Pentecostés - Joseph Ignaz Mildorfer (1719, Innsbruck-1775, Vienna) |
La Novena del Espíritu Santo
Estamos ya en la semana que antecede inmediatamente a la Venida del Espíritu Santo. La falta de formación litúrgica en los fieles se aprecia de modo especial en lo que se refiere a las liturgias relacionadas con la venida del Espíritu Santo.
Antes de León XIII eran muy pocos los que advertían la trascendencia de Pentecostés. A propósito, el Papa León XIII, prescribió la novena al Espíritu Santo, y Él mismo estableció el modo de hacerla.
Sin embargo, esta novena, no ha penetrado todavía en el pueblo, ni se le ha concedido el rango que debe ocupar en la piedad.
¡Cuán bello y majestuoso resultaría el Veni Creator Spiritus, mandado por León XIII, magnífica profesión de fe en el Espíritu Santo y oración al mismo tiempo, que tantas emociones suscita en la ordenación sacerdotal o consagración episcopal, cantada por el pueblo todo una vez entendido su significado!
Himno Veni, Creator Spiritus
(Compuesto en el Siglo IX, y mandado por el Papa León XIII en siglo XX para consagración al Espíritu Santo. No confundir este Himno con la Secuencia, Veni, Sancte Spiritus, que se dice dentro de la Misa de Pentecostés).
(En Castellano)
Ven, Espíritu Creador,
visita las almas de tus fíeles
y llena de la divina gracia los corazones,
que Tú mismo creaste.
Tú eres nuestro Consolador,
don de Dios Altísimo,
fuente viva, fuego, caridad
y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones;
Tú, el dedo de la mano de Dios;
Tú, el prometido del Padre;
Tú, que pones en nuestros labios
los tesoros de tu palabra.
Enciende con tu luz nuestros sentidos;
infunde tu amor en nuestros corazones;
y con tu perpetuo auxilio,
fortalece nuestra débil carne.
Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz,
sé Tú mismo nuestro guía,
y puestos bajo tu dirección,
evitaremos todo lo nocivo.
Por Ti conozcamos al Padre,
y también al Hijo;
y que en Ti, Espíritu de entrambos,
creamos en todo tiempo.
(En Latín)
Véni, Creátor Spíritus,
mentes tuórum visita,
imple supérna grátia,
quae tu creásti péctora.
Qui díceris Paráclitus,
altíssimi donum Dei,
fons vivus, ignis, cáritas,
et spiritális únctio.
Tu septifórmis múnere,
dígitus paternae déxterae,
tu rite promíssum Patris,
sermóne ditans gúttura.
Accénde lumen sénsibus;
infunde amórem córdibus,
infírma nostri córporis
virtúte firmans pérpeti.
Hostem repéllas lóngius,
pacémque dones prótinus;
ductóre sic te praevio
vitemus omne noxium.
Per te sciámus da Patrem,
noscamus atque Filium;
teque utriúsque Spíritum
credamus omni témpore.
Si somos consecuentes con nuestro cristianismo y estamos convencidos de la influencia del Espíritu Santo en nuestra vida, deberíamos estar formados los cristianos al respecto, y para ello un medio adecuado sería celebrar la novena de Pentecostés con la solemnidad que se le debe.
Si logramos que el himno citado, o la Secuencia de la Misa de Pentecostés, que incluiremos al final de este artículo, el Veni Sancte Spiritus, fuera aprendido de memoria y entendido por los fieles para que se convirtiera en la fórmula diaria de invocación al espíritu, habríamos hecho a los cristianos un gran beneficio.
Al menos las almas piadosas, ¿no tienen derecho a que se les descubra el amplio horizonte de la devoción al Espíritu Santo en su camino hacia Dios?
Vigilia de Pentecostés
Con la restauración reciente de la Vigilia Pascual, del Sábado Santo, ésta de Pentecostés, aunque privilegiada, ha perdido su pasada importancia, pues se le ha privado del doble rito de la lectura de las Profecías y de la bendición de la Pila Bautismal, que precedía a la Misa en ambas vigilias.
Ello, sin embargo, no exime a los buenos cristianos de prepararse cuidadosamente a conmemorar con devoción el extraordinario acontecimiento evangélico de la Venida del Espíritu Santo a este mundo para continuar la obra salvadora de Jesucristo y establecer su Reino sobre la Iglesia y sobre las almas.
Pocos días habrá en el año más a propósito que éste de hoy para recogerse en la intimidad de la conciencia, purificarla y disponerla para la visita solemne del mejor Consolador y dulce Huésped del alma. Quién más limpio y vacío de todo mal tenga mañana su corazón, más a torrentes recibirá la gracia de este Divino Espíritu.
Domingo de Pentecostés
o Pascua del Espíritu Santo
La gran solemnidad, que la Iglesia Católica conoce con el nombre de Pentecostés, era ya celebrada por el pueblo judío antes del cristianismo, en memoria de la promulgación de la ley de Moisés en el monte Sinaí.
Los cristianos continuaron celebrandola en memoria de la promulgación de la Ley Evangélica, que tuvo lugar este día en el Cenáculo de Jerusalén, con la Venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles.
Del iluminado Cenáculo de Pentecostés salió tal día como hoy la Iglesia de Dios a tomar posesión del orbe, y triunfó del mundo y de sus sabios y de sus políticos y de sus tiranos y de sus pasiones y de sus vicios la voz de los Apóstoles, porque era la voz del Espíritu Santo.
Nerón ajustició a Pedro, pero desapareció él, y dura todavía la fe de Pedro; el Areópago se rio de Pablo, pero el Areópago yace en el olvido, y la doctrina de Pablo se predica aún.
Cuanto tiene de sobrenatural aliento la vida católica es obra y don del espíritu vivificador. Todo quien sencillamente instruya sobre la verdadera fe católica es lengua y voz del Espíritu Santo.
Invoquémosle, pues, y pidámosle infunda su amor y su luz sobre el mundo de hoy, dividido por el odio y entenebrecido por las bajas pasiones.
Secuencia del Espíritu Santo
¡Qué espectáculo más emocionante ver a toda la cristiandad, pidiendo de rodillas en la Santa Misa, la Venida del Espíritu Santo, para henchir los corazones de todos, y encenderlos con el fuego de su divino amor!
La hermosa prosa rimada de la Secuencia se atribuye al Papa Inocencio III. Es una invocación devotísima al Espíritu Santo, digna de repetirse, no solamente durante toda la Octava de Pentecostés, sino todos los días de la vida, al hacer las oraciones de la mañana.
Secuencia Veni, Sancte Spiritus
(en Castellano)
¡Ven, oh, Espíritu Santo!
trayendo desde el Cielo
un rayo de tu luz.
¡Ven, padre de los pobres,
Ven, dador de los bienes,
Ven, de las almas luz.
Consolador sin igual,
del alma dulce huésped,
suavísimo dulzor.
Descanso en la fatiga,
en la pasión templanza,
consuelo en la aflicción.
¡Oh, antorcha venturosa!
alumbra de tus fieles
el pobre corazón.
Nada, sin tu asistencia,
de puro y de inocente,
nada en el hombre hay.
Lava lo que está impuro,
riega lo que está seco,
cura la enfermedad.
Endereza lo torcido,
calienta el alma fría,
humilla la altivez.
Al fiel que en Ti confía
concédele benigno
tu septiforme don.
Da de la virtud el mérito,
de la victoria el éxito
y el eterno galardón.
Amén, aleluya.
Secuencia (en Latín)
Veni, Sancte Spiritus,
Et emitte caelitus
Lucis tuae radium.
Veni, pater pauperum,
Veni, dator munerum,
Veni, lumen cordium.
Consolator optime,
Dulcis hospes animae,
Dulce refrigerium.
In labore requies,
In aestu temperies,
In fletu solatium.
O lux beatissima,
Reple cordis intima
Tuorum fidelium.
Sine tuo numine
Nihil est in homine,
Nihil est innoxium.
Lava quod est sordidum,
Riga quod est aridum,
Sana quod est saucium.
Flecte quod est rigidum,
Fove quod est frigidum,
Rege quod est devium.
Da tuis fidelibus
In te confidentibus
Sacrum septenarium.
Da virtutis meritum,
Da salutis exitum,
Da perenne gaudium.
Amen. Alleluia.