jueves, 25 de noviembre de 2021

El Adviento - Andrés Azcarate

Belén en la Antigüedad

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El Adviento (del latín ADVENTUS, “advenimiento”) es un tiempo de preparación para el Nacimiento de Jesucristo, en Belén, y representa los cuatro mil y más años que estuvieron los del Antiguo Testamento aguardando la venida del Mesías. Por esta razón, el Adviento es un tiempo de sana ansiedad, y de santa impaciencia.

El Domingo más cercano a la Fiesta de San Andrés (30 de Noviembre) marca el comienzo del Adviento año tras año (es decir, en una fecha entre el 27 de Noviembre, y el 3 de Diciembre). La duración del Adviento abarca tres semanas completas y parte de la cuarta semana.

Por asociación de ideas la Iglesia une a la Primera Venida de Jesucristo a la tierra el pensamiento de la Segunda, al fin del mundo, y, en consecuencia, el Adviento viene a resultar una preparación para ese doble advenimiento del Salvador: el del Nacimiento y el de la Parusía, cuando Nuestro Señor venga por segunda vez a reinar sobre la tierra.

Trataremos el tema del Adviento en dos partes. Primeramente, en este artículo, presentamos los tres primeros domingos de Adviento; y, en otro artículo, presentaremos el día 17 de Diciembre –las Grandes Antífonas “O”—, las “Cuatro Témporas” de Adviento, el cuarto Domingo de Adviento, y, finalmente, la Vigilia de Navidad.

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Domingo I de Adviento

¡Cosa extraña! En este primer día y domingo del Año eclesiástico y primera evocación, podríase decir, de la Creación, la Iglesia nos pone en contacto con el último día del mundo y de las cosas. Antes de llevarnos al pesebre de Belén nos lleva al tribunal del Juicio final como para encarecernos de antemano con el pensamiento de la cuenta, la correspondencia a la gracia soberana de la Redención, que ese Niño Divino, cuya silueta se dibuja ya en lontananza, viene a realizar.

Es como una fuerte sacudida que la Iglesia da a nuestra conciencia de cristianos, para despertarnos, o del letargo del pecado, si desgraciadamente estuviésemos sumidos en él, o de la modorra de la indiferencia y de la tibieza espiritual.

Es como decirnos: Si no estás limpio para presentarte ante el Divino Juez, tampoco lo estás para salir al encuentro de tu Salvador, que es tu mismo y único Dios y Señor; “despójate, por tanto, de las obras de las tinieblas y revístete de las armas de la luz”.


Domingo II de Adviento

Estamos ya en pleno Adviento, o por mejor decir, en franca expectativa de la venida del Salvador del mundo. La Iglesia quiere hoy como auparnos, para que alcancemos a ver al que avanza hacia nosotros con dulce y suave majestad. 

La ausencia de pecado y un deseo cada vez más ardiente de llegar a Belén, acompañando a José y a María que viajan escoltados de ángeles hacia Jerusalén, será nuestra mejor disposición para este domingo y para la semana que con él empezamos.


Domingo III de Adviento

“El Señor está cerca”. He aquí el anuncio que nos hace hoy la Iglesia, he aquí por qué nos incita a la alegría y por qué se viste Ella misma hoy de fiesta, con ornamentos rosados, con flores en los altares, con acordes del órgano.

Está la Iglesia como impaciente por recibir al Señor, y nos contagia a nosotros de esta santa ansiedad. ¡El Señor está cerca! Más aún: “Entre nosotros está Uno a quien muchos no conocen”.

Esta queja amarga del Bautista desgraciadamente es también hoy verdadera. Un año más, la luz que esperamos al lado de muchos sin iluminarlos; un año más llamará a nuestras puertas el que puede remediar nuestras necesidades. ¡Y muchos estarán dormidos!


Continúa. El Adviento, Parte Segunda

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