrá acceder al documento original de la Corte Suprema para que esta noticia pueda ser corroborada.
¡Quien hubiera imaginado que un organismo creado para administrar justicia emane una resolución tan descabellada como ésta! No obstante, no tienen ningún reparo en proclamar abiertamente el perverso objetivo que persiguen con las vacunas.
Una vez más el misterio de los entendimientos enceguecidos nos da la respuesta. No resplandece para ellos la luz y la verdad de Dios, y esto tiene efectos humanamente irreversibles.
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A las fiestas de las bodas del Hijo de Dios con la humanidad convidó el Padre primeramente a los judíos por medio de sus “siervos”, los profetas. Estos despreciaron la invitación y por consiguiente se perdieron la fiesta: “Yo os digo, ninguno de aquellos varones que fueron convidados gozará de mi festín” (San Lucas XIV, 24).
Los “otros siervos” son los Apóstoles que Dios envió sin reprobar aún a Israel (San Lucas XIII, 6 ss.), durante el tiempo de los Hechos, es decir, cuando Jesús ya había sido inmolado y “todo estaba a punto” (San Mateo XXII, 4).
Rechazados esta vez por el pueblo, como Él lo fuera por la Sinagoga (Hechos XXVIII, 25 ss.), y luego, “quemada la ciudad” de Jerusalén (San Mateo XXII, 7), los Apóstoles y sus sucesores, invitando a los gentiles, llenaron la sala de Dios (cf. Romanos XI, 30).
La negativa de Israel a la elección divina es un pecado teológico calificado, que no tiene paralelo en otros pueblos: no fue como consecuencia de un momento de pasión, sino de un frío calculo de rebelión continua contra Dios.
Pocos años después de la Ascensión del Señor a los cielos San Esteban lanzó esta fuerte recriminación contra su pueblo: “Hombres de dura cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo, como vuestros padres, así vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y dieron muerte a los que anunciaban la venida del Justo, a quien vosotros ahora habéis entregado y matado; vosotros, que recibisteis la Ley por disposición de los ángeles, mas no la habéis guardado” (Hechos de los Apóstoles VII, 51-53).
Las pasiones más terribles que atan al alma a Satanás no son las de la carne, de las que el hombre siente la ignominia, aunque no siempre tenga la fuerza para evitarlas, sino las del espíritu: orgullo, fanatismo religioso, oposición a Dios. Esto fue la causa del gran rechazo de nuestra parábola, agravado por la muerte de los profetas, y por la crucifixión del Hijo de Dios.
Pero el drama del rechazo de Israel se ha extendido hacia lo que es hoy el más importante y único drama de la humanidad: una apostasía total. No es ya solamente Israel, sino también el Catolicismo que ha defeccionado de Dios.
También el Catolicismo, representado en la parábola por el segundo grupo de invitados, termina de manera trágica: el hombre que no lleva vestido nupcial es aquel que carece de la gracia santificante, sin la cual nadie puede acercarse al banquete de las Bodas del Cordero (cf. Apocalipsis XIX, 6 ss.).
Todos estamos llamados a la vida eterna, pero vemos aquí que hay uno que no se salva: “Es atado de pies y manos y arrojado a las tinieblas exteriores donde hay llanto y crujir de dientes” (San Mateo XXII, 13). Dios llama a todo el mundo a salvarse; pero esta parábola nos dice que uno es enviado al infierno.
Dios no predestina a nadie a la condenación. Esto es una herejía protestante, luterana-calvinista. Estos mantienen la posición que les viene del Judaísmo que dice que Dios predestina a unos al cielo, y a otros al infierno, y que la señal de salvación es tener riquezas aquí en la tierra.
El hombre se condena por sí solo, por efecto del mal uso de su libertad: es porque no quiere corresponder al llamado de Dios a salvarse, para lo cual Dios le da la gracia. Un mal uso de la libertad es determinarse a sí mismo a la condenación, porque es desconectarse de Dios.
La condenación es consecuencia de la ausencia de Dios. Es Dios desplazado por la ciencia; Es el hombre encadenado por la tiranía del egoísmo; Es la duda que corroe las conciencias; Es la tecnología que nos impulsa con frenética carrera hacia el placer y la destrucción ... porque se han contaminado las fuentes de la gracia divina.
Quien se condena se condena por la desesperación teológica de ser abandonados a sí mismo bajo la ira y el desencadenamiento de las fuerzas del abismo de las que el hombre se enorgullece.
Se enorgullece por todos estos despropósitos, ignorando la fe y la inmortalidad a la que es llamado. Miserables seres humanos, muertos en el orgullo, no se dan cuenta de que éste es el mayor castigo de Dios: dejar ir al hombre como un animal al que no llama.
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Pero el reproche dado a Israel no es absoluto. Hay una promesa de conversión, y al decir que “muchos son los llamados y pocos los escogidos” (San Mateo XXII, 14), la parábola da un giro inesperado que nos lleva de repente a una realidad muy poco conocida, a saber, el Reino de Dios en la tierra durante mil años.
La reprobación del pueblo elegido no es definitiva, y la elección de los gentiles no es superior a la elección de los judíos, lo cual explica que también defeccionen, como los judíos, aunque no todos. De ambos grupos se formará un solo rebaño bajo un solo Pastor, motivo de regocijo y júbilo en el Cielo, “porque han llegado las Bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado” (Apocalipsis XIX, 7).
A estas Bodas muchos son los llamados, pero pocos serán escogidos. Como toda boda manifiesta la comunión muy especial entre el esposo y la esposa, no será posible que quien no haya buscado esta intimidad con Cristo aquí en la tierra participe de sus Bodas.
No significa que esta persona no esté en gracia de Dios, y que no pertenezca a la Iglesia de Cristo, condición obviamente previa para participar en la Bodas del Cordero (cf. San Mateo XIII, 47), sino que no gozarán de la intimidad de algo tan especial como una Boda, por no haber buscado de una manera muy íntima y especial a Dios en esta vida.
En pocas palabras, las Bodas son para unos pocos selectos: los que “contemplan al Hijo” (San Juan VI, 40), dice San Juan. Son los que lo visitan, lo ven, hablan con Él, buscan intimidar con Él, porque solo el Hijo puede darnos exacta noticia del Padre. Son los que escuchan su Palabra y creen en Aquel que envió al Hijo. Estos no “vienen a juicio, sino que han pasado ya de la muerte a la vida” (San Juan V, 24). Por esta razón podrán participar de sus Bodas.
A la largo de la historia del Cristianismo Dios nos ha dado anticipos de las Bodas del Cordero.
Así, al encarnarse en la naturaleza humana, el Verbo se unió de una manera muy especial con la humanidad. Así, por la fe, cada unión con cada alma es una boda del Cordero con esa alma. Así también lo es la unión por la gracia del Espíritu Santo con cada uno de los fieles y con la Iglesia.
Todas esas fueron y son bodas y son el Reino de Dios en las almas, pero no son las Bodas definitivas. Todas esas fueron y son bodas iniciales; pero las definitivas serán cuando venga Nuestro Señor en la Parusía.
Allí ocurrirá la plenitud del Reino, profetizado en todas las Sagradas Escrituras; un solo rebaño y un solo Pastor, y eso será después de la Parusía. Esas serán las Bodas del Cordero – esa unión especial de Cristo con todos aquellos que lo aceptaron y lo adoraron aquí de manera especial.
Por eso, muchos llamados, pero pocos escogidos.
Muchos son llamados a esa unión especial con Jesús, pero son muy pocos los que se arriman a su Mesa. Muchos son llamados, pero son muy pocos los que lo visitan diariamente en la Santa Misa. Muchos son llamados, pero son muy pocos los que se apiadan de la soledad del Tabernáculo.
No recurrieron a Nuestro Señor en el Sacramento. Prefirieron su miseria, antes que venir a los sacramentos.
Entonces, es muy difícil concluir que estos estarán presentes en la intimidad de las Bodas del Cordero.
Entonces, si las Bodas por antonomasia son las Bodas del Cordero, y todas las otras bodas fueron y son un pálido reflejo de la Gran Boda, se entiende que muchos sean los llamados, pero pocos los escogidos. No se trata de salvados. Eso se da por supuesto. Sino de íntimos de Nuestro Señor Jesucristo.
Hay muchas jerarquías o distinciones entre los elegidos: los de la primera resurrección, los transformados sin morir y arrebatados, y los viadores. Todavía tenemos la oportunidad de poder pertenece a una de esas clasificaciones.
Así lo esperaban a Jesús en la Iglesia primitiva (pero que se equivocaba porque pensaba que la Parusía era inminente). Es ahora cuando la Parusía es inminente.
Podemos comprender así la importancia de entender bien las cosas, para poder mantenernos firmes en la fe, y así también poder resistir a los embates que se avecinan.
En estos momentos nos mantiene la esperanza. Estamos ante una gran purga. Es necesario que nuestra fe se robustezca como el roble. El Diablo anda buscando desesperadamente hacernos caer. Con la gracia de Dios podremos seguir permaneciendo firmes y sólidos en la fe.
¡Que nuestra fe se depure y que nuestra esperanza se engrandezca en la caridad, y que el amor a Dios se haga pleno cuando ocurran las Bodas del cordero!
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Enlace para corroborar la información dada en este sermón. ¡Que Dios les bendiga!
https://www.supremecourt.gov/opinions/12pdf/12-398_1b7d.pdf