Esa Cruz que Dios nos da... |
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La orden de Nuestro Señor Jesucristo que aparece en el Evangelio de San Mateo 11: 29-30 es muy clara:
Tomad sobre vosotros el yugo MÍO, y dejaos instruir por Mí, porque manso soy y humilde en el corazón; y encontraréis reposo para vuestras vidas. Porque MI yugo es excelente; y MI carga es liviana.
El Padre Joseph Tissot, en su libro “La vie intérieure” explica que el yugo del Señor siempre es “suave” y que SU carga es “ligera”. Lo que en realidad nos resulta pesado no es la carga que Cristo nos da y que Él sabe proporcionar a nuestras fuerzas espirituales. Lo que constituye para nosotros un peso insoportable de llevar es la “argolla” suplementaria que nosotros mismos nos ponemos al cuello. Bajo el peso de esa argolla sí sucumbimos y caemos aplastados.
Vamos a comenzar a estudiar algunos detalles muy significativos de la vida de un personaje bíblico que mereció el título de “amigo de Dios”, de lo cual dan constancia diversos pasajes de la Escritura. Por ejemplo, en Santiago 2: 23, leemos lo siguiente:
… Creyó ABRAHAM a Dios y le fue imputado a justicia, y se le llamó amigo de Dios.
Sí, la Escritura llama a Abraham “amigo de Dios”. Los estudiosos de la Palabra de Dios pueden buscar también Isaías 41: 8 y II Crónicas 20:7.
La historia de este amigo de Dios comienza en Génesis 11: 27-30 donde leemos que originalmente su nombre era “Abram” y era hijo de un hombre llamado Táreh y tenía dos hermanos, Nacor y Aram. Esta familia vivía en Ur de los Caldeos (al otro lado del río Jordán) y adoraban dioses paganos.
En el Libro de Josué, capítulo 24 y versículo 2, leemos:
“Así dice Yahvé, el Dios de Israel: Vuestros padres, Tare, padre de Abrahán y padre de Nacor, habitaron antiguamente al otro lado del río, y servían a otros dioses”.
La mujer de Abrahán se llamaba Sarai (que era estéril), la esposa de Nacor era Milcá, y Aram, el hermano menor de Abrahán, murió en Ur de los Caldeos y dejó un hijo llamado LOT.
Un día, Táreh decidió abandonar su país natal y dirigirse a tierra de Canaán. Dejó en Ur de los Caldeos a su hijo Nacor con su mujer Milcá; tomó a su hijo Abram y a su esposa Sarai y a su nieto Lot, y se pusieron en camino hacia Canaán, pero al llegar al país de Harán, se quedaron allí y no prosiguieron viaje.
Y ahora, proseguimos en el capítulo 12 del Libro del Génesis, donde leemos que estando Abram en Harán, Yahvé le dijo: “Sal de tu tierra, y de tu parentela, y de la casa de tu padre, al país que Yo te mostraré”.
Es decir, Dios escoge, llama y CONVIERTE a Abram, cuando todavía éste adoraba ídolos paganos, y le encarga que se encamine a un país para él desconocido. En aquel instante, Yahvé pasa a ser el único centro de la vida de Abrahán, el objeto de su adoración, de su culto y de su amor. Y entonces, Lo obedece sin ambages ni rodeos.
San Pablo, autor de la Epístola a los Hebreos describe la grandeza de la fe de Abrahán con estas palabras que aparecen en el capítulo 11: 8:
Llamado por la fe, Abrahán obedeció para partirse a un lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber adónde iba.
¡Sí!, la fe es así…. Dios nos llama y nosotros OBEDECEMOS. Alguien dijo que “la fe no consiste en creer en algo sin considerar las pruebas…, consiste en atreverse a hacer algo sin pensar en las consecuencias…”
Así mismo lo hizo la Santísima Virgen. El Ángel San Gabriel le expone el plan de Dios… “concebirás en tu vientre… darás a luz un hijo sin intervención de varón… llamarás Su nombre Jesús”, etc. Yo supongo que paralelamente a todo aquello, el demonio estuviera susurrándole en el oído a la Santísima Virgen: “te van a echar de la casa si ven que estás encinta… tu prometido José te va a abandonar… te van a apedrear por fornicaria conforme está escrito en la Ley de Moisés”. Sin embargo, la Virgen no piensa en nada de eso y se atreve a decir: “Yo soy la esclava del Señor… que Él haga su voluntad conmigo… no tiene por qué pedirme autorización porque los amos no piden la autorización de sus esclavos para hacer con ellos y de ellos lo que quieran”. (Perdónenme la paráfrasis a las palabras de Nuestra Señora, pero eso es lo que quieren decir).
En fin, así es la fe… se lanza a hacer cosas sin pensar en las consecuencias, porque sabe que de las consecuencias se ocupa Dios. Si no, pregúntenle a Santa Teresa de Ávila, a San Francisco Javier, a San Ignacio de Loyola, a San Francisco de Asís… y a toda la corte de esos “atrevidos” que hicieron por Dios cosas que nos dejan boquiabiertos.
Regresemos ahora a Abrahán.
En Génesis 12: 4, nos dice la Escritura que “marchó, pues, Abrahán, como se lo había mandado Yahvé”. ¡¡¡BUENÍSIMO!!! HASTA AQUÍ TODO BIEN….
Sigue diciendo el versículo 4: “Y CON ÉL PARTIÓ LOT”.
¡Qué error cometiste Abrahán! ¿Por qué te llevaste a Lot contigo? Dios te dio un yugo suave y una carga ligera (el viaje, el país desconocido al que tenías que encaminarte y donde tendrías que vivir, etc.), pero ESA ARGOLLA SUPLEMENTARIA (Lot) que te has echado a cuestas va a ser para ti un problema, y finalmente tendrás que desprenderte de ella.
¡Hasta los amigos de Dios cometen errores! Eso es lo que nos pasa a nosotros, queremos llevar el yugo de Cristo y sobrellevar Su carga, pero al mismo tiempo colgarnos una serie de pesos que nos impiden correr por el camino de Dios, que nos aplastan y nos hacen sucumbir.
A propósito, en griego la palabra “peso” se dice “ónkos”, y de ahí viene el sustantivo “Oncología”, porque esos pesos que nos echamos son “cánceres” que nos corroen y terminan causando estragos terribles en la vida espiritual. No en vano dice la Palabra de Dios en Hebreos 12: 1 que “arrojemos toda carga (ónkos) y pecado que nos asedia, y corramos mediante la paciencia la carrera que se nos propone”.
Lot fue para Abraham un “peso innecesario”. El llamado que había recibido era para él y su esposa Sarai, pero Lot no estaba incluido en ese mandato.
Cuando Dios nos llama, no podemos echarnos cargas y responsabilidades que, lejos de ayudarnos, se convertirán en obstáculos insuperables.
Lot fue siempre una espina para Abrahán, y voy a demostrárselo. Si buscan en su Biblia, Génesis 13: 5-9, vamos a leer una historia que ocurrió años después:
“También Lot, que iba con Abram, tenía rebaños, vacadas y tiendas. Mas el país no les permitía vivir juntos, porque era mucha su hacienda, de modo que no podían habitar juntamente. De allí nacieron contiendas entre los pastores de las greyes de Abram y los pastores de las greyes de Lot. Además, los cananeos y los fereceos habitaban por entonces en esa región. (Y aquí comento yo: el testimonio que estaban dando con aquellas riñas era espantoso delante del mundo pagano, delante de los cananeos y los fereceos). Dijo, pues, Abram a Lot: ‘No haya, te ruego, contiendas entre nosotros, ni entre mis pastores y tus pastores, pues somos hermanos. ¿No está todo el país por delante de ti? Pues bien, sepárate, por favor, de mí. Si tomas por la izquierda, yo iré por la derecha; y si tú vas por la derecha, yo iré por la izquierda”.
Creo que si Abrahán hubiera sabido que el final de la historia iba a ser ése, habría mandado a su sobrino Lot con su tío Nacor para Ur de los Caldeos, o lo habría dejado en Harán, pero jamás se lo habría echado a cuestas, para tener que separarse de él finalmente.
Quiero terminar esta reflexión con un pasaje de San Lucas 9: 57-62:
Cuando iban caminando, alguien le dijo: “Te seguiré a donde quiera que vayas.” Jesús le dijo: “Las raposas tienen guaridas, y las aves del cielo, nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.” Dijo a otro: “Sígueme.” Éste le dijo: “Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre.” Le respondió: “Deja a los muertos enterrar a sus muertos; tú, ve a anunciar el reino de Dios.” Otro más le dijo: “Te seguiré, Señor, pero permíteme primero decir adiós a los de mi casa.” Jesús le dijo: “Ninguno que pone mano al arado y mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.”
Cuando Dios te llame… síguelo… No mires hacia atrás…, no regreses a buscar nada… Deja las cosas viejas y pon tus ojos en Jesucristo. No lleves para el camino más que lo que Él te indique…. No trates de cargarte con cosas que al final tendrás que dejar….
Si te sientes sobrecargado, pídele al Señor en tu próxima comunión que te revele donde está tu error… ¿Dónde está el Lot, Señor, que me eché a cuestas?
REYNALDO