Jesús curando en sábado |
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Nuestro Señor Jesucristo fue a comer a casa de uno de los principales de los Fariseos en el día de sábado y encontró en medio de ellos, delante de Él, a un hidrópico, o sea, una persona que sufre de hinchazón de agua.
Conociendo bien a los Fariseos y a los Doctores de la Ley les preguntó: “¿Es lícito curar en sábado o no?” (San Lucas XIV, 3).
Podría haberlo curado sin preguntarles, pero justamente lo hizo para que quedara constancia en el Evangelio de cómo el Fariseísmo tergiversaba las Escrituras, y para que abramos los ojos y veamos cómo el Judaísmo que hoy oprime a la humanidad es una continuación del Fariseísmo de esa época.
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Jesús sabía perfectamente que los Fariseos y los Doctores de la Ley interpretaban la Palabra de Dios de una manera rigurosamente literal y descontextualizada, inclinados por sus conveniencias, principalmente por el afán de controlar y dominar la sociedad.
El mismo pueblo judío fue y sigue siendo víctima de sus propios líderes. El materialismo maquiavélico propugnado por el Fariseísmo logró victimizar a su pueblo, creando entre los mismos Judíos un espíritu que hizo crucificar a Nuestro Señor.
En épocas posteriores a Nuestro Señor Jesucristo los rabinos y demás líderes idearon la Cábala y el Talmud: Una minuciosa literalidad en la interpretación de la Ley que crea una tremenda y pesadísima carga para las consciencias de los mismos Judíos. Estos viven permanentemente atormentados por meticulosas leyes que los llevan al extremo de la contradicción.
Esta pesadísima carga ya la venía viendo Nuestro Señor y por eso confrontó a los Fariseos de su época. Hizo el milagro, y les dijo: “¿Quién de vosotros, si su hijo o su asno cayere en un pozo, no lo saca al instante en día de sábado?” (San Lucas XIV, 5).
No salvar a un animal en peligro y dejar que se muera porque es sábado es un absurdo. No era éste el espíritu de la ley del descanso sabático. Por eso, no interpretando según el espíritu de la ley sino según su materialidad los Fariseos fueron hasta el extremo de dejar morir a una persona en sábado.
Este materialismo es lo que mantuvo al pueblo judío siempre bajo los talones de sus conductores, rabinos y poderosos y acaudalados líderes. En consecuencia, el Judaísmo creó una sociedad cerrada, una de las más totalitarias en toda la historia de la humanidad.
Siguiendo el modelo del pueblo judío, esta esclavitud judaica está siendo impuesta hoy en todo el mundo. Ésta es, en definitiva, la causa de las penurias que estamos viviendo, mandadas por el Nuevo Orden Mundial del Judaísmo.
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Desde épocas del Imperio Romano el Judaísmo fue impuesto sobre el pueblo judío por coerción física. Las cortes de los rabinos ponían multas, daban con azotes, mandaban a prisión, e incluso, a la pena de muerte, a los Judíos por quebrantar tan solo una de la enorme cantidad de leyes con las que se regulaba los detalles más mínimos de la vida cotidiana.
Así, por ejemplo, si una mujer judía se casaba con un gentil, entonces su nariz era cortada por los rabinos. En disputas religiosas, se les cortaban las lenguas a aquellos que eran considerados herejes.
El Judaísmo entró siempre en alianza con la aristocracia de los pueblos gentiles con el objetivo de oprimir a las gentes y llenar sus arcas. El Judío rico siempre floreció. Siempre fueron opresores de las gentes porque se dedicaban principalmente a tareas burocráticas, tales como administradores y recaudadores de impuestos, y así explotaban a los campesinos.
Precisamente, oprimían a los pobres y campesinos de su misma raza y religión, los Judíos. Shahak, un autor judío, sostiene que el Judaísmo antiguo se inspiró en la imagen de Esparta, así como aparece en la obra de Platón sobre la ley:
“Lo más importante es que nadie, hombre o mujer, puede estar sin tener un oficial encima, y que nadie pueda adquirir el hábito mental de dar un paso… por sí solo. En paz o en guerra debe siempre vivir con sus ojos puestos en su superior … En una palabra, se debe entrenar la mente de modo tal de pensar y actuar no como individuo (sino según lo que mande el superior)”.
Este concepto de superioridad sobre la empobrecida y enceguecida masa se está imponiendo hoy en el mundo. Lo que interesa es dejar bien establecido la supremacía del Judaísmo y este interés es obviamente ocultado. El verdadero carácter perverso del Judaísmo no debe ser revelado en absoluto. Shahak lo describe así:
“El Judaísmo no debe darse a conocer a sí mismo a sus miembros… La gran mayoría de los Judíos son ignorantes con respecto a la historia judía y a la presente situación judía; por el contrario, (los Judíos) están conformes con el discurso… Les incitan más bien a polemizar contra un enemigo externo que a mantener un debate interno…”
Lamentablemente, occidente ha caído en las garras del totalitarismo judaico. Donde otrora reinaba el Cristianismo, se ha convertido, bajo el yugo del Judaísmo, en Comunismo o en Masonería, como ya nos anticipara la Santísima Virgen María en sus apariciones en Fátima: “Rusia desparramará sus errores”.
Es el Judaísmo quien marca hoy el ritmo del mundo. Acontecimientos actuales tales como la mal llamada pandemia, el miedo que acarrea a las gentes a inocularse, los campos de concentración modernos para los no vacunados ya existentes en Canadá y Australia, la caída del imperio americano, por nombrar solo algunos, no son más que el producto de la tiranía impuesta sobre toda la humanidad por el Judaísmo.
Así se ha introducido en toda sociedad un nuevo modo de vida según lo impone el Judaísmo. El Nuevo Gobierno Mundial del Judaísmo pretende tener el absoluto control mundial de todas las esferas de la vida: la política, la cultura, la economía, y lo espiritual, y sus tentáculos son el Comunismo y la Masonería.
En el mundo de la economía, las finanzas y la política, el Judaísmo concentra toda la riqueza y el poder en las manos de la Banca Mundial (Rothschilds y aliados). Son el último monopolio que controla el crédito mundial, los gobiernos de los países, y la prensa, los voceros de sus mentiras.
En el ámbito cultural y espiritual, una nueva religión mundial se ha gestado a partir del modelo del Judaísmo que no es otra cosa que un culto a Satanás. De ahí se puede colegir el fanatismo, la opresión, y la avidez por controlar.
El culto a Satanás se lleva a cabo a través de la manipulación de las personas. Usa como herramienta principal el control y el lavado de cerebro. Las personas dejan de ser libres. Se las explota, se las corrompe, se las usa, se las enferma, y se las descarta cuando ya no les sirven más. El Rabino Stephen Weiss dijo: “Algunos pueden llamar a esto Comunismo, pero yo lo llamo lo que es: Judaísmo”.
En conclusión, el Judaísmo no es la religión del Antiguo Testamento, que todos pensamos que es. Y esto es desconocido para la mayoría de los Judíos, como así tampoco es conocido por el resto del mundo.
Es, en realidad, un culto satánico; y como tal, tiene una máscara, como todo culto satánico. La manifestación de Judaísmo es el comunismo, el sionismo, y la masonería, cuyos objetivos comunes buscan suplantar a Dios y redefinir la realidad.
Han reinterpretado el Antiguo Testamento para su propio beneficio, así como lo hicieron los Fariseos del tiempo de Jesús. Los líderes judíos intentan convertirse en Dios y rehacer el mundo y el Nuevo Gobierno Mundial está llevando a toda la humanidad a brindarle culto a Satanás.
El Nuevo Gobierno Mundial es un recrudecer de la tiranía satánica no solo para el pueblo judío mismo sino también para toda la humanidad.
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Pero el gran enemigo del Judaísmo es el Catolicismo. Es por eso por lo que a través de la Masonería lograron infiltrarse y subvertir la Fe Católica con el objetivo de demolerla. Es lo que precisamente pasó en el Vaticano en 1965.
Como los Fariseos que presentan a Jesús el caso del hidrópico, el Judaísmo ha sabido manipular muy bien para su propia conveniencia las Sagradas Escrituras.
Así, la Masonería introdujo en la Iglesia un nuevo concepto: “un verdadero Papa puede defeccionar en la fe”, con el objetivo de lograr que la masa acepte a los falsos Papas. Por esa razón, veamos brevemente la doctrina católica al respecto.
En el Antiguo Testamento quien rehusaba obedecer al gran sacerdote era ejecutado: “Irás a los sacerdotes… y les consultarás; y ellos te resolverán el caso conforme al derecho… Pon cuidado en hacer conforme a todo lo que te enseñaren… Quien dejándose llevar por la soberbia, no escuchare al sacerdote establecido… por Dios… a ese tal se le será quitada la vida. Así extirparás el mal de en medio de Israel” (Deuteronomio XVII, 9-12).
En el Nuevo Testamento Jesucristo mismo ordena: “Aquel que rehúse escuchar a la Iglesia debe ser considerado como un pagano y un publicano” (San Mateo XVIII, 17).
Esta obligación tan estricta de obedecer a la Iglesia implica que la Iglesia no puede engañarse o engañarnos. Si Dios nos obliga a escuchar el magisterio con confianza y sumisión, es porque la Iglesia está resguardada de error.
Esto fue expresado por el Papa León XIII en su Encíclica Satis Cognitum, el 29 de junio de 1896:
“Jesucristo ha instituido en la Iglesia un magisterio vivo, auténtico, y perpetuo… y ha querido y muy severamente ordenado que las enseñanzas doctrinales de ese magisterio fueran recibidas como las suyas propias. (…si la enseñanza de la Iglesia) pudiera de alguna manera ser falsa, se seguiría lo que es evidentemente absurdo, que Dios mismo sería el autor del error de los hombres”.
Nuestro Señor hizo una promesa solemne a San Pedro, figura del Papado: “Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como se hace con el trigo. Pero Yo he rogado por ti a fin de que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (San Lucas XXII, 32).
San Pedro recibió así la promesa formal de que él no podría jamás perder la fe. Esta firmeza inalterable era vital para la supervivencia de la Iglesia, pues Pedro iba a ser establecido Doctor de toda la Iglesia, encargado de confirmar la fe de sus hermanos y de disipar los eventuales errores que pudieran surgir en el porvenir.
En otra ocasión, Jesús le dijo a San Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (San Mateo XVI, 18). Allí nuevamente, Jesús asegura a Pedro que su fe sería contra toda prueba, porque la asimila a la estabilidad inmutable de una piedra.
Según estos dos textos un Papa es siempre infalible. Si un Papa se desviara de la fe, aunque más no fuera por un breve instante, y en privado, Jesús habría mentido.
Jesús que nunca pronunció una palabra al azar, y que sopesó cada una de ellas antes de decirlas, jamás dijo que su promesa a Pedro solo se extendería a sus pronunciamientos solemnes, y no a su vida de todos los días. Si tal fuera el caso, Jesús lo habría precisado. Por lo tanto, ningún exégeta y/o teólogo tiene el derecho de establecer por criterio propio una restricción mental en Jesús.
Que el Papa, como así también el Episcopado, sea asistido cotidianamente por el Espíritu Santo, surge todavía con más nitidez de otra promesa de Nuestro Señor: “Id y enseñad a todas las naciones… Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos” (San Mateo XXVIII, 19-20).
El Papa junto con los Obispos, encargados de enseñar al pueblo, goza de una asistencia permanente del Espíritu Santo. “Si vosotros me amáis, observaréis mis mandamientos, y Yo rogaré al Padre y Él os dará otro Defensor para que permanezca eternamente con vosotros. Es el Espíritu de la Verdad” (San Juan XIV, 15-17).
Esta obligación tan estricta de obedecer a la Iglesia está siendo usada hoy por los usurpadores masones, infiltrados en la Iglesia por el Judaísmo, para engañar. Son autoridades falsas, que emanan leyes injustas, a las cuales no les debemos obediencia en conciencia. No son verdaderos Papas porque enseñan el error.
Esta infiltración es en vista a la construcción de una nueva religión mundial, que no es otra cosa que un sofisticado culto a Satanás, usando a la vez las estructuras del Vaticano.
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Bien se podría decir que todo esto se viene gestando por los Fariseos desde la época de Jesús. La literalidad o materialidad de la interpretación de la ley es lo que condenó al pueblo judío y es lo que desencadenó que crucificaran a Nuestro Señor.
La ley humana tiene por objeto el bien común, pues la ley humana no es más que una participación de la ley divina, la cual, a su vez, participa de la sabiduría divina, que es la razón de ser de la ley, como dice Santo Tomás de Aquino. La ley expresa la sabiduría de Dios.
La Sabiduría de Dios jamás puede ser mala, ni contradictoria en sí misma, ni mucho menos impedir la caridad. En esto habían caído, como ya dijimos, los Fariseos que le presentan al hidrópico a Jesús. El concepto fariseo de la ley es caer en un rigorismo literal que mata el espíritu de la ley, y los fariseos lo sabían bien, pues por eso guardaron silencio ante la pregunta de Jesús (cf. San Lucas XIV, 4).
Este rigorismo literal que mata el espíritu de la ley que tergiversa todo y añade muchos preceptos leguleyos y casuísticos y puritanos provenientes de una mala interpretación de la ley lo heredó la filosofía moderna y el protestantismo.
Por esto, tanto la filosofía moderna, sobre todo la de Kant, y el Protestantismo sostienen que hay oposición entre la ley y la libertad. La ley no está para restringir la libertad sino más bien para secundarla. Le da las alas para volar.
Es una estupidez pensar que una vez definida la ley, la libertad consiste en hacer aquello que la ley no contemple o no prohíba. La libertad bien entendida es aquella que debe estar siempre compaginada con la ley que tiene su razón de ser en la sabiduría de Dios. Lo demás es libertinaje.
No se debe establecer una muralla entre la libertad y la ley. San Agustín dice: “Ama, y haz lo que quieras”. Quien ama, es libre, pues su caridad se expande según la infinita sabiduría de Dios. Es como volar infinitamente por el espacio, porque cumple con la sabiduría de Dios, base de toda ley.
No hay tal oposición, como dicen Kant y Lutero, como quieren todos los puritanos y judaicos, que multiplican las filacterias de su propia imaginación, y por eso, vaya contradicción, en realidad no cumplen con la ley.
La ley debe defender el bien común; de lo contrario sería una injusticia. Toda ley es justa. No existe, como tal, una ley injusta. Es una contradicción, según Santo Tomás de Aquino. Una ley injusta no es ley, y por lo tanto, no hay obligación de obedecerla; más bien hay obligación de no obedecerla, por amor a Dios.
Por el contrario, obedecerla, seguir sus dictámenes, es caer en una contradicción y en un puritanismo legal. Muchos temas que hoy pasan por legal son ilegítimos, como, por ejemplo, obedecer a un Papa falso, como muchos católicos hoy dicen.
Este tema es trascendental. Y Jesús se sirvió de una cena con los Fariseos y un hidrópico para señalarlo. Vemos cómo era necesario marcar este hecho pues sería de gran utilidad para el futuro. Jesús curó en Sábado para restituirle a la ley de Moisés todo el peso y el valor que tenía y que los Fariseos le habían quitado.
La ley no puede ir nunca contra el bien, la justicia y la verdad, y toda ley que así lo haga, pues, simplemente no es ley. Ninguna ley debería impedirnos el practicar la caridad.
Si los Fariseos en tiempos de Jesús dejaron que una persona muera por no infringir la ley de Sábado, hoy el Judaísmo farisaicamente acusa a los no vacunados de infringir la ley. Quienes no aceptan a los Papas ilegítimos y usurpadores son farisaicamente acusados de desobediencia a las autoridades, y son considerado como parias por la Iglesia Conciliar y por la Nueva Fraternidad.
El problema del Fariseísmo es el maldito orgullo y el orgullo religioso, más específicamente: es seguir la ley sin tener en cuenta el espíritu de la ley que es el de la caridad y la sabiduría de Dios. Es una necedad que pretende hacer valer el parecer y no el ser.
El orgullo religioso de los Fariseos hizo contravenir todo el Antiguo Testamento. El orgullo religioso del Judaísmo, en nuestro caso, hizo contravenir también todo el Nuevo Testamento.
Así es la soberbia religiosa, que es la peor de las soberbias, porque quiere tener a Dios por testigo, y conculca la divinidad y tergiversa la ley y destruye y mata el alma.
¡Que nuestra Señora la Santísima Virgen María, que es el gran ejemplo de humildad, nos guíe en estos momentos tan turbulentos, para que podamos adquirir eso que tanto nos cuesta matar – el orgullo – y ser así verdaderamente humildes!
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Me he servido del libro “Jewish History, Jewish Religion (1986)” de Israel Shahak.