Mosaico - Jesús expulsa demonios |
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Hoy San Pablo nos dice que no nos dejemos engañar por nadie: “Nadie os engañe con vanas palabras” (Efesios V, 6); o, con mentiras, dicen otras traducciones. “No os hagáis, pues, copartícipes de ellos” (Efesios V, 7), es decir, no retransmitir las mentiras y engaños.
Este mal es, en realidad, de todos los tiempos, pero se ha acrecentado muchísimo más aún en la actualidad, en donde por la confusión reinante se cae muy fácilmente en el error: hoy no solo se ejecuta el mal, sino que se lo ejecuta sin vergüenza de cometerlo; es más, se le exhibe con toda normalidad. Nunca se había visto de mandar lo antinatural en contra de Dios.
“Mirad que nadie os induzca a error” (San Marcos XIII, 5), advirtió Jesucristo, refiriéndose principalmente a los últimos tiempos. “Cuidaos que nadie os engañe... no les sigáis” (San Mateo XXIV, 4). “Mirad que no os engañen” (San Lucas XXI, 8). Se refiere Nuestro Señor al gran engaño en la fe: “Extraviaran a muchos” (San Marcos XIII, 6).
En el discurso escatológico de Jesús como lo encontramos en los Evangelios (cf. San Marcos XIII; San Mateo XXIV; San Lucas XXI) la primera advertencia que Nuestro Señor hace es la de cuidarse del engaño.
Paralelo a este discurso se encuentra en el Apocalipsis, capítulo VI, la serie de sellos, que son castigos, en la que el primer protagonista es el caballo blanco. Se dice de su jinete que “salió venciendo para vencer” (Apocalipsis VI, 2).
Siendo los sellos una serie de castigos, el sentido de “vencer” es claramente el de doblegar o imponer una doctrina, y ésta de perversión, por ser castigos.
El castigo consiste, precisamente, en no darse cuenta del engaño. Es por esto por lo que Nuestro Señor comenzó su discurso escatológico con esta recomendación: “Mirad que nadie os induzca a error” (San Marcos XIII, 5).
En los albores de los tiempos apocalípticos el engaño se presenta con todo el esplendor de su seducción. Es un hecho ya que la gran mayoría se dejó llevar por el engaño de una enfermedad y de una cura inventadas para imponer una nueva “normalidad”: un control estricto sobre la población, con resultados catastróficos, que llevó a la gente al borde la locura.
El plan de seguir engañando recurre ahora a otro argumento: la guerra. El objetivo es el mismo que el anterior: una nueva forma de ser humano. Ucrania acaba de ser proclamado por el Foro Económico mundial el primer país en implementar la agenda perversa de este Foro, obligando a sus ciudadanos a someterse a sus exigencias para solo así poder obtener la ayuda de compensación de guerra.
Pero el engaño más peligroso al que podríamos ser inducidos en los últimos tiempos es, sobretodo, el que versa sobre temas cruciales tales como el de la fe, de la que depende la vida eterna: “Muchos vendrán en mi nombre y dirán: ‘Yo soy el Cristo’, y a muchos engañarán” (San Marcos XIII, 5).
Éste ha sido el mayor fraude que el mundo haya sufrido jamás: el proceso de falsificación de la fe Católica, para luego mostrar a la Iglesia Conciliar de Roma, como si fuera la verdadera Iglesia Católica, única arca de salvación.
Según las opiniones más acertadas la Iglesia Conciliar de Roma es lo que el Apocalipsis llama “Babilonia”, “madre de las fornicaciones y abominaciones de la tierra” (Apocalipsis XVII, 5). De esta Iglesia, parodia de la verdadera Iglesia Católica, el Apocalipsis nos insta a salir: “Salid de ella, pueblo mío, para no ser solidario de sus pecados y no participar en sus plagas” (Apocalipsis XVIII, 4).
El engaño prevalece, manda e impone. Vence, como el primer jinete del Apocalipsis. Arrasa con toda ambición y espíritu de conquista. Es el triunfo del cuadro de toda la escatología apocalíptica de las que Nuestro Señor nos advirtió:
“Después os entregarán a la tribulación y os matarán y seréis odiados de todos los pueblos por causa de mi nombre” (San Mateo XXIV, 9);
“Acordaos de esta palabra que os dije: No es el siervo más grande que su Señor. Si me persiguieron a Mí, también os perseguirán a vosotros” (San Juan XV, 20);
“Y aún vendrá tiempo en que cualquiera que os quite la vida, creerá hace un obsequio a Dios” (San Juan XVI, 2).
Es el espíritu de engaño el que rige; y que no es cosa distinta de lo que siempre ha hecho el Príncipe de este mundo, en su intento de borrar a Dios de nuestras mentes y preparar el camino al anticristo.
¿Qué actitud tomar? Resistir al mal todo lo que podamos, si es posible, hasta el martirio: “un sinnúmero de malvados me rodea” (Salmo XXII, 17).
Nada más encantador que la imagen de un inmaculado cordero siendo conducido al matadero; un doloroso golpe bajo que nos impide reponernos a menos que venga el Señor o la Santísima Virgen a socorrernos.
Porque Jesús es la Luz que vence las tinieblas. Era nota distintiva del reinado del Mesías la de que venía a destruir el reino del diablo. Contra la injuriosa acusación de sus enemigos, de arrojar demonios con el poder del Beelzebul (cf. v. 15), Jesús propone argumentos irrebatibles.
En el Evangelio vemos lo que en la práctica es el gran pecado contra el Espíritu Santo: violar e impugnar la evidencia de la verdad conocida.
Nuestro Señor por haber expulsado a un demonio mudo fue tildado de hacerlo por el poder de Beelzebul, el príncipe de las moscas, que parece ser la traducción literal. En vez de reconocer el dedo de Dios, como lo hace ver Nuestro Señor, ven en el milagro la obra de Satanás. Inversión de la realidad.
Es propio del fariseísmo invertir la religión. No niega la religión y no es un movimiento ateo. No combate a la religión, sino que la pervierte. Por eso, el gran pecado del fariseísmo es la inversión de los valores. Es pretender abordar la santidad no apoyándose en el bien y en la verdad, sino en el egoísmo, y, en definitiva, en el propio amor, y en el odio a todo lo que se le oponga.
Por eso Nuestro Señor dice: “Quien no está conmigo, está contra Mí; y quien no acumula conmigo, desparrama” (v. 23).
Y añade: “Si Yo echo los demonios por virtud de Beelzebul…” (v. 19) entonces están perdidos, puesto que “todo reino dividido contra sí mismo, es arruinado…” (v. 17),
“Mas si por el dedo de Dios echo Yo los demonios, es que ya llegó a vosotros el reino de Dios” (v. 20).
No hay término medio. Por eso, el que no está con Jesús desparrama, está en contra de Jesús. Solamente Dios puede decir eso. Solo Él puede decir eso porque Dios es la verdad, y los hijos de la luz deben andar en la verdad, como dice San Pablo a los Efesios (cf. Efesios V, 8-9).
Satanás no puede estar en guerra consigo mismo. No puede, por una parte, extender su reino tomando posesión de las almas y cuerpos y después darle a Jesús poder para que las arroje de sus posesiones.
Luego, era la mayor sin razón afirmar que Jesús actuaba en nombre de Beelzebul. Cristo ha venido, en realidad, a destruir el poderío del demonio y a liberarnos de su tiranía.
Somos hijos de la luz, y los frutos de la luz es el bien, la justicia y la verdad. Eso es ser hijo de la luz. Es ser verdaderamente un iluminado y la Iglesia Católica es la luz del mundo.
Por eso, “que nadie os engañe” (Efesios V, 6). No la Iglesia corrompida que hoy usurpa el Vaticano, cloaca del mundo, sino la Iglesia verdadera de Dios, que es luz del mundo.
La Iglesia de Roma liderada hoy por usurpadores es la contra Iglesia de Dios. Contradice toda la enseñanza de Jesús. Pone tinieblas sobre la luz. Y esas tinieblas hoy son luz, pero para un mundo demoníaco.
Esto solo puede ser visto bajo los rayos de la fe. ¿Dónde están los frutos de bien, justicia y verdad de la Iglesia que hoy está en Roma? No los tienen.
No tienen frutos de bien, justicia y verdad, pero tienen la idolatría del hombre. Es la humanidad redimida por el hombre mismo, por la solidaridad entre los humanos, es, en definitiva, querer alcanzar el bien, pero sin Dios.
La Iglesia que usurpa el Vaticano no cree en el Dios Católico: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Trinidad Santa, Un Solo Dios Verdadero. Cree en su dios, que no es el Dios Verdadero. Se habla no de Cristo, sino del anticristo.
Por eso, a la fe hay que proclamarla como es, y al error hay que combatirlo con el bien, la justicia y la verdad. Y esto solo lo puede hacer la Verdadera Iglesia Católica, reducida hoy a su mínima expresión.
La Iglesia es la luz del bien, de la justicia y la verdad, y la verdad por excelencia es la verdad primera que es Dios. Debemos guardar como hijos de la luz esa verdad primera que es Dios, que es Nuestro Señor Jesucristo, y no impugnar la verdad.
Fuera de la verdad en Cristo no hay autoridad, no hay jurisdicción, no hay infalibilidad, y no es, en consecuencia, la Verdadera Iglesia Católica.
Estamos ya en la agonía final, y esta agonía hay que soportarla con entereza, firmeza y fe pura y virginal. Es por eso por lo que Jesús dijo que “el que no está conmigo está en contra de mí y desparrama”. La jerarquía apóstata de Roma está contra Cristo y esto es un hecho.
Es muy fácil caer en el engaño para quien no tiene a Dios. Por eso, San Pablo propone: “ser imitadores de Dios, como hijos amados que somos” (Efesios V, 1).
“Vivir en amor, así como Cristo nos amó, y se entregó por nosotros como oblación y víctima a Dios como incienso de suave olor” (Efesios V, 2).
Continuamente seguirán dándonos golpes bajos. Nos doblegarán bajo sus invectivas para impedirnos reponernos.
¡A hacernos víctimas de suave aroma a Dios nos llama Dios! Raramente se predica o se enseña a ser un cordero víctima; capaz de usar su libertad para poner su cuello. ¡No se indica el camino al matadero! Aunque hacia el matadero vamos…
Así como envió Dios Padre a su Hijo a morir en la Cruz, así nos envía hoy a nosotros, el pequeño rebaño que queda.
¡Imitad al Padre! De lo contrario, no podríamos tener la paciencia sublime para aguantar los desmanes del mal. ¡No podríamos ser un cordero para el matadero!
Amén.